jueves, 13 de junio de 2013

Donde siempre es otoño, capitulo cuarenta y tres


CAPÍTULO 43
Entre sueños grises de esperanza
Llegada la primavera, durante una de las revisiones a las que sometieron a Rocio en el Hopkins, el doctor Carlson les comunicó que los tumores no se habían reducido lo suficiente como para extirparlos y que se imponía la necesidad de un trasplante.
Gaston suplicó que usaran el suyo. El médico le explicó que un trasplante en vivo era una buena opción, que un adecuado pedazo se regeneraría en poco tiempo por completo, pero que tendrían que hacerle una serie de pruebas que demostraran que existía plena compatibilidad.
—En previsión de que la espera para recibir el órgano se alargue, comenzaremos con una terapia biológica para reforzar su sistema inmunológico —le comentó el médico—. No necesitamos hacer algo más drástico, ya que los beneficios de la quimioembolización a la que ya la sometimos permanecerán de diez a doce meses.
—¿Qué es la terapia biológica? —preguntó Gaston con miedo—. ¿En qué consiste?
—Es algo largo y complejo de describir —respondió el doctor Carlson comprendiendo su estado de ansiedad—. Todo depende del tipo de cáncer al que nos enfrentemos, del paciente… —Dudó sobre qué explicarle y al final decidió ser preciso—. De todos modos, en este caso sólo nos interesan algunos de los beneficios que aporta esta terapia: impedir que las células cancerosas se diseminen hacia otras partes sanas, aumentar la potencia letal de las células del sistema inmunológico y mejorar la capacidad del cuerpo para reparar o reemplazar células normales que hemos dañado o destruido con el agresivo tratamiento al que la hemos sometido.
Gaston respiró hondo y trató de controlar la angustia.
—¿Ella estará bien? —preguntó…
… y salió del despacho preocupado por los efectos secundarios que podía causarle la terapia. Síntomas parecidos a los de la gripe, con escalofríos, fiebre, dolor muscular, debilidad, pérdida de apetito, náuseas, vómitos; posibilidad de sangrar o magullarse con facilidad.
Rezó en silencio para que esos efectos fueran leves, como los que durante dos días siguieron a cada sesión de quimioembolización y no todo lo graves que el médico le había asegurado que podían ser en algunas ocasiones.
Al día siguiente de que le fueran realizadas las pruebas a Rocio, Pablo mantuvo una dura conversación privada con el doctor Carlson.
—Por la amistad que nos une, voy a hacer como que no te he oído —dijo el médico con gravedad.
—Pero ¡yo quiero que lo escuches! —alegó Pablo desesperado—. Y quiero que me digas que puedes hacerlo.
—Lo que propones es un delito. Todos, por más ricos o poderosos que seamos, debemos aguardar una lista de espera. Hay pacientes que llevan años esperando la llegada de un órgano y son muchos los que mueren sin haberlo recibido.
—¡Eso no va a pasarle a ella! —exclamó, golpeando la mesa con el puño—. Si tú no nos ayudas, buscaré quien lo haga. Sé que existen formas de acelerar el proceso.
—¿A qué precio?
—Al que sea. Aunque me cueste todo lo que tengo y todo lo que soy, salvaré a mi pequeña.
—Cuando alguien está dispuesto a pagar por un órgano, siempre hay alguien capaz de cometer cualquier exceso para conseguirlo. No te metas en esto, Pablo —le aconsejó con severidad—. Ni siquiera sabrías cómo hacerlo. Nosotros la curaremos, y lo haremos de la forma correcta.
—¿Y cuánto tiempo significa la forma correcta? ¿Un mes, dos, un año? Es posible que ella no pueda esperar tanto.
—Lo hará. La ayudaremos a hacerlo con…
La puerta se abrió de golpe y entró Gaston como un ciclón.
—¡¿Por qué me dicen que mi hígado no sirve para Rocio si aún no me han hecho ninguna prueba?! —preguntó a gritos—. ¡Quiero que me hagan las malditas pruebas, ya! ¡Ahora! —exigió, parado frente al médico.
—Ya no son necesarias, señor Dalmau. Su sangre, al igual que la del señor Martinez, es incompatible con la de la paciente.
—¿Está… seguro de eso? —preguntó, a punto de derrumbarse.
