Capítulo 10
—¿Dónde está la
camioneta? —preguntó Rochi mientras subía a una furgoneta pequeña,
color verde—. No sé
si podré sentarme en un asiento tan limpio. ¿De quién es?
—Disculpa. Es de tía Justina.
Detesto conducir este vehículo tanto como tú la camioneta
de remolque —dijo Gaston.
—¿Es posible? —bromeó
ella.
—Hablo en serio. Odio
las furgonetas pequeñas —reconoció él—. En este mismo
momento juro
solemnemente que jamás me compraré una, que jamás seré amigo de alguien
que tenga una y que
jamás…
—Espera un momento.
¿Quieres decir que si mi auto usado resulta ser una furgoneta
pequeña vas a
abandonarme?
—Sin lugar a dudas.
Pasarías a la historia.
Rochi sonrió. Una
semana atrás se habría emocionado ante semejante noticia: si de Gaston
quieres librarte, una
furgoneta debes comprarte. Ahora sólo le resultaba divertido. Sabía que
tendría que estar
furiosa con él, por haberse comportado como un sabelotodo en el garaje de la
escuela, pero ahora le
parecía insignificante. Había decidido sacarle el jugo a esa tarde,
mientras estuviera en
su compañía. No bien la dejara de regreso en su casa por la noche, el
pacto habría llegado
a su fin de forma oficial.
—Tienes tus
principios, ¿no? Prohibida la música de esta década, prohibidas las furgonetas
pequeñas…
—Tengo principios que
ni siquiera imaginas. ¿Y tú? ¿Tienes reglas propias para vivir?
Rochi tamborileó con
los dedos sobre los apoyabrazos del asiento.
—No estoy segura de
poder enumerarlas todas. Tengo tantas.
—Inténtalo. Nombra
las diez más importantes.
Pasaban ante una
cancha de golf. Rochi observó a una mujer que intentaba rescatar su pelota
de un hoyo de arena
situado junto al camino.
—Como has mencionado
la comida, la música y los autos, respetaré ese orden. Número
uno: prohibidos los
emparedados de salchicha con tofu…
—Ah, vamos… son
exquisitos. ¿Alguna vez has probado uno?
—Mi madre esta en
plena revolución alimentaría, y vive machacándote con eso de que
debes comer sano para
vivir mejor. Para tu información, me lo tuve que tragar la semana
pasada. —Hizo una
mueca. —Todavía estoy tratando de recuperarme. Segundo: nunca
escucho música
folclórica. Y tercero… Bueno, estaba por decir prohibidos los vehículos
grandes, más grandes
que mi cuarto, pero creo que tendré que atenerme a la cláusula que
prohíbe las
furgonetas pequeñas.
—¡Eso me agrada!
Felicitaciones, mi afortunada participante. Te has ganado un viaje con
todos los gastos
pagos a…
—¡Alaska! —lo
interrumpió Rochi con una sonrisa.
Gaston se volvió
hacia ella.
—No me causa ninguna
gracia, ¿sabes?
—Bueno,
tranquilízate. Después de esta tarde, lograrás evadirte de ese compromiso. Dime
la verdad, ¿te
gustaría conocer Alaska algún día? Debe de ser hermoso —comentó Rochi.
—Tengo una idea
excelente. Ve tú con tía Justina. ¿Por qué no se me habrá ocurrido
antes? Sería la
solución perfecta.
—Gaston, deja de
soñar, ¿quieres? Ya tengo planes para las vacaciones de verano. Y
apenas conozco a tu
tía.
—Ya la conocerás
después del asado de hoy. Sabrás todo sobre ella… y sobre su colección
de muñecas.
—Estacionó en la entrada de la casa de Justina.
—Esto me resulta
familiar —dijo Rochi mientras bajaba de la furgoneta.
—Ah— ¿Rochi? —Gaston
se quedó junto a la furgoneta, mientras la muchacha ya se
encaminaba hacia la
casa. —Hay algo que quiero que… bueno, ya sabes… que corra por tu
cuenta.
