CAPÍTULO
43
Entre sueños grises de
esperanza
Llegada la primavera, durante
una de las revisiones a las que sometieron a Rocio en el Hopkins, el doctor
Carlson les comunicó que los tumores no se habían reducido lo suficiente como
para extirparlos y que se imponía la necesidad de un trasplante.
Gaston suplicó que usaran el
suyo. El médico le explicó que un trasplante en vivo era una buena opción, que
un adecuado pedazo se regeneraría en poco tiempo por completo, pero que
tendrían que hacerle una serie de pruebas que demostraran que existía plena
compatibilidad.
—En previsión de que la espera
para recibir el órgano se alargue, comenzaremos con una terapia biológica para
reforzar su sistema inmunológico —le comentó el médico—. No necesitamos hacer
algo más drástico, ya que los beneficios de la quimioembolización a la que ya
la sometimos permanecerán de diez a doce meses.
—¿Qué es la terapia biológica?
—preguntó Gaston con miedo—. ¿En qué consiste?
—Es algo largo y complejo de
describir —respondió el doctor Carlson comprendiendo su estado de ansiedad—.
Todo depende del tipo de cáncer al que nos enfrentemos, del paciente… —Dudó
sobre qué explicarle y al final decidió ser preciso—. De todos modos, en este
caso sólo nos interesan algunos de los beneficios que aporta esta terapia:
impedir que las células cancerosas se diseminen hacia otras partes sanas,
aumentar la potencia letal de las células del sistema inmunológico y mejorar la
capacidad del cuerpo para reparar o reemplazar células normales que hemos
dañado o destruido con el agresivo tratamiento al que la hemos sometido.
Gaston respiró hondo y trató de
controlar la angustia.
—¿Ella estará bien? —preguntó…
… y salió del despacho
preocupado por los efectos secundarios que podía causarle la terapia. Síntomas
parecidos a los de la gripe, con escalofríos, fiebre, dolor muscular,
debilidad, pérdida de apetito, náuseas, vómitos; posibilidad de sangrar o
magullarse con facilidad.
Rezó
en silencio para que esos efectos fueran leves, como los que durante dos días
siguieron a cada sesión de quimioembolización y no todo lo graves que el médico
le había asegurado que podían ser en algunas ocasiones.
Al día siguiente de que le
fueran realizadas las pruebas a Rocio, Pablo mantuvo una dura conversación
privada con el doctor Carlson.
—Por la amistad que nos une,
voy a hacer como que no te he oído —dijo el médico con gravedad.
—Pero ¡yo quiero que lo
escuches! —alegó Pablo desesperado—. Y quiero que me digas que puedes hacerlo.
—Lo que propones es un delito.
Todos, por más ricos o poderosos que seamos, debemos aguardar una lista de
espera. Hay pacientes que llevan años esperando la llegada de un órgano y son
muchos los que mueren sin haberlo recibido.
—¡Eso no va a pasarle a ella!
—exclamó, golpeando la mesa con el puño—. Si tú no nos ayudas, buscaré quien lo
haga. Sé que existen formas de acelerar el proceso.
—¿A qué precio?
—Al que sea. Aunque me cueste
todo lo que tengo y todo lo que soy, salvaré a mi pequeña.
—Cuando alguien está dispuesto
a pagar por un órgano, siempre hay alguien capaz de cometer cualquier exceso
para conseguirlo. No te metas en esto, Pablo —le aconsejó con severidad—. Ni
siquiera sabrías cómo hacerlo. Nosotros la curaremos, y lo haremos de la forma
correcta.
—¿Y cuánto tiempo significa la
forma correcta? ¿Un mes, dos, un año? Es posible que ella no pueda esperar
tanto.
—Lo hará. La ayudaremos a
hacerlo con…
La puerta se abrió de golpe y
entró Gaston como un ciclón.
—¡¿Por qué me dicen que mi
hígado no sirve para Rocio si aún no me han hecho ninguna prueba?! —preguntó a
gritos—. ¡Quiero que me hagan las malditas pruebas, ya! ¡Ahora! —exigió, parado
frente al médico.
—Ya
no son necesarias, señor Dalmau. Su sangre, al igual que la del señor Martinez,
es incompatible con la de la paciente.
—¿Está… seguro de eso?
—preguntó, a punto de derrumbarse.
