Capitulo 4
Caminamos
en silencio hasta el inicio de la zona nueva. Con la llegada del anochecer,
aparecían signos de vida en el campamento: coches que regresaban al hogar,
voces y sonidos de los televisores que se filtraban por las delgadas paredes,
olor a frito... El blanco sol descansaba en el horizonte y teñía el cielo de
colores púrpura, naranja y carmesí.
— ¿Es
aquí? — preguntó Gaston mientras se detenía delante de mi casa blanca con su
pulcro zócalo exterior de aluminio.
Yo
asentí incluso antes de percibir el contorno de mi madre en la ventana de la
pequeña cocina.
— Sí,
aquí es — exclame aliviada—. Gracias.
Mientras
lo observaba con detenimiento a través de mis gafas de montura marrón, Gaston
alargó el brazo para apartar un mechón de cabello que se había soltado de mi
cola de caballo. La callosa yema de su dedo rozó con suave aspereza la línea
del nacimiento de mi cabello, como si se tratara del lametazo de la lengua de
un gato.
— ¿Sabes
a qué me recuerdas? — Preguntó él mientras me escudriñaba con sus ojos verdes—.
A un mochuelo duende.
— Eso
no existe — respondí yo.
— Sí
que existe. En general, viven más al sur, en el valle del Río Grande y más
allá, pero, de vez en cuando, alguno vuela hasta aquí. Yo he visto uno. — Gaston
utilizó el pulgar y el índice para indicar una distancia de unos diez
centímetros—. Son sólo así de grandes. Es un pájaro pequeño y gracioso.
— Yo no
soy pequeña — protesté yo
.
Gaston
sonrió. Su sombra me cubrió y evitó que el sol poniente me deslumbrara. Un
estremecimiento desconocido para mí recorrió mi interior. Yo quería adentrarme
en su sombra hasta encontrarme con su cuerpo y sentir sus brazos a mi
alrededor.
— Cruz
tenía razón, ¿sabes? — declaró Gaston.
— ¿Acerca
de qué?
— La
verdad es que soy un problema.
Yo ya
lo sabía. Mi acelerado corazón lo sabía y mis flaqueantes rodillas lo sabían, y
también mi estómago encogido.
— A mí
me gustan los problemas — respondí yo con esfuerzo.
Su risa
se expandió por el aire.
Gaston
se alejó con su caminar de pasos largos y desenvueltos. Una figura oscura y
solitaria. Yo recordé la fuerza de sus manos cuando me levantó del suelo. Lo
observé hasta que desapareció de mi vista y noté una sensación dulce y espesa
en mi garganta, como si acabara de tragarme una cucharada de miel caliente.
El
crepúsculo terminó con una extensa franja de luz que recorría el horizonte,
como si el cielo fuera una puerta enorme y Dios estuviera echando una última
ojeada. «Buenas noches, Welcome», pensé yo, y entré en la casa.
Continuara...
*Mafe*

No hay comentarios:
Publicar un comentario