Rochi se le acercó.
De pronto se sintió nerviosa. ¿Por qué se habría puesto tan serio?
—De acuerdo. ¿De qué
se trata?
—De la apuesta entre Peter
y yo. Que hayas aceptado venir a este asado no será suficiente
—comenzó—. Para
demostrar que de veras estamos saliendo como novios, tendrás que
aparentar que…
-¿Qué me gustas de
verdad? —preguntó—. No… espera. Tal vez eso tampoco sea
suficiente. Quieres que
finja estar enamorada de ti, ¿cierto?
—¡Bueno, no tendrás
que poner la cabeza en la guillotina! —replicó él, ruborizándose—.
Sólo trátame bien.
Porque si no gano esta apuesta, voy a arrojarme de cabeza en medio del
océano y nunca nadie
volverá a verme.
—Hasta que tus
pulseras de soga aparezcan en la playa —lo bromeó Rochi—. De acuerdo.
Aclarémoslo: si no
soy cariñosa contigo, ¿vas a suicidarte? Vaya, Gaston. No sabía que
estabas tan
enamorado. —Sonrió.
Gaston rió.
—Ah, no te burles,
¿quieres? Limítate a fingir que te gusto, que somos algo más que
amigos.
—¿Qué es lo que
esperabas? ¿Qué te de un beso frente a las narices de tu primo? Lo
lamento, pero iría
contra el reglamento, ¿recuerdas? Me encantaría hacerte el favor, pero…
¿Qué puedo hacer?
Estoy atada de pies y manos.
—Imagina que sólo es
un juego. Y una vez que hayamos logrado engañar a Peter, toda
esta historia habrá
terminado. Hasta te compraré un helado con frutas y baño de chocolate
caliente por todos
los problemas que te he causado.
Rochi lo miró.
—¿Cómo sabías que me
gusta el baño de chocolate caliente?
—¿Y a quién no? Sé
que frecuentas mucho Sandy’s, y allí venden los helados de frutas y
baños de chocolate
más deliciosos de la ciudad —respondió él—. ¿Qué te parece? ¿Te crees
capaz de fingir que te
gusto de verdad durante las próximas dos horas?
—No te preocupes, Gaston.
No te decepcionaré —bromeó ella una vez más. Se
encaminaron hacia la
casa. El estómago de Rochi comenzó a crujir cuando percibió el delicioso
aroma de la carne
asada. —Pero te aclaro una cosa: si hay salchichas con tofu, ya mismo me
largo de aquí.
Gaston se reclinó
contra el respaldo de su silla y apoyó los pies sobre la baranda del
porche. Sonrió al ver
salir a Rochi.
—Pensaste que jamás
podrías salir de allí, ¿verdad? —le preguntó.
—Media hora
—refunfuñó ella—. ¡Estuve allí dentro media hora! Gracias por haber ido a
rescatarme.
Gaston inclinó la
cabeza en dirección a Peter y a Luna, que estaban sentados a la misma
mesa observándola.
Una amplia sonrisa
iluminó el rostro de Rochi.
—Ahora que estoy de
pie, ¿no deseas que te traiga algo más de comer... Poroto? —Apoyó la
mano sobre el hombro
de Gaston.
El muchacho trató de
contenerse, en especial cuando ella lo llamó por el mismo apodo con el
que su padre había
bautizado al auto. ¡Si Peter supiera!
—Gracias, pero estoy
satisfecho. —Sabía que ella lo habría matado si le hubiera aceptado la
oferta.
—¿Por qué tú no me
preguntaste si quería repetir? —le dijo Peter a Luna.
Luna lo miró de tal
manera que parecía estar a punto de bofetearlo en cualquier momento.
Luego le respondió,
con una sonrisa:
—Discúlpame. Supongo
que se me escapó ese detalle. ¿Quieres que te traiga algo?
