viernes, 10 de mayo de 2013

Mi Nombre es Valery Cap 13



Capitulo 13

Lo sorprendente de una transformación no es cómo te sientes después, sino la forma tan distinta en que te tratan los demás. Yo estaba acostumbrada a recorrer los pasillos de la escuela sin que nadie se fijara en mí y me sentí totalmente desconcertada cuando, al recorrer los mismos pasillos, descubrí que los chicos me miraban, recordaban mi nombre y caminaban a mi lado. También esperaban a mi lado mientras yo intentaba introducir la llave en la cerradura de mi taquilla y se sentaban junto a mí en las clases y en el comedor. Las bromas que se me ocurrían con tanta facilidad cuando estaba con mis amigas se esfumaban en el aire cuando estaba con aquellos chicos expectantes, pero mi timidez no parecía desanimarlos a pedirme que saliera con ellos.
Yo acepté una cita con el que menos me intimidaba de todos ellos, un chico pecoso y más o menos de mi misma altura que estaba en el mismo curso que yo y que se llamaba Simon  . Coincidíamos en la clase de naturales. Cuando nos eligieron para realizar juntos un trabajo sobre fito-extracción, o sea la utilización de las plantas para eliminar la contaminación del suelo, Simon  me invitó a realizarlo en su casa. La vivienda de los Simon era una bonita casa victoriana de tejado de zinc, recién pintada y restaurada y con habitaciones de formas diversas y curiosas.
El primer día, mientras estudiábamos rodeados de montones de libros sobre jardinería, química y bioingeniería, Simon  se inclinó hacia mí y me dio un beso suave y cálido en los labios. Después se apartó y esperó para ver mi reacción.
— Es un experimento — declaró como si quisiera justificarse.
Al ver que yo me echaba a reír, me besó otra vez. Animada por sus poco exigentes besos, yo aparté a un lado los libros de naturales y rodeé sus estrechos hombros con mis brazos.
A aquella primera cita de estudio, le siguieron otras que incluyeron pizza, conversación y más besos. Yo enseguida me di cuenta de que nunca me enamoraría de él, y Simon  debió de percibirlo, porque nunca intentó ir más lejos. Yo deseaba sentir pasión por él, deseaba que aquel chico tímido y amistoso fuera quien llegara a aquella parte íntima de mi corazón que yo atesoraba con tanto ahínco.
Más adelante, descubrí que, a veces, la vida encuentra la forma de darnos lo que necesitamos, aunque no de la manera que esperamos.
Si el embarazo de mi madre constituía un ejemplo de lo que yo tendría que pasar algún día, decidí que no me compensaba tener hijos. Mi madre me aseguró que, cuando estaba embarazada de mí, se sintió mejor de lo que se había sentido nunca, y afirmó que debía de estar embarazada de un niño, porque aquella experiencia era totalmente distinta a la que había experimentado conmigo. O la diferencia quizá se debía a que ahora era bastante más mayor. Fuera cual fuera la razón, su cuerpo parecía rebelarse contra el bebé que albergaba en su vientre como si fuera algo tóxico. Siempre se encontraba mal, apenas conseguía comer unos bocados y, cuando lo hacía, su cuerpo retenía tanto líquido que la más leve presión de un dedo dejaba una marca en su piel.
El malestar que experimentaba y las intensas subidas y bajadas hormonales la ponían de malhumor. Parecía que todo lo que yo hiciera la irritaba sobremanera. A fin de tranquilizarla, tomé prestados unos cuantos libros sobre el embarazo de la biblioteca para leerle los fragmentos que pudieran ayudarla.
— Según la revista de la Sociedad de Ginecología y Obstetricia, las náuseas matinales son buenas para el bebé. ¿Me escuchas, mamá? Las náuseas matinales ayudan a regular los niveles de insulina y ralentizan el metabolismo de las grasas, lo cual asegura la disponibilidad de más nutrientes para el bebé. ¿No te parece fantástico?
Mi madre respondió que, si no dejaba de leerle aquellos libros, me perseguiría con una vara, y yo le contesté que primero yo tendría que ayudarla a levantarse del sofá.
Después de las citas con el médico, mi madre regresaba a casa murmurando palabras preocupantes como «pre eclampsia» e «hipertensión». No había entusiasmo en su voz cuando hablaba del bebé..., de cuándo llegaría..., del mes de mayo, que era la fecha esperada, o de la baja maternal. Cuando supimos que sería una niña, yo me sentí como si estuviera en las nubes, pero mi entusiasmo me pareció inadecuado dada la resignación que mostró mi madre.
Las únicas ocasiones en las que mi madre volvía a recuperar su antigua forma de ser era cuando venía a visitarnos Tina. El médico de Tina le había advertido que dejara de fumar si no quería morir de un cáncer de pulmón, y sus aseveraciones la habían asustado tanto que ella le hizo caso. Desde entonces, Tina, salpicada de parches de nicotina y con los bolsillos llenos de chicle con esencia de gaulteria, estaba siempre de malhumor y decía continuamente que tenía ganas de matar a alguien.
— No soy una compañía agradable — solía declarar Tina cuando entraba en casa con una tarta o una fuente de algo bueno y se sentaba junto a mi madre en el sofá.
En aquellas ocasiones, mi madre y Tina despotricaban acerca de todo y todos los que se habían cruzado con ellas aquel día y, al final, se echaban a reír.
Por las noches, después de terminar los deberes, yo me sentaba al lado de mi madre, le frotaba los pies y le preparaba vasos con agua de Seltz. Juntas veíamos la televisión, sobre todo culebrones acerca de gente rica con problemas interesantes, como encontrar a un hijo que ni siquiera sabían que tenían, padecer amnesia, acostarse con la persona equivocada o acudir a una fiesta elegante y caerse en la piscina. Yo miraba a hurtadillas el rostro absorto de mi madre y siempre descubría cierta tristeza en su boca. Entonces me daba cuenta de que ella sentía un tipo de soledad que yo nunca podría mitigar. Por mucho que yo quisiera formar parte de aquella experiencia, mi madre la estaba viviendo sola.

 Continuara...


 *Mafe*

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