miércoles, 20 de junio de 2012

Amor Escondido Cap 9




Capitulo 9

Rocio! -la saludó Eugenia cariñosamente, levantándose para abrazar a la aturdida Rochi,   que se había quedado en la puerta de la cocina

-No esperábamos que volvieses a casa tan pronto... ¿Eh, estás bien, hermanita? ¡Estás blanca como la pared!

No, no estaba bien... hacía una año que no veía a su hermana gemela y su matrimonio con el hombre al que amaba iba a finalizar. Sin embargo, mientras miraba a Eugenia solo podía pensar que era agrada­ble volver a verla...

Completamente ilógico. Pero ellas siempre ha­bían estado muy unidas. Y, por extraño que pare­ciese, ese año de distanciamiento no había cambiado eso...

-No, no estoy bien -respondió Rochi débil­mente, llevándose la mano a la sien-. He venido an­tes porque me duele la cabeza.
-Eso es nuevo, ¿no? -dijo Eugenia, retrocediendo pensativamente.

Estaba tan radiante como siempre. El embarazo y la maternidad no habían añadido ni un gramo a su esbelta figura y, aunque tenía la melena Rubia un poco más larga, añadía suavidad a los ángulos de su rostro.
   
-¿Cuándo has vuelto?

Rochi dejó su bolso, entrando en la cocina... y alejándose de Eugenia y del hermoso pero doloroso recuerdo de Alai.

-Pues...
-Fui a recogerla al aeropuerto hace un par de ho­ras -dijo Gaston bruscamente, entrando en la habita­ción.

Se había cambiado y en lugar del traje llevaba una camisa verde oscuro y unos pantalones negros.

A Rochi se le atoró el aire en la garganta y sin­tió que se ponía más pálida al ver a su marido. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que Gaston estaba en casa también...

¿Y había recogido a Eugenia en el aeropuerto...? ¡Ninguna de las veces que Rochi había salido de viaje por trabajo había hecho eso por ella!

-¡Has visto qué amable! -dijo Eugenia, sonriendo cariñosamente a Gaston.

Él le dirigió una mirada indignada.

-La amabilidad no tiene nada que ver con esto -replicó-. Alai es tu hija, y deberías ser tú quien la cuide.

Eugenia se mostró inmutable.

-En este momento de su vida, Alai no tiene ni idea de quién la está cuidando, con tal de que le den de comer -replicó ella, quitándole importancia-. Y las circunstancias...
-Al infierno las circunstancias -soltó Gaston con crispación, mirando a Rochi y frunciendo el ceño al ver su palidez-. Acabo de llamar al salón para de­cirte que Eugenia estaba aquí, y Pablo me ha dicho que te habías ido porque no te encontrabas bien.

Su  mirada mostraba preocupación.

-A la señora Dalmau le duele la cabeza -in­tervino la señora Garcia amablemente, lanzándole a Rochi una sonrisa de ánimo.

Bueno, al menos alguien estaba de su parte. Por­que en ese momento Rochi necesitaba muchísimo que alguien estuviese de su lado.
Gaston atravesó la habitación impacientemente y le levantó la barbilla, mirándola fijamente.

-Deberías acostarte -le dijo finalmente con la voz ronca.

Ella se apartó de la dominante figura de Gaston con deliberación, ignorando la furia que brilló en sus ojos cuando lo hizo.

-Eso es exactamente lo que pretendo hacer -les dijo a todos, recogiendo su bolso, sin mirar a nadie-. Imagino que te habrás ido cuando baje más tarde -añadió bruscamente a Eugenia al llegar a la puerta.Eugenia miró a Gaston.

-Gaston se ha ofrecido a llevarme a casa -recono­ció ella con la voz ronca.
-Con todas las cosas de Alai, y tu equipaje, es prácticamente imposible que hagas otra cosa -dijo él impacientemente.

Gaston iba a llevar a Eugenia a casa... ¿Bueno y que esperaba? Probablemente tenían muchas cosas de las que hablar. ¡Si Gaston no sabía lo de la niña, desde luego ella sí!

Rochi dirigió a Eugenia una mirada mordaz.

-Deberías agradecer que alguien sea capaz de ha­certe entrar en razón -suspiró impacientemente mientras Eugenia la miraba desconcertada-. ¡Gaston te dijo que volvieses, y quién lo iba a decir, aquí estás!
-Ojalá pudiese llevarme el mérito -dijo Gaston, torciendo el gesto mientras miraba irritado a Eugenia-. Parece ser que había acabado su reportaje, y tenía que volver a casa de todas formas.

Debería habérselo imaginado. La maternidad no había cambiado a Eugenia en absoluto. Y era Alai quien preocupaba a Rochi. Aunque parecía con­tenta en los brazos de su madre, y se había dormido. El sueño del inocente...

