Capítulo 5
A las cinco de la
tarde del domingo, Rochi caminaba por la cocina como un león enjaulado,
rogando que Gaston
apareciera con Poroto antes de que llegaran sus padres. De repente sonó el
timbre.
—¡Por fin! —gritó, y
salió corriendo a abrir la puerta.
Gaston estaba parado
en el umbral.
—Eh… hola. ¿Cómo
marcha todo? —preguntó casi tartamudeando, como si estuviera
nervioso.
Sin contestarle ni
media palabra, Rochi lo corrió de un empujón y se encaminó directamente
hacia la entrada de
la casa, para poder mirar el auto.
—Permiso, ¿no? —dijo Gaston,
que trataba de mantener el equilibrio después del empujón.
—Discúlpame —dijo
ella—, pero estoy nerviosa. ¿Comprendes? —Se encaminó hacia la
entrada de la casa y
se agachó frente a Poroto, para examinar la parte delantera desde todos los
ángulos posibles. Se
sentía como uno de esos jugadores de golf que había mirado durante su
aburrido maratón
televisivo del sábado por la tarde: a punto de dar un golpe suave a la pelota
para logar el hoyo
dieciocho.
—¿Y bien? —Gaston,
que había seguido cada uno de sus pasos, se apoyó contra la puerta del
conductor. —¿Está
bien?
—¿Si esta bien? ¡Es
increíble! —exclamó Rochi mientras daba un fugaz abrazo a su salvador.
Se sorprendió de lo
mucho que le agradó la sensación.
“¿Pero qué rayos está
sucediendo conmigo? —se preguntó—. ¿De veras he abrazado a
Gaston Dalmau… y me
gustó?”
—No tienes que
sorprenderte tanto —dijo Gaston—. Te prometí arreglarlo.
—Sé que me lo
prometiste, pero no estaba segura de que lo lograras —admitió Rochi.
—Sí, cierto. Mi padre
sólo contrata empleados incompetentes para su taller —replico
Gaston—. Trata de
arruinar su empresa.
—Bueno, no fue mi
intención decir eso —se disculpó Rochi.
—Pero lo insinuaste
—replicó él—. Además de ser muy habilidoso para reparar autos, tengo
un oído muy sensible
a las voces de desconfianza de la gente.
—Mira, lo que quise
decir fue que, en mi opinión, Poroto quedaría arruinado para siempre.
¿Crees que tengo
alguna idea de chapa del automotor?
—Bueno, al menos sé
que no tienes idea de cómo se debe conducir correctamente —contestó
Gaston con sorna.
Rochi cruzó los
brazos sobre el pecho y suspiró con fuerza.
—Creo que mis
habilidades de conductora ya habían sido criticadas ayer.
—Tienes razón
—respondió él—. Discúlpame.
Rochi observó el
overol y la remera de estridentes colores, estaba teñida con una técnica
especial para que la
pintura tomara en forma despareja. Llevaba zapatillas de caña haja, violetas.
Ese tipo desconocía
por completo los dictados de la moda.
—Bueno, gracias por
haber hecho un trabajo excelente. Supongo que te veré en la escuela.
—Sí, claro —contestó
él—. Y el próximo sábado. No lo olvides.
—No, no lo he
olvidado. —Rochi miró el cabello de Gaston, y las cinco
o seis pulseras de
soga que llevaba en la muñeca. —¿Estás seguro de que no prefieres que te
pague en efectivo?
—preguntó—. Me refiero a que, si bien no tengo una fortuna para darte, tal
vez podamos programar
un plan de pago…
—No. Absolutamente no
—contestó Gaston, y se irguió—. Una salida será pago más que
suficiente. Así me
ayudarás mucho más de lo que crees.
Rochi se encogió de
hombros
—De acuerdo. Como
quieras. —Aunque jamás habría aceptado salir con Gaston en
circunstancias
normales, ¿qué daño podría hacerle una sola tarde?
—Me iré en cualquiera
momento. Mi primo Peter pasará a buscarme. Puedo esperar aquí
afuera —dijo Gaston.
—Es una estupidez.
¿Por qué no entras en la casa? Mis padres regresarán dentro de un par de
horas —lo invitó Rochi.
Gaston arqueó las
cejas; ambos intercambiaron miradas de incomodidad. Aun así, aceptó la
invitación. Entraron
y ella tomó dos vasos de la alacena. Estaba por servir una gaseosa dietética
cuando charle le
advirtió:
—Yo prefiero agua,
por favor.
—¿Seguro que no
quieres otra cosa? —preguntó Rochi—. Puedo ofrecerte jugo, cerveza sin
alcohol…
—Agua está bien,
gracias —insistió Gaston, con cierta timidez.
Rochi se le acercó y
le entregó el vaso vacío. Si ese detalle se interpretaba como un adelanto de
la salida del sábado,
evidentemente sería una tarde interminable.
—Si quieres agua,
allí tienes la canilla. —la señaló. —Sírvete.
—De repente estalló
el ruido de una bocina estrepitosa que venía del exterior de la casa. Rochi
se sobresaltó, por la
intensidad del bocinazo.
—Debe de ser Peter
—dijo Gaston.
Rochi asintió.
“Por supuesto. La
vulgaridad es un gen característico de toda la familia”
Se dirigió a la
puerta principal y la abrió.
—Gracias por haberme
traído el auto.
Gaston le devolvió el
vaso vacío.
—De nada. Y gracias
por haber aceptado acompañarme el próximo sábado.
—Oye. Eso quería
preguntarte. ¿Cuáles son exactamente los…?
—¡Hola! —Un chico que
parecía mayor de lo que en realidad era se asomó por la ventanilla
de un auto rojo
bastante destartalado y saludó a Rochi con la mano. —De modo que eres la chica
que sale con Gaston,
¿eh?
—¿Que sale con Gaston?
—preguntó Rochi.
Gaston carraspeó.
—Bueno, eh… cuídate.
—Apretó el brazo de la chica y fue al trote hasta el auto de Peter.
—Sí —dijo Peter—. Me
ha hablado sobre ti. Nos veremos el próximo fin de semana,
¿correcto?
—Correcto —confirmó Rochi—.
El próximo fin de semana.
Mientras Peter daba
marcha atrás con el auto, Gaston saludaba agitando la Mano en el aire.
Rochi le correspondió
el saldo mientras se preguntaba qué habría querido decir Peter. ¿La chica
que “sale” con Gaston?
Una sola salida juntos no implicaba que “salían” en el sentido romántico
de la palabra, en
especial, cuando ni siquiera se conocían. Pero, ¿cómo sería salir con él en
serio?
Gaston era un tipo
agradable. Aunque, en ocasiones, muy aburrido también.
Una sola salida, se
recordó mientras llevaba a Poroto al garaje, de donde no debió habarse
movido en todo el fin
de semana. Frotó la parte central del paragolpes delantero. Más suave,
imposible. Nadie se
enteraría de que había estado seriamente abollado.
No sabía cómo
actuaría Gaston en la salida del sábado, pero por cierto era excelente como
chapista. Rochi
estaba sorprendida por lo profesional que lucía el trabajo. Gaston había
cumplido
con su parte del
trato; ahora era el turno de ella.
—Es bonita. Mucho más
de lo que esperaba —declaró Peter—. En realidad, jamás imaginé
que llevarías
semejante preciosura al casamiento.
—Tampoco yo —murmuró Gaston
entre dientes.
—¿De modo que ésta
será tu primera salida con ella? Quiero decir, ¿por qué nunca me la
mencionaste antes?
—preguntó Peter.
Gaston se encogió de
hombros y bajó el vidrio de la ventanilla.
—Porque en realidad
recién empiezo a conocerla. —¡Y por la manera que acababa de tratarlo,
mejor no terminar de
conocerla nunca! Si no hubiera sido tan linda, Gaston la habría dicho que
olvidara el trato que
habían pactado. Siempre le había llamado la atención en la escuela… ¿Y a
quién no? Era muy
famosa y tuvo muchos novios. Gaston jamás habría imaginado que se le
presentaría la
oportunidad de mantener una conversación con ella, y mucho menos de salir
juntos.
—¿Por qué no me
permitiste hablar con ella? —Peter bajó la velocidad pues el siguiente
semáforo estaba en
rojo.
—Ah… eh… porque es un
poco tímida. —Gaston apartó con el pie unos casetes y unas latas
de gaseosa vacías que
ocupaban el piso del auto, para ponerse más cómodo. Con tanta basura,
casi no había lugar
donde estirar las piernas. —¿Sabes? Este auto es un asco. No puedo creer que
seas tan sucio.
Peter tomó por la
calle de Gaston.
—No me pareció tímida
cuando la vi saludando con la mano. Por el contrario, se la veía
bastante distinta.
¿Es…?
—Sí. Es porrista
—interrumpió Gaston—. Por eso agita los brazos con tanta naturalidad.
—Gaston Dalmau
saliendo con una porrista. —Peter meneó la cabeza. —Después de esto, ya
nada me sorprenderá.
—Bueno, no salimos en
el estricto sentido de la palabra —aclaró Gaston, pero enseguida
recordó la apuesta:
para ganar, la salida con Rochi debía parecer auténtica.
—¿De veras? Pensé
que…
—Quiero decir que
estamos ansiosos por disfrutar de nuestra primera salida juntos, que será
la fiesta de
casamiento. —Peter detuvo el auto frente a la casa de su primo. Gaston abrió la
puerta. —Gracias por
haberme traído, pit.
