lunes, 11 de junio de 2012

Inesperado Capítulo 18


Capitulo 18:

Candela te acompañó hasta tu casa, y luego, siguió su camino hasta la suya. Colgaste tu morral en el perchero de la entrada, y fuiste hasta la cocina para beber un vaso de agua.
Tras llenar aquel vaso, y saciarte con el líquido de su interior, buscaste las toallas en el cordel del patio, y te metiste al baño, con el fin de darte una ducha. Además, querías un poco de paz. Despejar tu mente, aunque eso fuera un caso perdido.

Transcurrieron diez minutos más, desde que cruzaste el pasillo al salir del baño, rumbo a tu cuarto para vestirte. Primero lo hiciste con tu ropa interior, y antes de ponerte el piyama, hidrataste tu cuerpo con crema. – Esa nueva costumbre que habías adquirido gracias a los consejos de tu mamá. Decía que así ibas a evitar las estrías. – Luego, rápidamente terminaste de cambiarte, ya que, aunque el calefactor estaba encendido, sentías frío.
Tus pantuflas de polar, y estabas lista para ir a preparar tu cena, aunque muchas ganas no tenías.

De repente, sentiste movimiento en la puerta, y claramente, tu hermana había llegado. Sonreíste, y regresaste a lo que hacías antes.
Ella también dejó su mochila en la entrada, y los libros, sobre el sillón. Asomó su cabeza para comprobar si eras vos la que descontrolaba su casa – Si, porque como ya sabemos la música iba a todas partes con vos. Y además, eras completamente desordenada al cocinar. Eugenia no. – A pesar de ver todo ese desorden, y casi quedarse sorda por la radio, te abrazó por la espalda y te dio un beso en la mejilla. Vos diste un pequeño salto por el susto que te causó, después soltaste una carcajada y comenzaste a charlar con ella.

Euge ponía la mesa, a la vez, que proseguía contándote de su tarde – noche – en la Facultad. Y su enojo, porque tenía mucho que estudiar. Porque la hora de las prácticas estaba cada vez más cerca, y eso le causaba cierto temor. Claro, leer y memorizar era fácil. Ahora tenía que incorporar lo de años anteriores, y los de este, para ver que salía de todo eso.
Vos sonreías al escucharla, porque veías lo mucho que te parecías a ella. La forma de hablar, y hasta de quejarse. Además, sabías que habilidad no le faltaba. Eugenia ya era toda una chef, aunque no tuviera título.

Alrededor de las diez menos cuarto, se sentaron a la mesa, y mientras Eugenia preparaba el jugo, cortabas en porciones la tarta de atún que habías hecho. Y para tu gusto, no se veía nada mal. Eugenia acotó lo mismo, y tu autoestima en la cocina, estaba por el techo.

Al haber cocinado te ahorraste lavar los platos, por lo que, te habías quedado mirando televisión en la mesa, mientras, Euge iba y venía con repasador en mano. También, en las partes interesante de la novela se quedaba observando.

Un rato más tarde, le diste un beso y la dejaste sola con su café frente al televisor. Pasaste por el baño, y después sí, fuiste a descansar.
Bajaste otra frazada del placard, la desplegaste sobre tu cama y te acostaste. Luego de taparte, y encontrar una posición cómoda para dormir, apagaste la luz dispuesta a conciliar el sueño. Pero claro, cuándo el sueño está de tu lado siempre hay algo que lo interrumpe. Tu celular comenzó a vibrar sobre la mesa de luz, y al no parar, comprendiste que era una llamada. Observaste la pantalla, y leíste el nombre de tu novio. Frunciste el ceño, y atendiste.

-    Ti, ¿Pasó algo? – Te parecía raro que te llamara a las doce de la noche.

-    No, tenía una llamada perdida tuya por eso te llamé. – Y ahora entendías. Una hora antes, habías marcado su número para hablar con él. Finalmente, rechazaste esa opción.

-    Ah, seguro se marcó solo. Lo tenía en el pantalón – Una mentira para zafar.

-    Está bien, ¿Los mellis? – Y esa pregunta no faltaba nunca en su vocabulario.

-    Ahora están tranquilos. – Sonreíste, y seguro que él también.

-    ¿Vos? – No sabés porqué, pero te dieron ganas de llorar. El embarazo te había puesto más sensible de lo habitual. Además, venías acumulando un par de cosas.

-    También, ¿Y a que se deBen tantas preguntas Dalmau? – Un poco de humor, para quitarle peso a la situación.

-    Te extraño…pasa que la cama me está quedando grande, como siempre duermo en un sucuchito de dos por dos. – Hacía un par de semanas dormías con él, ya que, habías decidido dar el colegio libre a fin de año.

-    ¡Bueno, che!, ocupamos lugar con tus nenes te aviso. – Exclamaste, y reíste.

-    No, siempre fuiste así. Igual no importa, yo te quiero así. – Esa cuota de dulzura que no podía faltar.

-    Y yo amo, eso. Te amo a vos.

Unas palabras más, y te dejó dormir. Aunque ahora el sueño ya se había ido, y por más que cerraras los ojos, no podías dejar de pensar en él, y en su forma de ser avasallante. Así como tampoco, en lo que había ocurrido por la tarde.
Giraste una vez más, para poder alcanzar tu celular de la mesa de luz. Apretaste una tecla, y enseguida la pantalla se encendió, te quedaste observando la foto que habías puesto de fondo semanas atrás. Vos, Candela y Gabriel con apenas siete años, la punta de la nariz pintada de rojo, y unas sonrisas gigantes. Y de un momento a otro, extrañaste esos tiempos.

