miércoles, 30 de mayo de 2012

Inesperado Capítulo 12


Capitulo 12:

Sin perder tu sonrisa, te acomodaste la ropa y escuchaste las últimas indicaciones que Marcela – tu ginecóloga -quería darte. Posteriormente, la saludaste y te retiraste de allí.
Caminabas acompasadamente hasta la parada del colectivo, pero el grito de alguien con tu nombre te hizo detener. Volteaste, y un par de ojos verdes con esa sonrisa tan peculiar, te rogaron que lo perdonaras en ese mismo instante. – Si, era el mismísimo Gastón caminando hacia vos. –

-    Perdón – Lo pronunció suave y se hundió en tu cuello.

-    No, ¡No vale Gastón! – Tomaste distancia y te cruzaste de brazos. – Vos venís así, de la nada, con esos ojos, esa sonrisa y… - De a poco comenzabas a esbozar una sonrisa – Y es imposible que no te perdone – Para terminar con una carcajada, y abrazarte a él.

-    Ya sé que esta figura es irresistible – Se hizo el vivo, y te mordiste el labio con diversión – Pero, en serio no fue mi intención no venir. Se me complicó.

-    Esta bien, Gas. – Revoleaste los ojos e hiciste como si nada, ya no querías pelear.

-    Rochi, no me digas así como para dejarme contento. – Lástima que te conocía como a la palma de su mano, y más. – Sé que en el fondo seguís enojada, y tenés ganas de matarme.

-    Y la verdad que ganas no me faltan, pero yo quiero que nuestra nena y nuestro nene conozcan a su papá. – Lo observaste fijamente.

-    ¿De verdad? – Asentiste.

-    Una indiecita, y un indiecito, mi amor. – Reíste por los sobre nombres que les habías puesto. Pero en verdad, sus nenes eran un carnaval.

No emitió palabra alguna, solo tomó tu cara y te besó, para luego abrazarte por la espalda y así caminar hasta un lugar que él quería llevarte. No sabías cual, te dijo que era una sorpresa.

Entre cuadra y cuadra, no emitiste ninguna palabra. Te aferraste a su mano, y así caminaste en paz a quién sabe donde. Gastón, en cambio, te observaba de reojo con admiración. Se detenía en tus facciones, y en esa pequeña sonrisa que descansaba en tu cara.

-    ¿Y esto? – Se habían detenido frente un edificio.

-    La entrada a nuestro próximo hogar – Te observó con diversión, y te atajo porque creyó que ibas a desmayarte.

-    ¿Me hablás en serio?

-    No, si te traje acá para hacerte caminar nada más – Bufó, y reíste.

-    ¿Y cómo vamos a pagarlo?

-    Mis papás ya saBen lo nuestro. – Bajó su mirada hasta tu vientre. – Y, por eso me hicieron este regalo, para mí… y para vos. – Te tironeó del brazo, para que reaccionaras. Iban a entrar.

Cuarto piso, ni muy alto ni muy bajo, así te iba contando Gastón en el ascensor. Puerta C, de Rocío, para que cuándo estuvieras apurada no te olvidaras de donde vivías. Reías a más no poder, con sus porqué a cada cosa.
Dos vuelta de llave en la cerradura y ya estaban adentro. Entonces prosiguió con su explicación.

-    Una cocina espaciosa porque yo sé que vos – Y enarcó sus cejas para que te quede bien claro – vas a aprender a cocinar muy bien. Entonces cruzamos esta puerta, y tenemos nuestro pequeño, pero cálido, living comedor – Te abrió la dicha puerta, y te encontraste con un grupo de muebles perfectamente acomodados – Así les dijo el vendedor a mis padres. – Rieron – A la derecha el baño, y justo al lado, la habitación de nuestros terremotos. – La medida justa – En caso de emergencias, la nuestra queda tan solo a unos metros, exactamente al lado.

Y esa era la habitación más linda de la casa. No tenía un gran espacio, pero estaba hecha a su media. Contenía todo lo que podías desear, y lo más importante, una vista espectacular sobre Mar del Plata.

-    ¿Estoy perdonado? – Te hizo puchero, y ahí se terminó el mundo.

-    Más que perdonado. ¡Por Dios, porqué me sorprendes así! – Reías, y estabas fascinada de solo pensar en vivir ahí.

-    Te amo – Te dejó un beso en la mejilla - ¿Cuándo querés que nos mudemos? – Y que tuviera la delicadeza de preguntarte todo, te encantaba.

No podías estar más feliz, sin dudas era mucho más de lo que esperabas, pero había algo que todavía te hacía ruido. Responder a esa pregunta te había dejado en blanco y completamente muda. ¿Convivir? Esa palabra te aterraba creo que aún más que cuando te enteraste de tu embarazo. Sentías que era un gran paso a dar.

-    Mi amor, te hice una pregunta. – Buscó tu mirada, y vos te arrinconaste en su pecho. En verdad, no sabías que responder. No podías negarte, pero tampoco sabías si querías aceptar.

-    Yo…si – Titubeaste – Cuando te parezca, me da lo mismo.

