Los salteadores que
detuvieron la diligencia un par de horas después en la carretera, no podían
imaginar que no era un buen momento para atracarla. Eran dos, y cada uno de
ellos sujetaba un revólver en cada mano. De hecho, por lo que se veía a pesar
de ir enmascarado, uno parecía ser una chica, o un muchacho muy joven, bajo y
flaco. El otro, que era quien hablaba, era un pedazo de animal.
Dio órdenes de que dejaran
las armas y les entregaran todos los objetos de valor. Gastón, que en aquel
momento iba en el pescante con Will, no obedeció. Will sí, y deprisa. Había
asistido a muchos atracos en su trabajo y, en su opinión, no le pagaban lo
suficiente para arriesgar la vida intentando proteger lo que había en los
bolsillos de otras personas. Gastón podía haber pensado lo mismo si la solterona
no hubiera vuelto a sacarle de sus casillas aquel día.
—No estoy de buen humor —aseguró
con el rifle ya en la mano, puesto que lo llevaba en el regazo—. Si
tenéis algo de sentido común, os daréis cuenta de que no deberíais meteros
conmigo hoy. Si tengo que disparar, lo haré a matar. Así que será mejor que os
lo penséis un momento y os larguéis.
En ese instante era bastante
probable que empezaran a volar las balas. Los salteadores corrían ese tipo de riesgos,
y aquellos dos tenían ya las armas preparadas, mientras que sólo Gastón estaba
armado para enfrentarse a ellos. Pero con toda probabilidad no sabían que en el
coche no había sino mujeres, de modo que pensarían que podían intervenir más
armas en la acción.
Sin embargo, como Will había
dejado la suya al ordenárselo, en ese momento sólo tenían que encargarse de Gastón. Claro que, con buena puntería, bastaba con un solo rifle. La cuestión era
si creían que ellos eran mejores y más rápidos. Únicamente ellos sabían lo
buenos que eran.
Se produjo entonces un breve
intercambio de susurros entre ambos, y algunas palabrotas. Chad esperó con
paciencia. Casi rogaba que no se echaran para atrás. Pero, si bien no dudaría
en meterle una bala en el cuerpo al tipo corpulento, era incapaz de disparar a
adolescentes o a forajidas, lo que quiera que fuese el otro asaltante. Se
sintió algo aliviado cuando el bajo dio una patada al suelo y se dirigió hacia
el arbusto donde estaban atados los caballos. El hombre corpulento retrocedió
más despacio, pero al cabo de un momento, también había desaparecido. Gastón siguió esperando, alerta, y no se relajó hasta oír que sus caballos se alejaban
a galope.
—Eso ha sido una
verdadera estupidez —se quejó Will mientras recuperaba el arma del suelo
del vehículo y volvía a ponérsela en la pistolera—. Lo normal es que
haya unos cuantos más apostados a los lados, preparados para cualquier tipo de
resistencia.
—Pero aquí lo normal
no ha valido, ¿verdad? —contestó Gastón encogiéndose de hombros.
—No, claro que tú no
lo sabías. Ha sido pura suerte que sólo estuvieran ellos dos. Una vez vi cómo
disparaban tantas balas a un coche que hasta se le cayo la rueda. Y esa vez
también había sólo dos salteadores a la vista, pero resulto que en total eran
seis.
—Quizá deberías
buscarte otro trabajo.
—Quizá sí —concedió
Will con un bufido—. Pero, mientras tanto, ¿por qué no te pones de mejor
humor para que no consigas que me maten?
Gastón pensó que la tensión
nerviosa era lo que le hacia hablar así, de modo que no se ofendió. Aunque
cuando la misma tensión nerviosa le llegó procedente de otra dirección, lo
hizo.
La muchacha bajó del coche
con la cara roja de rabia y empezó a gritarle.
—No vuelva a ponernos
nunca en peligro de este modo. ¡Podría... podríamos estar muertos! ¡Unos
cuantos baúles llenos de ropa y un poco de dinero no valen vidas humanas!
Se hacia el héroe y recibía
una bronca. Fue la gota que colmó el vaso. Bajó del coche, agarró a la
solterona por el brazo y la arrastró veinte metros antes de detenerse.
—Tengo ganas de
sacudirla hasta dejarla tambaleando —gruñó—. Diga una palabra más
y tal vez lo haga. La situación estaba controlada, señorita. Si no hubiera
tenido el rifle en las manos, podría haber sido distinto. Y si no me hubiera
irritado antes con sus estúpidas acusaciones, también podría haber sido
distinto. Así que tal vez debería plantearse cerrar el pico a partir de ahora,
y puede que llegue a Twisting Barb de una pieza.
La dejó y fue a comprobar
cómo estaba Eugenia. Seguramente seguiría asustada, puede que necesitara
consuelo. Abrió la puerta del coche y vio los ojos tranquilos de Esperanza puestos en él (nada parecía perturbar a la criada) y a Eugenia profundamente
dormida. Esa preciosidad no se había enterado de nada.

agg. como me enferma que se fije en eugenia!! es toda na engreida!! espero que pronto se de cuanta de que rochi es mucho mejor persona1 y bella debajo de todo el disfraz que lleva encima
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