—Sí. Otra
hamburguesa, con bastante ketchup y pickles. —Peter se volvió hacia Gaston y
luego cambió de
opinión. — En realidad, Luna, creo que no debes molestarte. Puedo ir a
buscármela solo.
—Retiró su silla y fue a la casa.
Gaston no podía creer
lo bien que marchaban las cosas aquellas tarde. No había discutido con
Rochi, la comida era
estupenda y se hallaban tranquilos, sentados uno junto al otro en el porche.
Estaba decidido a
aprovechar al máximo el día, pues el sábado siguiente tendría que trabajar. El
único inconveniente
era que Peter y Luna también parecían estar pasándolo muy bien.
Conclusión: su primo
y él tendrían que hallar otro medio para resolver la cuestión de quién iría
en el crucero.
—¿Alguno de estos
muchachos les ha contado sobre el fascinante viaje que uno de ellos hará
conmigo en junio?
—les preguntó la tía Justina a Luna y Rochi cuando salía al porche, en
compañía de Peter. Se
sentó en una reposera, tapizada en tela violeta.
—Un poco —respondió Rochi,
tratando de no echarse a reír.
—¿Saben que todavía
no han podido decidir quién de los dos será el afortunado que me
acompañe a Alaska?
—La tía meneó la cabeza, pero ni uno solo de sus anaranjados cabellos se
movió. —Por supuesto
que será la gran oportunidad de la vida. Comienzo a pensar que debí
haber comprado tres
pasajes en lugar de dos… así no se pelean por ir. Quizás estemos a tiempo
todavía. Podría
llamar a mi agente de viajes y preguntarle si aún queda algún camarote
disponible.
—¡No! —exclamó Peter,
dejando caer su hamburguesa sobre el plato.
La tía Justina lo
miró desconcertada.
—Peter se refiere a
que de ese modo tendrías que gastar demasiado dinero —interrumpió
Gaston—. Ya has hecho
más que suficiente. Considerando los gastos de la fiesta de casamiento
de Vico y todo…
—En realidad, los
Hansen fueron los que más invirtieron —declaró tía Justina—.
Decidimos hacer la
fiesta aquí sólo porque nos pareció un sitio muy bonito.
—Sin embargo, creo
que aún así te habrá costado muy caro —señaló Gaston.
—Sí —agregó Peter—.
Además me parecería mucho más divertido si sólo fuéramos
nosotros dos.
Podríamos compartir mucho tiempo juntos…
—Pero Peter siempre
duerme hasta el medio día, de modo que no lo verás durante la mitad
de la travesía
—arguyó Gaston—. Lo pasarías mucho mejor conmigo. Piensa en todo lo que
podríamos explorar. Peter
se quedaría sentado en cubierta, tomando sol. —Miró a su primo con
aire de superioridad.
No era necesario que la tía Justina se enterara de que en realidad, ninguno
de los dos deseaba
ir. Era mejor que pensara que discutían para ver quién la acompañaría.
—Bien, muchachos,
estoy segura de que ya se les ocurrirá una manera justa de decidir quién
serpa el afortunado
—dijo la tía.
—¿Qué tal un duelo?
—propuso Rochi—. El que quede de pie será el que viaje.
Luna participó en la
conversación.
—Un duelo —repitió
entre risitas tontas—. ¡Qué ridiculez!
Ahora Gaston caía en
la cuenta de que Luna deseaba tanto ser la novia de Peter como Rochi
deseaba ser la suya.
El descubrimiento lo deprimió un poco. ¿No estaba en mejores condiciones
que su primo para
conseguir una chica, entonces?
—Tienes un sentido
del humor muy extraño, querida —la reprendió tía Justina, mientras la
inspeccionaba como si
observara un objeto exótico en la feria de las ciencias de la escuela.
Gaston estaba
acostumbrado a esa mirada. Tía Justina lo miraba de ese modo muy a menudo.
—Para ser la novia de
Gaston, tiene que ser una chica extraña —comentó Peter, en broma.
