miércoles, 29 de mayo de 2013

Mi Nombre Es Valery Cap 21




Capitulo 21



Cuando sentí la mano de Gaston en el hombro me pareció que apenas habían transcurrido cinco minutos desde que me había echado en la cama. Yo gruñí, levanté la cabeza y lo miré con cara de sueño. Todos los nervios de mi cuerpo se quejaban ante la necesidad de levantarme
.
— Ya ha pasado una hora — susurró Gaston.

Se lo veía tan despejado y sereno. Irradiaba vitalidad y parecía disponer de una fuerza inagotable. Yo deseé poseer aunque sólo fuera un poco de aquella fuerza.

— Te ayudaré a estudiar — declaró él—. Soy muy bueno en matemáticas.

Yo le contesté en un tono huraño, como un niño al que han castigado:

— No te preocupes, nadie puede ayudarme.
— No es cierto — replicó él—. Cuando hayamos terminado, sabrás todo lo que necesitas saber.

Entonces me di cuenta de que la casa estaba silenciosa, demasiado silenciosa, y levanté la cabeza.

— ¿Dónde está Aleli?
— Está con Lali y mi madre. La cuidarán durante un par de horas.
— Ellas... ellas... Pero ¡no pueden!

La idea de que mi desapacible hermana estuviera al cuidado de la señora «la letra con sangre entra» Dalmau era suficiente para provocarme un infarto. Yo me incorporé en la cama de un salto.

— Claro que pueden— replicó Gaston—. Les he dejado a Aleli con un paquete de pañales y 
dos biberones. Tu hermana estará bien. — Gaston sonrió al ver mi expresión—. No te preocupes, Valeria, una tarde con mi madre no la matará.

Debo admitir, avergonzada, que Gaston tuvo que convencerme con paciencia, e incluso amenazarme un par de veces, para que me levantara de la cama. Sin lugar a dudas, pensé con amargura, estaba más acostumbrado a meter a chicas en la cama que a sacarlas de ella. Yo me tambaleé hasta la mesa del salón y me dejé caer en una silla. Gaston puso delante de mí una pila de libros, un montón de papeles cuadriculados y tres lápices recién afilados. Después se dirigió a la cocina y regresó con una taza de café con mucho azúcar y crema de leche. A mi madre le gustaba el café, pero yo no podía soportarlo.

— A mí no me gusta el café — refunfuñé.
— Esta noche sí — replicó él—. Empieza a beber.

La combinación de la cafeína, el silencio y la inquebrantable paciencia de Gaston produjeron en mí un milagro. Gaston repasó conmigo, de una forma metódica, las lecciones que entraban en el examen, resolvió problemas para que yo viera cómo se solucionaban y respondió a mis preguntas una y otra vez. Yo aprendí en una tarde más de lo que había aprendido durante semanas de clases de matemáticas. De una forma gradual, la maraña de conceptos que me había agobiado tanto me resultó más y más comprensible.
A media tarde, Gaston se tomó un descanso para realizar un par de llamadas telefónicas. La primera fue para encargar una pizza de tamaño familiar de salchichón que nos traerían al cabo de cuarenta y cinco minutos. La segunda resultó mucho más interesante. Yo me incliné sobre un libro y una hoja de papel milimetrado simulando estar absorta en la resolución de un logaritmo mientras Gaston se alejaba de la mesa y hablaba en voz baja.

—... Esta noche no puedo. No, estoy seguro. — Gaston guardó silencio mientras la persona que había al otro lado de la línea contestaba—. No, no puedo explicártelo. Es importante... Tendrás que aceptar mi palabra...

Su interlocutora debió de expresar alguna que otra queja, porque Gaston añadió algo con voz tranquilizadora y dijo «cariño» un par de veces.

Cuando finalizó la llamada, Gaston regresó a mi lado con una deliberada expresión de hermetismo en el rostro. Yo sabía que debería sentirme culpable por truncar sus planes para la noche, sobre todo si incluían una chica, pero no me sentía mal por ello. De hecho, reconocí para mis adentros que era una persona ruin y despreciable, pues no podía sentirme mejor por cómo evolucionaban las cosas.

Continuamos con las matemáticas con las cabezas muy juntas. Estábamos a cubierto en la casa mientras la oscuridad se desplegaba en el exterior. Me resultaba extraño que mi hermana no estuviera cerca, pero al mismo tiempo constituía un alivio.

Cuando nos trajeron la pizza, la comimos deprisa doblando los humeantes triángulos para evitar que se cayeran los viscosos hilos de queso.

— Por cierto — declaró Gaston de una forma demasiado casual—, ¿todavía sales con Simon Archavaleta?

Yo no había hablado con Simon desde hacía meses, no porque tuviera algo contra él, sino porque nuestra frágil relación se había desvanecido al inicio del verano. Yo sacudí la cabeza.

— No, ahora sólo somos amigos. ¿Y tú? ¿Sales con alguien?
— Con nadie en especial. — Gaston bebió un trago de té helado y me miró de una forma pensativa—. Valeria, ¿has hablado con tu madre acerca del tiempo que pasas con tu hermana?
— ¿Qué quieres decir?

Él me lanzó una mirada reprobatoria.

— Ya sabes a qué me refiero: al tiempo que dedicas a cuidarla, al hecho de que te levantes con ella por las noches... Parece que sea tu hija en lugar de tu hermana. Es mucho trabajo para ti y necesitas tiempo para ti misma... Divertirte, salir con tus amigas... y amigos. — Gaston alargó el brazo y acarició mi ruborizada mejilla con el pulgar—. ¡Se te ve tan cansada! — murmuró—. Hace que sienta deseos de...

Gaston se interrumpió y se tragó las últimas palabras.

Una oleada de silencio surgió entre nosotros, agitación en la superficie y mar de fondo en las profundidades. ¡Quería contarle tantas cosas! El preocupante distanciamiento entre mi madre y mi hermana y la culpabilidad que sentía mientras me preguntaba si era yo quien había alejado a Aleli de mi madre o si sólo estaba ocupando un vacío. Quería hablarle de mis ardientes deseos y del miedo que experimentaba al pensar que nunca amaría a nadie como a él.
— Ya es hora de ir a buscar a tu hermana — declaró Gaston.
— Está bien. — Yo lo observé mientras él se dirigía a la puerta—. Gaston...
— ¿Qué?

Él se detuvo sin volverse a mirarme.

— Yo... — Mi voz tembló y tuve que inhalar hondo para poder continuar—. No siempre seré demasiado joven para ti.

Él continuó de espaldas a mí.

— Cuando seas bastante mayor para mí, ya me habré ido.
— Te esperaré.
— No quiero que me esperes.

La puerta se cerró con un suave «clic».

Yo tiré a la basura la caja vacía de la pizza y los vasos de plástico y limpié la mesa y las encimeras de la cocina. Volvía a sentirme cansada, pero ahora tenía razones para creer que sobreviviría al día siguiente.
Continuara...




 *Mafe*

1 comentario: