Inesperado Capítulo 23

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Capitulo 23:

18 de Julio del 2009


Eran las diez de la mañana, y hacía un rato que estabas levantado. Ya te habías dado un baño, y ahora te encontrabas acomodándote la ropa frente al espejo. Mientras, buscabas una colita azul, dentro de una caja llena de accesorios.
Gastón, era quien ahora se encontraba en el baño. En unas horas partía rumbo a Buenos Aires. Si, había optado por tomar el curso como todos los años.

De repente, él abrió la puerta de la habitación ya vestido, y secando su cabello con una toalla verde.
Vos estabas frente al espejo, terminando de armarte una colita alta. Lo observaste y terminaste en un puchero que te llevaron a las lágrimas.
A decir verdad, su viaje no era para llorar. Pero vos así lo sentías. – Eras una completa exagerada. Sumado a que tenías las emociones a flor de piel.

-    Hey, ya está chiqui – Te abrazó, y besó tu pelo – Sabés que a la mínima alarma me tenés acá, ¿Sabés? – Tomó tú cara e intento secar tus lágrimas.

-    Soy una tonta – Reíste con algunas lágrimas aún, y volviste a abrazarlo.

-    No, sos mi loca linda, y lo sabés. – Se sentaron en la cama, y Gastón te besaba en medio de cada palabra.

Lo ayudaste a terminar de preparar el bolso, y una vez listo, pidió un taxi. Esos minutos en la entrada del edificio se te hicieron eternos, pero por fin el auto negro y amarillo se hizo presente. Gastón cargó su bolso en el baúl, y se acercó para darte un beso con amor. Luego, acarició tu panza y se agachó para hablarles.

-    No me extrañen chiquitos, cuiden a mamá por mí, y… no la hagan llorar demasiado. – Y sus palabras, y el amor que incluía en cada una de ellas te desarmaban.

-    Te amo – Otro beso, y se fue en aquel auto.

Volviste al departamento para ordenar un poco, aunque el dolor de espalda que tenías, poco y nada te permitiera hacer.
Comenzaste por llevar las cosas del desayuno que habían dejado en la habitación, y luego, abriste las ventanas del balcón para que corriera un poco el aire.
Aprovechaste, y te recostaste en la cama para mandarle un mensaje a Candela para saber algo de su paradero, y ella en vez de contestar te llamó.

-    ¿Ya estás atada a un pote de helado y metida en tu cama? – Si, estaba al tanto del viaje de Gastón.

-    Lamento comunicarte que no – Reíste – Estoy en plena limpieza del departamento

-    ¿Escuche bien?

-    Si, eso. Yo pensaba que vinieras a hacerme compañía, pero si no querés…

-    ¿Quién te dijo que no quiero? – Y sus formas, solo podían provenir de ella – Ya mismo voy para allá. ¿Algo en especial quiere comer señorita embarazada? – Siempre le pedías algo distinto.

-    Sushi, estaría bien

-    Bueno afloja, nena. El presupuesto no me da para tanto. – Era un aparato.

-     ¡Te jodo!, con unas medialunas me conformo.

-    Okey, ahí me gusta más. ¡Nos vemos amigui!

Y ni te dejó decir chau, que ya había colgado. Reíste, y continuaste con la limpieza. Sacudiste las sabanas, y armaste la cama. Luego, metiste algunos libros de pre-parto – que tu madre te había regalado – en la biblioteca. Básicamente, ya te los sabías de memoria.

Gastón siempre tenía que dar la nota. Y aunque, seguramente ya estuviera subido en el colectivo que lo llevaría a la ciudad porteña, quería estar acompañándote. Así decía su nota, junto a un cd con recopilado de canciones. “Para cuando los mellis, no te dejen dormir. Papá siempre les canta la canción dos”, escribió unos renglones abajo.

