domingo, 27 de enero de 2013

Un Hombre para Mi... Capitulo 36








Rocío le devolvió la sonrisa al comprender que su tía había querido aliviar un poco la tensión. Aún tenía que hacerle otra advertencia.
            —Si tienes presente que lo que has visto hasta ahora no es nada en comparación con lo malo que puede llegar a ser, te será más fácil manejar la situación.
            —¿Y tú? ¿No te importa tener que esperar a casarte para cobrar tu herencia?
            —No he pensado mucho en ello, en realidad. Pero, en cualquier caso, no es algo que esperara tan pronto. Supongo que no veo el matrimonio como una forma de independencia, como Eugenia.
            —¿Tú no ansías volver a casa?
            —No, no me importaría nada no volver a ver Haverhill. Además, me gusta Tejas. Puede que hubiera sido una buena colonizadora.
            —Te entiendo. —Gimena rió. Tejas me gustó en cuanto desembarqué. Me alegra que esos percances que tuvisteis durante el viaje no influyeron negativamente en tu opinión.
            —Yo no llamaría percances a un atraco al tren y a la diligencia pero, bien mirado…  Rocío sonrió antes de añadir. Puede que fueran más apasionantes que aterradores, por lo menos son algo que jamás habría tenido ocasión de ver en casa.
            —Es una lástima que tu hermana no opine lo mismo comentó Gimena al tiempo que sacudía la cabeza. Es increíble que seáis tan distintas.
            —En realidad, no. Ella es fruto de la indulgencia de nuestro padre. Yo, de su indiferencia.
            —Lo siento. No, en realidad, diría que tú eres la afortunada. Puede que no te lo pareciera cuando crecías, pero estoy segura de que ahora ya te habrás dado cuenta de ello.
            ¿Afortunada? Todavía no. Pero pronto, a no ser que tuviera que retirarse y ver cómo Eugenia se casaba con Gastón, como último recurso. Pero asintió por su tía. Ya había dado mucho que pensar a Gimena. La advertencia había sido necesaria. Comentar su patética situación, no.



Esa misma mañana Rocío se dirigió a la cuadra. Tenía la intención de pedir al primer peón que se encontrara si le importaría enseñarle a montar. Cuando Gastón fuera a verla para darle su lección impuesta, esperaba poder darle las gracias y decirle que ya le habían enseñado.
            Le apetecía saber montar, incluso lo esperaba con cierta impaciencia. Estar tan aislada en el rancho tenía mucho que ver en eso. El carruaje de Peter podía seguir ocupando espacio en la cuadra, ya que se había marchado demasiado tarde para llevárselo con él al pueblo, pero no estaba a su disposición, aunque hubiera sabido engancharle los caballos y conducirlo. Y desplazarse andando quedaba descartado también; de todos modos, no es que hubiera ningún sitio cerca al que valiera la pena ir.
Pero, a diferencia de su hermana, Rocío ya tenía bastante claro que Tejas iba a ser su hogar para siempre, y por decisión propia. No había nada de Haverhill que echara de menos. Lo único que esa ciudad tenía para ella eran malos recuerdos, así que no deseaba en absoluto regresar, ni a ningún otro sitio del Este, en realidad. Prefería esta parte del país, a pesar del calor.
            Los espacios abiertos, el paisaje agreste, el hecho de viajar días sin ver siquiera un poblado, la simpatía de la gente si no se contaba el componente ilegal, por supuesto… Todo ello podría ser aterrador, pero también excitante. Nunca sabías qué iba a pasar a continuación. La gente no sólo vivía, se adaptaba, se las arreglaba, se ayudaba entre sí. Sobrevivía.
            Sí, se quedaría allí. Y tanto si terminaba viviendo en un pueblo o a un día de distancia de él como Gimena, quería aprender las cosas que allí todo el mundo parecía dar por sabidas. Montar a caballo era lo primero de esa lista.
            Para lograrlo hasta había tomado prestada una de las faldas de montar de su tía, o más bien eran pantalones. La prenda, de un cuero sin curtir, era tan ancha y holgada que parecía una falda cuando estaba de pie pero, una vez montada sobre una silla, se veía que eran unos pantalones muy anchos.
            Se llevó una decepción al ver que la cuadra estaba vacía por completo, por lo menos de gente. Había cuatro caballos, dos de Peter, y unos cuantos más en el establo junto a la cuadra. Decidió familiarizarse con los caballos ya que estaba ahí, y trató de conseguir que unos e dejara acariciar. Pero sacudía la cola sin hacerle caso. Intentó con otro, pero también la ignoró.
            No se atrevía a acercarse más, porque los compartimentos eran muy estrechos y recordaba con claridad haber visto un caballo desbocarse en la calle cuando era pequeña. Había herido a coces y mordiscos a los cinco hombres que habían intentado controlarlo antes de que su propietario, furioso, lo sacrificara por fin de un disparo. Había oído cómo alguien comentaba lo imbécil que era aquel hombre, que el animal era tan rebelde porque él lo maltrataba. Ninguno de esos caballos parecía maltratado, pero aun así, le resultaba difícil obviar un recuerdo como aquél.
            —Trae un dulce la próxima vez si quieres captar su atención.

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