domingo, 18 de noviembre de 2012

Antes y Despues de Odiarte capitulo treinta y cinco


Avanzó casi a ciegas por el pasillo. Pretendía irse sin que se notara, sin encender ninguna luz, sin decir adiós.
Se detuvo ante el suave resplandor que ofrecía la puerta abierta de la cocina. Las farolas aún estaban encendidas, pero la difusa claridad que se filtraba por entre las cortinas era la del incipiente amanecer. El claror sobre la blanca superficie del frigorífico le hizo fijarse en que esta vez las letras imantadas sujetaban una fotografía.
Se volvió para mirar atrás, hacia la habitación de Rocio. No escuchó nada que le indicara que ella había despertado. Entonces, tan sigiloso como un ladrón, se acercó a contemplar la imagen. Era la misma foto de Tsamoha que Rocio tenía en la mesa del despacho.
La tomó entre los dedos y durante unos instantes observó los enormes y expresivos ojos negros que una vez creyó que llegaría a conocer.
Con un suspiro silencioso devolvió la foto a su lugar y la sujetó con una letra en cada una de las dos esquinas inferiores. Recorrió con los dedos el rugoso trazado de la T mientras se sumía en remembranzas.
No había oído el sonido de pasos de hacía un instante, ni había reparado en que Rocio llevaba unos segundos junto a la puerta mirándole con triste embeleso.
—¿Te vas? la oyó decir con voz apenada.
Se sobresaltó. Allí, parada en medio de las sombras, la sábana con la que cubría su cuerpo resplandecía con la tenue luz de la mañana. Observó su pelo revuelto, sus hombros desnudos, y recordó los momentos apasionados que habían compartido esa noche. Había sido diferente a la primera vez. El cuerpo le había pedido un ritmo más lento, más cadencioso con el que disfrutar de cada segundo que la tuvo pegada a su piel para que el éxtasis resultara más largo e intenso; para pretender, aunque fuera por una fracción de segundo, que los últimos años no hubieran existido y que ella siguiera siendo la dueña de su vida y de su corazón. Y así lo había sentido hasta que abrió los ojos y descubrió que se había quedado dormido entre sus brazos; hasta que experimentó el placer de despertar, verla respirar y recordar cómo había gemido para él... Entonces había llegado la desazón, el remordimiento.
—¿Te vas? repitió al suponer que no la había escuchado.
Sí. Tengo que... Se frotó la nuca, incómodo, mientras inventaba un motivo.
Tienes que terminar el último diseño dijo ella.
Sí. Eso es. Escondió las manos en los bolsillos como si de ese modo pudiera borrar el que ella le hubiera visto acariciar el pasado. Tengo que aprovechar el domingo para avanzar.
Rocio encogió los dedos de sus pies descalzos y alzó un poco más el amasijo de sábanas que arrebujaba contra su pecho.
Cuando nos lo entregues... Pensarlo ya la asfixiaba. Cogió aliento. ¿Cuándo nos lo entregues desaparecerás? preguntó con temor.
No susurró mirándola sin conseguir ver sus ojos en la oscuridad. No.
Sonrió aliviada y él se preguntó si podría tenerla cuantas veces quisiera hasta que llegara el momento de olvidarla para siempre. Existía un peligro, y él lo sabía. Pero también estaba su imperiosa necesidad de ella. Únicamente debía decidir si saciar esa apetencia merecía el riesgo de terminar necesitándola con más crudeza.
La miró fijamente mientras se acercaba. Cuando pudo apreciar el miel de sus ojos se detuvo a observarlos, y por su brillo entendió que por alguna incomprensible razón ella seguiría recibiéndole. Cada milímetro de su piel le palpitó bajo la ropa anticipándose a lo que sabía que iba a sentir cuando volviera a tenerla.
Y decidió que el resto no importaba.
Que él pudiera vivir en continuo martirio echando de menos esos momentos de pasión, mientras ella consumía sus días en la cárcel, no importaba.
Minúsculas partículas de placer le brotaban todavía por los poros de su cuerpo cuando, sin decir una palabra, reanudó con lentitud sus pasos hacia la salida.
