viernes, 4 de enero de 2013

Antes Y Despues De Odiarte capitulo 44


Gaston esperó un rato en los jardines. Observó la calle desierta hasta tener la seguridad de que nadie le había seguido y que ni un alma respiraba a su alrededor. Su reloj marcaba las cinco de la mañana cuando cruzó la carretera. Se detuvo ante el portal, bien arrimado al edificio para no destacar en la oscuridad. tomó oxígeno una y otra vez, con la mano comprimiendo su abdomen. tomó oxígeno hasta que se sintió con fuerzas para pulsar el botón de llamada.
Arriba, Rocio dormía sobre el mullido edredón blanco, con la luz de la lamparita encendida. No se había quitado la ropa, ni se había cubierto con una simple manta, porque su intención había sido esperar todo el tiempo necesario. Pero las lágrimas y el cansancio la habían vencido.
Abrió los ojos, sobresaltada por el sonido del timbre. Miró el reloj en la mesilla y su temor aumentó. Saltó de la cama y corrió hacia la puerta mientras se le evaporaba el oxígeno. Preguntó a la vez que oprimía el interruptor que desbloqueaba la entrada al portal. No recibió respuesta y salió al rellano. Los sonidos de un apresurado ascenso por la escalera alborotaron el reposo de la noche y terminaron de agitarle el corazón. Se llevó la mano al pecho temiendo que se le escapara en uno de sus angustiosos latidos.
Cuando alcanzó a verlo el aire regresó llenándole de golpe los pulmones. Pero siguió sintiendo ahogo. Ahogo de alivio, ahogo de emoción. De la misma emoción que paralizó a Gaston a falta de un peldaño para alcanzar el rellano y a ella.
La miró como si la viera por primera vez. Estaba hermosa. Con la ansiedad y la preocupación vibrando en su cansado rostro, estaba delicadamente hermosa. La acarició con los ojos al tiempo que también él sentía en su piel y en su alma la caricia de su dulce mirada miel. La amaba. La amaba con desesperación y ahora sabía que la amaría hasta su último aliento.
Cerró los ojos al sentirla rodear su cuerpo y dejó escapar un profundo suspiro. Sus dedos se movieron con voluntad propia buscando tocarla, pero los crispó en dos puños y los obligó a permanecer inmóviles y esquivos. Porque amarla no consistía solo en decírselo y llenarla de besos, se recordó mientras se dejaba arrastrar por ella hacia el interior de la casa.
—¿Cuarenta y ocho horas son suficientes para ti? le había preguntado Carmona hacía un rato. Él había asentido con un gesto, ahogado por las puñadas recibidas, casi todas en la boca del estómago. Si nos fallas nos divertiremos con tu preciosa novia para olvidarnos del mal trago.
La sangre se le había encendido hasta calcinarle las venas, pero apretó los dientes pensando en que lo único que importaba era mantenerla a salvo.
No... tengo novia había conseguido decir con fatiga.
—¿Ah, no? preguntó, sarcástico. Y esa mujer a la que besas y manoseas en su tienda y en la calle, ¿quién es? ¿Una puta a la que pagas por follar?
Algo parecido respondió—. Es la maldita policia que me engañó y me encerró en la cárcel. Estoy preparando mi venganza.
—¡Qué conmovedor! había dicho antes de sujetarle del cabello y tirarlo hacia atrás para mirarle a los ojos. Pero no te creo. Por la cuenta que te tiene, haz bien las cosas. De no ser así, esa preciosidad será la encargada de compensarnos. Seguro que a alguno de estos pervertidos se le está poniendo dura deseando que falles.
Su carcajada soez y las risas cómplices de sus hombres le terminaron de llenar de terror y de cólera.
Me haríais un favor. A duras penas había controlado su furia. Acabar con una ex poli que tiene contactos con los cabrones de más rango en el cuerpo no es fácil. No me apetece demasiado volver a la trena.
Carmona le había respondido encajándole el puño en la boca del estómago, haciéndole doblarse y gritar de dolor buscando aire.