—Vamos a tranquilizarnos, por favor —pidió el doctor Carlson mirando a uno y a otro hombre—. Lo que tenemos que hacer lo hemos hecho ya, y es incluirla en lista de espera. Ahora tratemos de que, cuando llegue el momento, ella esté en las mejores condiciones posibles. —Pablo se alejó resoplando—. Me ha dicho que quiere volver cuanto antes a Crystal Lake —comentó, dirigiéndose a Gaston—. No pongo objeción a eso, siempre que se cumplan algunas condiciones. La más importante: deberá usted llevar siempre consigo un teléfono y estar en disposición de traerla aquí en cuanto lo llamemos. Un órgano llega de improviso, a cualquier hora del día o de la noche y entonces hay que actuar con urgencia. —Juntó las manos, igual que si rezara, y las apoyó sobre la mesa—. ¿Qué me dice?
—Que estará donde desee estar —aseguró, mientras lloraba por dentro—. Y que yo respondo de ella con mi vida.
A finales de primavera, el cansancio de Rocio comenzó a ser, en apariencia, el único síntoma adverso provocado por la terapia y lo sobrellevaron con una vida tranquila y el amor y la paciencia que Gaston le dedicó a todas horas. Él no pudo imaginar que ese ligero cansancio era sólo lo que ella le dejaba ver y que le ocultaba que había comenzado a vomitar varias veces al día. Si el tratamiento estaba cumpliendo su cometido, pensaba ella, no iba a preocuparlo detallándole cada pequeña incomodidad que los efectos secundarios le fueran provocando.
El porche, con su balancín, se convirtió en el rincón favorito de las calurosas tardes de verano. Gaston se sentaba en un extremo, Rocio se tumbaba en el resto y apoyaba la cabeza en sus piernas. Él solía mirar con amorosa preocupación su tez, cada día más pálida, que le iba confiriendo un aspecto de hermoso y delicado ángel de cristal. Y eso lo asustaba.
Silvia fue testigo de algunas de esas miradas durante las veces que ella y su esposo dejaron la tranquilidad de Laredo para pasar unos días con ellos en ese entorno, también tranquilo, pero tan diferente al de las grandiosas llanuras del rancho. Siempre observó esa disimulada preocupación de su hijo en silencio, hasta que una vez, después de que hubiera preparado la maleta para regresar a casa a la
mañana siguiente, encontró a Rocio en el salón, en animada charla con su marido. No necesitó preguntar para dar con Gaston, en el porche, junto a la barandilla, mirando hacia la oscuridad de la noche.
—Nunca te había visto tan triste, hijo —le dijo, abrazándolo por la cintura—. Ni tan feliz. Y he visto las dos cosas a un tiempo.
Él la estrechó por los hombros y la apretó contra sí.
—Soy el hombre más feliz sobre la tierra, mamá —le aseguró con voz ronca—. La amo como jamás pensé que pudiera amar a nadie, ni en este mundo ni en ningún otro. Pero… a veces —suspiró despacio—. A veces no puedo evitar este miedo a perderla.
—Ten fe —musitó con ternura—. El amor es la mejor medicina, la más poderosa magia. Y hay mucho amor en esta casa. Todo saldrá bien.
Gaston había alzado el rostro hacia el cielo cuajado de estrellas y había deseado que esa tierna sabiduría que siempre acompañaba a su madre estuviera, esa vez más que nunca, en lo cierto.
Días después, una tarde en la que el viento caliente había mecido el balancín mientras Rocio y él hablaban de grandes novelas, ella se quedó pensativa, con la mirada perdida en el movimiento de las ramas verdes de los árboles. Llevaba meses esperando que Gaston recuperara las ganas de inventar historias, pero el tiempo avanzaba y él ni siquiera hablaba de los motivos que lo habían llevado a dejar de hacerlo.
—Mi vida, ¿por qué no vuelves a escribir? —le preguntó.
Su alma de escritor, que creía adormecida, sufrió un sobresalto.
—No es el momento.
Ella alzó los ojos, le transparentaban el alma.
—Siempre es el momento de hacer lo que nos gusta —lo reprendió con cariño—. Lo primero que conocí de ti fue tu pasión por escribir. Te olvidabas del día en que vivías, de las horas…
—Me olvidaba de todo excepto de esperar a que aparecieras cada tarde, ahí, en el sendero junto al lago. —Bajó la cabeza y la besó con suavidad en los labios—. Ese instante en el que volvía a verte al atardecer era mágico.
—Sí, lo era —reconoció ella con una dulce sonrisa—. Por eso quiero que lo cuentes. —Él preguntó con los ojos y ella le aclaró—: Quiero que cuentes nuestra historia de amor. No puedo imaginar qué tipo de novela has estado preparando
hasta ahora, pero sea la que sea, está claro que no te seduce lo suficiente. Escribe la nuestra. Cuenta nuestra hermosa historia de amor.
—Rocio… —dijo como una súplica, angustiado por el aire de despedida con el que parecía pedirle que inmortalizara su historia para recordarla cuando ya no estuviera.
—Si lo que temes es dejarme sola durante mucho tiempo, eso no será problema. Estaré cerca de ti, en silencio. Ni siquiera me sentirás, y me encantará estar a tu lado mientras escribes.
—Me gusta sentirte —susurró él, y sus ojos la acariciaron como si temiera no poder hacerlo durante mucho tiempo—. No necesito plasmar en un papel cuánto me amas. Prefiero que tú me lo repitas cada día durante muchos, muchísimos años.
La mirada de Rocio se nubló al entender cuáles eran sus temores. Pero pensaba que si al fin tenía que irse, quería hacerlo tranquila, sabiendo que la pasión por escribir estaría con él, llenándole las horas y ayudándolo a salir adelante.
—Hazlo por mí. —Volvió a sonreírle para compensarlo por su pequeño chantaje—. Seré feliz viéndote escribir, en especial si lo haces narrando nuestra historia.
La abrazó contra su pecho. ¿Cómo decirle que no? ¿Cómo negarle algo? No se sentía con fuerzas para retomar la pluma y escribir lo que sabía que iba a hundirlo en la tristeza. Porque ya no sería aquel desesperado desconsuelo que padeció mientras la convirtió a ella en protagonista de un corto relato inventado. Ahora se trataba de narrar su verdadera historia, y de que inevitablemente llegaría a la dolorosa enfermedad que plasmar en palabras lo destrozaría por dentro.
Tiempo después, en pleno mes de agosto, huyendo del calor de las primeras horas de la tarde, Rocio dormía con placidez, acostada en el dormitorio. Durante instantes eternos, Gaston permaneció llenándose los ojos de su imagen y el alma con su sosegada respiración. Con la emoción palpitándole en el pecho, recordó el día en que decidió convertirla en la heroína de una de sus novelas y cómo la vida concluyó que fuera la protagonista real de toda su existencia. Suspiró al comprender que eso era lo que ella quería que relatara.
Se acercó al escritorio con pasos silenciosos para no despertarla ni que el regio mueble lo oyese llegar. Le imponía cierto respeto y le inquietaba la idea de que, sentado ante él, ya no sintiera la misma magia con la que había ido llenando incontables cuadernos.
Se reencontró con su vieja pluma y su olor a tinta rancia. Sus dedos se cerraron sobre ella y la acarició con el pulgar. Había olvidado cuánto le gustaba su tacto. Sacó uno de los cuadernos, vacío de palabras y, cerrando los ojos, pensó en cómo comenzaría a contar su historia. La respuesta estaba frente a él, tras la ventana que iluminaba el escritorio y desde la que había contemplado a la luz de su vida.
Miró hacia el lago y volvió a verla con su sedoso cabello rubio convertido en juguete del viento, envuelta en el viejo jersey bajo el que su soledad y su miedo habían buscado cobijo. Y sus dedos asomando bajo las mangas, finos, delicados, llenos de amor y ternura, repletos de caricias que, aunque entonces no lo supo, lo aguardaban a él. Sólo a él.
Una hora después, Rocio se despertaba y vibraba de felicidad al ver a Gaston sumergido en la escritura. Se quedó quieta, observando sin molestar, tal como había prometido que haría.
Gaston, acariciado por esa mirada enamorada que en esos momentos ni siquiera presintió, se fue reconciliando con su vieja pasión por escribir. Fue recuperando la esencia que para su espíritu habían tenido sus cuadernos en blanco, el olor a tinta, el áspero sonido de la pluma deslizándose por el papel. Sus recuerdos, sus sensaciones, los primeros hermosos días de la historia que guardaba en la mente y en el corazón fueron brotando de entre sus dedos y poseyendo el blanco inmaculado, llenándolo de pasión y de vida. 

2 comentarios:

  1. ayyy k triste por favor k se salve rocio k no le pase nadaaaa si pon un final feliz xfaaaa me encanta la novela lo lindo k se ven los rubios y me encanta gas como la cuida

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  2. Esta historia es tan triste y hermosa a la vez! Me fascina y apuesto por un final feliz aunque las cosas no parezcan! :)

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