miércoles, 13 de junio de 2012

Inesperado Capítulo 19


Capitulo 19:

Hacía un par de minutos que Emilia te había llevado hasta tu casa. Vos la invitaste a pasar, y casi provocaste su muerte. El desorden que había en la casa de Eugenia era de no creer. En seguida comenzó a reprocharte – tu hermana zafó porque estaba trabajando – que no podían estar en esas condiciones, que ya eran grandes, y no sabés cuantas cosas más porque decidiste dejarla hablando sola, mientras intentaba poner en su lugar todo lo que encontraba a su paso. En este preciso instante maldecías haberla dejado pasar.
  
De todos modos, caminaste sin preocupación por el pasillo – y hasta sonriendo, porque antes esto era algo cotidiano en tu vida – entraste a tu habitación y agarraste los pinceles, tu boceto y demás cosas para comenzar a preparar la habitación de tus bebés. De pasada ibas a ir a la pinturería.

-    Dale mami una sonrisita para tu nena – Y tu mamá aún conservaba su mejor cara de perro.

-    Vamos, mejor – Bufó, y salió de la casa.

Cerraste con llave, y luego de cargar las cosas en el baúl, te acomodaste en el asiento de al lado. Ella encendió el motor, y vos ya estabas tocando el botoncito para prender la radio.

-    ¡Daaale, má! – Esbozaste tu mejor sonrisa para lograr que se le pasara el enojo. – Mirá que se enojan tus nietos, eh. Nosotras nos tenemos que llevar bien. – Eran su punto débil, lo sabías.

-    Rocío a las criaturas me las dejás afuera, el problema es entre vos yo y tu hermana.

-    Y bueno, pero es bastante razonable el desorden que tenemos – Y acompañabas tus argumentos con las manos – Euge trabaja a la mañana, estudia a la tarde, yo…bueno, mucho no hago ahora…pero pinto. – Una mueca con diversión, y ya la habías comprado.

-    Cállate mejor pintora… ¡Pintora ahora sos! – Se reía, y exclamaba aún sin creer.

-    Cuando veas el arte en la habitación de mis hijos, vas a cerrar esa boquita que Dios te dio. – Le sacaste la lengua y ahora te ofendiste vos.

Volvió a reír por tu cara, y aprovechó el semáforo para revolverte un poco los pelos.
Diez minutos después, tras pasar por la pinturería, doblaron en una esquina y estaban frente al edificio. La invitaste a pasar, pero ella ya tenía que volver a trabajar. Aunque, aún así te prometió pasar más tarde para ver como iban las cosas. Sobre todo para afirmar eso de tu “arte”

Tenías en tu mente la última canción que habían pasado en la radio, la tarareaste todo el camino hasta llegar al 4C.
Entraste como pudiste, cerraste la puerta con el pie y caminaste con las bolsas hasta el cuarto. Ese que en un abrir y cerrar de ojos estuvo cubierto de hojas de diario, y con un sinfín de cosas por donde se lo mirara. Comenzaste a dibujar sobre la pared con una precisión exquisita, seguías al pie el boceto que habías diseñado. Ni una línea se te podía escapar.

Un poco más tarde – aún no podés adivinar cuándo- Gastón te sorprendió en el marco de la puerta. Sin decir nada, él se había instalado ahí y te había estado observando como te subsumías en tu mundo. Porque una vez que empezabas algo, nada te detenía. – Así el mundo se detuviera, vos seguirías allí.
Te asustaste y te hizo rayar una parte. Un grito, y él lo primero que hizo fue reír. Se acercó a abrazarte, y a pesar de que al principio ni lo querías mirar, en pocos segundos te tenía entre sus brazos. Porque sí, Gastón te podía en todo los sentidos posibles.

-    ¡Con la lengua me vas a borrar la raya ahora Gastón! – Y otra vez te ofendías.

-    ¿Querés que intente? – Lo fulminaste con la mirada, y él “intento” ponerse serio.

-    Ni se te ocurra – Lo corriste de tu lugar. Un poco más y lo sacas de la habitación.

-    Un beso, chiqui – Ni cinco de bolilla le diste – Uno y te juro que me quedó acá. – Se refería a la puerta.

-    Uno, pero porque soy buena. – Te acercaste con una pequeña sonrisa.

-    Y porque te morís de ganas. – Y si hacía esos comentarios claramente no era tu Gastón Dalmau.

Soltó una carcajada, y fue a la cocina con la excusa de poner la pava para el mate. Vos también sonreíste y regresaste a tu lugar.

Una hora – y un poco más – terminaste de dibujar en la pared y decidiste continuar mañana, ya que te sentías cansada y el dolor de espalda que tenías ya casi no lo tolerabas.
Gastón te ofreció ir a comer a su departamento y aceptaste con gusto porque no tenías nada mejor que hacer. Ni loco te dejó caminar una sola cuadra más, luego que arreglaste un poco la habitación, pidió un taxi.

Pasaron unos minutos y ese auto bicolor los dejó frente al edificio. Él pagó, y descendieron de aquel vehículo. No tuvo necesidad de buscar las llaves, debido a que el encargado se encontraba en la puerta. Lo saludaron y continuaron su camino.
Estabas totalmente apoyada en el ascensor y tu cara demostraba aquel cansancio que acarreabas. Ti te miró y te hacías cara, vos sonreíste con desgano y él te abrazó. Te dejó un beso en el pelo, y cuando querían acordar ya estaban en su piso correspondiente.