—Bueno, será mejor
que no toquemos los temas personales —dijo Gaston—. Me cansé de
estar sentado. ¿Quién
quiere jugar croquet?
—Pensé que sólo
jugabas a hacer rebotar cosas en la rodilla —dijo Rochi—. ¿Sabes? Tendrías
que practicar fútbol.
—¿Gaston no te lo ha
contado? En una época no hacía más que jugar fútbol —respondió
Peter—. Hasta que se
lesionó la rodilla. Ahora, cada vez que juega, le duele mucho.
—Ah. Que pena
—contestó Rochi.
Gaston sabía que Rochi
había salido con un par de chicos del equipo de fútbol. En apariencia,
para ingresar en su
grupo había que estar en el equipo de algo, de lo que fuere. Qué pena que no
se diera cuenta de
que no todos pueden formar parte de un equipo, o no todos quieren entrar a un
equipo. Daba la
impresión de que para ella no existía el carácter de una persona como ente
individual.
—Sí, echo de menos
esos partidos —confesó Gaston—. Pero he descubierto que hay otras
cosas que me gusta
hacer. Cosas tan importantes como el fútbol.
Rochi pareció un
tanto desconcertada por su tono de voz.
—Claro, siempre y
cuando para ti sea importante arrojar una bolsa de porotos contra una
estatua.
Gaston estaba a punto
de comenzar a discutir, cuando recordó la famosa apuesta. En cambio,
dijo:
—Mira, tú tienes tus
actividades escolares, y yo, las mías. Sabes que en ese sentido somos
diferentes.
—Muchos de los
grandes romances de la historia se han suscitado entre personas muy
distintas —intervino
la tía Justina—. Scarlett y Rhett, en Lo que el viento se llevó, por
eJemplo…
—¿Dónde guardan el
juego de croquet en esta casa? —le preguntó Rochi a Gaston,
interrumpiendo la
charla romántica de la tía. Caminaron por el parque para clavar las metas en el
césped, que todavía
estaba bastante pisoteado por la fiesta del fin de semana anterior. Luego cada
uno escogió un
mallete.
—Tú primero — dijo Gaston—,
querida.
—No importa, Poroto,
después de ti —respondió ella con una sonrisa.
—Será mejor que
juegue alguien —interrumpió Peter—, antes de que oscurezca.
Gaston hizo su primer
golpe y lanzó la pelota al otro lado del parque. Se detuvo a escasos
centímetros de la
primera meta.
—Nada mal —elogió Peter.
Seguía Rochi. Golpeó
la pelota con tanta fuerza que salió volando por el parque y dio
directamente contra
la de Gaston. Vaya sorpresa se llevó su “novio”. Miró la pelota, luego a
Rochi y otra vez la
pelota.
—¡Genial! ¡Tienes un
golpe más! —festejó Peter.
—¡Vaya tiro, Rochi!
—exclamó Luna.
Gaston siguió a Rochi
hasta donde estaban las pelotas de ambos, justo afuera de la primera
meta.
—Ahora puedo escoger
entre ejecutar el golpe de más que me he ganado o arrojar tu pelota
adonde se me antoje y
luego seguir jugando, ¿verdad? —preguntó Rochi.
—Ajá —asintió Gaston.
—Muy bien, entonces.
—Puso el pie sobre su pelota y dio un malletazo tan fuerte que la de
Gaston fue a parar
debajo de un arbusto, al final del parque.
—¡Excelente! —gritó Peter.
—¿Cómo has podido
hacerme algo así? —exclamó Gaston con cara de desdichado.
—Disculpa, Gaston
—dijo ella entre risas.
—Se ha metido en una
enorme zanja… Jamás podré sacarla —se quejó él.
Rochi se agachó un
poco, metió la pelota en la meta con un golpe suave y se preparó para
avanzar hacia la
siguiente.
—¿Cómo lo hiciste?
—preguntó Gaston, azorado.