-    ¿Me pensas mentir todo el día? – Te observó intentando descifra el porqué de tus respuestas – Mira Rochi, esto no es para apresurarte ni nada, pero hablamos sobre compartir un hogar, esto es solo una propuesta… podés aceptarla o no, pero explícame que te cierra tanto…

-    Si ya sé que hablamos sobre eso, y la verdad es que quiero, pero no sé… - Hiciste una pausa, el ya iba a refutar tus palabras pero no lo dejaste – Yo tengo miedo que la relación se desgaste y terminemos en la nada. – Clara, y sin vueltas.

-    Miles de veces te lo dije, Rochi. Nunca me podría aburrir de vos, así estuviéramos cien años juntos. – Agarró tu mano – Ahora si crees que es pronto para tomar la decisión, está bien, lo acepto.
Tenemos cuatro meses para hacerlo. – Te comprendía, buscaba lo mejor para vos.

-    Mirá, no digo esta semana, pero si el mes que viene. Me tengo que organizar, y necesito pensar todo esto, la verdad es que nos sucedieron muchas cosas juntas, ya no sé ni por donde empezar.

-    Empezar, por alguien que tenés en frente el cual piensa esperarte lo que sea necesario, y… por eso mellizos revoltosos a los cuales vamos a tener… - Te sentaste sobre sus piernas, y lo besaste.

Gastón era de esos que ya no conocías, no podías pedir más.

Pasado el medio día decidiste ir para lo de tu mejor amiga. Hace una semana reclamaba tu presencia, y la verdad que ya no soportabas su llamadas infinitas siempre para lo mismo.
Como todas las veces que ibas, Inés te abrió la puerta y te saludó con un gran beso. – Te conocía desde la panza, prácticamente eras su segunda hija-. Te quedaste hablando, y aprovechaste para comentarle tus últimas novedades, y te felicitó por tus hijos. Luego, la voz de la susodicha menor apareció en acción. Sus pelos alborotados, y aún con el uniforme, venía gritando como loca desde el pasillo.

-    ¡Sobrinita y sobrinito! – Un beso para tu panza, ni un hola para vos.

-    ¡Hey, hola! – Reclamabas atención.

-    Hola Rochi, ¡Qué bueno lo de mis sobrinos! Una nena y un varón, cosas rosas y celestes. Muero por comprar cosas con vos. – Y no reír con Candela era imposible.

-    Necesito hablar con vos. – Eludiste aquellas cosas mencionadas. Necesitabas que tu mejor, te abriera un poco la cabeza.

Inés las dejó solas, pero no sin antes ofrecerte algo de postre, ya que habías almorzado con Gastón. Aceptaste un pote con gelatina de frutilla, y frutillas en su interior.
Comías, mientras observabas a tu amiga que te mostraba lo que habían hecho hoy, y te relataba un poco sobre cómo hizo la prueba.

-    A ver, ¿Qué te pasa ahora? – No emitías palabra: señal de que algo te sucedía.

-    Me voy a ir a vivir con Gastón.

-    ¿En serio?, ¿Ahora voy a tener a mi cuñado más cerca? – Lo adoraba pero por cuestiones de tiempo no lo veía nunca.

-    Si, pero no sé cuando.

-    ¿Por? – Y tu cara se lo dijo todo.

-    ¿Vos decís que nos llevaremos bien, que me va a aguantar mis ataques? ¿Todo?

-    A ver Rochi, si no lo intentas nunca vas a saber lo que se siente. Y segundo, ese chico te aguanta hasta un viaje a la luna y más–Reíste por su cara– Además Rocío, deja de dar vueltas, desde que lo viste te encantó- Para vos no era así, pero ella desde que conociste a Ti te dice lo mismo- Lo amas, boluda. Él te ama, y encima van a tener a los mellis más lindos, ¿Qué esperas, decime? ¿Qué venga otra y te lo saque?
-    ¡Hay no seas mala! ¡Ni lo digas!
-    Bueno, entonces déjate de boludear y ponete las pilas, amiga.

Y Candela era así, te lo decía una. No le importaba que estuvieras embarazada, ni nada. Por eso, siempre lo hablabas todo con ella, porque nunca te iba a mentir. Iba al grano, a lo justo y necesario.

Y la mezcla de sensaciones que el embarazo te había acarreado, provocaba un cambio de humor continuo en tu persona. De repente, miraste al piso y dejaste caer tus lágrimas. Cande se asustó e inmediatamente se sentó a tu lado para abrazarte, pensó que te había hecho mal – Ya dijimos que no tiene tacto al hablar – Pero no, tan solo eras vos que tenías ganas de descargarte.

-    Cande, tranquila – Reías, porque no dejaba de hacerte mimos – Soy yo, vos solo me dejaste las cosas más claras.

-    Bueno, che. Yo me asusto si vos te ponés así de la nada. – Te volvió a abrazar, pero al instante se separó otra vez - ¡Ojito con hacerme llorar a mi mejor!, ¿Escucharon chiquititos? – Sus caras, y como buscaba alguna señal en tu panza terminó en una carcajada. Hasta Inés rió desde la cocina.

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