miércoles, 22 de mayo de 2013

El dia que lo conocí capitulo cinco


Capítulo 5
A las cinco de la tarde del domingo, Rochi caminaba por la cocina como un león enjaulado,
rogando que Gaston apareciera con Poroto antes de que llegaran sus padres. De repente sonó el
timbre.
—¡Por fin! —gritó, y salió corriendo a abrir la puerta.
Gaston estaba parado en el umbral.
—Eh… hola. ¿Cómo marcha todo? —preguntó casi tartamudeando, como si estuviera
nervioso.
Sin contestarle ni media palabra, Rochi lo corrió de un empujón y se encaminó directamente
hacia la entrada de la casa, para poder mirar el auto.
—Permiso, ¿no? —dijo Gaston, que trataba de mantener el equilibrio después del empujón.
—Discúlpame —dijo ella—, pero estoy nerviosa. ¿Comprendes? —Se encaminó hacia la
entrada de la casa y se agachó frente a Poroto, para examinar la parte delantera desde todos los
ángulos posibles. Se sentía como uno de esos jugadores de golf que había mirado durante su
aburrido maratón televisivo del sábado por la tarde: a punto de dar un golpe suave a la pelota
para logar el hoyo dieciocho.
—¿Y bien? —Gaston, que había seguido cada uno de sus pasos, se apoyó contra la puerta del
conductor. —¿Está bien?
—¿Si esta bien? ¡Es increíble! —exclamó Rochi mientras daba un fugaz abrazo a su salvador.
Se sorprendió de lo mucho que le agradó la sensación.
“¿Pero qué rayos está sucediendo conmigo? —se preguntó—. ¿De veras he abrazado a
Gaston Dalmau… y me gustó?”
—No tienes que sorprenderte tanto —dijo Gaston—. Te prometí arreglarlo.
—Sé que me lo prometiste, pero no estaba segura de que lo lograras —admitió Rochi.
—Sí, cierto. Mi padre sólo contrata empleados incompetentes para su taller —replico
Gaston—. Trata de arruinar su empresa.
—Bueno, no fue mi intención decir eso —se disculpó Rochi.
—Pero lo insinuaste —replicó él—. Además de ser muy habilidoso para reparar autos, tengo
un oído muy sensible a las voces de desconfianza de la gente.
—Mira, lo que quise decir fue que, en mi opinión, Poroto quedaría arruinado para siempre.
¿Crees que tengo alguna idea de chapa del automotor?
—Bueno, al menos sé que no tienes idea de cómo se debe conducir correctamente —contestó
Gaston con sorna.
Rochi cruzó los brazos sobre el pecho y suspiró con fuerza.
—Creo que mis habilidades de conductora ya habían sido criticadas ayer.
—Tienes razón —respondió él—. Discúlpame.
Rochi observó el overol y la remera de estridentes colores, estaba teñida con una técnica
especial para que la pintura tomara en forma despareja. Llevaba zapatillas de caña haja, violetas.
Ese tipo desconocía por completo los dictados de la moda.
—Bueno, gracias por haber hecho un trabajo excelente. Supongo que te veré en la escuela.
—Sí, claro —contestó él—. Y el próximo sábado. No lo olvides.
—No, no lo he olvidado. —Rochi miró el cabello de Gaston, y las cinco
o seis pulseras de soga que llevaba en la muñeca. —¿Estás seguro de que no prefieres que te
pague en efectivo? —preguntó—. Me refiero a que, si bien no tengo una fortuna para darte, tal
vez podamos programar un plan de pago…
—No. Absolutamente no —contestó Gaston, y se irguió—. Una salida será pago más que
suficiente. Así me ayudarás mucho más de lo que crees.
Rochi se encogió de hombros
—De acuerdo. Como quieras. —Aunque jamás habría aceptado salir con Gaston en
circunstancias normales, ¿qué daño podría hacerle una sola tarde?
—Me iré en cualquiera momento. Mi primo Peter pasará a buscarme. Puedo esperar aquí
afuera —dijo Gaston.
—Es una estupidez. ¿Por qué no entras en la casa? Mis padres regresarán dentro de un par de
horas —lo invitó Rochi.
Gaston arqueó las cejas; ambos intercambiaron miradas de incomodidad. Aun así, aceptó la
invitación. Entraron y ella tomó dos vasos de la alacena. Estaba por servir una gaseosa dietética
cuando charle le advirtió:
—Yo prefiero agua, por favor.
—¿Seguro que no quieres otra cosa? —preguntó Rochi—. Puedo ofrecerte jugo, cerveza sin
alcohol…
—Agua está bien, gracias —insistió Gaston, con cierta timidez.
Rochi se le acercó y le entregó el vaso vacío. Si ese detalle se interpretaba como un adelanto de
la salida del sábado, evidentemente sería una tarde interminable.
—Si quieres agua, allí tienes la canilla. —la señaló. —Sírvete.
—De repente estalló el ruido de una bocina estrepitosa que venía del exterior de la casa. Rochi
se sobresaltó, por la intensidad del bocinazo.
—Debe de ser Peter —dijo Gaston.
Rochi asintió.
“Por supuesto. La vulgaridad es un gen característico de toda la familia”
Se dirigió a la puerta principal y la abrió.
—Gracias por haberme traído el auto.
Gaston le devolvió el vaso vacío.
—De nada. Y gracias por haber aceptado acompañarme el próximo sábado.
—Oye. Eso quería preguntarte. ¿Cuáles son exactamente los…?
—¡Hola! —Un chico que parecía mayor de lo que en realidad era se asomó por la ventanilla
de un auto rojo bastante destartalado y saludó a Rochi con la mano. —De modo que eres la chica
que sale con Gaston, ¿eh?
—¿Que sale con Gaston? —preguntó Rochi.
Gaston carraspeó.
—Bueno, eh… cuídate. —Apretó el brazo de la chica y fue al trote hasta el auto de Peter.
—Sí —dijo Peter—. Me ha hablado sobre ti. Nos veremos el próximo fin de semana,
¿correcto?
—Correcto —confirmó Rochi—. El próximo fin de semana.
Mientras Peter daba marcha atrás con el auto, Gaston saludaba agitando la Mano en el aire.
Rochi le correspondió el saldo mientras se preguntaba qué habría querido decir Peter. ¿La chica
que “sale” con Gaston? Una sola salida juntos no implicaba que “salían” en el sentido romántico
de la palabra, en especial, cuando ni siquiera se conocían. Pero, ¿cómo sería salir con él en serio?
Gaston era un tipo agradable. Aunque, en ocasiones, muy aburrido también.
Una sola salida, se recordó mientras llevaba a Poroto al garaje, de donde no debió habarse
movido en todo el fin de semana. Frotó la parte central del paragolpes delantero. Más suave,
imposible. Nadie se enteraría de que había estado seriamente abollado.
No sabía cómo actuaría Gaston en la salida del sábado, pero por cierto era excelente como
chapista. Rochi estaba sorprendida por lo profesional que lucía el trabajo. Gaston había cumplido
con su parte del trato; ahora era el turno de ella.