—No entiendo por qué
estás tan asombrado. A menos, claro, que creas que una porrista no
puede practicar
ningún deporte —contestó Rochi.
—Nunca dije semejante
cosa. Sé que ser porrista impone ciertas exigencias, a su modo.
—Para tu información,
debemos entrenarnos tan severamente como para cualquier otro
deporte —recordó Rochi—.
Los ejercicios físicos a los que nos sometemos son muy exigentes. Te
apuesto a que no
podrías seguirnos el ritmo por más de quince minutos.
—Seguro. ¿Pero
también incluyen prácticas de croquet? Le has pegado a esa pelota como una
profesional.
—Ah, en los primeros
años de la secundaria estaba en el equipo de jockey sobre césped. —
Rochi se puso el
mallete sobre el hombro. —No empieces a lloriquear, Gaston. ¿Qué tal si me
dejas ayudarte en tu
próximo tiro? —Lo siguió hasta la zanja sonde había arrojado la pelota
anaranjada de Gaston.
Cuando él adoptó la postura de tiro, ella se paró por detrás, le rodeó la
cintura con los
brazos y colocó las manos sobre las suyas. —Sostén el mallete así — le enseñó.
Gaston la miró por
encima del hombro. No estaban tan cerca desde que había bailado juntos
en la fiesta de
casamiento de Vico… cuando sintió por primera vez la necesidad de besarla.
Rochi apoyó el mentón
sobre su hombro.
—¿Crees que podrás
enviarla en la dirección correcta?
—Sí, por supuesto
—respondió Gaston—. Sólo observa. —Balanceó el mallete y su pelota
salió volando por el
parque, hasta dar justo contra la de Peter.
—No es justo
—protestó el primo—. Rochi te ayudó.
—¡Estupendo! —Gaston
y Rochi se estrecharon las manos. Después ella lo atrajo hacia sí y lo
besó. Claro que esta
vez no fue un beso como el del otro día. Presionó sus labios tiernos contra
los de él como si
sintiera auténticos deseos de besarlo, como si hubiera pasión en el gesto. Fue
un
beso intenso. Gaston
se quedó tambaleando.
Sin embargo, antes
que él pudiera responderle el gesto de modo como deseaba, ella se apartó.
—Buen tiro —le dijo,
guiñándole un ojo. Gaston se quedó mirándola con una gran duda:
¿estaría jugando con
él o de veras quería besarlo?
—Bien, bien. Volvamos
al juego —protestó Peter—. Oye, Gaston, ¿quieres mandar mi
pelota a los arbustos
o qué?
Gaston se encaminó
hacia donde se hallaba Peter, pero su cabeza navegaba a años luz de
distancia. ¿El beso
habría sido real? Gaston seguía en la duda. ¿O sólo formaba parte del plan
para engañar a su
primo? ¿Le gustaría de verdad a Rochi?
“Le has pedido que
fuera atenta contigo y ella está cumpliendo con el plan de la letra —se
recordó Gaston—. Nada
más y nada menos.”
—No puedo creer que
todavía no hayan decidido la famosa apuesta —le dijo Rochi a Gaston
cuando estacionó la
furgoneta frente a la puerta de su casa, a última hora de la tarde—. Pero
quiero aclararte
algo: ya no seré parte de este juego.
Si no hubiera sido
por esa estúpida apuesta, Rochi no habría tenido que preocuparse por el
modo en que Gaston la
hacía sentir. Ya había sido bastante nefasto empezar a tratarse. Pero
compartir un beso… ¡y
haber sido de ella la iniciativa! Una cosa era montar una escena frente a
Peter… Muy en el
fondo de su corazón, debía admitir que ella deseó ese beso con Gaston.
¿Gaston Dalmau? Obviamente
se había dejado llevar por esa charada del “noviazgo”; lo más
sano era poner punto
final a ese juego de una vez por todas, antes de que sucediera algo más
comprometedor entre
ellos. A pesar de que el beso que compartieron la tuviera como flotando en
una nube.
