jueves, 20 de diciembre de 2012

Antes y Despues de Odiarte capitulo cuarenta


siguió arrodillada en el suelo. Llevaba sintiéndose mal los tres mismos días que llevaba sin ver a Gaston. Podía parecer exagerado, pero ella encontraba lógico que a la vez que se le iba muriendo el corazón se le enfermara también el cuerpo.
¿Qué iba a hacer ahora, para saber de él, si ya les había entregados los diseños y había cobrado por ellos? ¿Qué podía hacer, si hasta las felicitaciones del cliente le había transmitido? ¿Qué iba a hacer, cuando ya lo había hecho todo para estar cerca de él y nada había funcionado? No debió albergar ninguna esperanza. En su lugar debió haber tenido presente que la herida que deja una traición tan grande nunca termina de sanar.
Sonó el timbre de la puerta al mismo tiempo que Su estómago se retorció. Se puso en pie, se mojó la cara y se enjuagó la boca en el lavabo. Se secó con una pequeña toalla, mirándose en el espejo. Estaba horrible, con la piel blanquecina y unas oscuras y hundidas ojeras. Era el aspecto mortecino de quien no se encuentra el alma.
Se frotó las mejillas mientras dejaba que sonara el timbre, y el corazón volvió a latirle resucitado cuando le pareció escuchar la voz de Gaston.
Caminó por el pasillo sin encender la luz, con las manos sobre el pecho, conteniendo la respiración y amortiguando el sonido de sus pasos.
Abre, Rocio. Por favor, abre le oyó decir con voz apagada.
Se paró junto a la puerta agonizando en contradicciones. Quería verle, mirarle a los ojos, hablarle... pero aún era pronto para eso. La herida era demasiado reciente y demasiado dolorosa. Temía que le faltarían fuerzas para estar ante él sin echarse a sus brazos buscando su consuelo.
Por eso se quedó quieta, rogando por que se cansara de llamar y se fuera.
Abre un momento volvió a pedir tras la puerta. Tenemos que hablar.
Hablar. Le estaba pidiendo, en tono dulce y afligido, que hablaran. Al fin aceptaba que hablar era el primer paso que debían dar; el primero que debieron haber dado desde el principio. Y la esperanza volvió a asomar con timidez en su herido corazón.
Le temblaban los dedos cuando descorrió el cerrojo y tiró de la manilla. Él apareció con una sombra de cansancio en sus ojos verdes, y, ella, conteniendo la respiración, retrocedió para dejarle espacio.
He luchado por no venir se justificó parándose de frente. Te juro que lo he intentado con todas mis fuerzas.
Tampoco para mí está siendo fácil reconoció, expectante.
Entonces ¿por qué lo hiciste; por qué me echaste de tu lado? La sintió dudar, y por un momento creyó que podría convencerla. Olvidemos lo ocurrido. Volvamos a estar como antes.
—¡No! Como antes no negó enérgicamente con la cabeza. Si de verdad queremos estar juntos, primero debemos hablar de lo que...
—¿Por qué vuelves una y otra vez a lo mismo? ¿No te das cuenta de que tu insistencia es lo que lo ha estropeado todo? preguntó con desaliento. Estábamos bien cuando no tocabas el maldito pasado.
—¡¿Bien?! exclamó, aturdida. ¿A qué llamas estar bien? ¿A lo que aseguraste que podíamos hacer en cualquier sucio colchón? ¿A que llegaras aquí cada noche con el único propósito de que me abriera de piernas para ti?
Él acusó el golpe, y la rabia no le dejó ver que lo había merecido.
No me pareció que te quejaras ninguna de las veces respondió a la defensiva.
La observación, aunque cierta, la hirió profundamente recordándole cuál sería el tipo de relación que tendrían si le aceptaba con sus condiciones. Volvería a pasar a su lado las horas que él quisiera y del modo en el que se le antojara; volvería a amarle en silencio cuando a él no le apeteciera escuchar sus «te amo». ¿Y cuánto tiempo más se sostendría esa locura?... Probablemente hasta que él se decidiera a escoger entre el amor y el odio que sentía por ella.
—¿A esto te referías al decir que teníamos que hablar? preguntó en tono acusador para después apretar los párpados y pedir: ¡Vete! ¡Vete y no vuelvas!
—¿Por qué me reprochas algo que los dos quisimos hacer? Se acercó hasta que pudo sentirla respirar. Es más. ¿Por qué me reprochas algo que te mueres por volver a hacer?
Le apartó un mechón, sujetándolo tras la oreja, y hundió con sensualidad los dedos en su cabello.
Por favor, Gaston. Temblaba por fuera y por dentro. Esto es absurdo.
—¿Acariciar es absurdo? musitó al tiempo que alcanzaba el punto en la nuca que sabía que le erizaba la piel.
No deberías haber venido insistió tratando de ignorar su contacto. Vete, por favor.
Él no se movió. La tenía frente a sí, protestando con dureza mientras su piel respondía a sus caricias.
—¿A quién obedezco? susurró, seductor. ¿A tu boca, que me pide que me vaya, o a tu cuerpo que suplica que me quede? ¿Cuál de los dos miente, Rocio?
Tal vez ninguno de los dos. Sacó fuerzas para apartarse y fue hacia la puerta. La abrió y esperó a que él se volviera.
El aire frío procedente de la escalera le azotó a Gaston la espalda, que tensó la mandíbula y se maldijo tanto por lo que había dicho como por lo que había callado. Cuando se volvió, ambos se miraron a los ojos; ella tratando de mostrarse firme, él sin poder disimular su indecisión.
Rocio...