—Vamos a tranquilizarnos, por
favor —pidió el doctor Carlson mirando a uno y a otro hombre—. Lo que tenemos
que hacer lo hemos hecho ya, y es incluirla en lista de espera. Ahora tratemos
de que, cuando llegue el momento, ella esté en las mejores condiciones
posibles. —Pablo se alejó resoplando—. Me ha dicho que quiere volver cuanto
antes a Crystal Lake —comentó, dirigiéndose a Gaston—. No pongo objeción a eso,
siempre que se cumplan algunas condiciones. La más importante: deberá usted
llevar siempre consigo un teléfono y estar en disposición de traerla aquí en
cuanto lo llamemos. Un órgano llega de improviso, a cualquier hora del día o de
la noche y entonces hay que actuar con urgencia. —Juntó las manos, igual que si
rezara, y las apoyó sobre la mesa—. ¿Qué me dice?
—Que estará donde desee estar
—aseguró, mientras lloraba por dentro—. Y que yo respondo de ella con mi vida.
A finales de primavera, el
cansancio de Rocio comenzó a ser, en apariencia, el único síntoma adverso
provocado por la terapia y lo sobrellevaron con una vida tranquila y el amor y
la paciencia que Gaston le dedicó a todas horas. Él no pudo imaginar que ese
ligero cansancio era sólo lo que ella le dejaba ver y que le ocultaba que había
comenzado a vomitar varias veces al día. Si el tratamiento estaba cumpliendo su
cometido, pensaba ella, no iba a preocuparlo detallándole cada pequeña
incomodidad que los efectos secundarios le fueran provocando.
El porche, con su balancín, se
convirtió en el rincón favorito de las calurosas tardes de verano. Gaston se
sentaba en un extremo, Rocio se tumbaba en el resto y apoyaba la cabeza en sus
piernas. Él solía mirar con amorosa preocupación su tez, cada día más pálida,
que le iba confiriendo un aspecto de hermoso y delicado ángel de cristal. Y eso
lo asustaba.
Silvia fue testigo de algunas
de esas miradas durante las veces que ella y su esposo dejaron la tranquilidad
de Laredo para pasar unos días con ellos en ese entorno, también tranquilo,
pero tan diferente al de las grandiosas llanuras del rancho. Siempre observó
esa disimulada preocupación de su hijo en silencio, hasta que una vez, después
de que hubiera preparado la maleta para regresar a casa a la
mañana
siguiente, encontró a Rocio en el salón, en animada charla con su marido. No
necesitó preguntar para dar con Gaston, en el porche, junto a la barandilla,
mirando hacia la oscuridad de la noche.
—Nunca te había visto tan
triste, hijo —le dijo, abrazándolo por la cintura—. Ni tan feliz. Y he visto
las dos cosas a un tiempo.
Él la estrechó por los hombros
y la apretó contra sí.
—Soy el hombre más feliz sobre
la tierra, mamá —le aseguró con voz ronca—. La amo como jamás pensé que pudiera
amar a nadie, ni en este mundo ni en ningún otro. Pero… a veces —suspiró
despacio—. A veces no puedo evitar este miedo a perderla.
—Ten fe —musitó con ternura—.
El amor es la mejor medicina, la más poderosa magia. Y hay mucho amor en esta
casa. Todo saldrá bien.
Gaston había alzado el rostro
hacia el cielo cuajado de estrellas y había deseado que esa tierna sabiduría
que siempre acompañaba a su madre estuviera, esa vez más que nunca, en lo
cierto.
Días después, una tarde en la
que el viento caliente había mecido el balancín mientras Rocio y él hablaban de
grandes novelas, ella se quedó pensativa, con la mirada perdida en el
movimiento de las ramas verdes de los árboles. Llevaba meses esperando que Gaston
recuperara las ganas de inventar historias, pero el tiempo avanzaba y él ni
siquiera hablaba de los motivos que lo habían llevado a dejar de hacerlo.
—Mi vida, ¿por qué no vuelves a
escribir? —le preguntó.
Su alma de escritor, que creía
adormecida, sufrió un sobresalto.
—No es el momento.
Ella alzó los ojos, le
transparentaban el alma.
—Siempre es el momento de hacer
lo que nos gusta —lo reprendió con cariño—. Lo primero que conocí de ti fue tu
pasión por escribir. Te olvidabas del día en que vivías, de las horas…
—Me olvidaba de todo excepto de
esperar a que aparecieras cada tarde, ahí, en el sendero junto al lago. —Bajó
la cabeza y la besó con suavidad en los labios—. Ese instante en el que volvía
a verte al atardecer era mágico.