—Claro. Ya no
formarás parte —dijo Gaston—. Te lo prometo. Tendremos que inventar otra
cosa. Como, por eJemplo,
un juego de croquet; el que gana se salva.
—No lo sé —objetó Rochi—.
Tal vez el croquet no sea la mejor elección para ti. El objetivo es
no ir a Alaska,
¿verdad?
—Tal vez pudieras
darme algunas clases más… —Pareció querer agregar algo más, pero se
limitó a menear la
cabeza. —Bien. Debo devolver esta horrenda furgoneta a mi tía Justina.
—De acuerdo. Gracias
por la estupenda comida. De veras lo he pasado muy bien. —Rochi
abrió la puerta y se
bajó.
—¿Rochi?
—¿Si? —Se volvió y lo
miró.
—Estaba pensando que,
alguna vez… bueno, si no estás muy ocupada, podríamos…
—¡Rochi! Has vuelto.
No sé dónde estuviste pero has vuelto —dijo el padre de Rochi, que
estaba junto al
garaje y se acercaba a ellos. Se limpió las manos en los pantalones claros,
dejándolos
terriblemente sucios.
—Hola, papá —lo
saludó ella. ¿Por qué los padres tendrían la costumbre de presentarse
siempre en el momento
más inoportuno? Sabía que Gaston estaba por invitarla a salir. Y se
preguntaba qué le
habría respondido.
—Pensé que estarías
en el centro comercial —dijo el señor Igarzabal—, con Lali, Kika, y el
resto de la barra.
—Fui —comenzó Rochi.
—Fue —corroboró Gaston
al mismo tiempo. Intercambiaron miradas de nerviosismo. —Y yo
me ofrecí a traerla
hasta su casa porque… me quedaba de paso para la mía. Espero que no haya
problema.
—Me llamo joaquin Igarzabal.
—El padre de Rochi le tendió la mano.
—Gaston Dalmau. —Él
se la estrechó.
Rochi creyó que en
ese momento se moriría. Su padre estaba estrechando la mano del
muchacho que le había
reparado a Poroto, y no tenía ni la más remota idea.
—Gaston, sé que
probablemente tendrás que volver a tu casa sin demorarte más, pero tal vez
puedas ayudarme con
algo —dijo el señor Igarzabal.
—Papá, estoy segura
de que yo puedo ayudarte en lo que sea —se ofreció Rochi. No quería
que Gaston
permaneciera en su casa más de lo estrictamente necesario. Tenía el negro
presagio
que si se quedaba
allí parado un segundo más, los remordimientos la sofocarían de tal modo que
confesaría su culpa
en aquel mismo instante.
—No, no lo creo
—respondió el padre—. Es decir, podrías hacerlo, pero dudo que quieras.
Gaston, ¿dispones de
quince minutos?
—Por supuesto. —Gaston
apagó el motor y se bajó de la furgoneta. —¿Qué sucede?
—Estoy cortando este
árbol que se cayó en nuestro patio hace un par de días, por la horrenda
tormenta, y no
termino más. ¿Crees que podrías ayudarme a partir la madera? —preguntó el
señor Igarzabal.
—No hay problema
—respondió Gaston—. Vamos.
Rochi los siguió
hasta el patio, temerosa de dejarlos a solas aunque sólo fuera un minuto. Se
sentó en la mesa de
picnic y los observó cortar madera durante unos veinte minutos. Cuando
terminaron, hicieron
una enorme pila de leña que podría usarse para la chimenea no bien
terminara de secarse.
—Ya está preparado
para enero —le dijo Gaston al señor Igarzabal, mientras le quitaba una
astilla de madera que
le había quedado en la camisa.
—Te agradezco mucho, Gaston.
Sin ti, me habría pasado todo el fin de semana trabajando
aquí afuera —dijo el
padre de Rochi—. Permíteme compensarte la molestia. ¿Qué te parece si
vienes a cenar una
noche esta semana? ¿El jueves, por eJemplo?
