miércoles, 16 de enero de 2013

Un Hombre para Mi... Capitulo 33







Estaban a media cena cuando Gastón echó un vistazo a su alrededor y, algo sorprendido, preguntó:
            —¿Y Eugenia?
            Rocío casi rió. Tuvo la sensación de que acababa de notar que Eugenia no estaba. Si era así, era un firme indicio de que todavía no estaba muy enamorado de ella.
            —Se ha pasado casi todo el día descansando en su habitación y ha querido comer en ella también se limitó a contestar Gimena. La pobre debía de estar realmente agotada del viaje para necesitar tanto descanso.
            Rocío casi se atragantó. ¿La pobre? Se preguntó cuánto tiempo tardaría Gimena en darse cuanta de que Eugenia no tenía nada de pobre. Deseaba haber podido terminar de hablarle de su hermana. Gimena se merecía alguna clase de advertencia antes de que la campaña de Eugenia para lograr que la enviaran a casa con permiso para hacer lo que quisiera se volviera desagradable.
            Rocío esperaría que Gastón se marchara al acabar de cenar para poder pasar un poco más de tiempo a solas con su tía antes de que ésta se acostar. Aún era temprano. Podrían terminar su conversación. Sin embargo, resultó que ella los acompañó de vuelta al porche y, en cuanto estuvieron sentados, bostezó y anunció que se iba a dormir pronto.
            Rocío debería haber hecho lo mismo, pero eso habría sido otro insulto para Gastón. También habría olido a cobardía, y prefería no añadir eso a las demás malas impresiones que le había dado.
            Aún así, se sintió muy incómoda cuando la puerta se cerró y los pasos de Gimena se alejaron. Esperaba que Gastón no tuviera ganas de charlar. Claro que no. No se caían bien. ¿Por qué tendrían que hablar? En realidad, ¿por qué deberían estar juntos si no se caían bien? ¿Por qué no se iba Gastón?
            En el porche no había demasiada luz. No había ninguna lámpara encendida, ya que todavía no se habían apagado las del salón y algo de su luz salía por las dos ventanas que daban al porche.
            Procuró no dirigir la mira a Gastón. Era difícil. La vez que lo hizo, vio que éste tenía los ojos puestos en ella, en particular en sus labios. Quizás estaba absorto y no se daba cuanta de que la miraba fijamente. Pero, aun así, que la observara de ese modo le puso la carne de gallina.
            —¿De qué es abreviatura Gastón? preguntó Rocío por puro nerviosismo.
            —¿Abreviatura?
            —Es un apodo, ¿no?
            —No, corazón, no se puede alargar más.
            Captó el humor de su tono, lo que la irritó. Había sido un error natural. Ese nombre no solía ir solo. Y debería llamarle la atención sobre ese “corazón”, pero ella misma había oído lo habitual que era para el uso de esa palabra en la zona, lo mismo que los ancianos que la llamaban “nena” o el ferroviario que la llamó “bonita”. No significaba nada. No era una expresión de cariño.
            —Gracias por aclarármelo dijo con cierta frialdad.
            —Ha sido un placer contesto Gastón
            —Tuvo la sensación de que él se habría tocado la punta del sombrero si lo hubiera llevado puesto en lugar de sujetarlo en la mano. Le hubiera gustado volcarle la mecedora. Podía llegar a ser tan irritante… No, puede que ni siquiera fuera él, sino su reacción ante él, su nerviosismo, el hecho de desearlo cuando sabía que no podía tenerlo.
            —Por cierto comentó Rocío, no es necesario que me enseñe a montar. Ya me las apañaré yo…
            —Dije que lo haría la interrumpió él.
            Lo estaba sacando del atolladero. ¿No se daba cuenta?
            —Sí, pero mi tía no debería haberle puesto en ese compromiso.
            —No tiene importancia contestó Gastón, aunque su tono delataba impaciencia.
            —Ya ha hecho bastante señaló Rocío, más cortante ante su obstinación. Y estoy segura de que tiene cosas mucho más importantes que hacer que perder el tiempo conmigo.
            —He dicho que le enseñaré exclamó con un tono mucho más alto de voz.
            —No tiene  que hacerlo replicó Rocío entre diente.
            —¡Le enseñaré, caray!
            —¡Muy bien, hágalo!
            Enojada, se levantó para irse, y no iba a darle las buenas noches ni nada parecido. Era terco, exasperante y siempre tenía que llevar la contraria. Pero él se puso de pie a la vez, seguramente con la misma intención.
            De modo que chocaron delante de la puerta. Gastón la agarró por los hombros para evitar que se cayera, y empezó a extender los brazos para alejarla. Sin embargo, volvía a tener los ojos puestos en sus labios, permaneció así un largo instante y, de repente, tiró de ella hacia él.
            La estaba besando. A ella. Esta vez no había ningún error. Llevaba las gafas en su sitio, los cabellos recogidos como siempre y uno de sus vestidos sosos y poco favorecedores.
            Fue tan inesperado que se quedó inmóvil, asombrada, y dejó que los labios de Gastón se movieran con excitación sobre los suyos. Pero no por mucho tiempo. El beso contenía demasiada pasión para no devolverlo, en especial cuando la rabia ya había despertado sus emociones. Era intercambiar una pasión por otra y el intercambio fue fluido...
            La apartó de él, de modo bastante repentino.
            —Eras tú la noche que Leroy nos encontró dijo en tono acusador. Fingiste ser tu hermana.
         

2 comentarios:

  1. jajajaja,... SE DIO CUENTAAAAA!!!! OSEA QUE DESDE EL PRINCIPIO SABIA QUE ERA ELLA!!! MUY BUENO EL CAP!! PRONTO SUBI EL PROXIMO!! :)

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  2. no que hermoso, me encanto se dio cuenta!!!

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