—Sí, lo era —reconoció ella con
una dulce sonrisa—. Por eso quiero que lo cuentes. —Él preguntó con los ojos y
ella le aclaró—: Quiero que cuentes nuestra historia de amor. No puedo imaginar
qué tipo de novela has estado preparando
hasta
ahora, pero sea la que sea, está claro que no te seduce lo suficiente. Escribe
la nuestra. Cuenta nuestra hermosa historia de amor.
—Rocio… —dijo como una súplica,
angustiado por el aire de despedida con el que parecía pedirle que
inmortalizara su historia para recordarla cuando ya no estuviera.
—Si lo que temes es dejarme
sola durante mucho tiempo, eso no será problema. Estaré cerca de ti, en
silencio. Ni siquiera me sentirás, y me encantará estar a tu lado mientras
escribes.
—Me gusta sentirte —susurró él,
y sus ojos la acariciaron como si temiera no poder hacerlo durante mucho
tiempo—. No necesito plasmar en un papel cuánto me amas. Prefiero que tú me lo
repitas cada día durante muchos, muchísimos años.
La mirada de Rocio se nubló al
entender cuáles eran sus temores. Pero pensaba que si al fin tenía que irse,
quería hacerlo tranquila, sabiendo que la pasión por escribir estaría con él,
llenándole las horas y ayudándolo a salir adelante.
—Hazlo por mí. —Volvió a
sonreírle para compensarlo por su pequeño chantaje—. Seré feliz viéndote
escribir, en especial si lo haces narrando nuestra historia.
La abrazó contra su pecho.
¿Cómo decirle que no? ¿Cómo negarle algo? No se sentía con fuerzas para retomar
la pluma y escribir lo que sabía que iba a hundirlo en la tristeza. Porque ya
no sería aquel desesperado desconsuelo que padeció mientras la convirtió a ella
en protagonista de un corto relato inventado. Ahora se trataba de narrar su
verdadera historia, y de que inevitablemente llegaría a la dolorosa enfermedad
que plasmar en palabras lo destrozaría por dentro.
Tiempo después, en pleno mes de
agosto, huyendo del calor de las primeras horas de la tarde, Rocio dormía con
placidez, acostada en el dormitorio. Durante instantes eternos, Gaston
permaneció llenándose los ojos de su imagen y el alma con su sosegada
respiración. Con la emoción palpitándole en el pecho, recordó el día en que
decidió convertirla en la heroína de una de sus novelas y cómo la vida concluyó
que fuera la protagonista real de toda su existencia. Suspiró al comprender que
eso era lo que ella quería que relatara.
Se
acercó al escritorio con pasos silenciosos para no despertarla ni que el regio
mueble lo oyese llegar. Le imponía cierto respeto y le inquietaba la idea de
que, sentado ante él, ya no sintiera la misma magia con la que había ido
llenando incontables cuadernos.
Se reencontró con su vieja
pluma y su olor a tinta rancia. Sus dedos se cerraron sobre ella y la acarició
con el pulgar. Había olvidado cuánto le gustaba su tacto. Sacó uno de los
cuadernos, vacío de palabras y, cerrando los ojos, pensó en cómo comenzaría a
contar su historia. La respuesta estaba frente a él, tras la ventana que
iluminaba el escritorio y desde la que había contemplado a la luz de su vida.
Miró hacia el lago y volvió a
verla con su sedoso cabello rubio convertido en juguete del viento, envuelta en
el viejo jersey bajo el que su soledad y su miedo habían buscado cobijo. Y sus
dedos asomando bajo las mangas, finos, delicados, llenos de amor y ternura,
repletos de caricias que, aunque entonces no lo supo, lo aguardaban a él. Sólo
a él.
Una hora después, Rocio se
despertaba y vibraba de felicidad al ver a Gaston sumergido en la escritura. Se
quedó quieta, observando sin molestar, tal como había prometido que haría.
Gaston, acariciado por esa
mirada enamorada que en esos momentos ni siquiera presintió, se fue reconciliando
con su vieja pasión por escribir. Fue recuperando la esencia que para su
espíritu habían tenido sus cuadernos en blanco, el olor a tinta, el áspero
sonido de la pluma deslizándose por el papel. Sus recuerdos, sus sensaciones,
los primeros hermosos días de la historia que guardaba en la mente y en el
corazón fueron brotando de entre sus dedos y poseyendo el blanco inmaculado,
llenándolo de pasión y de vida.

ayyy k triste por favor k se salve rocio k no le pase nadaaaa si pon un final feliz xfaaaa me encanta la novela lo lindo k se ven los rubios y me encanta gas como la cuida
ResponderEliminarEsta historia es tan triste y hermosa a la vez! Me fascina y apuesto por un final feliz aunque las cosas no parezcan! :)
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