sábado, 26 de enero de 2013

Un Matrimonio Diferente... Capitulo 39








- Ayer... – dijo ella sin saber muy bien qué iba a decir, pero con la firme intención de acortar el abismo que se había alzado entre ambos.
- Quería matarte – murmuró Gastón con una entonación neutra -. Pero no me había dado cuenta de lo que lo amargada que estabas. Nunca se me había ocurrido ponerme en tu lugar. Tú siempre parecías contenta. No mostrabas ningún signo de infelicidad.
- No estabas allí para verlo, y además yo aprendí a esconder mis sentimientos.
- ¿Por qué te quedaste conmigo? Necesito saberlo – dijo Gastón -. Ahora me doy cuenta de que no podía ser por dinero, cuando estabas dispuesta a perderlo todo e irte con... Santiago. ¿Entonces por qué seguiste a mí lado durante tanto tiempo?
Rocío tenía las mejillas encendidas. La mirada de él era como una acusación que pesaba sobre ella.
- La primera vez que te vi... bueno, sé que te parecerá estúpido ahora, pero para mí fue amor a primera vista.
- No me parece estúpido – dijo él.
Era difícil decirle esas cosas, y Gastón quería ayudarla haciendo ver lo que estaba diciendo no era una tontería. Pero a Rocío le costaba hablar de los sentimientos. Había sido tan fácil decir “Te quiero” a Santiago cuando él se lo había dicho la primera vez...
- ¿Te ha pasado alguna vez? Quiero decir, algo así, ¿como un amor a primera vista? – susurró ella, de modo casi inaudible.
- Sí – contestó él -. Fue algo instantáneo, y me dio mucho miedo. Estaba como atontado, había perdido el control. No me gustó.
Rocío bajó la cabeza. Era evidente que se refería a Mariana Esposito. Él tenía entonces dieciocho años, recordó Rocío. Pero le dolía de todos modos saber que otra mujer había sido capaz de despertar en Gastón un sentimiento tan intenso. Y se imaginó que si Lali no hubiese estado tan preocupada por sus estudios, Gastón hubiese seguido enamorado de ella.
- Me estabas contando como te sentías... – le recordó Gastón.
- Era tan inocente... Al principio pensé que tú sentías lo mismo. Tú solo estabas ligando conmigo, pero yo no tenía experiencia, y no me di cuenta – dijo ella con amargura -. Así que puedes echarme la culpa por lo que hizo Max. Si no me hubiese enamorado de ti y lo hubiese demostrado tan claramente, tal vez él no hubiese pensado nunca en chantajearme...
- No fue culpa tuya, sé que te eché las culpas en el banco, pero dije lo que primero que se me ocurrió. Tú no tenías la culpa, pero eras la hija de Max, y la presión con la que había vivido hasta su muerte combinada con el descubrimiento de la caja que no contenía lo que yo buscaba, me hicieron perder la cabeza. Tal vez sea un poco tarde, pero lamento el modo en que te enteraste de los tratos de tu padre.

Rocío estaba extrañada de que no hubiesen llegado ya a la casa de su madre. Por lo que había dado a entender Gastón, no era muy lejos. Pero luego pensó que tal vez no quería que conociera a su familia en un momento de tensión como ése que atravesaban: prefería guardar las apariencias.
-Creo que es importante que seamos sinceros el uno con el otro. Me has dicho que tú me amabas al principio de nuestro matrimonio... ¿Cuándo dejaste de amarme? – preguntó él bajando la mirada.
- Simplemente te excluí de mi vida. No recuerdo cuándo.
- ¿Entonces por qué seguiste conmigo?
- Mi padre estaba tan orgulloso de mi boda contigo, que también quería ganarme tu amor.
Gastón suspiró profundamente.
- Mira, de todos modos no pretendo que te sientas mal por ello. Tuviste la mala suerte de dar conmigo, y que yo estuviera como estaba contigo. Max nunca me hizo caso, y luego tú tampoco. No fue un trato ventajoso. Pero era algo a lo que estaba acostumbrada, a que me organizaran la vida.
- Pero te hice daño. Debo haberte hecho mucho daño continuamente – la voz de Gastón sonaba severa.
- Si no tienes grandes aspiraciones y el suficiente respeto por ti misma, aceptas que te hieran, porque en cierto modo crees que tu lo has provocado. Y yo lo provoqué.
- Tú no provocaste ni el diez por ciento de todo lo que yo te he hecho pasar.
Rocío dejó de mirar a la nada y fijó los ojos en Gas. Se pasaba nerviosamente los dedos por el pelo, y estaba pálido.
- ¿Por qué te tienes que sentir culpable? – preguntó ella confundida -. Nosotros no estábamos casados realmente.
- Pero ahora sí lo estamos. Tienes el vaso vacío. Déjame que te sirva otro trago – dijo él.
Rocío se sentía un poco mareada. Si no hubiese sido porque estaba bebiendo zumo de naranja, habría jurado que estaba afectada por el alcohol.
- ¿Hemos pasado por esta calle antes? – preguntó ella viendo una iglesia que resultaba familiar.
- Tal vez Giorgio esté tratando de encontrar un atajo – dijo Gastón.
- Me da la sensación de llevar toda una vida metido en este coche.
- Las conversaciones importantes pueden tener ese efecto.
- Pensé que eran indignas de ti.
- No, cuando mi matrimonio está en juego.



3 comentarios: