lunes, 15 de abril de 2013

Un Matrimonio Diferente... 50 (Ultimo Capitulo)










A las ocho alguien llamó a la puerta de su casa de manera insistente. Rocío hizo un esfuerzo y se levantó a abrir. Un ramo de rosas rojas fue depositado en sus manos. Era Gaston que aprovechándose de que Rocío estaba medio dormida, había entrado y cerrado la puerta.
- ¿Y qué esperas que haga con esto? – dijo ella consciente del aspecto horrible que tenía, frente a él que parecía sacado de un anuncio de trajes italianos.
- Las pones en agua...
- ¿Qué pasa contigo? – preguntó ella.
Él la miró unos segundos, y luego se apartó en silencio.
- Fueron muy pocas las mujeres con las que me acosté en estos años. Con la mayoría en el primer año, durante el último con ninguna.
¿Qué reacción esperaba él después de semejante información?
Pero no pudo pensar en nada. Simplemente le pegó con el ramo por la espalda varias veces, compulsivamente, hasta que el ramo se le cayo de las manos. Él no hizo amago alguno de defenderse.
Entonces Rocío hundió su cara en sus manos y sufrió un ataque de llanto repentino. Gastón la tomó las manos.
- Por favor, ven a casa.
- ¡No puedo!
- No te preguntaré lo que has estado haciendo durante este mes. Te lo prometo. No volveré a mencionarte a Santiago. Puedo hacerlo. Dejaré de ser celoso. Crees que no puedo, pero sí puedo.
Rocío separó sus labios secos en medio del llanto.
- ¿Estabas celoso?

- Me devoraban los celos. ¿Qué crees que soy, una piedra? – dijo con firmeza -. Cuando vi esas fotos me quise morir. No pude soportarlo. Y sabía que si no era capaz de tolerarlo, te perdería. Y te he perdido al final. Pero ya me he sobrepuesto.
- Gas... - la garganta de Rocío se espesaba.
- Esa noche en Atenas sabía que estabas pensando en él. Y pensé que no podría vivir con ello.
- Estaba pensando en ti. Nicolas acababa de decirme lo de su parentesco, y me sentía muy culpable porque sabía que tú lo debías saber.
- No sabía que habías estado hablando con Nicolas. Y cuando me diste esa llave al día siguiente, de la forma en que lo hiciste, supe que la recompensa que esperabas era tu libertad. No podía obligarte a seguir a mi lado. Y menos si estabas enamora de Santiago. No tenía sentido. La decisión de quedarte tenía que ser tuya, y realmente no quería estar presente cuando la tomases.
De ese modo Gastón admitía un acto de cobardía que jamás hubiese esperado de él.
Ahora de daba cuenta de que la inseguridad la había llevado a malinterpretar sus palabras y sus hechos. Porque la que había estado luchando por escapar de ese matrimonio había sido ella, y él en cambio la había presionado para que siguiera con él. Y en el momento que apareció la llave, era lógico que él pensara que ella tenía que tomar una decisión.
Rocìo tragó saliva, le costaba hablar.
- No estoy enamorada de Santiago.
- Esas fotos dicen algo muy diferente – dijo él soltándole las manos y yendo hacia la ventana.
- Las fotos pueden engañar. Ni siquiera lo he visto desde el día que estuvo en la casa. Y ese mismo día se terminó todo. No fue más que una aventura, un pasatiempo, como quieras llamarlo. Estaba muy sola, aburrida y supongo que quería lo que jamás había tenido.
- Lo que podrías haber tenido conmigo si yo no hubiese sido tan orgulloso y tan mezquino como para ofrecértelo – Gastón volvió hacia ella y agregó -. Tú has sido más sincera conmigo de lo que me merezco, pethi mou. Si te he perdido ha sido por mi culpa. Me enamoré de ti la primera vez que te vi. Tú no te equivocaste con mis sentimientos. Fue como si la luz me golpease de pronto. Y cuando me pude recuperar del shock, lo único que quería hacer es salir corriendo.
- ¿Pero...?


