sábado, 9 de junio de 2012

Inesperado Capítulo 17


Capitulo 17:

9 de junio del 2009


Habían decidido comenzar con los planes para mudarse, ya que, todavía había mucho por hacer antes de poder habitar allí.
Eran las diez de la mañana, y te encontrabas sola ingresando al edificio.- Gastón estaba trabajando, pero aún así decidiste empezar.- Caminaste hasta el ascensor, y marcaste el número del correspondiente piso. Allí esperaste unos minutos, hasta que aquel artefacto se detuvo y pudiste descender.
Buscaste la llave en tu bolso, y le diste una vuelta en la cerradura. Al abrir esa puerta una sensación extraña invadió tu cuerpo. Recorriste casi la totalidad del departamento con una mirada, y te sentiste emocionada. Aún sin creer. Con miedo, sí. Mucho, porque ahora entendías cual grandeza tenía todo. Ustedes. Sus hijos. Su vida.

Cerraste la puerta, a la vez que tus ojos también lo hicieron. Tomaste asiento en la primera silla que encontraste, y flexionaste tu cuerpo sosteniéndote la cabeza con las manos. Cerrabas lo ojos con fuerza, intentando sacar fuerzas. Mirar para adelante, y dejar en el pasado lo que allí pertenecía. Porque ya te habías sentido así una vez. Aquella, en que tu vientre no se notaba, y tus hijos recién se habían gestado. En donde el calor reinaba Mar del Plata, y tu hermana te abrió la puerta de su casa, creyendo en que ibas a contarle de todo, menos un embarazo. -Si, el mismísimo veintinueve de enero en que todo cambió.-

Llorar es lo que la situación te dio lugar. Llorar lo que no habías llorado. Llorar para liberarte. Llorar para por fin entender que era una realidad, que en tan solo dos meses y algunos días más, vos y Gastón iban a tener entre sus brazos a dos bebés. Llorar para cerrar un ciclo, y empezar otro. Porque esa es una ley universal: Todo final, anuncia un nuevo comienzo.

Unos diez minutos-tal vez más- fueron los necesarios para que tus lágrimas dejaran de caer, para que pudieras lavar tu cara, y sonreírte frente al espejo del baño. – Si, solo vos podías entenderte.
Luego, como siempre lo hacías cuando llegabas a cada lugar, encendiste la radio y dejaste que la música se expandiera por todo el lugar. Agarraste de tu bolso un cuaderno y una lapicera, y dejaste que tu imaginación y proyección dieran paso a los futuros colores que adornarían las paredes. Con Gastón habían coincido que a ese lugar tenían que darle vida, y eso hacías vos allí.

Más tarde, ya tenías todo casi calculado. Solo te faltaba la opinión de tu novio. Porque claro, ibas a consultarle todo. – Hasta el mínimo detalle.-
Y como si el destino hubiera sabido que lo necesitabas, unos pocos minutos después recibiste un mensaje de él preguntando donde estabas. Le respondiste que en el departamento, y a eso te contestó que iba para allá, que ya había salido del trabajo.

-    ¿Cómo andas chiqui? – Canturreó, mientras caminaba en tu dirección. Lo estabas esperando sentada en el escalón de la entrada del edificio.

-    Acá, proyectando nuestro departamento – Sonreíste- Tengo una sorpresa para vos.

Te abrazó por la espalda, y subieron hasta su próximo hogar. Al ingresar, él dejó su mochila al costado de la entrada, y vos caminaste hasta una de las habitaciones en busca de tu cuaderno coloreado, y con el gráfico de la ubicación exacta de los muebles.

-    ¿Te gusta? – Espetaste mientras él lo observaba.

-    Mmm…no – Levantaste tus cejas, y ya te habías ofendido.

-    ¡Más vale, Rochi! Y los colores también. ¿Vos estás segura que esto está en la pinturería no? – Por si las dudas, sabía como te ponías cuando no encontrabas algo.

-    Si novio, me encargué de preguntar antes de armarlo. – Sonrió – Hay olor a comida acá.

-    Si, sabías que todavía no habías almorzado si estabas acá, así que me tomé el trabajo de comprar algo para comer – Una sonrisa perfecta de tu parte, porque había utilizado el delivery – Igual solo fue una excepción – Y ya conocemos su poco amor por el susodicho.

-    Bueno – Alargaste la O, y lo besaste.