—Es bonita. Mucho más de lo que esperaba —declaró Peter—. En realidad, jamás imaginé
que llevarías semejante preciosura al casamiento.
—Tampoco yo —murmuró Gaston entre dientes.
—¿De modo que ésta será tu primera salida con ella? Quiero decir, ¿por qué nunca me la
mencionaste antes? —preguntó Peter.
Gaston se encogió de hombros y bajó el vidrio de la ventanilla.
—Porque en realidad recién empiezo a conocerla. —¡Y por la manera que acababa de tratarlo,
mejor no terminar de conocerla nunca! Si no hubiera sido tan linda, Gaston la habría dicho que
olvidara el trato que habían pactado. Siempre le había llamado la atención en la escuela… ¿Y a
quién no? Era muy famosa y tuvo muchos novios. Gaston jamás habría imaginado que se le
presentaría la oportunidad de mantener una conversación con ella, y mucho menos de salir
juntos.
—¿Por qué no me permitiste hablar con ella? —Peter bajó la velocidad pues el siguiente
semáforo estaba en rojo.
—Ah… eh… porque es un poco tímida. —Gaston apartó con el pie unos casetes y unas latas
de gaseosa vacías que ocupaban el piso del auto, para ponerse más cómodo. Con tanta basura,
casi no había lugar donde estirar las piernas. —¿Sabes? Este auto es un asco. No puedo creer que
seas tan sucio.
Peter tomó por la calle de Gaston.
—No me pareció tímida cuando la vi saludando con la mano. Por el contrario, se la veía
bastante distinta. ¿Es…?
—Sí. Es porrista —interrumpió Gaston—. Por eso agita los brazos con tanta naturalidad.
—Gaston Dalmau saliendo con una porrista. —Peter meneó la cabeza. —Después de esto, ya
nada me sorprenderá.
—Bueno, no salimos en el estricto sentido de la palabra —aclaró Gaston, pero enseguida
recordó la apuesta: para ganar, la salida con Rochi debía parecer auténtica.
—¿De veras? Pensé que…
—Quiero decir que estamos ansiosos por disfrutar de nuestra primera salida juntos, que será
la fiesta de casamiento. —Peter detuvo el auto frente a la casa de su primo. Gaston abrió la
puerta. —Gracias por haberme traído, pit.
—No me llames así —protestó Peter—. Y llévate estos casetes de hippie. —le arrojó unos
cuantos. Gaston logró atrapar uno; los otros dos se cayeron. —Qué reflejos.
—Hasta pronto —lo saludó—.pit