La boca de Rochi se tensó furiosamente.

-Entonces será mejor que Gaston te lleve a casa -le dijo a su hermana-. No hace falta que te des prisa en volver, Gaston -añadió con dureza-. Estaré dormida cuando vuelvas a casa.

Él apretó los labios.

-Subiré a verte antes de irme -le dijo, con desa­fío en la mirada.
-Creo que no es necesario, Gaston. Llevo acostán­dome sola desde que tengo ocho años -dijo Rochi con desdén.
-No seas tonta, Rochi -intervino Eugenia-. Es obvio que no estás bien, y yo no tengo ninguna prisa.

Claro que su hermana no tenía prisa. Eugenia pro­bablemente deseaba no haber sido tan estúpida ha­cía quince meses, y que esa fuese su casa en lugar de la de Rochi... ¡y que Gaston fuese suyo también! Bueno, tal vez con el tiempo lo sería...

-Rochi ha acabado en este estado por cuidar a Alai -dijo Gaston furiosamente-. De verdad que eres...
-Oye, he vuelto -interrumpió Eugenia fatigada-mente-. Siento que Alai haya sido una molestia...
-La niña no tiene la culpa, Eugenia, y tú lo sabes -bramó Gaston furiosamente-. Tú...
-¿Os importa seguir con esta discusión cuando me haya ido? -dijo Rochi, que sentía náuseas a causa del fuerte dolor de cabeza.

Gaston la agarró del brazo

-Voy contigo -le dijo seriamente-. Eugenia -se volvió brevemente hacia ella-. Recoge tus cosas mientras la acompaño. No quiero estar fuera de casa más de lo imprescindible, estando Rochi así.

Eugenia se acercó a Rochi y la besó cariñosa­mente en la mejilla.

-Espero que te mejores pronto -le sonrió de modo alentador-. A pesar de lo que dice Gaston, te agradezco mucho que hayas cuidado de Alai por mí.
-Es una niña preciosa -dijo Rochi evasiva­mente antes de darse la vuelta para irse.

Gaston continuó agarrándola por el brazo con fir­meza mientras subían por las escaleras, y aunque Rochi era consciente de su inquisitiva mirada, trató de ignorarlo.

-A Pablo le parecía que tenías algo más que un simple dolor de cabeza -dijo Gaston finalmente, rom­piendo el incómodo silencio.
-Pablo se preocupa demasiado -replicó ella con impaciencia.
 -Se preocupa por ti, Rochi -le corrigió Gaston, mirándola fijamente-. ¿No te sentirás así por lo de anoche? ¿No te hice daño, verdad?

Rochi se alegró de llegar a su habitación cuando él le hizo esas preguntas, porque le fallaron las piernas al recordar la pasión entre ellos.

Se dejó caer pesadamente en el taburete de su to­cador.

-No seas ridículo, Gaston, no soy de porcelana -respondió irritada-. Pero preferiría no hablar de anoche -añadió débilmente.

Él torció la boca despectivamente al mirarla.

-Eso deduje esta mañana -reconoció él mordaz­mente-. Pero sé por experiencia que no siempre es posible desechar un momento de locura tan fácil­mente.

¿Eso era lo que había sido para él? ¿Un momento de locura...?

¿O estaba hablando de algo más, posiblemente refiriéndose a la existencia de Alai?

-Podrías estar embarazada, Rochi -señaló Gaston con aspereza cuando ella no respondió-. A no ser que estés utilizando algún tipo de anticonceptivo... porque yo desde luego no lo utilicé.

¡Embarazada...!.

Durante el fin de semana, cuidando a Alai, ha­bía soñado tener un hijo con Gaston. Pero después de saber que Alai era su hija, eso era lo último que deseaba.

-Oh, no, Gaston -se levantó temblorosamente, mi­rándolo furiosamente-. No me vengas con esas ahora. Según recuerdo, fue algo mutuo. ¡Y no estoy embarazada! -le aseguró, sin demasiada certeza.

La expresión de Gaston se volvió de piedra, cuando retrocedió.

-En ese caso, esta conversación es innecesaria.
-Totalmente -convino ella con vehemencia.
-Muy bien -dijo él con tirantez. Pero no se movió.
-Qué suerte que Eugenia te encontrase en casa cuando llamó desde el aeropuerto -añadió Rochi desafiantemente.
-Mucho -afirmó él con brusquedad-. Por si no te acuerdas, quería comer contigo -le recordó.

Era cierto. Entonces el hecho de que Gaston hu­biese ido a recoger a Eugenia al aeropuerto había sido una coincidencia, después de todo...

Pero eso no cambiaba nada sobre su paternidad. Ni sobre su relación con Eugenia.

Rochi suspiró fatigadamente.