Sabré si mientes había dicho mientras se masajeaba los nudillos. No ha nacido el hijo de puta que me engañe y viva para contarlo. Y no acostumbro a dar un final rápido a quien ha tratado de joderme mencionó orgulloso. El chiquito aquel, el amigo de tu hermano, descubrió lo que tarda en llegar la muerte cuando se la desea. Recordarlo dibujó en su boca una sonrisa sádica. ¿Cuánto crees que aguantaría tu chica? Las risas de sus hombres le animaron a seguir. ¿Cómo de buena es gritando? A estos cabrones depravados les gusta que las mujeres griten pidiendo clemencia. Se acercó a su rostro para distinguirle el pavor en los ojos. ¿Quieres que te cuente con qué saña las disfrutan antes de que las muy zorras se rompan?
El chirrido que sonó en su cerebro al apretar los dientes le devolvió al presente. Le martirizaba recordar las acciones que le había detallado aquel malnacido, le abrasaba desde las entrañas, pero a la vez le daba fuerzas. No dejaría que la rozara, no dejaría que la mirara siquiera, no dejaría que continuara respirando en el mismo mundo en el que ella lo hacía.
Por fin estás aquí oyó decir a Rocio, que seguía conduciéndole por el pasillo y rozándole la cara con los dedos como si le costara creerlo. Te he esperado durante toda la noche, mi vida. Gaston retuvo al aliento al oír esas dos palabras, todavía extrañas, a las que ya no tendría tiempo de acostumbrarse. ¡He pasado tanto miedo! Te he llamado cientos de veces, no atendias el teléfono y llegué a temer que te hubieran... No pudo terminar la frase. Se sentía morir tan solo con imaginar que podían volver a detenerlo.
Él se paró ante la puerta abierta de la habitación, pero, tan preocupada estaba Rocio, que no notó su resistencia a dejarse llevar ni su tenaz silencio.
—¿Por qué has tenido que volver a hacerlo? preguntó angustiada y sin dejar de acariciarle el rostro. Creí que habías abandonado esas cosas, que todo había quedado en un error del pasado y que querías una nueva vida. No imaginas el dolor que sentí al verte con ese paquete.
En la mente de Gaston resonó de nuevo la voz amenazante de Carmona. No podía seguir retrasando lo inevitable. Por más que le atormentara la idea de herirla, no le quedaba otra opción.
No era para mí musitó sin haberla apartado ni un instante de las retinas.
—¿Qué dices? preguntó sorprendida. ¿Qué cosa no era para ti?
El plan era perfecto. Pero al final no he podido ser tan despiadado como lo fuiste tú.
Durante unos segundos ella le miró con los ojos abiertos de par en par, sin reconocer al dulce y apasionado hombre de la noche anterior. Después caminó hacia atrás, tambaleante, adentrándose en su habitación hasta que sus piernas tropezaron con la cama. Se dejó caer, abatida, y se cubrió el rostro con las manos. Pensó en que se había preocupado por acercarse a él, por abrigarle, por ayudarle a salir adelante, y que mientras lo hacía había ido olvidando el miedo que le causó comprobar la intensidad de su rencor en los primeros encuentros, la desconfianza que le provocaron sus acechos.
Gaston aprovechó ese instante para apretar los dientes y suplicar que alguien le diera fuerzas para lo que aún le quedaba por decir.
Veo que te has dado cuenta. Siempre fuiste bastante más lista que yo opinó mostrando desprecio. Era para ti aclaró al entrar en el cuarto. Mi regalo de despedida; mi particular modo de ajustar cuentas. Qué desquite tan estúpido, ¿verdad? De haber sido el peligroso delincuente que piensas que soy, la venganza me habría resultado más sencilla: un rápido y frío tiro entre los ojos habría bastado.
—¿Qué... quieres decir? preguntó alzando la mirada.
Que te equivocaste de hombre bramó con la rabia con la que disfrazó su pena, que no era a mí a quien buscabais, que me pillasteis devolviendo algo que nunca fue mío.