—¿Qué tal el paseo? —Rochi tomó un pequeño bolso de lona de las manos de su madre y lo
llevó al living.
—Ah, estupendo —respondió la madre—. Pero tanto viaje es agotador. —Se dejó caer
pesadamente sobre la silla mullida, tapizada con diseños florales, situada junto a la chimenea
—La próxima vez iremos en avión.
—La próxima vez les toca venir a ellos —intervino el padre de Rochi. Apoyó la maleta en el
piso, junto alas escaleras, y se sentó en el sillón, al lado de Rochi. A los cuarenta y seis años, el
señor Igarzabal hacía lo imposible por no envejecer. Seguía usando jeans y camisas de paño,
como la mitad de los compañeros de escuela de Rochi. —¿Qué has hecho durante todo el fin de
semana? —le preguntó.
Rochi se movió en el sillón.
—Ah, nada importante. —Para no demostrar su nerviosismo moviendo sin cesar las manos,
decidió que lo mejor era mantenerlas ocupadas. Tomó un puñado de nueces de un recipiente,
dispuesto sobre la mesa y se llevó una a la boca.
—Rochi, te tiemblan las manos —observó la señora Igarzabal.
—¿De verdad? Estoy… cansada. —Sonrió. Tenía la sensación de que estaba a punto de
echarlo todo a perder. Nunca antes había ocultado algo a sus padres; mucho menos algo tan
importante como el accidente que había sufrido, por eso se sentía tan incómoda.
—Qué pena que se haya cancelado el desfile —comentó el padre—. ¿Qué hiciste todo el día?
Tengo entendido que aquí el tiempo estuvo horrible.
—Sí —confirmó Rochi, muy ansiosa—. Peor no pudo haber estado. Llovió todo el día. Salí a
caminar y volví empapada.
“¡Mi chaqueta!”
De pronto recordó que había dejado l chaqueta y el pulóver nuevo que se había comprado en
el asiento trasero de Poroto, antes de que Gaston se lo llevara a remolque.
—Deben de estar muertos de sed. ¿Quieren que les traiga algo para beber? Iré a buscar las
bebidas. —Se puso de pie de un salto. —¿Jugo de naranjas está bien?
—Perfecto —respondió la madre.
Rochi fue a la cocina y sacó unos vasos. Tras comprobar que sus padres continuaban
conversando en el living, abrió muy despacio la puerta del garaje. Una vez allí abrió la puerta de
Poroto y tomó la chaqueta y la bolsa. Después se agachó frente a la trompa del auto y pasó la
mano por el paragolpes por última vez. No había rastros. Sólo las rayas normales de un vehículo
que se había usado durante casi treinta años. Ni un solo bollo. Nada. Suspiró aliviada.
Volvió a hurtadillas a la cocina, sirvió el jugo de naranjas y regresó al living.
—Aquí tienen. —Entregó un vaso a cada uno.
—Qué servicio. —El padre sonrió. —Qué suerte haber vuelto a casa.
—¿Fuiste al garaje a buscar algo, o me pareció? —preguntó la señora Igarzabal.
Rochi casi se atragantó con el jugo de naranjas. Carraspeó antes de responder.
—Sí. Yo… dejé allí mi chaqueta ayer, para que se secara, y olvidé entrarla. ¿Viste mi
chaqueta corta, que supuestamente es ideal para los días de lluvia? Bueno, en realidad no sirve
para nada. Cuando nos referimos al mal tiempo, recordé que me la había puesto para salir a
caminar. Ni siquiera se secó, de modo que ahí tienes la prueba de cómo quedé. Creo que tendría
que comprarme otra chaqueta liviana, algo impermeable. Tal vez estén en liquidación en esta
época, ¿qué te parece?
—Quizá. —La madre se encogió de hombros. —Sólo temí que hubiéramos dejado las luces
encendidas.
—Ah —contestó Rochi.
“Y yo, como una idiota, hablando estupideces sobre mi chaqueta.”
Tendría que tranquilizarse o de lo contrario sus nervios la delatarían.
“No hay nada de qué preocuparse”, se dijo.
Su padre acababa de estacionar el Toyota junto a Poroto; había pasado junto a él, hasta lo
había mirado y no se dio cuenta de nada. Claro, porque no había nada que notar. Y una vez que
la cita con Gaston Dalmau llegara a su fin, todo el episodio se convertiría en un recuerdo remoto y
nada más. Nadie tendría por qué enterarse de lo sucedido.
En especial, su padre.

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