A
las ocho alguien llamó a la puerta de su casa de manera insistente. Rocío hizo
un esfuerzo y se levantó a abrir. Un ramo de rosas rojas fue depositado en sus
manos. Era Gaston que aprovechándose de que Rocío estaba medio dormida, había
entrado y cerrado la puerta.
-
¿Y qué esperas que haga con esto? – dijo ella consciente del aspecto horrible
que tenía, frente a él que parecía sacado de un anuncio de trajes italianos.
-
Las pones en agua...
-
¿Qué pasa contigo? – preguntó ella.
Él
la miró unos segundos, y luego se apartó en silencio.
-
Fueron muy pocas las mujeres con las que me acosté en estos años. Con la
mayoría en el primer año, durante el último con ninguna.
¿Qué
reacción esperaba él después de semejante información?
Pero
no pudo pensar en nada. Simplemente le pegó con el ramo por la espalda varias
veces, compulsivamente, hasta que el ramo se le cayo de las manos. Él no hizo
amago alguno de defenderse.
Entonces Rocío hundió su cara en sus manos y sufrió un ataque de llanto repentino. Gastón la
tomó las manos.
-
Por favor, ven a casa.
-
¡No puedo!
-
No te preguntaré lo que has estado haciendo durante este mes. Te lo prometo. No
volveré a mencionarte a Santiago. Puedo hacerlo. Dejaré de ser celoso. Crees que
no puedo, pero sí puedo.
Rocío separó sus labios secos en medio del llanto.
-
¿Estabas celoso?
-
Me devoraban los celos. ¿Qué crees que soy, una piedra? – dijo con firmeza -. Cuando
vi esas fotos me quise morir. No pude soportarlo. Y sabía que si no era capaz
de tolerarlo, te perdería. Y te he perdido al final. Pero ya me he sobrepuesto.
- Gas... - la garganta de Rocío se espesaba.
-
Esa noche en Atenas sabía que estabas pensando en él. Y pensé que no podría
vivir con ello.
-
Estaba pensando en ti. Nicolas acababa de decirme lo de su parentesco, y me
sentía muy culpable porque sabía que tú lo debías saber.
-
No sabía que habías estado hablando con Nicolas. Y cuando me diste esa llave al
día siguiente, de la forma en que lo hiciste, supe que la recompensa que
esperabas era tu libertad. No podía obligarte a seguir a mi lado. Y menos si
estabas enamora de Santiago. No tenía sentido. La decisión de quedarte tenía que
ser tuya, y realmente no quería estar presente cuando la tomases.
De
ese modo Gastón admitía un acto de cobardía que jamás hubiese esperado de él.
Ahora
de daba cuenta de que la inseguridad la había llevado a malinterpretar sus
palabras y sus hechos. Porque la que había estado luchando por escapar de ese
matrimonio había sido ella, y él en cambio la había presionado para que
siguiera con él. Y en el momento que apareció la llave, era lógico que él
pensara que ella tenía que tomar una decisión.
Rocìo tragó saliva, le costaba hablar.
-
No estoy enamorada de Santiago.
-
Esas fotos dicen algo muy diferente – dijo él soltándole las manos y yendo
hacia la ventana.
-
Las fotos pueden engañar. Ni siquiera lo he visto desde el día que estuvo en la
casa. Y ese mismo día se terminó todo. No fue más que una aventura, un
pasatiempo, como quieras llamarlo. Estaba muy sola, aburrida y supongo que
quería lo que jamás había tenido.
-
Lo que podrías haber tenido conmigo si yo no hubiese sido tan orgulloso y tan
mezquino como para ofrecértelo – Gastón volvió hacia ella y agregó -. Tú has sido
más sincera conmigo de lo que me merezco, pethi
mou. Si te he perdido ha sido por mi culpa. Me enamoré de ti la primera vez
que te vi. Tú no te equivocaste con mis sentimientos. Fue como si la luz me
golpease de pronto. Y cuando me pude recuperar del shock, lo único que quería
hacer es salir corriendo.
-
¿Pero...?
-
Pero tú debiste atarme los tobillos, porque no fui capaz de irme. Tú eras muy
joven. Yo no estaba preparado para el matrimonio. Pero me daba miedo que otro
hombre estuviera en condiciones de darte lo que yo no podía. Y si yo me iba de
tu lado no iba a haber oportunidad de que estuvieras a mi alrededor cuando yo
decidiera volver.
-
No puedo creer que esos eran tus sentimientos – dijo Rocío, temerosa de creer lo
que él decía, de que después de todo, no se hubiera equivocado cuando había
creído que la atracción irresistible había sido mutua.
-
Mis sentimientos eran esos. Pero no sabía cómo manejarlos, y además creo que
estaba resentido por el poder de atracción que ejercías sobre mí. Pero luego,
Max cambió todo. De pronto no tuve elección. Nunca, nadie, me había hecho hacer
nada que yo no quisiera. Me sentí totalmente impotente. Me sentía como un
caballo de raza que tu padre había comprado para ti. Atrapado por una adolescente.
¡Y me juré que no te daría nada que yo no quisiera darte!
Rocío pensó en cómo se habría sentido. Y pensó amargamente en su padre, que les había
destruido la posibilidad de ser felices.
