Rochi despertó antes de que
comenzara a amanecer. Gimió, extendiendo las piernas para enredarlas en las de Gaston.
Sólo se encontró con sábanas
frías.
Ya no era una absurda
sensación, ni la enfermedad de Thor. Le costaba creerlo, pero el sentido común
le decía quejón había sido amable hasta acostarse con ella. Una vez conseguido
el reto, había perdido interés.
Pero no se resignaba a
aceptarlo. Necesitaba aferrarse a cualquier esperanza y, en el fondo, era
sencillo encontrarla. Sólo tenía que mirar en su corazón y recordar los
momentos apasionados vividos con Gaston. Nadie podía engañar así, se repitió
sin descanso; nadie podía fingir un amor tan grande. La explicación tenía que
ser más sencilla y menos dolorosa, y seguramente él se la daría.
Esta vez no preparó nada
para comer. Estaba segura de que él no aparecería hasta que cayera la noche, y
ella no tenía apetito. Se pasó una buena parte de la mañana en la cama, sumida
en pensamientos contradictorios y repitiéndose, porque necesitaba creerlo, que
Gastón la amaba. Dedicó el resto de las horas a leer sin conseguir centrarse en
la novela que tenía entre las manos. Tenía la mente en su particular confusa
historia, en sus propios problemas.
No quiso pasar la tarde con Candela;
no tenía espíritu para elaborar y embotar mermelada. Escogió la soledad y la
espera silenciosa. Prefirió contar el transcurrir de las horas mientras pensaba
en Gaston y echaba vistazos por entre las cortinas, esperando el milagro de
verlo aparecer.
Pero, a ratos, la soledad
elegida se convertía en una compañera despiadada que le estrujaba con frialdad
el corazón. Entonces se apartaba de la ventana y deambulaba por la casa,
murmurando con debilidad que todo estaba bien.
En uno de esos momentos en
los que ya no contaba las horas, sino cada uno de los interminables instantes,
se decidió a llamar a Bessolla. Hacía mucho tiempo que debía haberlo hecho, ya
que él estaba buscando compradores cuando ella ya había descartado la opción de
vender.
El abogado no le ocultó su
decepción. Contaba con sacar una buena comisión de aquella venta y además ya
había invertido una buena parte de su valioso tiempo en ese asunto. Aunque eso
sí que pensaba cobrárselo. Le dijo que en unos días le enviaría la minuta.
—¿Cómo se ha tomado Gaston
que no quieras vender? —preguntó el abogado por simple curiosidad.
—¿Gaston? —exclamó Rochi,
extrañada—. No entiendo tu pregunta.
El tenía mucho interés en
hacerse con tu herencia. —Recordando que le había hablado de liquidar su parte
de los negocios, añadió—: Habría vendido su alma al diablo para conseguirlo.
La desazón hizo que Rochi se
levantara de la silla y caminara hacia la ventana. La tarde avanzaba y los
verdes se oscurecían, como había hecho su vida en un instante. Por fin entendía
el interés de Gaston por ella, y también su rechazo de los últimos días. Un
estremecimiento le recorrió la columna vertebral al comprender lo ciega que
había estado.
—No sólo al diablo...
—susurró, sujetándose al borde de la encimera. Sentía el golpear de cada gota
de sangre con la que comenzaba a llorar su corazón—. No sólo al diablo.
—Tal vez tengas razón —dijo
el abogado sin entender lo que quería decirle—. Desde el primer momento quiso
tratar este tema conmigo
—Desde el primer momento...
—musitó sin fuerzas. Sus ojos vacíos miraban hacia el cristal de la ventana,
pero se clavaban en la nada.
—Te confieso que eso me
chocó. Él es un tío muy directo al que no le gusta trabajar con intermediarios.
Ignacio me solía contar, con mucho orgullo, que su chico sabía con quién
entrevistarse para conseguir todo lo que se proponía.
Rochi recordó la llamada en
la que él le contó que su abuelo estaba a punto de morir; que, por favor, fuera
a verle. Ella le había respondido que sí, pero tan sólo para quitárselo de
encima.
