Capítulo 4
—De modo que
pretendes que te crea que la dueña de ese vw te pidió que salieras con ella?
—Preguntó el primo de
Gaston, meneando la cabeza—. De ninguna manera. No puede haberte
invitado a ti.
—Tal vez no te habría
invitado a ti… —contestó Gaston con sorna, mientras apoyaba los pies
sobre el escritorio
de su tío y estiraba los brazos por encima de la cabeza. Por fin había
terminado su turno y
ahora le tocaba a Peter conducir la camioneta de remolque.
—Y a ti tampoco
—reiteró Peter, con el entrecejo fruncido.
—¿Qué puedo decir?
Algunos nacemos con buena estrella; otros, estrellados —contestó
Gaston.
—Claro. Y yo creo que
tú has nacido estrellado. —Peter hablaba y mientras tanto golpeaba
el escritorio de la
oficina del garaje con un bolígrafo que llevaba el nombre de la empresa,
Centro del Automotor Dalmau,
estampado en un costado. El taller pertenecía al padre de Peter y
al de Gaston; ellos y
la famosa tía Justina eran hermanos.
—Entonces cuéntame
qué fue lo que de veras sucedió.
—No es necesario que
sepas qué fue lo que sucedió. Es un asunto personal sólo tiene que
importarte que he
conseguido una chica para que me acompañe a la fiesta de casamiento de Vico.
Y, por lo que sé,
hasta el momento tú no has tenido la misma suerte —agregó con una sonrisa.
Trataba de parecer
distendido, pero la realidad era muy diferente. Se le crispaban los nervios
de sólo pensar en su
cita con Rochi. A decir verdad, no la conocía. Lo único que sabía de ella era
que se trataba de la
chica más famosa de toda la escuela. Y para Rochi, Gaston también era un
ilustre desconocido.
Por el modo en que habían salido las cosas esa tarde, temía que lo hiciera
quedar en ridículo en
plena boda.
—Mira, Rey del Disco,
hace rato que te conozco y sé que las chicas no te sobran —continuó
Peter. Bebió un sorbo
del café que se había servido e hizo una mueca. —Aj, creo que este café
es del jueves pasado.
—Tal vez —repuso Gaston—.
Podrías preparar nuevo, pero para eso tendrías que levantar el
trasero.
—En realidad estoy
esperando que alguien llame para que lo auxilie, así salgo a comprar algo
para comer —dijo Peter—.
En estos momentos me muero por unos aros de cebollas fritas.
Gaston meneó la
cabeza.
—Eres un empleado muy
cumplidor. Bien, será mejor que me ponga a trabajar. Tal vez
deberías encargarte
de buscar una chica para que te acompañe el próximo sábado… a menos que
quieras darte por
vencido desde ahora.
—Por supuesto que no
me rendiré. Ni te ilusiones —replicó Peter—. No tengas dudas de
que iré acompañado.
El único contratiempo es que todas las chicas a las que he invitado hasta
ahora ya han hecho
sus planes para esa fecha.
—Claro —contestó Gaston.
—Y cuando por fin
consiga a la chica, puedes estar seguro de que será alguien especial —
añadió Peter—.
Tampoco saldré con cualquiera: estoy buscando a la chica perfecta.
—Peter, no tengo
ganas de escuchar tus requisitos para esa candidata inexistente —acaró
Gaston mientras se
ponía de pie—. Si estuviera en tu lugar, me encargaría de encontrar la
compañera para el
sábado. De lo contrarío, tendrás que pasarte las vacaciones admirando focas
con tía Justina en el
Crucero del Aburrimiento. Claro que eso ya no es problema mío, porque
yo sí he conseguido
una noviecita para el sábado.
Peter lo miró
furioso.
—¿Adonde vas?
—Le prometí a esa
chica… ya sabes, la que vendrá conmigo al casamiento del sábado… que
le arreglaré el auto
este fin de semana —respondió Gaston—. Estaba tan deprimida que no pude
resistirlo. Un
problemita con su padre… entiendes cómo son estas cosas, ¿verdad?
—¿Pero cómo has hecho
para conseguir una chica tan rápido? ¿Es compañera tuya de la
escuela? —preguntó,
muy intrigado.
—sí. Nos conocemos
hace rato. —Gaston sonrió.
“Un rato de media
hora —agrego para sí—. Desde que cerramos este trato.”
—Somos amigos desde
hace tiempo, pero el romance es algo bastante reciente —explicó.
“Exactamente cuando
se llevó `por delante ese cartel.”
—Supongo que debe de
tener nombre —insistió Peter—. Como todavía no lo has
mencionado, empiezo a
preguntarme si de veras existe.
—Rochi —dijo Gaston—.
Rochi Igarzabal. La conocerás el próximo fin de semana.