Ya nos lo hemos dicho todo sentenció con tristeza. Ahora quiero que te vayas; quiero que te olvides de mí; quiero que encuentres a quien sepa hacerte feliz, porque los dos sabemos que yo nunca seré esa persona.
Gaston bajó la cabeza lamentando la estúpida ceguera con la que había vuelto a estropearlo todo. Avanzó con la intención de no rogar, de no suplicar, de alejarse de ella. Sin embargo, apenas atravesó el umbral y pisó la alfombrilla de bienvenida, volvió a detenerse. Le oprimía la sensación de que una vez que se fuera no habría vuelta atrás... y no estaba dispuesto a perderla, aunque para ello tuviera que tragarse la obstinación y el orgullo.
Rocio... volvió a susurrar al tiempo que se volvía a mirarla y se encontraba con sus húmedos ojos.
Y al instante ella cerró la puerta, dejándolo fuera de su casa y fuera de su vida.
Después se quedó allí, quieta, llorando por la última y amarga despedida. Habría sido fácil aceptarle; demasiado fácil y con el tiempo demasiado doloroso para los dos. Pero esos pensamientos no la consolaron.
Respiró por la boca entreabierta al sentir que le regresaban las náuseas y se sujetó con las manos el estómago revuelto. Su cuerpo volvía a enfermar en cuanto él se alejaba.
Sé que estás ahí le oyó decir, al otro lado, y bajó los párpados mientras el corazón le palpitaba de nuevo en la garganta.
El de Gaston no encontraba espacio donde latir: se moría. Moría golpeándole con apasionamiento, como si le castigara porque no le hubiera dicho todo lo que sentía. Y con mayor apasionamiento hubiera aporreado él la puerta de no haber sabido que eso no le ayudaría a recobrarla, sino a terminar de perderla. Por eso se contuvo y dio en la madera suaves toques con el dorso de los dedos.
Sé que estás ahí. Inspiró despacio, refrenando la congoja. Escúchame, por favor.
Luchaba contra la promesa, que una vez se hizo, de mostrarle su rencor pero jamás su debilidad; esa debilidad que era y siempre sería ella. Ante, tal vez, su última oportunidad, jugaba al fin su última carta, esa que en su afán de protegerse nunca usó: la verdad que llevaba escondida en lo más profundo de su alma; esa verdad que había estado negándose también a sí mismo.
Sé que estás ahí repitió una vez más, con la frente pegada a la puerta. Puedo sentirte. Nunca he necesitado verte para saber que estás cerca de mí... Tragó, pero su garganta siguió estando seca y la humedad continuó anegándole los ojos. Entiendo que me estés echando. De verdad lo entiendo, pero... pero entiéndeme también a mí. Me cuesta confesarte esto... Me cuesta la misma vida confesarte que... que te necesito. Dos gruesas lágrimas resbalaron bajo sus pestañas. ¡Dios, Rocio, te necesito con desesperación, te necesito y no sé por qué! Ni siquiera me atrevo a preguntármelo. Golpeó la puerta con el puño, suavemente, desalentado porque no llegaba respuesta. No hay nada en esta vida que me importe, salvo estar contigo.
Esperó, pero nada cambió al otro lado, ni un movimiento ni un sonido. Sentía la inmovilidad de Rocio como si estuviera viéndola. Lo que no percibía era su llanto, dulce y silencioso, ni la emoción que no le dejaba moverse ante esa extraña y esperada declaración de amor.
Ya lo ves dijo rozando con los dedos el borde por el que la puerta no terminaba de abrirse. Después de los años vuelves a tenerme en tus manos.
Suspiró derrotado. No sabía qué más decir, ni cómo suplicarle para que pusiera fin a su tormento. Si no le escuchaba solo le quedaba volver sobre sus pasos; regresar al vacío en el que se iba a perpetuar su vida sin ella.
Acarició la madera, como la habría acariciado a ella de no haber mediado la puerta, y se tensó al percibir una vibración.
Lentamente el borde comenzó a separarse del marco, y un sonido, como de agonía, salió de la garganta de Gaston. Pudo ver, entonces, tras el cristal nebuloso de sus lágrimas, el rostro que amaba mientras los húmedos ojos se clavaban en los suyos. tomoó aire a la vez que avanzaba hacia ella, y una vez dentro cerró la puerta con el pie. Sin dejar de mirarla le acarició la mejilla con la palma abierta. Rocio suspiró al sentir el roce, sonrió y alzó su pequeña mano para posarla en la suya, grande y fuerte y a pesar de ello temblorosa.
La emoción espesó el aire, dejando sus pulmones incapaces de tomar oxígeno. Pero ellos respiraban ya por los ojos, que se les iban llenando de la imagen del otro que, durante tres días, habían anhelado más de lo que podría hacerlo nadie en una vida entera.
Y ninguno pudo ya contenerse. Ella le echó los brazos al cuello y él la envolvió con desesperación entre los suyos.
Te amo susurró Rocio en medio de besos con sabor salado a lágrimas.
Él tragó y la besó de nuevo, temeroso y deseoso de oírla, temeroso y deseoso de volver a creerla.

4 comentarios:

  1. rochi esta embarazada *-*

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  2. no me puedes dejar así y ahora que que pasara estoy ansiosa

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  3. me mueroooo no la podes dejar hay rochi esta enbarazada ahhhhhh quierooo massss subi pronto

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  4. Jodeme que esta embarazada!!


    Pdt: Me llamo Marianela. Soy nueva lectora.

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