domingo, 9 de diciembre de 2012

Un Hombre para Mi... Capitulo 24








En casa, Rocío no se había detenido nunca a pensar en el ruido que Eugenia y ella hacían cuando se atacaban mutuamente. Iban con cuidado de mantener esas peleas en privado. Y, como nadie había hecho nunca ningún comentario al respecto, había supuesto que nadie lo sabía.
            La pelea de hoy no había podido evitarse. Casi había estallado en público, en el porche. Pero Eugenia había entrado en razón y había esperado a que estuvieran solas.
            Gracias a Dios, les habían dado habitaciones separadas. A pesar de todo, Eugenia no se había quedado en la que le correspondía y las había seguido cuando su tía mostraba a Rocío la suya. Rocío supo entonces qué ocurriría, y estaba preparada. Esperanza también lo sabía, y para impedirlo no se marchó cuando Gimena lo hizo. Pero Eugenia le pidió que saliera. Y en cuanto cerró la puerta, se abalanzó sobre Rocío.
            Fue una de sus peleas más violentas. Las dos terminaron con mechones de pelo en las manos, piel bajo las uñas, marcas de dientes y un montón de cardenales. Aun así, y aunque pareciera mentira, ni una sola señal les estropeaba después la cara. Era casi una norma tácita entre ambas que las caras estaban prohibidas. Todos los demás cardenales podían ocultarse, pero las marcar faciales evidenciarían sus indignas refriegas. Además, arañar una cara era como arañar la otra cuando ambas eran idénticas.
            No hubo ganadora. Rara vez la había. Sus peleas terminaban cuando ambas estaban agotadas, y como tenían similares condiciones físicas, solían agotarse más o menos a la vez. Ésta no fue distinta, y bastante pronto se fue reduciendo a insultos verbales, como ocurría casi siempre.
            —Podrías, al menos, haber esperado a que nuestra tía te conociera un poco mejor antes de mostrarle lo bruja que puedes ser dijo Rocío mientras se subía a la cama.
            —¿Por qué? replicó Eugenia, que se había dirigido directamente al espejo más cercano a examinarse la cara. No pienso quedarme aquí el tiempo suficiente para conocerla nada.
            —¿Y adónde irás?
            —A casa, por supuesto.
            —¿Con un marido a la zaga? ¿De veras crees que encontrarás aquí a alguien que se case contigo tan deprisa?
            —No seas tonta exclamó Eugenia, vuelta hacia Rocío. Aquí no hay nadie digno de mí.
            —¿Entonces vas a renunciar a tu herencia? concluyó Rocío.
            —Mira que eres burra a veces, Rochi. No, no he venido hasta aquí para renunciar a nada. La tía Gimena estará contentísima de enviarnos de vuelta a casa, y con su consentimiento por adelantado para cualquier hombre con el que quiera casarme.
            —¿Tantos dolores de cabeza piensas darle?
            —Si es necesario susurró Eugenia.
            Rocío sacudió la cabeza. No le sorprendería. Eugenia pocas veces hacía las cosas sin un motivo.
            —Por más que me gustaría verte marchar, no te engañes, algunas personas se toman en serio sus deberes, China.
            —No me llames así. Eugenia es mucho más sofisticado que ese apodo infantil.
            —Pero te viene como anillo al dedo, hermanita del alma.
            —¿Cómo tus intentos infantiles de ocultar que somos gemelas? ¿Esa clase de anillo?
            Rocío sonrió cuando los labios de Eugenia se torcieron de cólera. Había tardado muchos años en tener la piel lo bastante curtida para que los insultos de su hermana no le afectaran. Daba una impresión de indiferencia. Y se desquitaba lo mejor posible. Mientras no hubiera nadie más implicado, mientras fueran sólo las dos, ya no se dejaba intimidar. Rocío sólo se echaba para atrás cuando alguien más corría el riesgo de atraer el despiadado interés de Eugenia.
            —¿Quieres volver a tener competencia? contestó Rocío con una mirada fingida de sorpresa. ¿Ya no soportas ser el centro de atención? Caramba, pues por qué no lo habías dicho...
            —Oh, cállate.
            Rocío debería sentirse un poco mejor, por haber ganado la ronda verbal en todo caso. Eugenia se marchó enfadada. Rocío se recostó para esperar el baño prometido. Y sólo podía pensar en si Eugenia habría oído cómo le presentaban a Nicolas Dalmau.
            Si era así, habría quitado a Gastón de la lista de “empleados” y lo habría trasladado a la de “pendientes de recibir una herencia”. Y se propondría cautivarlo, atraerlo y amarrarle las emociones con un estrecho nudo que jamás soltaría. No porque lo quisiera, sino porque podía. Porque le encantaba manipular así a los hombres. Era algo que se le daba muy bien.
            Por si eso no fuera preocupación suficiente, cuando bajó más tarde, Rocío descubrió casi de inmediato que el altercado con su hermana no había pasado desapercibido, o más bien, sin ser oído. Su tía fue la primera en preguntarle si estaba bien. Podría haber pensado que se refería a su estado físico general tras el viaje si no hubiera sido porque parecía demasiado preocupada. Y, luego, Gastón le preguntó discretamente lo mismo, y parecía igual de preocupado.
            Para entonces se sentía tan violenta que estaba dispuesta a salir corriendo escaleras arriba y no volver a bajar nunca. Pero llegó el padre de Gastón, que estaba fuera, y la miró de arriba abajo.
            —Vaya, que me aspen exclamó. ¿Así que ganó usted? Bien hecho, jovencita.
            Comprendió, avergonzada, que su suposición se basaba en la falta de cardenales visibles. No podía imaginar de dónde sacó el coraje para contestarle.
            —No ganó nadie aseguró.
            —Es una lástima se quejó Nicolas, y añadió con brusquedad: La próxima vez, gane. Eso hace que los cardenales merezcan la pena.
            Rió. Medio histérica, pero aun así, rió. Y sintió que su vergüenza se desvanecía.
           

1 comentario: