Capitulo 17
Yo esperé junto a la puerta entreabierta y observé
el exterior a través de la rendija. La granizada había cesado, pero la lluvia
continuaba y a veces caía en ráfagas laterales y frías que entraban por la
estrecha abertura de la puerta. De vez en cuando, me volvía para mirar a mi
madre, quien se había dejado caer en uno de los extremos del sofá. Se notaba
que los dolores eran cada vez más intensos, porque había dejado de hablar y
estaba centrada en su interior, en el inexorable proceso que se había apoderado
de su cuerpo.
Oí que susurraba el nombre de mi padre y una
punzada de dolor atravesó mi pecho. Pronunciaba el nombre de mi padre mientras
iba a dar a luz al hijo de otro hombre...
La primera vez que ves a uno de tus padres en una
situación de desamparo, resulta impactante. En aquel momento, mi madre estaba
bajo mi responsabilidad. Mi padre no estaba allí para cuidar de ella, y yo
sabía que él habría querido que yo lo hiciera. Y no les fallaría a ninguno de
los dos.
La camioneta azul de los Dalmau se detuvo delante
de la casa, y Gaston llegó hasta la puerta en pocas zancadas. Llevaba puesto un
impermeable con un forro interior de borreguillo y con una pantera, que era el
logo del colegio, impresa en la espalda. Se veía grande y capaz y después de
entrar en la casa cerró la puerta con firmeza. Escudriñó mi rostro con
detenimiento y me besó en la mejilla mientras yo parpadeaba sorprendida.
Después se acercó a mi madre, se acuclilló frente a ella y le preguntó con
amabilidad:
— ¿Qué le parece un paseo en camioneta, señora Gutierrez?
Ella soltó una risita débil.
— Creo que aceptaré tu ofrecimiento, Gaston.
Él se puso de pie y se volvió hacia mí.
— ¿Quieres que lleve algo a la camioneta? He puesto
el toldo en la parte trasera, de modo que no se mojará.
Yo enseguida fui a buscar la bolsa y se la
entregué, y él se dirigió a la puerta.
— ¡No, espera! — Exclamé mientras cogía más cosas—.
Necesitamos el casete... Y esto.
Le entregué un cilindro con un alargo que parecía
un destornillador.
Gaston contempló el objeto con inquietud.
— ¿Qué es esto?
— Una bomba de mano.
— ¿Para qué? No, es igual, no me lo digas.
— Es para la pelota del parto. — Yo entré en mi
dormitorio y salí con una pelota de plástico enorme medio inflada—. Lleva esto
también. — Al ver su expresión de desconcierto, añadí—: La acabaremos de inflar
cuando estemos en el ambulatorio. Utiliza la gravedad para facilitar el parto y
cuando te sientas en ella, ejerce presión en el...
— Lo capto — me interrumpió Gaston con rapidez—. No
es necesario que me lo expliques. —
Gaston llevó las cosas a la camioneta y
regresó enseguida—. La tormenta ha amainado, será mejor que nos pongamos en
camino antes de que vuelva a caer otro chaparrón. ¿Señora Gutierrez, tiene un
impermeable?
Mi madre negó con la cabeza. En su estado era
imposible que su viejo impermeable la cubriera. Sin decir una palabra, Gaston
se quitó la chaqueta de los Panthers e introdujo los brazos de mi madre en las
mangas, como si se tratara de una niña. La chaqueta no le tapaba del todo la
barriga, pero sí lo suficiente.
Gaston acompañó a mi madre a la camioneta y yo los
seguí con los brazos cargados de toallas. Mi madre todavía no había roto aguas
y creí que sería mejor estar preparada.
— ¿Para qué son las toallas? — preguntó Gaston
después de ayudar a mi madre a sentarse.
Teníamos que gritar para oírnos por encima del
fragor de la tormenta.
— Uno nunca sabe cuándo podría necesitar unas
toallas — le contesté, pues pensé que, si le explicaba la razón, lo pondría
nervioso de una forma innecesaria.
— Cuando mi madre tuvo a Lali y a mis hermanos, lo
único que se llevó fue una bolsa de papel, un cepillo de dientes y un camisón.
— ¿Para qué era la bolsa de papel? — Pregunté yo
con preocupación—. ¿Crees que debería ir a buscar una?
Gaston se echó a reír y me ayudó a sentarme al lado
de mi madre.
— Era para poner dentro el cepillo de dientes y el
camisón. Vamos, guapa.
Continuara...
*Mafe*

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