- Pero tú debiste atarme los tobillos, porque no fui capaz de irme. Tú eras muy joven. Yo no estaba preparado para el matrimonio. Pero me daba miedo que otro hombre estuviera en condiciones de darte lo que yo no podía. Y si yo me iba de tu lado no iba a haber oportunidad de que estuvieras a mi alrededor cuando yo decidiera volver.
- No puedo creer que esos eran tus sentimientos – dijo Rocío, temerosa de creer lo que él decía, de que después de todo, no se hubiera equivocado cuando había creído que la atracción irresistible había sido mutua.
- Mis sentimientos eran esos. Pero no sabía cómo manejarlos, y además creo que estaba resentido por el poder de atracción que ejercías sobre mí. Pero luego, Max cambió todo. De pronto no tuve elección. Nunca, nadie, me había hecho hacer nada que yo no quisiera. Me sentí totalmente impotente. Me sentía como un caballo de raza que tu padre había comprado para ti. Atrapado por una adolescente. ¡Y me juré que no te daría nada que yo no quisiera darte!
Rocío pensó en cómo se habría sentido. Y pensó amargamente en su padre, que les había destruido la posibilidad de ser felices.
- Lo comprendo – dijo Rocío.
- Pasaron dos años de nuestro matrimonio hasta que empecé a desearte nuevamente – Gastón hizo una pausa -. No, no lo demostré. ¡Me hubiese dejado matar antes que acercarme a ti! Mi orgullo no me permitía doblegarme más aún al chantaje de Max. Tú eras una mujer a quien yo jamás tocaría.
- Sí –dijo ella.
- No te tuve en cuenta. Era una lucha entre Max y yo, y tú estabas en medio. Tú eras mi esposa. Yo no podía tocarte. Pero ningún otro podía tampoco. Pero cuando murió Max yo ya había decidido que seguirías siendo mi esposa, y entonces, al ser una elección propia, nuestro matrimonio sería real. Ya sabes, a mí no se me ocurría que tú pudieras tener otras ideas. Habías aceptado la situación por tanto tiempo... – terminó Gastón con una sombra de desconcierto y vergüenza a la vez.
- Tú pensabas que con tu palabra bastaba... – Rocío pensó que era muy arrogante, pero por lo menos era sincero.
- Yo pensaba que tú me amabas, y que por ello habías seguido a mi lado.
- ¿Pensaba que era la fiel Penélope?
- Fue muy vanidoso de mi parte. Cuando te oí hablar por teléfono con Santiago, me quise morir. Querías dejarme, y tuve que tomar medidas extraordinarias para que no te fueras. Realmente no pensaba que ese certificado fuera aún una amenaza para mí.
- ¿No? – Rocío estaba pasmada ante tal afirmación.

- Simplemente lo utilicé para retenerte, y obligarte a que le dieras una oportunidad a nuestro matrimonio. Y no tenía derecho de hacerlo. El orgullo y el resentimiento me había impedido hacerlo en vida de Max. Pero no quería enfrentarme a la posibilidad de perderte.
- No querías que ninguna otra persona te comprara calcetines... – dijo ella sonriendo, mientras se movía por la habitación.
- Hasta ahora había tenido calcetines suficientes para el resto de mi vida.
Hubo un silencio largo, Gastón entonces carraspeó y siguió.
- Cuando dije que envidiaba la fortaleza de Candela en no ceder a las presiones de la familia de Victorio para que dejaran la relación... -Gastón se pasó una mano por el pelo- Ponia no dejó que el orgullo interfiriera entre ella y sus sentimientos. Yo sí.
Rocío se dio cuenta de lo que quería decirle con eso. Y de lo que le costaba decirlo. Era una lucha interior, que se habría ahorrado con él “Quieres dormir conmigo esta noche”.
- Puedes escribirlo si te resulta más fácil – dijo ella titubeando, pero con la felicidad aflorando a sus ojos.
- Cuando volví de París y tú ya no estabas, fue como encontrarme en un desierto. Había jugado y había perdido. Tú te habías escapado por fin del campo de concentración. Necesito que vuelvas a casa.
- La has puesto en venta – le dijo con crueldad que acababa de estrenar.
- Da igual que no me ames – la miró con desesperación, las manos entrelazadas fuertemente, subrayando la tensión interior en él -. Yo te amo tanto...
- Yo también te amo, pero no estaba dispuesta a volver hasta que no lo dijeras.
Gastón la abrazó. Era hermoso volver a estar en sus brazos, y durante un rato largo no hubo más que silencio entre ellos, y besos, y un largo abrazo en el que parecían fundidos.
- Te he echado de menos todos los días a todas horas – le juró él -. Pensé que te había perdido.
Después de un rato en que parecían no poder desprenderse, Rocío le preguntó:
- ¿Cómo te sentiste cuando tiré los calcetines?


- Si no hubieses estado enfadada conmigo, no te habrías tomado el trabajo de hacerlo. Eso me dio esperanzas – le confesó él con una sonrisa.
- ¡Has tenido suerte de que no te hiciera pedazos los trajes!
- Eso me hubiera dado más esperanzas todavía, pero creo que debo decirte que no tengo intenciones de aprender a cocinar – murmuró el burlón.
- Tienes otros talentos – le dijo Rocío, acariciándole el vello del pecho.
- ¿Eso crees? – sonrió él.
- Lo sé. ¿Para qué vas a perder el tiempo en la cocina cuando eres tan bueno en la sala de juntas?
- Pequeña bruja –protestó el con ternura, y la volvió a besar.
- Quiero ver esa casa que has comprado – le dijo ella.
- La he comprado para ti.
- ¿De verdad?
La besó nuevamente.
Fue ese día, pero muy tarde ya, cuando fueron a ver la casa donde empezarían una nueva vida juntos, lejos del pasado, lejos de todo menos del amor que compartían.


FIN.

Un Matrimonio Diferente -

Lynne Graham




3 comentarios:

  1. jaja.. me encanto!!.. menos mal que gas dejo su orgullo de lado!.. muy lindo el final

    ResponderEliminar
  2. me encanto este final y un Gaston que dejo todo su orgullo por amor

    ResponderEliminar
  3. me encantan esta novela desde el rpincipio hasta el final estuvo muy buena

    ResponderEliminar