“¿Quéeee?”
Su padre jamás había
invitado a cenar a ninguno de sus amigos. Mucho menos, a alguno de
los chicos con los
que había salido. Y ahora invitaba justamente al que no salía con ella.
—Ah, no es necesario
que se moleste —dijo Gaston.
—Ya lo sé. Pero
quiero hacer algo. Vamos. Nos divertiremos. Tú y Rochi podrán pasar un rato
juntos y prometo no
pedirte que hagas ningún trabajo pesado.
Gaston se rió.
—Es muy gentil de su
parte. Pero… —Miró a Rochi, como tratando de adivinar su reacción.
—Esta semana estoy
bastante ocupado. No creo que pueda.
“¿Qué?”
Gaston trataba de
eludir la cena con su familia. ¡Cómo se atrevía! Y ella que había pensado
que él también se
había divertido mucho esa tarde.
—Estoy seguro de que
a Rochi le encantaría que vinieras, Gaston. ¿No es verdad, Rochi?
La chica asintió con
la cabeza. Sería grato volver a ver a Gaston. Además, no quería que su
padre sospechara
nada.
—Vamos, Gaston. Mi
padre es un estupendo cocinero.
—Bueno… está bien
—aceptó encogiéndose de hombros.
—¡Grandioso!
Entonces, cita fijada. O como quiera que le digan en esta época. Hasta el
jueves —dijo el señor
Igarzabal.
Fue entonces cuando Rochi
recordó que tenía otra cita para el jueves en la noche. Con Nicolas.
Iban a estudiar y a
mirar una película en su casa. Por fin había logrado convencerlo de que entre
ella y Gaston no
había nada, que eran simplemente amigos. Y ahora tendría que cancelar el
programa con Nicolas
para estar con Gaston. Jamás le creería. ¿Qué iba a hacer? Su vida se le
escapaba de las
manos.
—Y ahora mi padre
está en la vieja estación de bomberos. Fue a lavar su auto allí para ayudar
a Gaston a recaudar
fondos —le dijo Rochi a Lali el domingo en la tarde—. De pronto, Gaston
Dalmau está hasta en
la sopa.
—Por lo menos parece
que te has divertido ayer por la tarde —comentó Lali.
Rochi jugueteaba con
un frasco de esmalte para uñas que estaba sobre su tocador. No le había
contado a su amiga
los pormenores de la tarde… mucho menos lo del beso. Temía que Lali se
burlara hasta el
cansancio. Gaston no tenía nada en común con los chicos con los que solía
salir.
Además, no estaba
segura de que ese beso hubiera tenido algún significado. Tal vez se había
compenetrado
demasiado en su papel de engañar a Peter. De todos modos, debía analizar a
fondo las cosas antes
de entrar en confidencias con Lali.
—Sí, lo pasamos bien
—admitió.
—Tal vez me había
formado un concepto equivocado de ese Dalmau. En un principio da una
pésima impresión,
pero después parece muy agradable —dijo Lali.
—Claro. Es divertido
y todo, pero esto queda al margen. Tendré que cancelar mi cita con
Nicolas porque Gaston
vendrá a mi casa el jueves por la noche. ¿Cómo voy a explicarle esta
situación a Nicolas?
—Muy fácil —contestó Lali—.
Miente. Nicolas nunca se enterará de la verdad. Y estoy
segura de que saldrá
contigo otro día.
—Eso espero.
—Y tal vez una cena
con Gaston resulte mucho más divertida que mirar una película con
Nicolas.
—Pero no me gusta Gaston
para eso —protestó Rochi—. Y además estaré tan histérica que no
podré probar bocado,
con Gaston y mi padre sentados a la misma mesa. ¿Y si empiezan a hablar
de autos?
—Tendrás que cambiar
el tema —contestó Lali entre risas—. Y rápido.

No hay comentarios:
Publicar un comentario