Al escuchar Rocio el sonido de la puerta que advertía que ya estaba sola, apoyó la sien en el marco de madera sin apartar los ojos de las letras que él había acariciado. Estaba segura de que esa noche habían hecho el amor. Esa vez, sí, le había sentido a él. Esa vez, además del gozo físico, él le había entregado su ser y sus caricias le habían rozado el alma para llenársela de ternura y de esperanza.
Suspiró al tiempo que se acercaba al frigorífico. Observó que la s y la h estaban ligeramente desplazadas hacia arriba para sujetar la foto. Las que Gaston utilizó incontables veces para escribirle «Te amo» continuaban en su lugar.
Las rozó con los dedos y recordó otra mañana muy diferente a esa.
Gaston y ella hacen el amor mientras el sol entra por la ventana y les acaricia la piel desnuda. Se aman, hasta acabar exhaustos y jadeantes, y después continúan tocándose con languidez. Ella sugiere que le apetece algo fresco y jugoso, él la besa apasionadamente en los labios y salta de la cama para buscar en la cocina.
Lo espera hasta que no soporta echarlo de menos por más tiempo.
Sale en su busca sin ponerse nada que la cubra y lo encuentra alterando el lugar y la posición de las letras para forma un Te amo. Él la mira de arriba abajo con admiración, la abraza y le da a morder una gran ciruela amarilla.
—¿Qué quiere decir Tsamoha? Se interesa. Siempre lo pienso al cambiarlas de orden y poner boca abajo esa e para convertirla en una horrible a ríe, divertido, pero después olvido preguntártelo.
Tsamoha es una niña a la que amadriné cuando tenía dos añitos. Sus ojos brillan con ternura al recordarlo. Ha crecido mucho desde entonces. Es preciosa y la adoro.
—¿La conoces? Da un bocado a la fruta y se la ofrece de nuevo.
Aún no, pero lo haré. El viaje es costoso y no quiero ir con las manos vacías. Estoy ahorrando para...
No hace falta que lo hagas la interrumpe, radiante. Yo te pagaré ese viaje y todo lo que quieras llevarle.
Ella siente una punzada en el corazón. Le mira con ojos sorprendidos y la tez de pronto blanquecina.
Estamos hablando de mucho dinero musita con preocupación. No puedo aceptar un regalo así.
—¡Claro que puedes! Si nos hubiéramos conocido hace unos años ni siquiera hubiera podido invitarte a un café dice, satisfecho de poder hablar en pasado. Pero ahora tengo una pequeña fortuna exagera con una sonrisa de felicidad. Y no se me ocurre una forma mejor de gastarla que haciendo felices a las personas a las que quiero. Y a ti te amo con toda mi alma.
Rocio apretó con fuerza los párpados al recordar la angustia que sintió al escucharle hablar con tanta ligereza de dinero. Se había negado a creerle un delincuente, había discutido con el comisario y hasta había cuestionado que los informes fueran correctos. Pero su generoso gesto se convirtió en el motivo que con más firmeza le hizo dudar de su honestidad.
También en aquel momento había cerrado los ojos para soportar el impacto. Entonces él la había abrazado con ternura y le había rogado que no se preocupara, que podía permitirse un gasto como ese. Que él también disfrutaría del viaje acompañándola a conocer a la niña si eso la hacía sentir mejor. Había resultado irónico que tratara de tranquilizarla hablándole de lo que solo podía aumentar su inquietud.
Acarició de nuevo las letras, esta vez únicamente con la mirada. No quiso devolverlas a su posición y tampoco componer con ellas la palabra que nadie salvo él podía formar. Únicamente podía soñar con que volviera a hacerlo cada mañana, durante todos los amaneceres de su vida, para que ella la encontrara al despertar. Pero para que ese milagro se diera antes debían hablar de los errores que cometieron en el pasado, y eso iba a resultar imposible. Lo pensó cuando los intentos que ella había hecho esa noche, él los había silenciado mordiéndole la boca con apasionada fiereza.