-Eugenia te está esperando para que la llevas a casa.
-Eugenia puede irse... -Gaston se interrumpió, y respiró profundamente para calmarse, sacudiendo la cabeza mientras miraba a Rochi -. Lo que quiera o necesite Eugenia no me importa en este momento.
-Olvídate de Eugenia -dijo Rochi irritada-. Es en Alai en quien deberíamos pensar. Gaston sacudió la cabeza.
-¿Crees que no he hablado con Eugenia de ello? Pero ya sabes cómo es -añadió él gravemente antes de que Rochi pudiera formular una respuesta-. Dice que, si tiene que hacerlo, se las arreglará sola.

Rochi tragó saliva, sintiendo la garganta muy seca, y apenas movió los labios cuando habló.

-¿Y tiene que hacerlo? -contuvo el aliento mien­tras esperaba su respuesta. Él suspiró profundamente.
-No creo que eso dependa de mí... -la miró fija­mente.

¿Entonces de quién dependía ¿De ella? ¿Espera­ban que fuese ella la que liberara a Gaston de su matrimonio? ¡No podía! No era justo que esperasen eso de ella.

-Tienes que acostarte -observó Gaston, al ver que se había puesto más pálida todavía-. Como he di­cho, no tardaré...
-Y como he dicho yo -lo interrumpió, sin mirarlo mientras abría la cama-, estaré dormida cuando vuelvas -se volvió a mirarlo desafiantemente.
-¡Rochi...! -exclamó Gaston dolorosamente-. Ojalá pudiera hacerte esto más fácil...
-¡Vete ya, Gaston! -dijo ella crispada.
-Solo una cosa, Rochi... ¡no me disculparé por lo que sucedió anoche! -le dijo bruscamente, antes de girarse sobre sus talones, dando un portazo al sa­lir de la habitación.

Rochi se sentó en la cama. Por lo que parecía, nadie iba disculparse por la noche anterior...
Un sollozo salió de su garganta, y ocultó el rostro entre las manos.

Había terminado ese halo de esperanza en el que había vivido los últimos seis meses, desde que se había dado cuenta de que se había enamorado de Gaston. Ya no había lugar para esos sentimientos... no cuando estaba en juego el bienestar de una niña. Pa­recía que solo podía tomar una decisión.

Divorcio...

La simple palabra la hizo estremecerse. ¿Cuánto más doloroso sería la realidad, sobre todo cuando seguía amando a Gaston?

Era extraño lo tranquila que se sentía... bueno, tal vez tranquila no era la palabra adecuada; resignadaera probablemente la manera apropiada de describir cómo se sentía.
No se había dormido después de oír que Gaston sa­lía de la casa con Eugenia, sino que había yacido despierta, dándole vueltas a cada una de las opcio­nes que tenía: quedarse, o irse con su dignidad, to­davía intacta. Se había decidido finalmente por lo último. ¡Dignidad era lo único que le quedaba!

Tomada la decisión, se había dormido profunda­mente, despertándose en la oscuridad, sabiendo que debía de hacer horas desde que Gaston se había ido con Eugenia. ¿Habría vuelto ya...?

Miró el reloj de la mesilla y vio que faltaba una hora para la cena. Tendría que bajar a averiguarlo. Antes de bajar se dio una ducha, se lavó el pelo, y después de sacárselo, se lo cepilló hasta que brilló sedosamente sobre sus hombros. El maquillaje que se aplicó ocultó las sombras bajo sus ojos mieles, el colorete le dio color a sus mejillas y el lápiz de la­bios que se aplicó era del mismo color que el ves­tido rojo hasta la rodilla que decidió ponerse.
Su madre le había dicho hacía años:

-Si sabes que vas a perder una batalla, entonces asegúrate de tener el mejor aspecto posible... te hará sentirte mejor, y tu oponente se lo pensará dos veces.

Era demasiado tarde para que Gaston se lo pensase dos veces. ¡Ya había elegido la gemela que quería! Pero no era demasiado tarde para que ella se sintiese mejor.

Tenía veintinueve años, y aunque en ese mo­mento se sentía como si su vida terminase, sabía que en realidad no era así. Ro-Igarzabal saldría adelante, y ella también.

Todo lo que tenía que hacer era pasar esa noche con Gaston.

¡Todo...!

Tal vez Gaston no estaba abajo después de todo...

Pero sí estaba en casa. Rochi vio las lámparas del salón encendidas mientras bajaba por las escale­ras, incluso oyó el tintineo del hielo en su vaso mientras disfrutaba de su acostumbrado whisky an­tes de cenar.

Rochi respiró hondo, serenándose antes de en­trar.

-¡Rochi...! -Gaston se puso de pie rápidamente cuando la vio aparecer en el umbral de la puerta.

Todavía llevaba la camisa verde oscuro y los pantalones negros de esa tarde, y por el aspecto de su pelo parecía que se había pasado los dedos varias veces mientras se tomaba el whisky.