—No me llames así
—protestó Peter—. Y llévate estos casetes de hippie. —le arrojó unos
cuantos. Gaston logró
atrapar uno; los otros dos se cayeron. —Qué reflejos.
—Hasta pronto —lo
saludó—.pit
—¿Qué tal el paseo? —Rochi
tomó un pequeño bolso de lona de las manos de su madre y lo
llevó al living.
—Ah, estupendo
—respondió la madre—. Pero tanto viaje es agotador. —Se dejó caer
pesadamente sobre la
silla mullida, tapizada con diseños florales, situada junto a la chimenea
—La próxima vez
iremos en avión.
—La próxima vez les
toca venir a ellos —intervino el padre de Rochi. Apoyó la maleta en el
piso, junto alas
escaleras, y se sentó en el sillón, al lado de Rochi. A los cuarenta y seis
años, el
señor Igarzabal hacía
lo imposible por no envejecer. Seguía usando jeans y camisas de paño,
como la mitad de los
compañeros de escuela de Rochi. —¿Qué has hecho durante todo el fin de
semana? —le preguntó.
Rochi se movió en el
sillón.
—Ah, nada importante.
—Para no demostrar su nerviosismo moviendo sin cesar las manos,
decidió que lo mejor
era mantenerlas ocupadas. Tomó un puñado de nueces de un recipiente,
dispuesto sobre la
mesa y se llevó una a la boca.
—Rochi, te tiemblan
las manos —observó la señora Igarzabal.
—¿De verdad? Estoy…
cansada. —Sonrió. Tenía la sensación de que estaba a punto de
echarlo todo a
perder. Nunca antes había ocultado algo a sus padres; mucho menos algo tan
importante como el
accidente que había sufrido, por eso se sentía tan incómoda.
—Qué pena que se haya
cancelado el desfile —comentó el padre—. ¿Qué hiciste todo el día?
Tengo entendido que
aquí el tiempo estuvo horrible.
—Sí —confirmó Rochi,
muy ansiosa—. Peor no pudo haber estado. Llovió todo el día. Salí a
caminar y volví
empapada.
“¡Mi chaqueta!”
De pronto recordó que
había dejado l chaqueta y el pulóver nuevo que se había comprado en
el asiento trasero de
Poroto, antes de que Gaston se lo llevara a remolque.
—Deben de estar
muertos de sed. ¿Quieren que les traiga algo para beber? Iré a buscar las
bebidas. —Se puso de
pie de un salto. —¿Jugo de naranjas está bien?
—Perfecto —respondió
la madre.
Rochi fue a la cocina
y sacó unos vasos. Tras comprobar que sus padres continuaban
conversando en el
living, abrió muy despacio la puerta del garaje. Una vez allí abrió la puerta
de
Poroto y tomó la
chaqueta y la bolsa. Después se agachó frente a la trompa del auto y pasó la
mano por el
paragolpes por última vez. No había rastros. Sólo las rayas normales de un
vehículo
que se había usado
durante casi treinta años. Ni un solo bollo. Nada. Suspiró aliviada.
Volvió a hurtadillas
a la cocina, sirvió el jugo de naranjas y regresó al living.
—Aquí tienen.
—Entregó un vaso a cada uno.
—Qué servicio. —El
padre sonrió. —Qué suerte haber vuelto a casa.
—¿Fuiste al garaje a
buscar algo, o me pareció? —preguntó la señora Igarzabal.
Rochi casi se
atragantó con el jugo de naranjas. Carraspeó antes de responder.
—Sí. Yo… dejé allí mi
chaqueta ayer, para que se secara, y olvidé entrarla. ¿Viste mi
chaqueta corta, que
supuestamente es ideal para los días de lluvia? Bueno, en realidad no sirve
para nada. Cuando nos
referimos al mal tiempo, recordé que me la había puesto para salir a
caminar. Ni siquiera
se secó, de modo que ahí tienes la prueba de cómo quedé. Creo que tendría
que comprarme otra
chaqueta liviana, algo impermeable. Tal vez estén en liquidación en esta
época, ¿qué te
parece?
—Quizá. —La madre se
encogió de hombros. —Sólo temí que hubiéramos dejado las luces
encendidas.
—Ah —contestó Rochi.
“Y yo, como una
idiota, hablando estupideces sobre mi chaqueta.”
Tendría que
tranquilizarse o de lo contrario sus nervios la delatarían.
“No hay nada de qué
preocuparse”, se dijo.
Su padre acababa de
estacionar el Toyota junto a Poroto; había pasado junto a él, hasta lo
había mirado y no se
dio cuenta de nada. Claro, porque no había nada que notar. Y una vez que
la cita con Gaston Dalmau
llegara a su fin, todo el episodio se convertiría en un recuerdo remoto y
nada más. Nadie
tendría por qué enterarse de lo sucedido.
En especial, su
padre.

No hay comentarios:
Publicar un comentario