20 de Julio del 2009



Era un lunes, y la noche ya estaba por llegar. En conmemoración del día del amigo, no podía faltar su predilecta tarde entre amigas –las 5, y vos – que entre mates, galletitas y miles de anécdotas pasaron una tarde sensacional. Además, Candela te obligó sacarte fotos con tu panza que parecía que iba a explotar - según Candela-. Y, más de una se alteró cuando Paz y Tomás pateaban en tu panza. Eran unas tías enamoradas de sus sobrinos del corazón. Y hasta, habías recibidos más regalos para aquellos dos chiquitines.

Candela se estaba quedando a dormir en tu casa, porque no te agradaba estar sola. Estaban cocinando pizza, cuando de repente el portero sonó. Atendiste, y la voz del otro lado te desconcertó. Tu amiga te miró expectante, pero no recibió respuesta alguna.

-    Espérame, ya bajo – Respondiste, unos minutos después.

Agarraste un abrigo junto a las llaves, y bajaste a la entrada. Cuando lo viste un escalofrío te recorrió el cuerpo. Fuiste hasta la puerta, y luego de dar una vuelta de llave, estaban ahí frente a frente.

-    Wow, como cambiaste – Y Gabriel te observó de arriba a abajo. - ¿Cómo estás?

-    Bien – Sonreíste, pero enseguida bajaste la mirada.

-    ¿Te falta poquito no?

-    Si, nacen entre las dos últimas semanas de Agosto.

-    Qué lindo – Sonrió.

La situación se había tornado incomoda, llena de silencios interminables.

-    ¿Por qué viniste Gabo? – Y no ibas a tolerarla mucho más.

-    Para darte esto – Una bolsa con regalos para tus bebés – y esto. – Otra bolsa, y en su interior llevaba un portarretrato con esa foto de ustedes, que tanto les gustaba. – Feliz día, no importa lo que pasó entre nosotros. Sabés que siempre vas a ser mi amiga. – Y llorar fue lo primero que te salió.

-    Gracias – Y porque aún recordás esa sensación horrible que sentiste por miedo a perderlo algunos meses atrás

-    ¿Empezamos otra vez? – Extendió su mano con una sonrisa.

-    Otra vez, y sin líos. – Esbozaste una aún más grande.

-    Que los mellis nos traigan algo mejor.

Y lo abrazaste fuerte. Tanto, como si nunca quisieras dejarlo ir. Porque ahora verdaderamente entendías la importancia de Gabriel en tu vida, podías diferenciar el amor que le tenías. Que también era gigante, pero muy diferente al que sentías por Ti.

-    ¡Quédate a comer!, ¡Dale, Dale! – Y aunque tenías dieciocho, no dejabas de ser una nena.

-    Me quedaría pero me esperan. – Te cruzaste de brazos, y rió.

-    Mirá que nos enojamos, eh.
-    ¡No, prometimos bandera blanca!... Igual, Camila me espera en su casa para cenar.

-    ¿Camila de Camila? – Compañera de ustedes.

-    Okey, estás perdonado. – Se acercó para saludarte. Tenía que irse ya. - ¡Pará, pará! ¿A ver? – Y fingiste observar sus brazos con detenimiento. – Uh, Gabo vos si que sacaste brazos. ¿Cuánto tuviste que remar?

-    ¡Sos mala, eh!

-    Solo un poquito.

Reíste, para luego abrazarlo otra vez con fuerza.

-    ¿Puedo? – Quería acariciar tu panza.

-    El Gabriel que yo conozco no pide permiso… ¡como te cambiaron, che!

-    ¿Estás divertida Igarzabal? – Y su eterno juego con los apellidos.

-    Muuy, y feliz de que vuelvas a ser mi hermanito

-    Nunca dejé de serlo, Linu.

Se entretuvieron un poco más en la entrada, con tu panza, y Pachi y Tomi que pateaban de vez en cuando, haciendo que los ojos de Gabo emanaran emoción en su estado más puro.