-Buenas noches, Gaston -dijo Rochi tensamente mientras entraba en la habitación-. ¿Me sirves una copa de jerez, por favor? -le pidió antes de sentarse en una silla enfrente de él.

Él no se movió, mirándola con los ojos entorna­dos escrutadoramente.

-¿Es eso sensato después del dolor de cabeza que tenías antes?
-Ya me encuentro bien -replicó ella.
-Pero...
-Gaston, creo que ya soy mayorcita para decidir si me siento bien para tomar una copa de jerez antes de cenar -le dijo con brusquedad.

Él asintió con la cabeza antes de levantarse.

-Parece que eres mayorcita para decidir mu­chas cosas -dijo él mordazmente, sirviéndole eljerez-. ¿Has tomado más decisiones que debería saber?

Gaston levantó su claras cejas interrogativamente mientras le alcanzaba la copa de jerez.

Rochi abrió la boca para hablar, pero ni una pa­labra salió de sus labios.

-He estado durmiendo toda la tarde, Gaston -min­tió finalmente-. No suelo tomar decisiones cuando duermo.

Rochi dio un trago a su copa, aliviada cuando el alcohol le abrasó la garganta.
Gaston respiró hondo.

-Le dije a la señora Garcia que no pensaba que bajaras a cenar -frunció el ceño-. Será mejor que vaya decirle que sí cenarás.
-No, iré yo -Rochi se levantó con decisión-. Después de todo, he sido yo la que ha causado la molestia.

¡Y también la que necesitaba un poco de aire para respirar!

-¡Señora Dalmau! -el ama de llaves se alegró al verla-. ¿Se siente mejor?
-Mucho mejor -mintió Rochi-. Solo quería de­cirle que yo también voy a cenar. Justina Garcia sonrió.
-Le habría subido una bandeja de todas formas.

Mientras volvía al salón lentamente, Rochi se dio cuenta con tristeza que iba a echar de menos a la mujer cuando se fuera. Porque era «ella» quien se iba a ir.

Esa había sido la casa de Gaston desde mucho antes de que se casaran; tenía derecho a quedarse a vivir allí. Además, había un pequeño apartamento en la parte de atrás del salón donde podía instalarse hasta que encontrara un sitio más adecuado para vivir.

-Ya está -le dijo a Gaston alegremente cuando vol­vió al salón, sentándose de nuevo con su copa de je­rez-. ¿Ha llegado Eugenia bien a... casa?

Rochi ya no sabía dónde vivía su hermana.

-Sí -afirmó él lacónicamente. Ella asintió con la cabeza.
-La casa parece...muy silenciosa sin Alai, ¿verdad?
-Mucho -reconoció Gaston-. Aunque visto por el lado positivo, significa que podrás volver a tu vida normal.

Normal. Rochi no sabía muy bien qué iba a ser eso para ella en el futuro...
Otra vez tenía la oportunidad de decir lo que te­nía que decir. ¿Por qué prolongarlo más?
En ese momento la señora Garcia apareció en la puerta para anunciar felizmente:

-La cena está lista.

Después de haber perdido otra oportunidad, a Rochi no le quedó más remedio que levantarse y seguir a Gaston hasta el comedor, donde sus platos de melón con jamón ya estaban en la mesa.

-Pareces muy apagada esta noche -dijo Gaston mientras comían, rompiendo el silencio-. ¿Estás segura de que te se te ha pasado el dolor de ca­beza?
-Completamente -respondió ella sin vacilar-. No te preocupes por mí, Gaston. Como Eugenia, puedo cuidarme sola.
-Pero al contrario que Eugenia -dijo Gaston brus­camente-. ¡No tienes por qué hacerlo!
Ella lo miró por encima del borde del vaso, con los ojos azules oscurecidos.
-¿No? -lo retó suavemente.
-No -replicó él con aspereza-. Tú eres mi es­posa...
-Eso es algo que tenemos que hablar... ¿no crees? -lo interrumpió ella con decisión... antes de que per­diese el valor.

La boca de Gaston se tensó severamente.

-Creo que no me va a gustar lo que me vas a de­cir

Rochi tragó saliva. A ella tampoco... ¡pero uno de los dos tenía que decirlo! Y tenía que ser ella...

-Voy a dejarte, Gaston -le dijo sin rodeos, atemori­zada al ver las pupilas de los ojos de Gaston oscurecer casi completamente el iris esmeralda


 Fin Capi

*Mafe*

2 comentarios:

  1. No me lo dejes asi al cap me encanto quiero que gas le pida que se quede

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  2. Wuo, wuo, wuo!!.. que ni se le ocurra hablar de divorcio!! pero es que no se da cuenta que gas esta muerto con ella!!??.. jaja.. Espero el proximo!! Besotes!! :)

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