—No tuvimos un buen comienzo
—reconoció, apoyando los codos en la encimera y frotándose los ojos con la mano
libre—. Puede que él no quisiera hablarlo conmigo porque yo no me porté bien
con el abuelo.
—Es posible. Ése puede ser
un motivo por todo el cariño que tenía a Ignacio. Pero hay otro que no debes olvidar
—a través del teléfono Rochi escuchó un suspiro y sonido de papeles—: tú
acababas de heredar lo que siempre creyó que sería suyo.
«Lo que sería suyo...» Ella
había llegado a «sus dominios», a tomar posesión de «lo que sería suyo». De ahí
nacieron su aspereza, sus desplantes, sus humillaciones. Ella había estado
dispuesta a jurar que Gaston no era un hombre que albergara resentimientos,
menos aún por cosas materiales. Pero estaba claro que no lo sabía todo sobre
él.
Acarició, con la palma
abierta, el pequeño ramito de flores que llenaba el vaso de cristal, y un suave
olor a menta le despertó el recuerdo de sus paseos y largas charlas en la
sierra. Sus ojos se empañaron con la humedad de la amargura y la decepción. Los
cerró para soportar el dolor despiadado que le perforaba el alma.
—¿Por qué conoces tantas
cosas de Gaston? —preguntó después de una pequeña pausa.
—Por Ignacio —respondió
Luciano al otro lado—. Hablábamos mucho. Lo consideraba como un hijo.
—Cuéntame todo lo que sepas,
por favor—le pidió Rochi, temerosa de escucharle.
Y Luciano rescató de su
memoria antiguas conversaciones que fueron iluminando a Rochi algunas dudas y
oscureciéndole muchas otras.
En cuanto colgó el teléfono,
sin darse tiempo a llorar, zarandeó su amor propio y salió en busca de Gaston.
Caminó erguida, con los
hombros firmes y la barbilla alzada para que el aire le resecara con rapidez
los ojos. Se sentía furiosa porque la hubiera utilizado de esa manera tan
sucia, pero, sobre todo, y eso era lo que no quería quejón viera, estaba
herida. Herida en su dignidad y herida en su alma. Especialmente en su alma.
El Land Rover circulaba
despacio por el camino, en dirección a la carretera. Rochi echó a correr para
alcanzarlo. Al llegar a su altura golpeó con la mano abierta la portezuela del
copiloto.
Gaston detuvo el vehículo,
se inclinó, alargando el brazo, y bajó el cristal de la ventanilla. Le
sorprendió verla con los labios apretados y con el revelador aleteo de los
orificios de su nariz. Hacía tiempo que no contemplaba esos signos de furia
contenida.
—¿Qué ocurre? —dijo,
mirándola con preocupación.
—Quiero hablar contigo
—respondió Rochi con sequedad, resoplando por la corta pero intensa carrera.
—¿Puedes esperar a que
regrese? —preguntó él mientras oteaba el cielo a través del parabrisas—. Si me
entretengo me pillará la noche sin haber subido a ver el ganado.
—No puedo esperar —aseguró
ella—. Subo contigo y hablamos por el camino —se agarró a la manilla para abrir
la puerta.
—¡No! —la interrumpió Gaston
con demasiada urgencia—. Espera.
No quería tenerla dentro del
coche. Demasiada intimidad en un espacio tan reducido, sobre todo si ella
estallaba, como parecía que estaba a punto de hacer.
Descendió para mirar hacia
las naves y descubrió a los chicos. Juntó los labios y emitió un potente
silbido. Después alzó el brazo y con el dedo índice dibujó un círculo en el
cielo. Eso bastó para hacerles entender que fueran ellos a echar el vistazo,
porque Luca le devolvió el silbido. Un minuto después los dos hermanos salían
alborotando el aire con el ruido de sus motos.
Gaston rodeó el Land Rover
por su parte delantera y se detuvo ante Rochi. Se fijó en que sujetaba la
manilla de la puerta con tanta fuerza que los nudillos le brillaban
blanquecinos.
Ella le miró con el orgullo
ofendido de los igarzabal.
—Te has dado mucha prisa por
abandonar mi cama esta mañana —inspiró hondo para controlar su rabia a la vez
que clavaba en él sus resentidos ojos.
—Tenía mucho que hacer y...