Rocio gimió dolorida y se llevó las manos al corazón. Que él fuera inocente lo hacía todo más incomprensible, más cruel. Día a día, durante cuatro largos años, había tratado de imaginar el tormento de su encierro. Ahora le resultaba imposible asimilar la desesperación que, saberse inocente, había ido sumando a ese injusto martirio.
Buscábamos a Trazos reveló, sobrecogida, con un casi imperceptible hilo de voz.
Manu supo lo que era la ternura de una madre por mis pocos recuerdos. Los hizo suyos, igual que a veces hizo suyo el alias que me puso nuestra madre. Ya ves simuló un gesto de sarcasmo, tuvimos una mierda de vida y tú llegaste a jodérnosla del todo.
Pero... pero tu abogado admitió todos los cargos.
—¿Crees que podía haber hecho otra cosa, como culpar de todo a mi hermano muerto? Seguramente ese es tu estilo, pero no es el mío dijo esforzándose por que sonara a ofensa.
Ella hizo el esfuerzo de continuar, con las mejillas bañadas ya en lágrimas.
—¿Y por qué retiraste el paquete de la tienda? Debiste dejar que ocurriera, que todo este suplicio de años terminara de una vez.
No vale la pena; tú no vales la pena alegó destrozándose con cada sílaba.
No lo hiciste porque me amas se atrevió a decir. Me lo dijiste anoche, a tu manera, con tus palabras.
Mentí. Se quedó sin aire y aspiró con fuerza. Tú sabes bien lo sencillo que es mentir de esa forma.
No te creo insistió, pero su voz tembló ante el primer asomo de duda. Puedo entender todos los reproches que quieras hacerme, los merezco, pero me amas. Sé que me amas y que por eso no has podido vengarte de mí.
Gaston negó con silenciosa impotencia tragándose el deseo de confesarle que esa era la razón. Su única razón.
—¿Cómo puedes creer que te ame cuando tú...? tomó una gran cantidad de aire para continuar. Tú no sabes lo que es amar de verdad. Si lo supieras no confundirías con amor lo poco que yo te di.
Dices que no sé amar de verdad. Se levantó mirándole con una tristeza ofendida. Si no saber amar es agonizar porque la otra persona no está a tu lado; si no saber amar es querer olvidar todo cuanto fuiste porque eso es lo que te hizo perderle, entonces tienes razón susurró—. No sé lo que es amar.
No trates de confundirme pidió con ahogo.
Es la verdad. Yo también morí aquella desafortunada tarde exclamó desgarrada. Nunca...
—¡Calla! ordenó, desesperado y dándole la espalda. ¡No quiero oírte!
No era ahora cuando debía vencer la cobardía en la que se había refugiado y escuchar su explicación. No era ahora cuando tenía que descubrir que había estado demasiado ciego para creer en ella. Eso, que hacía unas horas le habría dado vida, ahora únicamente podía robarle las fuerzas que necesitaba para afrontar su destino.
Ya no voy a callarme, Gaston amenazó asiéndole del brazo para que se volviera a mirarla. No te traicioné. Jamás lo habría hecho. Aunque no quieras creerlo, te amaba demasiado.
Un simple movimiento le bastó para deshacerse de ella, inmovilizarle el rostro entre las manos y acercarse para murmurarle:
El amor no se explica, se entrega. El amor de verdad es darlo todo por el otro. Vio temblor de lágrimas en sus pupilas y deseó abrazarla, pero apretó los dientes y se contuvo. Yo lo sé. Ahora lo sé mejor que nadie. Así que deja de contarme lo grande que era el amor que me tenías.
El brillo húmedo le atrapó como el barniz fresco paraliza las alas de una mariposa. Se quedó mirándola, con las manos comprimiéndole las mejillas, siendo doloroso testigo de cómo ella iba perdiendo la luz y la confianza en él.
Te voy a dar un hijo susurró de pronto. Sí, estoy embarazada añadió al ver su estupor. Hace tan solo unas horas que lo sé. Y también sé que es un hijo concebido con amor, por mucho que insistas en manchar lo que los dos sentimos.


-Gaston dejó caer las manos, sin fuerzas. Millones de enfebrecidos aleteos le agitaron el pecho y tomó con urgencia una bocanada de aire para aquietarlos. La emoción le abrasó los ojos y ya no pudo verla con nitidez. Pensó en lo que para él suponía un hijo, un hijo de ella, un hijo del amor más grande que tendría nunca, un hermoso regalo que llegaba justo cuando todo tenía que cambiar. Trató de asimilarlo y la poca alma con la que subsistía se le extinguió. Porque un hijo de ella fortalecía su decisión y anulaba cualquier posibilidad de vuelta atrás.
Y, esa revelación que le llenaba de dicha se convirtió a su vez en el arma que estaba necesitando para arrancarla de su lado.
El comisario se alegrará cuando le comuniques que va a ser padre. Rocio gimió, dolida e incrédula. No te hagas la ofendida. Me consta que no soy el único que ha estado calentándote la cama.
Apenas lo manifestó apretó los puños reprochándose haber sido capaz de semejante bajeza.
—¿Cómo... te atreves? dijo alzando las manos para golpearle.
Él la detuvo sujetándola por las muñecas.
Solo estoy diciendo la verdad, y lo sabes.
—¡¿Qué verdad?! clamó apartándole ya sin fuerzas. ¡¿Qué verdad? Desde que te conocí no he estado con más hombre que contigo. Cuando me entregué a ti lo hice para siempre aseguró con su último resto de orgullo.
Gaston no pudo evitar sentir alivio. La posibilidad de que ella le hubiera guardado fidelidad le aturdía, que lo hubiera hecho también durante los años en los que no existió esperanza de que volvieran a encontrarse le desarmaba.
Mientes, como siempre has hecho aseguró ante la debilidad que le carcomía. Ese poli no continuaría estando a tu lado si no le hubieras dado algo a cambio.
No consigo entender qué te ha pasado desde anoche para...
—¡No hay nada que entender! gritó con desesperación al comprender que aún tendría que seguir dañándola para convencerla. No hay nada que entender. ¡Soy el hijo de puta que te ha seducido, te ha hecho un bastardo y ahora te está abandonando! Es así de simple sentenció entre dientes. ¿Puedes imaginar una venganza más satisfactoria que esta?
Ella se estremeció, sintió el temblor en las entrañas y se llevó las manos protectoras al vientre.
Si me dejaras explicarte...
Nada que venga de ti me interesa aseguró en un susurro. Hasta el odio se ha apagado y ya solo queda indiferencia. Ahora eres tú quien debería cultivar el resentimiento. Quiero que me odies masculló como último y desesperado recurso. Quiero que me odies con todas tus fuerzas. Ella agachó la cara. Él le tomó la barbilla y se la levantó con rudeza. ¿Me estás oyendo? Quiero que me odies hasta que el corazón se te vuelva hielo. Quiero que me odies como al insensible hijo de puta que soy.
Si todo cuanto me dijiste anoche es mentira, ¿qué puede importarte lo que yo sienta por ti? ¿Por qué ese empeño en que te odie?
Gaston flaqueó. Por un instante pensó en rebelarse, en borrarle todo ese dolor que le estaba infligiendo.
Una punzada en la magullada boca del estómago le dejó sin aire cuando comenzó a retroceder hacia la puerta. Estaba seguro de que si no se alejaba acabaría en sus brazos, le pediría perdón y le confesaría hasta qué punto inimaginable la adoraba. Se lo diría exactamente como había pensado hacer esa noche, antes de que el maldito Carmona cambiara de nuevo el rumbo de su vida.
Porque el odio es la más angustiosa prisión que pueda existirmusitó caminando de espaldas, sin dejar de mirarla, de grabársela en las retinas y en el corazón. No hay patio, no hay ventanas, no hay ni una mínima esperanza de libertad. El odio te hace resistir, te mantiene vivo, pero a la vez te va dejando sin alma. Se mordió los labios al percibir en su boca el sabor salado de las lágrimas. Quiero que me odies. Quiero que me odies hasta que no te quede alma.

2 comentarios:

  1. no lo puedo creer que Rochi este esperando un hijo de el, que estupido es Gas en no decirle que la ama
    Necesito el proximo capitulo

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  2. Gaston eres un idiota importante. QUIERO OTRO YA! por favor, vas a subir hoy? Te lo suplico.

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