-
Lo comprendo – dijo Rocío.
-
Pasaron dos años de nuestro matrimonio hasta que empecé a desearte nuevamente – Gastón hizo una pausa -. No, no lo demostré. ¡Me hubiese dejado matar antes que
acercarme a ti! Mi orgullo no me permitía doblegarme más aún al chantaje de
Max. Tú eras una mujer a quien yo jamás tocaría.
-
Sí –dijo ella.
-
No te tuve en cuenta. Era una lucha entre Max y yo, y tú estabas en medio. Tú
eras mi esposa. Yo no podía tocarte. Pero ningún otro podía tampoco. Pero
cuando murió Max yo ya había decidido que seguirías siendo mi esposa, y
entonces, al ser una elección propia, nuestro matrimonio sería real. Ya sabes,
a mí no se me ocurría que tú pudieras tener otras ideas. Habías aceptado la
situación por tanto tiempo... – terminó Gastón con una sombra de desconcierto y
vergüenza a la vez.
-
Tú pensabas que con tu palabra bastaba... – Rocío pensó que era muy arrogante,
pero por lo menos era sincero.
-
Yo pensaba que tú me amabas, y que por ello habías seguido a mi lado.
-
¿Pensaba que era la fiel Penélope?
-
Fue muy vanidoso de mi parte. Cuando te oí hablar por teléfono con Santiago, me
quise morir. Querías dejarme, y tuve que tomar medidas extraordinarias para que
no te fueras. Realmente no pensaba que ese certificado fuera aún una amenaza
para mí.
-
¿No? – Rocío estaba pasmada ante tal afirmación.
-
Simplemente lo utilicé para retenerte, y obligarte a que le dieras una
oportunidad a nuestro matrimonio. Y no tenía derecho de hacerlo. El orgullo y
el resentimiento me había impedido hacerlo en vida de Max. Pero no quería
enfrentarme a la posibilidad de perderte.
-
No querías que ninguna otra persona te comprara calcetines... – dijo ella
sonriendo, mientras se movía por la habitación.
-
Hasta ahora había tenido calcetines suficientes para el resto de mi vida.
Hubo
un silencio largo, Gastón entonces carraspeó y siguió.
-
Cuando dije que envidiaba la fortaleza de Candela en no ceder a las presiones de
la familia de Victorio para que dejaran la relación... -Gastón se pasó una mano por el pelo- Ponia
no dejó que el orgullo interfiriera entre ella y sus sentimientos. Yo sí.
Rocío se dio cuenta de lo que quería decirle con eso. Y de lo que le costaba decirlo.
Era una lucha interior, que se habría ahorrado con él “Quieres dormir conmigo
esta noche”.
- Puedes
escribirlo si te resulta más fácil – dijo ella titubeando, pero con la
felicidad aflorando a sus ojos.
-
Cuando volví de París y tú ya no estabas, fue como encontrarme en un desierto.
Había jugado y había perdido. Tú te habías escapado por fin del campo de
concentración. Necesito que vuelvas a casa.
-
La has puesto en venta – le dijo con crueldad que acababa de estrenar.
-
Da igual que no me ames – la miró con desesperación, las manos entrelazadas
fuertemente, subrayando la tensión interior en él -. Yo te amo tanto...
-
Yo también te amo, pero no estaba dispuesta a volver hasta que no lo dijeras.
Gastón la abrazó. Era hermoso volver a estar en sus brazos, y durante un rato largo no
hubo más que silencio entre ellos, y besos, y un largo abrazo en el que parecían
fundidos.
-
Te he echado de menos todos los días a todas horas – le juró él -. Pensé que te
había perdido.
Después
de un rato en que parecían no poder desprenderse, Rocío le preguntó:
-
¿Cómo te sentiste cuando tiré los calcetines?
-
Si no hubieses estado enfadada conmigo, no te habrías tomado el trabajo de
hacerlo. Eso me dio esperanzas – le confesó él con una sonrisa.
-
¡Has tenido suerte de que no te hiciera pedazos los trajes!
-
Eso me hubiera dado más esperanzas todavía, pero creo que debo decirte que no
tengo intenciones de aprender a cocinar – murmuró el burlón.
-
Tienes otros talentos – le dijo Rocío, acariciándole el vello del pecho.
-
¿Eso crees? – sonrió él.
-
Lo sé. ¿Para qué vas a perder el tiempo en la cocina cuando eres tan bueno en
la sala de juntas?
-
Pequeña bruja –protestó el con ternura, y la volvió a besar.
-
Quiero ver esa casa que has comprado – le dijo ella.
-
La he comprado para ti.
-
¿De verdad?
La
besó nuevamente.
Fue
ese día, pero muy tarde ya, cuando fueron a ver la casa donde empezarían una
nueva vida juntos, lejos del pasado, lejos de todo menos del amor que
compartían.
FIN.
Un Matrimonio Diferente -

jaja.. me encanto!!.. menos mal que gas dejo su orgullo de lado!.. muy lindo el final
ResponderEliminarme encanto este final y un Gaston que dejo todo su orgullo por amor
ResponderEliminarme encantan esta novela desde el rpincipio hasta el final estuvo muy buena
ResponderEliminar