—Era el momento de asestarle el golpe definitivo que la alejara de su lado,
pero sólo encontraba disculpas que no la hirieran demasiado.
—Es curioso —interrumpió
ella con una sonrisa mordaz—. Llevas tres días tan atareado, que a pesar de que
compartimos techo sólo nos hemos visto las ocasiones en las que yo he ido a tu
encuentro.
—A estas alturas... —su voz
surgió ronca y se detuvo un instante. Carraspeó, introduciendo las manos en los
bolsillos—. A estas alturas ya deberías saber que aquí se trabaja duro.
Rochi dejó escapar una risa
mal fingida. Deslizó su mirada por la hierba fresca de la finca, por los
establos, por los fardos apilados junto a las paredes.
—Soy tan estúpida que llegué
a admirarte por eso —dijo con un susurro apagado—. Por encima de tu descanso,
incluso de nuestras discusiones, siempre estaba tu compromiso con lo que
perteneció al abuelo, tu sentido del deber. —Asintió con pesar—. Sentido del
deber... —repitió con una triste ironía—. ¿Puede existir alguien más ingenua
que yo?
—No comprendo lo que dices
—murmuró, confundido y apenado—. Mezclas tantas cosas...
Ella reaccionó a su
debilidad devolviéndole una mirada cargada de fría e intencionada saña.
—El abuelo te prometió que
todo esto sería tuyo, ¿verdad? —dijo al fin, a la vez que cruzaba los brazos
sobre el pecho—. Y lo hizo tantas veces que acabaste creyéndolo, ¿no es cierto?
Gaston apoyó la palma
abierta y vacilante sobre la chapa del Land Rover mientras sus ojos
escudriñaban los de Rochi, tratando de entender.
—¿Qué tipo de conversación
es ésta? —preguntó, arrugando el ceño.
—Es algo que debimos aclarar
hace ya mucho tiempo —respondió Rochi con aparentada firmeza—. Y es que no creo
en esa fidelidad eterna que muestras hacia él. Te he observado trabajar con esa
entrega incansable, defender al abuelo con más vigor del que utilizas para
justificarte a ti mismo. —Alzó los hombros para dejarlos caer, rendidos—. No
puedo comprenderlo, pero creo que en algún momento has tenido que sentirte
engañado.
Fue como un soplido a la
conciencia de Gaston que le avivó las llamas de la culpa y del remordimiento.
No quería volver a dudar de Ignacio; se atormentaba cada vez que lo hacía.
—¿Por qué me haces esto?
—preguntó en voz baja, con un brillo de agonía en la mirada.
—¡Porque quiero la verdad!
—gritó Rochi, sin apiadarse de su dolor—. Por una santa vez quiero que seas
sincero conmigo.
—¡Sí, le creí! —soltó,
crispando las manos, y sintió alivio al decirlo al fin en voz alta—. ¿Por qué
no iba a hacerlo, si yo había trabajado aquí incluso más que él? —Golpeó con su
puño la chapa del todoterreno—. No se cansaba de repetirme que todo esto sería
mío.
La frialdad que percibió en Rochi
le sobrecogió. Se giró hacia el Land Rover, apoyó ambas manos en el capó y,
sobre ellas, el peso de su cuerpo vencido. Miró a su alrededor. Una suave brisa
mecía con pereza las ramas de los árboles. La caricia cálida con olor a pinos
voló a su alrededor y le rozó el rostro. Inspiró y cerró los ojos para
impregnarse de esa calma.
Pero Rochi no iba a
concederle ninguna tregua.
—Así era lógico que le
creyeras, ¿no? Confiabas ciegamente en él —le lanzó con la rabia que le
provocaba el sentirse utilizada.
Gaston giró la cabeza y la
miró, incrédulo. Comprendía que ella se sintiera dolida y se defendiera
devolviéndole el daño. Lo que no alcanzaba a entender era que estuviera siendo
tan certera, atacándole en el centro de todas sus dudas.
—Sí, confiaba en él
—respondió con suavidad—. Al final, y cuando ya estaba muy enfermo, mantuvimos
una conversación muy extraña —suspiró, recordando las vacilaciones de Ignacio—.
Él quería decirme algo, lo sé. Pero sólo me hizo prometer que nada cambiaría a
su muerte —soltó una risa amarga—. ¿Qué esperaba que hiciera yo, si ya te había
nombrado su única heredera?
—Nunca me has perdonado eso,
¿verdad? —preguntó, pero Gaston percibió una afirmación y un reproche.
—Te equivocas. —Durante unos
segundos se mantuvo inmóvil y silencioso, contemplándola mientras lamentaba no
poder decirle hasta qué punto las cosas no eran lo que parecían—. Desde el
primer momento entendí que tú eras la beneficiaria legal. Estaba tan seguro de
que esto no te interesaba y que lo pondrías en venta, que de lo único que me
preocupé fue de buscar el modo de ser yo quien lo comprara —resopló con fuerza,
pero no consiguió aliviar la presión en su pecho—. Reconozco que no me gustó
verte aquí, tomando posesión de algo que nunca habías amado y que además tenía
que terminar siendo mío.
—¿Y a pesar de esto, me vas
a decir que nunca sentiste resentimiento hacia el abuelo porque te mintió?
—preguntó, alzando la cabeza con orgullo.
—No. Eso nunca, porque no
cabe en mi cabeza que me mintiera. Desconfianza sí que he sentido a veces. —Un
escozor le humedeció los ojos, los cerró y tensó la mandíbula con impotencia.
Seguía juzgándose culpable por sus recelos—. Sólo desconfianza... porque no
entendía, y sigo sin entender, por qué no fue sincero conmigo.
La rabia de Rochi se fue
volviendo tristeza ante el sufrimiento que Gastón no supo esconder. Apoyó la
espalda contra la portezuela del vehículo y suspiró, mirando hacia los
imperturbables picos que se dibujaban en el cielo.
—Porque tenía miedo de que
le abandonaras —reveló al fin, dejándose llevar por la piedad—. Se lo contó a
Bessolla. Le dijo que su corazón sabía que todo esto era tuyo, pero que de
algún modo tenía que pagar lo que había hecho a su mujer y a su hijo. Sólo
podía tranquilizar su conciencia dándome lo que legalmente me correspondía.
Tuvo miedo de que no lo entendieras y te fueras de su lado.
El murmullo del río, el
suave mecer de las hojas, el canto de los pájaros... todo se oía con más
claridad en el silencio que siguió a esa confidencia. Un nudo de emoción se le
encajó a Gaston en la garganta. Tragó para deshacerlo, pero fue un intento
inútil.
—Yo nunca habría hecho eso
—dijo con la mirada perdida en el fondo del valle—. Yo le quería.
—Pero él no podía
arriesgarse. Tú me lo has dicho más de una vez: era un hombre solo que
necesitaba cariño. —Miró sus hombros hundidos y se le oprimió el corazón—. Si
te sirve de consuelo, Luciano asegura que el abuelo te quiso como a un hijo.
Los últimos meses de vida se los pasó intentando mediar entre su cabeza y su
corazón. Era una contienda que de cualquier modo tenía perdida —suspiró con
lentitud para que Gaston no la escuchara—. Se dejó el alma batallando entre su
cariño, que eras tú, y su obligación, que era yo.
Gaston dejo de apreciar el
valle con la misma claridad cuando sus ojos se nublaron con el significado de
aquellas palabras. Le servían de consuelo; sí. Le ayudaban a entender al viejo
y le decían que no le había traicionado. Bajó los párpados para contener las
lágrimas. Por fin recuperaba la paz que perdió el día en que se abrió el
maldito testamento. Pidió perdón en silencio por la poca fe que algunas veces
había tenido en el abuelo.
—Esto explica que quisieras
conseguir todo esto
—continuó diciendo Rochi,
mirando a su alrededor—. Pero ¿por qué he tenido que enterarme por Bessolla?
—No lo sé —mintió, porque la
verdad era que al principio lo ocultó por orgullo; si no iba a conseguirlo
prefería que ella no supiera que lo había intentado. Después, cuando se
enamoró, todo eso dejó de tener importancia.
—Yo sí lo sé —dijo Rochi con
lágrimas en los ojos—: quisiste seducirme para convertirte en el señor de estas
tierras. Pero una vez que te acostaste conmigo, debiste pensar que el
sacrificio de soportarme no te compensaba.