—Tiene que haber sido
pura suerte —replicó Peter, justo en el momento en que sonaba el
teléfono—. No existe
otra explicación. —Tomó el aparato. —Centro del Automotor Dalmau. ¿En
qué puedo servirlo?
Gaston abrió la
puerta de la oficina y entró en el garaje. Una sola salida con Rochi Igarzabal
le
alcanzaba para
salvarse del crucero. Todavía no podía creer que hubiera aceptado la invitación.
No imaginaba mantener
una charla con ella que durara más de dos minutos, pues casi no tenían
nada en común. A él
le agradaba reunirse con sus amigos, mientras
que ella pasaba sus
fines de semana en Sandy’s, un sitio donde se comían hamburguesas y papas
fritas. Él practicaba
lanzamiento de disco; ella era porrista. No tenían un solo amigo, idea o
interes en común.
Pero cuando empezó a
trabajar en el escarabajo se recordó que no era necesario llevarse bien
con Rochi. Bastaba
con que se entendieran esa tarde. No sería tan terrible, sobre todo si lo
comparaba con pasar
una semana entera con tía Justina. Nada que Rochi dijera o hiciera podrían
ser tan torturoso.
—Ah, estás bromeando
—dijo Lali en voz bien alta, para que pudiera escucharla a pesar del
ruido de la fiesta.
Rochi negó con la
cabeza.
—Nada de bromas; es
la pura verdad.
—¿Me lo dices en
serio? —Lali la miró fijo.
—¡Basta! —dijo Rochi,
retrocediendo—. Sí, estoy hablando en serio. Sé que es extraño, ¡pero
tenía que hacer algo!
—Algo, claro. ¿Pero eso?
Quiero decir, ¿por qué no me llamaste? —preguntó Lali.
Retrocedió para dejar
pasar a alguien. La fiesta era un pandemónium. La casa de Candela estaba
atestada de gente:
algunos comían mientras otros bailaban en el living.
—Estabas muy atareada
cuidando a tus hermanos, ¿recuerdas? Y tú no eres mecánica;
Gaston, sí —respondió
Rochi, encogiéndose de hombros.
—Sí, además de ser
mecánico es un reverendo idiota —replicó Lali—. ¿No recuerdas lo
ridículo que estuvo
en la reunión del consejo del año pasado? Ni siquiera se postuló como
candidato para el
consejo escolar y de repente quiso decidir lo que debía hacerse para el
desfile.
—Ya lo sé. No he
olvidado el episodio. Escucha, no dije que me gustara. No dije que fuera yo
la que quería salir
con él. Y mucho menos dije que lo haría más de una vez, ¿correcto? —arguyó
Rochi—. Fue sólo un
trato, para salvarme el pellejo. Ya sabes cómo es mi padre con ese auto. No
puedo permitir que se
entere de lo que pasó, que saqué a Poroto sin su permiso… Nunca.
Lali mordisqueaba el
borde del vaso vacío de plástico que tenía en la mano.
—Tienes razón. Tu
padre se pondría furioso si se enterara de que te atreviste a usar el auto.
Pero no sé… salir con
Gaston Dalmau me parece dramático.
—No. Lo dramático es
haber estropeado el auto de mi padre. Esa salida será un juego de
niños en comparación
con lo que significaría enfrentar a mi padre. —Rochi tomó una tortilla
mexicana de uno de
los recipientes dispuestos sobre la mesa y se puso a comerla. —No puede ser
tan terrible, ¿no?
Presenciaremos juntos la ceremonia, luego comeremos en la recepción y
después me llevará a
mi casa. —Gesticulaba con la tortilla en la mano. —Final de la historia.
—Supongo que sí, pero
de todos modos me alegro de no estar en tu lugar. Eh, mira quién
acaba de entrar. —Lali
hizo un gestopor encima de la cabeza de su amiga.
Rochi se volvió en
dirección a la puerta y vio que Nicolas se estaba quitando la
chaqueta para
colgarla en el pechero situado junto a la puerta. Llevaba puesta una camiseta
de
rugby, rayada, con pantalones
de jeans y zapatos estilo mocasín. Tenía el cabello peinado
hacia atrás, como de
costumbre. Se volvió hacia Rochi y le dirigió una breve sonrisa que mostró
su dentadura casi
perfecta.
Después del día de
locos que había tenido, Rochi casi había olvidado que Nicolas asistiría a la
fiesta. Lo saludó con
la mano. Nicolas le devolvió el gesto y luego se volvió, para charlar con un
grupo de chicos que
se hallaban junto a la puerta. Amigos suyos del equipo de fútbol.
—Es atractivo
—comentó Lali—, pero antipático.
—En realidad, no.
Acaba de saludarme, y casi no nos conocemos —dijo Rochi. Todavía no
sabía hasta qué punto
le agradaba Nicolas, pero lo cierto era que le interesaba mucho más que el
resto de los chicos
de la escuela. Había algo especial en él, cierto misterio. Claro que tampoco
sabía nada sobre Gaston
Dalmau… y tampoco estaba muy segura de querer averiguar más sobre
su vida, aunque le
resultaba atractivo en cierto modo.
—Bien, ¿por qué no
admites que te gustaría conocerlo mejor?
Rochi se encogió de
hombres. Lali revoleó los ojo y ella, riendo, agregó:
—Está bien. Tal vez
he hablado demasiado de él. Pero no estoy enamorada.
—Todavía. —Lali
sonrió mostrando todos los dientes. —Quizá después de una
conversación de unos
dos minutos…
—Lali, no me dejo seducir
tan pronto, a diferencia de ciertas personas que conozco —
interrumpió Rochi. Lali
se había “enamorado” semana por medio en los dos últimos años. —
Pero no te preocupes;
si me enamoro de Nicolas serás la primera en enterarte. —Sonrió y se fue a
conversar con su
grupo de amigas porristas.
Rochi no era como Lali.
Había salido con docenas de chicos y todavía no había dado con el
ideal. Por supuesto
que Rochi quería enamorarse, pero no estaba dispuesta a forzar las cosas.
Sabía que no sucedía
de ese modo. Un día el muchacho correcto se cruzaría en su camino, y
listo. Tal vez Nicolas
fuera ese muchacho. Debería limitarse a esperar y comprobar el resultado.
—Eh, ¿qué sucede? —le
preguntó a Kika ,También ella estaba en las inferiores y
era una de sus
mejores amigas del grupo de porristas.
—Hola, Rochi.
Justamente estábamos hablando del desfile. ¿Sabes para qué fecha se ha
aplazado? —preguntó Kika.
—No lo sé, pero
gracias a Dios Candela no ha cancelado su fiesta —respondió Rochi.
—Ni en broma —replicó
Kika—. No me he movido de casa en todo el día, salvo para venir a
esta fiesta. ¿Y tú?
Rochi sonrió. Mejor
dicho, intentó un esbozo de sonrisa.
—No. Tampoco fui a
ninguna parte.
—¿Y no te aburriste
como una ostra? —se quejó Kika—. Nunca había tenido toda mi tarea
terminada un sábado
por la tarde. Jamás en la vida. ¿Qué hiciste tú?
—No mucho —respondió Rochi.
“Sólo me llevé un
cartel por delante y me arruiné la vida”, pensó. Por un segundo recordó a
Gaston, que tendría
que pasar la noche en vela, trabajando, en lugar de asistir a una fiesta como
ésa y divertirse en
grande. Acababa de caer en la cuenta de que ese chico había sacrificado un
sábado a la noche
sólo por una salida. ¡Hablando de desesperados…! Tendría que indagar más
sobre la famosa
apuesta. No quería involucrarse en ningún asunto turbio.
Pero cualquiera haya
sido el motivo de la apuesta, a ella le vino de perillas. De lo contrario,
en aquel preciso
momento estaría en su casa, ensayando maneras de contar a su padre lo que
había sucedido con su
amado auto; de confesar que acababa de violar lo que él consideraba la
primera regla de la
paternidad: responsabilidad. Y la segunda: confianza. Y la tercera, la
cuarta…
Rochi volvió de
repente a la Tierra y oyó el final de una conversación a sus espaldas. Parecía
que unas chicas, a
las que no conocía del todo bien, hacían comentarios sobre un muchacho.
—No lo sé. Gaston me
resulta muy agradable, pero jamás viene a ninguna fiesta. ¿Cómo se
supone que podré
hablar con él si siempre está ausente?
“¿Gaston? —pensó Rochi—.
¿Estarán hablando de Gaston Dalmau?
—Suele parar en esa
cafetería—dijo la otra chica—. Supongo que podrías
empezar a frecuentar
ese lugar. Me pregunto por qué será tan solitario.
“Porque trabaja todo
el tiempo”, quiso decir Rochi. ¿Pero qué era todo aquello? ¿El día de
Gaston Dalmau? Nunca
antes se había dado cuenta de que existía, y de pronto lo encontraba en
todas partes. Las
chicas se enamoraban perdidamente de él.
—Difícil de creer
—murmuró por lo bajo.
—¿Qué dijiste?
—preguntó Kika.
—Ah… nada —respondió Rochi.
Kika la observó.
—Esta noche no eres
la misma. Estás muy callada. ¿Te pasa algo?
—No, nada. Estoy bien
—Rochi apenas sonrió. No bien Gaston le devolviera a Poroto, todo
volvería a la
normalidad. Y cuando sus padres regresaran a casa, sin descubrir nada de lo que
había pasado,
seguiría adelante con su vida como siempre y sería la mujer más feliz del
mundo.
Y si Gaston Dalmau se
atrevía a faltar a su palabra, le haría la vida imposible.
Del mismo modo que su
padre con ella.

No hay comentarios:
Publicar un comentario