Volvían a estar en la planta más baja del parking, en la peor iluminada, en la ciega a las cámaras de vigilancia, y el confidente volvía a estar descontrolado.
No me gusta que me engañen, aunque quien lo haga asegure que va a pagarme cojonudamente bien.
Era mejor que no lo supieras se justificó el comisario. Y si lo piensas con calma me darás la razón.
El chico resopló, se llevó las manos a la nuca y se alejó unos pasos, tenso y silencioso. Regresó al cabo de unos segundos, para seguir hablando en voz baja.
—¿Sabe el acojono que tuve? preguntó entre dientes y acercándole el rostro. Cuando nos reunieron a todos en la vieja nave ya sospeché algo, pero cuando cerraron las puertas, con todos dentro, me di por jodido.
Pero mantuviste la calma, como siempre, y no ocurrió nada.
—¡No habría podido hacer ni un puto movimiento aunque hubiera querido! bramó con expresión desencajada. Sé bien cómo arreglan las cuentas esos jodidos perturbados. Cuando Carmona dijo «tenemos entre nosotros a un chivato», me quedé sin sangre en las venas porque toda se me amontonó en el cerebro. Pensé que me estallaba la cabeza.
Se apartó una vez más, con las manos de nuevo en la nuca, como un detenido. El comisario guardó silencio dejando que se desahogara a su manera.
No tardó en volver al rincón oscuro.
Carmona empezó a andar hacia nosotros y mientras lo hacía me miraba a mí, solamente a mí, venía a por mí... Inspiró con la boca abierta, como si se ahogara. Estuve a punto de sacar mi arma, no para defenderme, sino para pegarme un tiro antes de que esos putos desgraciados me pusieran las manos encima. En el último momento se volvió hacia el tío que estaba a mi izquierda y le puso la pistola en la frente. Y entonces tuve miedo de que me notaran el alivio. ¡Si hubiera sabido que yo no era el único que estaba en esto habría estado más tranquilo, joder! reprochó con impotencia.
Y ahora estarías muerto. Si los dos hubierais conocido la existencia del otro, él habría intentado librarse inculpándote y habríais caído los dos el joven le miró entrecerrando los ojos. Reconocerás que mi forma de hacer las cosas te ha salvado la vida.
Puede que sí dijo sin reconocerlo del todo, pero tenga claro que me largo. Esperaré hasta pasarle toda la información. No meta la pata otra vez, jefe. Termine con esto, págueme como me prometió y no volverá a verme nunca más.
Tú cumple con tu parte y yo cumpliré con la mía.
Usted prepare bien a sus hombres, porque en unos días llega el cargamento desde Colombia. Carmona piensa que ha limpiado de soplones la casa y ahora le urge recuperar el tiempo perdido. Tiene a dos de sus retrasados buscando a un tipo al que se supone que ya tenían localizado rio por lo bajo. Parece ser que quiere saldar una vieja cuenta de la que todavía no he conseguido información. Les pone la sangre a esos jodidos cabrones bromeó con una mueca nerviosa.



3 comentarios:

  1. Me da miedo Carmona, me da miedo Pablo, me dan miedo. Para colmo Gaston que la quiere meter en la carcel. Pero él sabe que la ama, y Rochi pobre, me da pena que no sepa nada, porque ella parece confiar en él,y él que no quiere hablar, en fin, no se que más decir, me encantaron los dos capitulos, y espero que pronto subas mass!!!!

    ResponderEliminar
  2. Me encantaron y mucho los dos capitulos que dejaste! Son tiernos y duros a la vez estos dos, pero imaginarlos juntos es lo màs lindo. Espero que pronto tengamos màs pq me desespera esperar tanto jajaja y esta vez si que demoraron :_ Bueno, nose que màs decir jajaja QUIERO MÀS :)

    ResponderEliminar