-    Date una ducha, y metete en la cama si querés. – Te explicó mientras abría la puerta.

-    No, ¡no te voy a dejar solo! – Exclamaste, y aspiraste el exquisito aroma a vainilla que había allí.

-    Yo cocino Cé, en serio no te hagas drama y anda a descansar hasta que este la cena.

-    No, me aburro sola. – Le hiciste hombritos, y Gastón se rió.

-    ¡Sos terrible!, ¿Decime como te dejo quieta un rato a vos? – Se acercó, te besó.

-    Yo me baño y vengo para la cocina – Él no quería – Y te prometo… te juro que me quedo sentada… y no hago nada.

-    ¿Y yo te tengo que creer?

-    Si

-    ¿Por qué? – Enarcaste la ceja.

-    Sos mi novio, y aparte te lo juré.

-    Anda mejor, anda – Rió y te acompaño hasta la habitación.

Gastón dejó la mochila con sus cosas y te dio un juego de toallas limpio para que usaras, luego, comenzaste a quitarte la ropa y enseguida te metiste al baño.
En cambio, él fue hasta la cocina y revisó en la alacena y la heladera haber que tenía para preparar. Mucho tiempo de ir al supermercado no había tenido, por lo que tirabuzones con salsa fueron la mejor opción. Además, el frío de otoño acompañaba.

Como siempre, su comida había sido una maravilla. Vos quisiste lavar los platos pero el te excusó con lo de la promesa y no pudiste hacerlo. Él tampoco quiso, por lo que, quedaron ahí en la pileta. Gastón ni un problema se hacía, vos te había ofendido y no ibas a ir a dormir hasta que el susodicho lavara aquellas cosas.
Y no entiendo para que perdés tiempo enojándote, Gastón te cargó en sus brazos a la fuerza, y entre risas te llevó hasta el cuarto. Una vez allí, ya no podías hacer más nada.
Le robaste una de sus remeras, y te acomodaste en su cama.

Antes de hacer lo mismo, se preparó un té de frutilla para él, vainilla para vos.
Mientras él esperaba a que se enfríe el suyo, se tomó el tiempo de acariciar tu panza, y de paso, encontrar señales de los bebés.

-    Para mí que fue Olivia – Concluyó luego de sentir una. Vos por poco escupís todo al escuchar ese nombre.

-    ¿Olivia? – Lo miraste extrañada - ¿Vos estás bien mi amor? – Le tocaste la frente para ver si tenía frente.

-    ¡Hey, no critiques mi nombre!, mi vieja me contó el otro día que si yo era mujer me iba a llamar así. – Y él ofendido era un personaje. Reprimiste una risa, pero no tuvo mucho resultado.

-    Bueno… ¿pero podríamos pensar otro no? – Y no te gustaba, claramente.

-    Podríamos – Sonrió, y de la ternura que tenías le diste un beso.

-    Digamos tres y tres, sin repetir ni soplar. – Hablaste rápido, pero entendió.

-    Bien – pensó, y vos también – Candela, Lola, Juana y para el varón, Martín, Agustín y Joaquín.

-    Máximo, Mateo y Tomás, para la nena Joaquina, Ema y Paz.

-    Ni uno parecido, che. ¿Cuál te gusta del mío?

-    Ninguno

-    Sos rara Rocío, eh – Siguió bebiendo su té.

-    Hacemos así, yo elijo el de la nena y vos el del varón.

-    No – bufaste – invirtámonos los roles, yo mujer vos varón. – Y sí, era complicado.

-    Como te guste.

Se quedaron en silencio un rato, vos giraste para el lado izquierdo porque te resultaba más cómodo. De repente, Gastón te sorprendió con el nombre elegido.

-    Paz
-    Mateo

Y fin de la discusión. Por lo pronto, esos iban a ser los nombres.

-    Que duerman bien, Mati y Pachi – Y hasta los sobrenombres había pensado.

Aún no podías creer de donde sacaba tanta ternura. Sonreíste por lo embobado que estaba al dibujar círculos en tu panza. Te quejaste porque te daba frío, pero el se excusó con que estaba acariciándolos. ¿Y vos que ibas a hacer?, si te podía de cualquier forma. Sobre todo en su faceta de papá.

-    Cantales una canción de cuna, si querés también.

-    No canciones de cuna no, No Te Va a Gustar desde la panza. – Y reíste porque sin dudas pasaba la mayor parte de su tiempo libre escuchando a ese grupo.

-    Como quieras, pero déjame dormir.

-    No me digas que canto mal, ¡bien que te dormías! – Eso era verdad, pero lo negaste a muerte.

Apagaron la luz, y Gastón te abrazó por la espalda. Te dejó un par de besos, y te cantó también.

-    Tenés la receta justa para hacerme sonreír, y todo el tiempo sabés lo que me asusta, sabés lo que me gusta estar con vos… ¿Querés que siga?

-    Si – Y tenías esbozada una gran sonrisa.

-    Me quitas el sueño, me quitas el habla pero si estoy con vos no necesito nada..

-    Admito que ganaste – Que vos le reconocieras algo era un logro. No lo veías pero imaginaste su mejor cara de triunfador – Te amo, y te aviso que tus hijos me acabaron de dar señales, yo no sé si te habrán escuchado o qué…

-    Más vale, y quieren decir que su papá es el mejor cantando – Un último beso, y por fin se dedicaron a dormir.

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