Ahí estaba el motivo que la
iba a apartar de su lado, pensó Gaston. Algo sucio, rastrero. Algo que
conseguiría que ella quisiera olvidarle. Llevaba días buscando la solución
mágica que la alejara sin romperle el corazón. Pero eso no era posible. Y era
ella, precisamente ella, la que le brindaba una justificación despiadada que
supondría el principio del calvario. Sólo rezaba para que el de ella fuera
breve, para que le borrara de su memoria con la rapidez con la que se olvida a
los canallas, para que ocupara el resto de su vida en cumplir sus sueños y ser
feliz mientras él consumía la suya en recordarla.
—Buscaba mi sueño. No puedes
culparme por eso —musitó sin mirarla.
—Es cierto. Resultaría
hipócrita por mi parte. —Se pegó con fuerza a la chapa del Land Rover y volvió
a cruzar los brazos, como un escudo protector—. Pablo se casó con una mujer a
la que no amaba para poder disfrutar de su fortuna, de su posicionamiento
social. Me lo contó,. La única diferencia entre vosotros dos es que tú no has
sido capaz de llevarlo a cabo. —Tomó una gran bocanada de aire al sentir que se
ahogaba—. Lo que no sé si es debido a que tienes más escrúpulos, o a que yo no
estoy a la altura de lo que esperabas.
—Rochi... —susurró Gaston,
volviendo el rostro para mirarla.
—No, Gaston. No te disculpes
—rogó, alzando las manos—. No es necesario. Confío en que algún día aprenderé a
elegir a los hombres. —Caminó sobre el mullido y dócil pasto para alejarse unos
metros—. Voy a recoger mis cosas. Mañana vuelvo a casa —musitó con ojos
brillantes.
Gaston se sintió morir. Se
giró despacio. Rochi le daba la espalda, con los brazos cruzados de nuevo sobre
el pecho. La brisa de aquella tarde apacible mecía el revoltijo de bucles sobre
sus hombros. Seguramente olía a moras.
—Es lo mejor que puedes
hacer —dos lágrimas resbalaron por sus mejillas hasta desaparecer en sus
labios; jamás le habían parecido tan amargas—. Este nunca fue tu sitio.
Rochi se estremeció al
escucharle. Había llegado a creer que aquél se había convertido en su hogar, su
hogar para siempre. Ya no le cabía duda de que había estado alimentando una
ilusión estúpida.
—Es cierto. Nunca fue mi
sitio —respondió, preguntándose si alguna vez encontraría ese lugar en el que
de verdad encajara.
Sin volverse para que él no
fuera testigo de su desolación, le pidió que la despidiera de sus padres cuando
regresaran y le dijo que lamentaba no haber podido hacerlo ella misma.
Nombrar la ciudad que
visitaron juntos le avivó otros recuerdos. Volvió a ver la ilusión que
descubrió en sus ojos cuando le contó que iban a convertirlo en tío, a escuchar
de nuevo su confesado deseo de que fuera una niña... Ella no estaría allí para
contemplar la emoción con la que abrazaría por primera vez a aquel bebé. No
estaría allí para compartir con él esa emoción ni ninguna otra.
—Espero que la vida te
conceda lo que buscas. —Pensó en el que era, para él, su más valioso anhelo, y
se le encogió el corazón—. No dudo que conseguirás todo eso que ansias.
—Lo que yo ansio... —La
acarició con la mirada, dolorosamente consciente de que no podría volver a
hacerlo—. Yo también deseo que encuentres la felicidad que mereces. Presiento
que está esperándote ahí, muy cerca.
—La felicidad es para quien
sabe buscarla—musitó Rochi—; yo ni siquiera sé en qué dirección debo mirar.
—Comenzó a alejarse al comprender que no podría contener por más tiempo su
desconsuelo.
Las lágrimas que el coraje
no le dejó verter al descubrir el juego sucio de Gaston, brotaron en el
instante en el que todo había terminado. Las derramó sobre los restos de ese
amor fracasado, de ese sueño roto que jamás olvidaría.