Con suerte tenían los utensilios necesarios para los dos. Se sentaron a la mesa, y Ti desenvolvió la tarta de zapallitos que había comprado. Sonreíste abiertamente, porque era tu segundo plato preferido.- Aunque, nada se comparaba con la de tu mamá.- La música de fondo, y ustedes con una charla común.
Cuarenta y cinco minutos después – ni uno más ni uno menos – fuiste a descansar un rato a la cama. Gastón se había quedado lavando los platos, pero en poco tiempo, lo tuviste recostado a tu lado.
Una canción te gustó en la radio, y comenzaste a cantar, a la vez que acariciabas tu vientre. También sonreías porque, hoy los terremotos se comportaban como tales. Con un espacio de tiempo, sentías algunas pataditas de tus bebés.

-    ¿Pegan fuerte? – Y él con sus preguntas. Te abrazó.

-    Se hacen sentir – Reíste, y llevaste su mano para que sintiera alguna.

-    Mellis, yo los amo mucho pero no me hagan sufrir a mamá, eh. No veo la hora de que salgan al mundo, así puedo conocerlos, che. – En esta etapa se había vuelto más impaciente. Pasa que aquellas dos criaturas ya se hacían notar más.

-    No falta tanto, mi amor – Le acaricias la mejilla, y volteaste para poder dormir porque así, te resultaba más cómodo.

Te acarició el pelo, como siempre lo hacía cuando te querías dormir. Permanecieron en silencio, y a lo lejos todavía se sentía la música.

-    ¿Querés hablar? – Y confirmas que te conoce como a nadie. Ibas a refutar sus palabras con tu típico “No me pasa nada” – Sé que algo te pasa, o escondes. – Y eras tan trasparente a sus ojos que ya ni en eso podías mentir.

-    Tengo miedo – Pronunciaste aún de espalda.

A veces querías parecer fuerte, y siempre llevar una sonrisa, ante los demás aunque ya no tuvieras más fuerzas. Te costaba mostrarte vulnerable.

-    ¿De qué Rochi? – Te hablaba calmado

-    No sé – Suspiraste.

-    Si lo sabés, dale contame.- Pero él, se encargaba de hacer surgir hasta las últimas palabras. Con él, no podías llevarte el mundo por delante y fingir que todo estaba perfecto.

-    Todo esto me da miedo… Pensar en lo que viene, sentirme así y tener la prueba exacta que en poco tiempo nuestros hijos van a nacer… Tengo miedo de no ser una buena mamá… - Y con la última frase murió de amor.

Se acercó a tu cuerpo, te abrazó. Te secó las lágrimas, y con la paz que lo caracteriza, te habló.

-    Vas a ser la mejor mamá, amor. Nadie nace sabiendo como ser padres, solo se es y punto. Pero yo sé, que vamos a poder… Aparte, ¿Vos crees que estás sola? – Tu mirada que reflejaba total inseguridad – No, Rochi. Estoy yo, nuestra familia, nuestros amigos… Ninguno de ellos no va a soltar la mano, empezando por nuestros padres que nos cortan la cabeza si no le hacemos conocer a nuestros hijos. – Imposible no esbozar una pequeña sonrisa con sus palabras – Y yo, que desde el vamos quise compartir esta aventura con vos.

-    Perdón – Respiraste – Es que yo pienso, y al ver tantas cosas juntas, como pasó el tiempo, lo poco que falta, me empiezo a desesperar y ahí se me cruzan todas las ideas.

-    Nada de perdones, y tranquila que vamos a estar bien. – Acomodó un mechón que se había escapado de tu colita.

-    ¿Me lo prometes?

-    Todas las veces que me lo pidas. – Te acercaste, y le diste un beso en la comisura de los labios. Te observó, y obviamente que volvió a besarte.


Por la tarde, acompañaste a Gastón hasta la Facultad de Salud, donde entraba a cursar Terapia Ocupacional. Luego, le enviaste un mensaje a Candela para que se acercara hasta la esquina del lugar, así te acompañaba a encargar las pinturas y demás cosas para comenzar a ambientar el departamento.
Al ver a Gabriel a su lado no sabías qué hacer, ni que decir. Habías decidido tomar distancia a partir de aquel episodio en tu cumpleaños, por el bien de todos.
Aún así, ocultaste aquella incertidumbre y los saludaste con tu mejor sonrisa. Candela lo sabía absolutamente todo, y con un simple gesto intentó decirte que ella no había tenido la culpa.

Luego de recorrer la peatonal, y chusmear algunos locales, fueron hasta la pinturería. En el camino, Candela te insistió fervientemente para que cambies el diseño del cuarto de los bebés. Ella, y su eterna pared al natural, y guardas que decoraran alrededor de la misma. Vos, en cambio, habías optado por algo más artesanal. Distintos colores, y un gran dibujo en la pared principal. Llevabas el arte a flor de piel, y desde chica habías soñado con una habitación así. Con vos no había podido ser, por eso decidiste regalárselo a tus bebés.
Se ofendió, y no quiso entrar. No te afectó mucho, sabías como lidiar con los caprichos de tu mejor amiga. Años de experiencia la vida te había regalado.
Gabriel, por el otro lado, estaba fascinado con tu elección, con los colores y los diseños, tan de tu personalidad, que habías elegido.

Pagar lo que habías encargado, recibir una boleta y la información de que mañana tenías todo, fue tu próxima acción. Luego, volvieron a adentrarse en la zona céntrica, y él propuso entrar a un bar a tomar algo. Hacía bastante frío, y el viento ya se comenzaba a levantar, como para seguir caminando.
Candela y sus eternas reacciones infantiles, habías decidido hablarte a través de Gabriel, nada de cruces de palabras. Este hacía de paloma mensajera, y entre frase y frase, soltaba alguna carcajada.
Vino un mozo y les tomó el pedido. Dos cafés con medialunas, y un submarino para vos. – El chocolate se había vuelto tu perdición -

-    Dale, Candelita. No te enojes – La tenías agarrada de la mano, y no dejabas de zarandearla. – No te miraba, pero en el fondo tenía ganas de sonreírte – Si sabés que te quiero mucho, mucho… demasiado – Decidiste argumentar- Y que vas a tener millones de oportunidades para elegir sobre mis hijos – Mirada compradora, pero no surtió efecto – Dale, Candela no seas pendeja. – Y la paciencia en algún momento se agota – Además, sabés que tengo que estar lejos de Gabriel, ¿Y vos que hacés? – Una palabra tras otra – Lo traes acá con nosotras – Respiras - ¿Salida de amigas no leíste en el mensaje no? – Te pasaste, si.

Y no solo eso, también Gabriel había oído la última parte cuando regresaba del baño. Ahora sí querías que hubiera un agujero ahí mismo, para así poder esconderte y no salir más.
Nunca le habías dado explicaciones, ni mucho menos el porqué de tus mil formas de ir al colegio sin cruzártelo en la misma dirección. Habías desaparecido de su vida como si te hubieras esfumado en el aire. Aunque, obviamente Gabriel intentaba comunicarse con vos todos los días, y ciertas veces lograba que lo atendieras.

-    ¿No era más fácil hablar, Rochi? Digo, nos conocemos hace bastante como para andar tratándonos así. – Buscó su mochila en la mesa, guardó su celular en el bolsillo y se dispuso a salir del lugar – Un no te quiero ver más, era más fácil. – Una mirada que te caló hasta los huesos – No me esperaba esto de vos.

Enojado, desilusionado de tu postura quizás, salió del bar y cruzó la calle. Candela observaba la situación sin aún poder creerlo, vos mucho menos. Pero además, sentías una opresión en el pecho. Porque sabías lo que hacías. Sabías que tus eternos escondites, no iban a durar toda la vida, que algún día ibas a tener que hablar. Pero no así, no en esas circunstancias, y mucho menos de esa forma.

Tu amiga sin decir palabra alguna, esperó a que el mozo mirara para su mesa para pagarle lo que debían. Una vez realizada la acción, salieron de allí y decidieron volver hasta tu casa. No querías estar sola.

-    No lo digas – Ni la dejaste omitir palabra – Soy una boluda, una cobarde, si. Todo lo que quieras. – Ibas con los brazos cruzados para reducir el frío, ya que, el viento golpeaba frente a ustedes.

-    Amiga, lamento decirte pero es la verdad. – Imitó tu acción, y achinó aún más sus ojos cuándo una brisa arrastró un cúmulo de tierra. – Rochi, el mundo no es tan grande como para que estas cosas se mantengan escondidas toda la vida.

-    ¡Ya lo sé! – Más pensabas, más te arrepentías – Pero… - Respiraste- Gabo siente cosas por mí, y yo… yo no quiero problemas…

-    Entonces, mejor. No tenés de qué preocuparte porque dudo que Gabriel quiera volver a hablarte. – Resumía todo con esas simples palabras – Tranquila, amiga.

Cruzaron la calle, y se encontraron con una plaza. Buscaste con tu mirada un banco para sentarte, y rápidamente encontraron uno. Respiraste, y mientras tu amiga te abrazaba, pensabas y te arrepentías aún más de todo.

Porque sí, él quería algo y vos no. Porque eso era un problema que los dividía, y su insistencia acrecentó la situación, lo que llevó, a que te alejaras de él, creyendo que así ibas a estar mejor. Pero nunca tuviste la intención de alejarte definitivamente de Gabriel. Porque de tan solo pensar en no verlo, no compartir tus experiencia de vida con él, o algo tan simple, como una tarde de mates y sonrisas, te partía el corazón. Sentías que habías perdido tantos años de amistad por una completa estupidez, por no afrontar el problema, cuándo por ahí, todavía existía una solución.

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