lunes, 22 de abril de 2013

Mi Nombre Es Valery Cap 9



Capitulo 9


Poco tiempo después, mi madre echó a Salvador de casa, aunque la verdad es que no constituyó una sorpresa para nadie. El grado de tolerancia hacia los holgazanes era muy alto en el campamento, pero Salvador se había distinguido como un vago de primera categoría y todos sabían que una mujer como mi madre podía conseguir a alguien mejor. La cuestión consistía en cuál sería la última gota que colmaría el vaso, aunque no creo que nadie pensara que ésta sería un emú.

Los emús no son aves oriundas de Tejas, aunque, por la cifra de ejemplares domésticos y salvajes que hay en el país, cualquiera podría pensar lo contrario. De hecho, se considera que Tejas es la capital del mundo de los emús. Todo empezó a finales de los ochenta, cuando unos granjeros introdujeron en el estado unos ejemplares del enorme pájaro no volador con la intención de reemplazar a las reses en la producción industrial de carne. Debían de ser unos comerciantes con mucha labia, porque convencieron a todos aquellos con quienes hablaron de que pronto todo el mundo estaría ansioso por comprar aceite, piel y carne de emú. De modo que los criadores de estas aves vendieron ejemplares a otros criadores hasta que, en determinado momento, una pareja reproductora llegó a costar unos treinta y cinco mil dólares.

Más adelante, cuando, en contra de lo esperado, el público no aceptó la idea de reemplazar las Big Mac de ternera por las Big Bird de carne de ave, los precios cayeron en picado y docenas de criadores de emús dejaron en libertad al inútil animal. Cuando la pasión por los emús estaba en pleno apogeo, los granjeros los tenían encerradas en extensos pastos vallados y, como cualquier otro animal confinado en una zona limitada, de vez en cuando, alguno de ellos encontraba la forma de escapar.

Por lo que sé, el encuentro de Salvador con el emú tuvo lugar en una de esas carreteras estrechas que hay por todo el país en medio de ninguna parte. Salvador regresaba de una partida de caza de palomas en la que alguien lo había dejado participar. La temporada de caza de las palomas transcurre de principios de septiembre a finales de octubre y, si no dispones de un coto propio, puedes pagar a alguien para que te permita cazar en el suyo. Los mejores cotos para la caza de las palomas disponen de campos cubiertos de girasoles o de maíz y un estanque, al cual acuden las palomas en un vuelo rápido y bajo y agitando las alas.

Para participar en aquella partida de caza, Salvador tenía que pagar setenta y cinco dólares, y mi madre se los dio para librarse de él durante unos días. Esperábamos que Salvador tuviera suerte y cazara algunas palomas que nos comeríamos con bacón y jalapeños. Por desgracia, aunque Salvador tenía muy buena puntería cuando el objetivo estaba quieto, no conseguía acertar a un blanco en movimiento.

Camino de vuelta a casa, con las manos vacías y el cañón de la escopeta todavía caliente, Salvador tuvo que parar la camioneta porque un emú de cuello azul y unos dos metros de altura se había detenido en medio de la carretera. Salvador tocó la bocina y gritó para que la criatura se apartara, pero el emú no se movía, sólo estaba allí, plantado en medio de la carretera y mirándolo con sus redondos y brillantes ojos amarillos. Ni siquiera se movió cuando Salvador disparó al aire con su escopeta; o era tonto o demasiado inocente para tener miedo.

Mientras contemplaba con impotencia al animal, Salvador debió de pensar que se parecía mucho a una gallina gigante con patas largas y también se le debió de ocurrir que había mucha carne para comer en aquella ave; digamos que unas mil veces más que en un puñado de las diminutas pechugas de las palomas. Incluso, a diferencia de éstas, el emú no se movía, de modo que, en un intento por restaurar su masculinidad herida y con la puntería afinada gracias a horas de práctica con los flamencos, Salvador apoyó la escopeta en el hombro e hizo saltar por los aires la cabeza del animal.

Salvador regresó a casa con el enorme cuerpo del ave en la parte trasera de la camioneta y esperando ser recibido como un héroe.
Yo estaba leyendo en el patio cuando oí el familiar traqueteo de la camioneta y el motor que se apagaba, de modo que me dirigí a la entrada de la casa para preguntarle a Salvador si había cazado alguna paloma. Sin embargo, en lugar de palomas vi un cuerpo enorme de plumas grises en el suelo de la camioneta y la camisa y los pantalones de Salvador manchados de sangre, como si hubiera estado sacrificando reses en lugar de cazando palomas.

— ¡Eh, mira! — exclamó él con una amplia sonrisa mientras giraba su gorra hasta colocar la visera hacia atrás.
— ¿Qué es esto? — pregunté desconcertada, y me acerqué al animal para examinarlo.

Él adoptó una sutil pose de orgullo.

— He cazado un avestruz.

Yo arrugué la nariz al percibir el olor a sangre fresca que flotaba, denso y dulzón, en el aire.

— Creo que esto no es un avestruz, Salvador, sino un emú.
— Es lo mismo. — Salvador se encogió de hombros y su sonrisa se amplió cuando mi madre apareció en el umbral de la puerta—. ¡Eh, cariño, mira lo que ha traído a casa papaíto!

Yo nunca había visto abrirse tanto los ojos de mi madre.

— ¡Mierda! — Exclamó mi madre—. ¿De dónde demonios has sacado este emú, Salvador?
— Le he pegado un tiro en la carretera — respondió él con orgullo, pues había confundido el impacto que había sufrido mi madre con la admiración—. Esta noche cenaremos bien. Dicen que sabe a vaca.
— ¡Como mínimo, este bicho debe de valer quince mil dólares! — exclamó mi madre, y se llevó una mano al corazón como para evitar que saliera de su pecho.
— Ya no — no pude evitar comentar.

Mi madre lanzó una mirada furiosa a Salvador.

— ¡Has destruido la propiedad privada de alguien!
— Nadie lo descubrirá — respondió él—. Vamos, cariño, abre la puerta para que pueda meterlo adentro y descuartizarlo.
— ¡De ninguna forma vas a meter este animal en mi casa, loco estúpido! ¡Llévatelo! ¡Ahora! Vas a conseguir que nos arresten a los dos.

Salvador se sentía dolido y perplejo por la falta de valoración de su regalo. Yo percibí que se avecinaba una tormenta, murmuré algo acerca de regresar al patio y me escabullí hasta quedar oculta tras la casa. Durante los minutos que siguieron, lo más probable es que la mayoría de los habitantes de Bluebonnet Ranch oyeran a mi madre gritar que ya tenía bastante y que no pensaba aguantarlo ni un minuto más. Después desapareció en el interior de la casa, rebuscó en los armarios durante un rato, volvió a salir con un montón de tejanos, botas y ropa interior de hombre y lo tiró todo al suelo.
— ¡Coge tus cosas y lárgate de aquí ahora mismo!
— ¿Y tú me llamas loco? — Gritó Salvador a su vez—. ¡Estás como una cabra, mujer! Y deja de tirar mis cosas como... ¡Eh, para ya!

Entonces se produjo una lluvia de camisetas, revistas de caza y cajas de cerveza vacías: los residuos de la vida de ocio de Salvador. Él, resoplando y maldiciendo, cogió los objetos del suelo y los echó en el interior de la camioneta.

En menos de diez minutos, Salvador se alejaba de la casa mientras las ruedas de su camioneta giraban enloquecidas y la grava salía despedida hacia atrás. Lo único que quedó de el fue un emú sin cabeza abandonado frente a la puerta de la casa.
Mi madre tenía el rostro encendido y respiraba con pesadez.

— ¡Gilipollas inútil! — murmuró—. Debería haberme librado de él hace ya mucho tiempo... Un emú, por el amor de Dios...
— Mamá, ¿Salvador se ha ido para siempre? — pregunté mientras me acercaba a su lado.
— ¡Sí! — contestó ella con vehemencia.

Yo contemplé el cuerpo enorme del animal.

— ¿Que vamos a hacer con el emú?
— No tengo ni idea. — Mi madre se alisó el cabello—. Pero tenemos que librarnos de las pruebas del delito. Esta ave era muy valiosa para alguien, y yo no voy a pagar por ella.
— Alguien debería comérsela — sugerí yo.

Mi madre sacudió la cabeza y murmuró con voz grave:

— Esto es algo más que un atropello accidental.

Yo reflexioné durante unos instantes y, al final, me llegó la inspiración:

— Los Dalmau.

Mi madre me miró a los ojos y, de una forma gradual, una sonrisa reticente reemplazó su ceño.

— Tienes razón, ve a buscar a Gaston.

Según nos contaron los Dalmau más adelante, aquello constituyó más que un festín... Y duró días y días. Bistecs de emú, estofado de emú, bocadillos de emú, chile con emú... Gaston llevó el animal a la carnicería de Karl, quien, tras prometer una confidencialidad absoluta, se lo pasó en grande descuartizándolo, cortándolo en filetes y preparando carne picada.

La señora Judie incluso nos hizo llegar un guiso de emú cocinado con patatas fritas y verduras. Yo lo probé y me pareció uno de los platos más logrados de la señora Judie, sin embargo, mi madre, quien me observaba con recelo, de repente empalideció, salió corriendo de la cocina y se fue a vomitar al lavabo.

— Lo siento mamá — declaré con preocupación a través de la puerta—, no comeré más estofado si te hace sentir mal. Lo echaré a la basura, lo...
— No es por el estofado — replicó mi madre con voz gutural.

Yo la oí escupir y a continuación oí el gorgoteo del agua del retrete. Después, mi madre abrió el grifo del lavamanos y se lavó los dientes.
— ¿Qué te pasa, mamá, has cogido un virus?
— No.
— ¿Entonces...?
— Ya hablaremos de esto en otro momento, cariño. Ahora mismo necesito un poco de... — Mi madre volvió a escupir—. Intimidad.
— Sí, mamá.

Continuara...

 *Mafe*

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