Se fue despacio, sumida en
un mar de lloros silenciosos, atravesando el pastizal y despidiéndose con cada
nueva pisada, con los hombros vencidos y la cabeza baja.
Gaston sí pudo mirarla,
seguro de que ella no le descubriría haciéndolo. Necesitaba verla, grabársela
en las retinas y en el corazón para poder pasar el resto de la eternidad
recordándola.
Escogió, para marcharse, una
hora en la que sabía que todos estarían ocupados con las labores de la granja.
No quería más despedidas. La noche anterior, diciendo adiós a la familia D’lesandro,
Rochi había llorado hasta acabar deshecha. Candela se había atrevido a decirle
que no se fuera; que el señor Gaston la amaba, pero ella sabía que eso no era
cierto. No podía quedarse confiando en que las cosas cambiaran. Si lo hacía
corría el riesgo de acabar convertida en otra Mery. Y ella no quería eso. No
deseaba mantenerse al lado de Gaston a cualquier precio.
Acercó el coche a la entrada
de la borda y después arrastró como pudo su pesada maleta. Junto a las mismas
cosas que trajo cuando llegó, había metido algo muy preciado: el libro de
recetas que le regaló Candela, y, bien protegida entre sus hojas, la imagen de Gaston;
el hombre que ni con sus traiciones había conseguido que ella dejara de amarle.
Se detuvo a medio camino
para volverse hacia la casa. Ya no le parecía una cabaña inhóspita, sino el
refugio sencillo y acogedor donde había vivido los momentos más hermosos de su
existencia, los más importantes, los que por muchos años que transcurrieran
jamás olvidaría.
Desde el interior del
establo, donde sabía que la poca luz no le descubriría, Gaston observaba su
indecisión y el modo en el que tiraba del pesado bulto hacia su lujoso BMW.
Con la espalda bien pegada a
la pared, los puños crispados en el interior de los bolsillos de su pantalón,
la mandíbula tensa... Sólo sus ojos se movían siguiendo cada movimiento de Rochi.
Era como un animal al acecho. Pero nada más lejos de la realidad. La tensión de
sus músculos no estaba provocada por la excitación de la espera, sino por el
dolor; y no obtendría la recompensa que toda cacería conlleva, pues él estaba
dejando escapar a su presa.
Los pasos de Rochi eran
lentos, como si aguardara que alguien apareciera para detenerla. Finalmente
cerró el maletero, miró a su alrededor sin encontrar a nadie, y entró en el
coche.
Gaston inspiró cuando ya no
pudo verla. Ya estaba hecho, ya la había perdido, ya podía comenzar a hundirse
en el infierno.
Cerró los ojos y golpeó su
cabeza contra la pared, una y otra vez. No quería presenciar cómo se alejaba el
automóvil por el camino hacia la carretera, apartándola de su lado para
siempre.
Pero no necesitaba mirar,
cuando la verdadera separación la estaba librando en su corazón, que se
desangraba a la que vez que la distancia con Rochi iba creciendo. Padeció hasta
que se desgarró en dos pedazos y uno se precipitó tras ella, como asciende con
fidelidad el vapor hacia el sol. El otro, el más frío y cansado, el que ya no
podía latir para mantener vivo a un hombre, se quedó llorando, asustado y
encogido al abrigo álgido de su pecho. adaptacion

Listo, me hiciste llorar! Pura, porque tuvo que aparecer pablo. Me cago en el. Ojala gas salga a su búsqueda. Ojala no la deje ir por mucho tiempo.
ResponderEliminarPor culpa de Pablo ellos se separan porque Gaston no la detuvo
ResponderEliminarHe estado apunto de llorar, odio a Pablo.
ResponderEliminarHace días empece a leer esta nove y hoy por fin llegue al ultimo cap subido!
ResponderEliminarEstoy totalmente fascinada. Mi corazón no resiste historias como estas! Amo la perfecta descripción de sentimientos que hacen que uno se sienta de esa manera y se le estruje un poquito el corazón. Eso me pasa al imaginarme a ellos dos en estas situaciones! Una vez más debo decir que AMO este blog y a cada una de las novelas! Gracias nuevamente por compartir estas maravillosas historias que me encanta leer! Espero con ansias los proximos capitulos :)