Rocío estaba sentada en una de
las mecedoras del porche y observaba asombrada uno de los ocasos más
extraordinarios que había visto. Durante el viaje había presenciado unos cuantos
bonitos, pero ninguno podía compararse con la espectacular puesta de sol de ese
día. Lo que había empezado de color rosa y pasado a naranja se había convertido
en rojo vivo y cubría por completo el horizonte. Incluso el tamaño del sol,
antes de desaparecer del todo, había sido el más grande que había visto nunca.
Sabía que su tía estaba en casa y que debería
entrar para reunirse con ella, pero se resistía a perderse ni siquiera un
momento de aquel ocaso. Así que se alegró cuando la puerta se abrió y, al
volverse, vio que su tía se reunía con ella.
—Estas aquí —dijo Gimena, y se sentó en la mecedora que había a su lado.
—¿Te puedo llamar tía Gimena? —preguntó Rocío, vacilante—.
—Puedes llamarme como quieras,
cielo. Aquí no somos nada ceremoniosos.
—Ya me he dado cuenta. De hecho,
me gusta. No me retrasaré para la cena, ¿verdad?
—No, en absoluto. En todo caso,
hoy cenaremos tarde —suspiró Gimena.
Cuando
había abierto la puerta, tenía el ceño fruncido y una expresión muy cansada. Se
había sacudido ambas cosas de encima por un momento al ver a Rocío allí y la
había saludado con una sonrisa, pero volvía a parecer agotada.
—¿Pasa algo? —preguntó Rocío casi con miedo;
porque conocía los planes de su hermana.
—No —empezó a negar Gimena pero, acto
seguido, suspiró de nuevo—. Bueno, sí. Consuela acaba de echarme un
rapapolvo. Me temo que tu hermana no le cae bien. Y mi sirvienta se niega a
limpiarle la habitación, se niega a acercarse a ella, de hecho. He tardado
treinta minutos en calmarla, y casi otros tantos en convencer a Consuela de que
subiera una bandeja a Eugenia, como tu hermana ha pedido, porque al parecer no
quiere comer con nosotros esta noche. Por eso cenaremos tarde.
Rocío
se recostó en la silla y suspiró a su vez.
—No suelo dar explicaciones, pero eres de la familia,
además de nuestra tutora, así que tienes derecho a saber algunas cosas sobre
nosotras. En primer lugar, Eugenia y yo no nos llevamos bien. Nunca lo hemos
hecho y nunca lo haremos. Supongo que lo deducirías al oír ayer nuestra pelea.
Me ha amargado la vida desde que tengo uso de razón.
—Porque era la preferida de Mortimer.
—Sí, y casi siempre me lo ha restregado por las
narices a lo largo de mi vida. ¿Cómo lo...? —Rocío empezó la pregunta,
pero se detuvo—. Da lo mismo. Estabas allí cuando éramos pequeñas y
seguramente lo viste por ti misma.
—Ésa fue la razón principal de que me largara lo
antes posible, cielo. No quería veros crecer con el mismo resentimiento que
hubo entre mi hermana y yo.
—¿Tienes una hermana? —Rocío se mostró
sorprendida.
—La tenía —la corrigió Gimena—. Murió
cuando teníamos catorce años. Éramos gemelas, y ella era la preferida de
Mortimer, que sólo tenía dos años más que nosotras. Los tres deberíamos haber
estado muy unidos. Pero ninguno de ellos parecía poder compartir sus
sentimientos con más de una persona a la vez. Pronto establecieron una relación
muy estrecha. Eran inseparables, lo hacían todo juntos y siempre me excluían. Y
como en tu caso, me lo restregaban por las narices. No eran muy amables.
—Lo siento.
—No, soy yo quien lo siente, porque tenía miedo de
que vivieras lo mismo con Mortimer, sólo que en una relación de padre a hija, y
parece que fue así. No fue culpa tuya, por supuesto. Espero que no creyeras
nunca que lo era.
—No. Bueno, puede que durante un año o dos, cuando
era pequeña —admitió Rocío —. Mi madre me ayudó a superarlo.
Siempre podía contar con ella, hasta que murió. Recuerdo que una vez me habló
sobre grandes y pequeños corazones, y me contó que no todo el mundo tenía la
suerte de tener uno grande donde cupiera mucha gente. Me aseguró que el mío lo
era y que, por ello, yo era la afortunada.
—Me gustaba tu madre. —Gimena sonrió—.
Era una buena mujer. Y también la compadecía por estar casada con un hombre que
no la amaba.
—Entonces ¿por qué se casó con ella?
—Nunca se lo pregunté —contestó Gimena, al
tiempo que se encogía de hombros—. Puede que por la misma razón por la
que la mayoría de los hombres de buena posición se casa: para tener hijos y
asegurarse de que tienen a quien dejar su riqueza. La decepcionó un poco que no
resultara ser un marido ideal, pero se llevaba bastante bien con él, por lo que
yo veía. No creo que la educaran para esperar un gran amor. Muchas mujeres
creen que es más importante tener garantizado el porvenir, y por lo menos él
era bueno en ese sentido.
—¿Te educaron a ti para esperar un gran amor?