“Perdón”, y fue lo primero que tus dedos teclearon. Y así, sin más, decidiste enviárselo para que de alguna forma apaciguara su enojo. En verdad, Gabriel era importante en tu vida. Y más allá de todo, amigos como él no valía la pena perder.

Al día siguiente, la mañana te encontró despertando temprano aunque no fueras al colegio. La noche anterior, sin poder conciliar el sueño recordaste que tu mamá hacía unos días te había invitado a sus clases. Esas que había retomado en una de las Academias de música de la ciudad, en el nivel intermedio.
Elegiste un conjunto cómodo pero abrigado, zapatillas y nada te faltaba para poder salir a la calle. Solo pasar por el baño, y arreglarte el proyecto de peinado que tenías en tu cabeza.

Diez minutos después, le robaste las monedas que tenía guardadas tu hermana, y luego, de llenar tu morral con las cosas necesarias decidiste caminar hasta la parada del colectivo.
Al ver que no venía, te sentaste en el escalón de una casa que quedaba justo en frente.

Ya dentro del colectivo, sacaste los auriculares de tu bolso, y enseguida, comenzaste a escuchar música. Mientras tanto, también te fijaste si por ahí tenías un mensaje y no te habías dado cuenta.
En realidad, Gabriel no te había contestado y desde ayer estabas pendiente de si lo hacía o no. Tenías ansias de leer, aunque sea una palabra al respecto.

Unas cuadras más adelante, divisaste aquella casona que te indicaba que debías bajar. Así lo hiciste, y tras caminar unos pasos, ya te encontrabas dentro de la institución.
Fuiste hasta la oficina de entrada y preguntaste por tu mamá -por la hora que era- creías que ella ya iba a estar allí. Y no creíste mal, Emilia se encontraba en el segundo piso, justo en el aula número cuatro.
Seguiste las indicaciones que te dio la mujer de la entrada, y con suerte llegaste al salón donde tu mamá organizaba pequeños grupos, valla a saber para qué. Ingresaste, y un montón de caras voltearon para observarte. Ninguna de ellas pasaba los doce años.
Tu mamá te sonrió, y enseguida te invitó a pasar. Unos minutos después, te presentaba a su grupo, y como resultado obtuviste un “hola” a coro.

Te sentaste en un rincón y desde allí te dedicaste a observar la clase. Te divertías, y sonreías. Un poquito te veías reflejada en ellos. – Claro que, unos años atrás. – Cuándo acompañabas los sábados a tu mamá, y cada día te hacías una amiguita nueva. Otro recuerdo que vino a tu mente fue cuándo fueron a ayudar a ese comedor, llevaron comida y abrigo para pasar el invierno, pero también les regalaron a los chicos un poco de su música. -Un poco de tu corazón.- Porque sí, con diez años te subiste al escenario improvisado y le dedicaste la canción a cada uno de ellos. Todavía recordás la sonrisa de tus papás.

Al finalizar la clase, incitados por tu mamá el grupo te pidió una canción. Y te agarraron de sorpresa, porque a pesar de que tenías una guitarra en tu casa, la tenías bastante descuidada. No te tomabas el mismo tiempo que antes.
Aún así, hiciste el esfuerzo y recordaste algo para poder cantarles. No podías negarte a esas sonrisas, mucho menos a la insistencia de tu mamá.
No fue con la guitarra, sino con el piano. Tu canción preferida, esa que nunca olvidas, te salvó la situación. Y a decir verdad, todos quedaron complacidos. Vos sonreíste, y aceptaste los besos de eso diez chiquitos. Porque claro, ninguno se iba sin el beso a Emilia. Y claro, vos tampoco lo ibas a hacer.

-    Quién iba a decir que ibas a volver a cantar – Se sentó a tu lado y te acarició el pelo. – Ahora me doy cuenta cuanto se extraña tu voz en casa.

-    ¡Mamá no empieces! – Sonreíste. Ella nunca se iba a acostumbrar a tu ausencia - ¡Que grupete que tenés! ¿Todos son así?

-    La mayoría, con los más chiquitos te morís si venís. – ¿Te gustó entonces?

-    Me encantó – Una sonrisa de oreja a oreja, y te apoyaste en su hombro - ¿Comemos juntas? – Preguntaste unos minutos después.

-    Como vos digas, tengo hasta las tres libre.

-    ¿Después volvés?

-    Si, tengo toda la tarde acá. – Se paró a buscar su cartera y una pila de papeles. – Y los mellis de la abuela, ¿Cómo están?

-    Bien, inquietos como la madre. – Rió, y seguramente te recordó cuando eras chiquita - ¿Y vos? – Ya estaban saliendo del lugar.

-    Y…ahí, pero bien. – Esa necesidad de achicar las cosas para no preocupar.

Saludaron a dos profesores que ingresaban a la Academia, y salieron en busca del auto de tu mamá. En el camino, le diste a elegir el lugar para comer a ella, mientras tanto, tu celular vibró porque te había llegado un mensaje.

“Sabés que nunca me voy a poder enojar con vos, pero creo que todo esto no era necesario. Ya te dije, había mil formas para hacerlo. No así, Rochi.
Tenemos que hablar, pero va a ser mejor que sigamos así por un tiempo. Que las cosas fluyan.”

Y él te contestó.

A decir verdad, esperabas algo peor. Enojo, rabia, furia. Pero no. Habías olvidado que Gabriel era así, pacífico y el eterno amigo del tiempo. La última frase resumía todo.
Además, eras como su hermana. Prácticamente compartieron toda su vida juntos. Le era imposible decir algo en contra tuyo. Porque te adoraba…te amaba.

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