—A mí me educaron para esperar cualquier cosa, cielo.
—Gimena rió—. Mi padre estaba dedicado por completo a los
negocios. Era raro el día en que pasaba algo de tiempo con su familia. Dejó el
cuidado de sus hijos totalmente en manos de su esposa y, si tengo que serte
franca, no eran buenas manos. Si alguien tuvo la culpa de cómo era Mortimer,
fue nuestra madre. Le enseñó que no necesitaba a nadie para tener éxito, y
puede que sólo a otra persona para compartir sus triunfos. Creo que esperaba
que esa "otra persona" fuera ella. Lo adoraba. Sin embargo, en eso la
decepcionó.
—Pero ¿no es eso lo que enseñan a la mayoría de
chicos? ¿Que pueden tener éxito en cualquier cosa si ponen el empeño
suficiente?
—Por supuesto —coincidió Gimena—. Y
de haber sido eso lo único que ella le hubiese inculcado, podría haber acabado
siendo muy distinto. Pero también lo mimó, lo malcrió, le hizo creer que no
podía hacer nada mal.
—Lo mismo que él hizo con mi hermana —comentó Rocío.
—Y con la mía —asintió Gimena.
—Todavía me asombra no haber oído hablar nunca de
ella. Ni una mención en todos estos años.
—En realidad, a mí no me sorprende nada. Cuando
murió, Mortimer se la borró del pensamiento. Creí que él y yo podríamos tener
una relación más estrecha entonces. Pero no, una vez te excluía de su cariño,
era para siempre.
—Creo que Eugenia hizo algo parecido cuando nuestro
padre murió. Creí que estaba conmocionada, pero más bien era como si hubiese
eliminado todos sus recuerdos de él, de modo que no le importaba que ya no
estuviera con nosotras.
—No dejes que eso te entristezca.
—¿Parezco triste? —Rocío parpadeó.
—Por un momento. Pero no
lo estés. La persona a quien más quería Mortimer era él mismo. No se llora la
muerte de alguien así. Podía parecer que amaba a mi hermana, y a la tuya, pero
tras muchos años de reflexión, he llegado a dudar que las amara de verdad. Más
bien eran como mascotas para él, cosas que necesitaba alimentar para que le
entretuvieran. Podría estar totalmente equivocada, por supuesto —concluyó,
y se encogió otra vez de hombros.
—¿Observaste alguna vez un parecido? —preguntó Rocío con curiosidad.
—¿En qué?
—En los dos pares de gemelas. Tu hermana y tú. La mía
y yo. Puede que no quisiera repartir su cariño entre dos personas que parecían
idénticas.
—Detesto decirte esto, cielo, pero tú no te pareces
demasiado a tu hermana.
Rocío
se quedó mirando a su tía, que hizo una mueca por haberse mostrado tan sincera
de modo tan poco halagüeño, y se echó a reír. Gimena suspiró aliviada.
—Me alegro de que lo encuentres divertido. Lo siento.
Creo que he metido la pata.
—No pasa nada, de verdad. —Rocío sonrió—.
Iba a decírtelo de todos modos antes de que el tema de mi padre nos distrajera.
No las necesito, ¿sabes? —comentó, a la vez que se deslizaba las gafas
hacia lo alto de la nariz por costumbre.
—¿No? —Gimena frunció el ceño—. Entonces
¿por que las llevas?
—Para que mi vida sea algo más llevadera. Eugenia es
muy celosa y no soporta la competencia de ningún tipo, en especial en lo que a
los hombres se refiere. Así que me resulta necesario ocultar el hecho de que
nos parecemos.
—¡Eso es una tontería! Podrías quitarle algún
admirador, pero no puede esperar que todos los hombres que se cruzan en vuestro
camino se dejen dominar por ella. Eso es imposible.
Rocío
rió de nuevo, asombrada de poder encontrar divertido nada relativo a aquel
tema. Sin embargo, el punto de vista de su tía era reconfortante. Y era
agradable poder hablar de su problema con alguien que no fuera Esperanza.
—Bueno, ésa es la cuestión. Eugenia sí lo espera.
—¡Maldita sea! —interrumpió Gastón, que doblaba
la esquina y las vio en el porche—. No me digas que me he perdido la
cena.
—No, en absoluto. —Gimena se levantó—.
Dios mío, no me había dado cuenta de que era tan tarde. Estaba charlando tan a
gusto con mi sobrina que se me pasó el tiempo volando. Vamos adentro, muchachos.
Consuela no está de humor para que dejemos que se le enfríe la comida.
Rocío
no siguió a su tía de inmediato. Necesitaba un momento para recobrar la
compostura, ya que todos los sentidos se le habían disparado de emoción, y de
alarma, en cuanto sonó la voz de Gastón. ¿Habría oído lo que comentaban antes de
doblar la esquina?
Seguro
que no. Estaban hablando en voz baja. Y, aunque estaba de pie junto a la puerta
esperando a que ella entrara antes que él, su expresión era normal. Pero
cambió...
—¿Dónde está el sombrero? —soltó con una
sonrisa burlona.

muy bueno el cap.emm podes subir la nove hermoso desastre
ResponderEliminarhermoso capp!! espero el proximo!
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