lunes, 3 de junio de 2013

El dia que lo conoci capitulo 9


Capítulo 9
Cuando Rochi se despertó el lunes por la mañana, se sentía totalmente renovada. Con mucha
pereza se levantó de la cama y corrió las cortinas. Era un espléndido día de sol. Ojala estuviera
tan cálido como parecía. Adoraba la primavera.
La noche anterior se había divertido mucho. Había ido a comer pizza con seis amigas y luego
a ver una película. Hacía mucho que no se reía tanto.
“Fue tan bueno que casi me hizo olvidar la extraña salida con Gaston Dalmau”, pensó.
Pero ahora todo volvía a su mente con sorprendente nitidez: tía Justina con su cámara;
Nicolas junto a la mesa de comidas; Gaston, tan grosero como siempre, besándola e invitándola a
salir por segunda vez. Rochi no podía creer que hubiera besado a Gaston. Odiaba reconocer que
en realidad le había gustado… a pesar de que sólo había sido un instante y de que después él
había actuado como si nada hubiera pasado.
Y ahora no tenía modo de salvarse del asado del domingo en casa de la tía Justina. Gaston
le llevaba una injusta desventaja. Por otra parte, suponía que él tenía razón: tal vez le debía
mucho más que una salida por el trabajo que había hecho con Poroto. ¿Pero dos sábados
seguidos? Rochi temía que sus amigos pudieran olvidarla si volvía a faltar a las actividades
sociales de fin de semana. Tal vez lograra negociar con Gaston, convencerlo de que, en lugar de
un almuerzo, fuera un desayuno de última hora. Café y rosquillas.
Se puso una bata sobre el piyama y bajó a la cocina, a desayunar. Su padre se hallaba sentado
a la mesa, solo.
—¿Dónde está mamá? —le preguntó Rochi mientras se sentaba frente a él.
—Se fue temprano porque tenía que trabajar en s oficina —respondió el señor Igarzabal—. Ya
sabes cómo son los domingos a la mañana.
Rochi se sirvió un recipiente de cereales. Su madre tenía fama de trabajar en los momentos en
que la mayoría de la gente solía descansar. No trabajaba todo el tiempo; sólo escogía los
momentos más extraños. Siempre decía que así se concentraba mejor.
—¿Qué has estado haciendo tú? —preguntó Rochi.
El hombre limpió una gota de café que se había derramado sobre la mesa.
—Estuve dando vueltas por el garaje. Y luego decidí lavar el auto. —Hizo una pausa.
Rochi sintió que los copos de maíz se le quedaban pegados en la garganta.
—Ah —murmuró, mirándolo con nerviosismo.
—Y mientras estaba lavándolo, se me ocurrió algo —continuó—. Algo que me gustaría
conversar contigo.
“Oh, no. Se dio cuenta.”
Se esforzó por conservar la calma y actuar con naturalidad.
—¿De qué se trata?
—Es un tema serio. ¿Estás bien despierta? —El señor Igarzabal jugueteaba con una rebanada
de pan que estaba junto a la tostadora y acomodaba una pila de servilletas.
“Está tan enojado que ni siquiera puede mirarme —pensaba Rochi, estremeciéndose—. Va a
decirme que lo he decepcionado por completo, que he hecho añicos toda la confianza que había
depositado en mí. Y me merezco todo eso y mucho más.”
—Sí, estoy bien despierta —respondió Rochi—. ¿De qué se trata?
—Del auto. —Se volvió hacia ella y le clavó la mirada, con expresión implacable.
La cuchara que Rochi sostenía en la mano empezó a temblar. Tenía los nervios tan crispados
que casi no podía respirar. Ese estúpido Gaston Dalmau. Ahora ni loco conseguiría una segunda
salida con ella. De hecho, sería él quien quedaría en deuda. Tal vez podría visitarla mientras
estuviera confinada.
—¿Qué pasa con el auto?
—Quiero que repasemos las reglas. Como ya sabes, ahora que tienes licencia para conducir,
puede usar los autos de la casa, pero debes pedirnos permiso cada vez que lo hagas. ¿Correcto?
—Correcto —respondió Rochi con lentitud.
—Y por eso hemos necesitado cierto tiempo, para acostumbrarnos a la idea de que a partir de
ahora podrás conducir sola. Porque queríamos que aprendieras que eso es un privilegio y no un
derecho, ¿correcto? —prosiguió el padre—. ¿Hasta ahora todo claro?
Rochi asintió.
—Claro como… buen, claro —dijo.
“Tan claro como estará mi agenda, libre de todo compromiso, una vez que me sentencie a
perpetua.”
—Bien. A partir de hoy todo será diferente —anunció el señor Igarzabal. Enroscó la tapa de
un frasco de mermelada y lo deslizó sobre la mesa, en dirección a su hija.
La chica detuvo el frasco justo antes de que chocara contra su recipiente de cereales. Miró al
padre. Ojala lo dijera todo de una vez. Ya no podía soportar esa interminable tortura verbal.
—Mira, papá, sé que he cometido un grave er… —comenzó.
—Tu madre y yo hemos pensado en hacerte una propuesta —dijo él al mismo tiempo.
—Continúa —urgió Rochi.
—No, habla tú —dijo él.
—No. Tú primero —insistió ella.
“¡Casi me traicioné!”
—Este verano necesitarás un auto para ir a trabajar —empezó—. El club campestre queda a
más de ocho kilómetros de aquí y no quiero que vengas en bicicleta sola de noche.
—Ajá.
—De modo que aquí va la propuesta: los tres nos sentaremos a elaborar un presupuesto. Tú
tendrás que poner la mitad de lo que ganes, y nosotros te daremos el resto para que puedas
comprarte un auto usado. Nada caro; algo funcional. Tal vez no sea bonito pero cumplirá
perfectamente con el objetivo; los gastos de seguro serán bajos.
Rochi tuvo la vaga sensación de que su padre había terminado de hablar y esperaba su
respuesta, pero estaba tan atónita que no podía hablar. Se limitó a mirarlo. ¿Estaba
proponiéndole ayuda para comprar un auto? ¿Después de lo que ella había hecho? ¿Todo aquello
era real?
—¿Rochi? Te veo decepcionada. Sé que habrías preferido un convertible, pero éste sólo será tu
primer auto. Ya cambiarás por algo mejor —prometió el padre—. Lo que te propongo significa
que durante este verano y tu último año de escuela tendrás vehículo propio. ¿No te parece una
buena noticia?
Rochi meneó la cabeza, tratando de salir del trance.
—¡Es una noticia excelente, papá! —dijo por fin—. Es sólo que… jamás esperé algo así. Qué
sorpresa.
—¿De verdad? ¿No esperabas un BMW? —Su padre sonrió.
—¡No! —gritó Rochi—. No esperaba nada. Ha sido un gesto maravilloso por parte de ustedes.
Me he quedado si palabras, eso es todo.
¡Qué noticia fantástica! Dentro de dos meses tendría un auto propio. Tal vez, en menos
tiempo. Ya no tendría que pedir que la llevaran de aquí para allá, ni ir al centro comercial en
bicicleta… Gaston le había contado que su padre vendía autos usados, en un predio que lindaba
con el taller. Si lo trataba con amabilidad, ¡tal vez lograra convencerlo de que le hiciera una
rebaja en algún auto que le gustara de verdad!
—Bien. Creo que nos has demostrado ser una chica responsable —dijo el señor Igarzabal—.
Y contamos con que continúes de ese modo.
—Sí, claro —prometió Rochi—. Puedes confiar en mí.
“No siempre, pero casi”, agregó para sí.
—¿Tus padres van a regalarte un auto? —Lali se echó a reír. —¿Es una ironía a qué?
—Es más que una ironía; es algo excelente —comentó Rochi, entusiasmada—. ¿Puedes
creerlo?
Rochi y Lali iban camino a una reunión del personal del periódico estudiantil, que tendría
lugar ese lunes por la tarde. Rochi había empezado trabajar para el periódico hacía unas semanas,
con la esperanza de que la designaran editora para el último año del secundario. Escribir no era
una de sus habilidades, pero trabajaba en la página de actividades estudiantiles, donde tenía que
redactar varios artículos cortos. Las notas serias quedaban a cargo de otros.
—En realidad, no. Siempre supe que eras una chica con suerte, pero esto es casi una ridiculez
—dijo Lali, mientras abría la puerta de la oficina de redacción—. Ahora, si consideramos la
mala suerte de haber tenido que aceptar una salida con Gaston Dalmau, bueno, quedas a mano.
—Shhh —le advirtió Rochi—. Me habías prometido guardar el secreto.
—Rochi. Justo la persona con quien necesitaba hablar —interrumpió Jaime , editor de
crónicas especiales del periódico. Parecía el típico periodista: menudo, con anteojos ovalados
con marco de metal, invariablemente despeinado y siempre vestido con camisas Oxford y jeans.
—¿De verdad? ¿Qué pasa? —preguntó Rochi mientras se aproximaba a su escritorio.
—Hay una actividad sobre la que me gustaría que escribieras un artículo —respondió al
tiempo que revolvía unos papeles que tenía sobre el escritorio—. Lo necesito para hoy, así
podremos publicarlo en la edición de esta semana.
—Claro —respondió Rochi—. No hay problema. ¿Qué actividad es?
—Sabes que aquí existe un club del automotor, ¿verdad? —preguntó Jaime.
Rochi extrajo de su bolso un pequeño anotador y tomó un bolígrafo del portalápices que Jaime
tenía sobre el escritorio.
—Dame los detalles.
Jaime consultó una hoja de papel.
—Serán los auspiciantes de un lavadero de autos en la vieja estación de bomberos
. Y las recaudaciones se destinarán para las investigaciones sobre EM.
—EM. ¿Esclerosis Múltiple? —preguntó Rochi.
Jaime asintió.
—Sí. ¿Entonces crees que podrás escribir algo y tenerlo listo para primera hora de mañana?
—Claro. Después de nuestra reunión pasaré por la oficina del señor McDuff y le hablaré al
respecto —dijo Rochi—. Gracias por habérmela asignado. —Cuantas más notas le encomendaran,
mayores sus posibilidades de que le otorgaran el puesto para el año siguiente.
—En realidad, aquí dice que tendrías que hablar con el organizador del encuentro. Que es…
—Jaime leyó el papel. —Gaston Dalmau.
Rochi se quedó mirándolo fijo.
—¿Quién?
—Tienes que hablar con Gaston Dalmau. Aquí dice que podrás localizarlo en el club del
automotor, ya sabes, esta tarde. Esto me ha llegado hoy —explicó Jaime—. ¿De acuerdo, Rochi?
¿Gaston Dalmau era el organizador de ese encuentro para recaudar fondos?
“No parece que fuera la misma persona”, pensó Rochi.
Comenzaba a preguntarse qué otras sorpresas se habría guardado Gaston. Si llegaba a
conocerlo mejor, quizás aprendiera a llevarse mejor con él.
“Pon los pies sobre la tierra —se dijo—. Después de esta entrevista y del asado del sábado, no
querrás volver a ver a este tipo, igual que antes.”
Gaston se quedó petrificado cuando vio que Rochi avanzaba por el piso de cemento del garaje
de la escuela, en dirección a él.
“¿Qué estará haciendo aquí?”, se preguntó.
Durante todo el día había implorado no verla, después de la discusión que habían tenido el
sábado anterior. Gaston odiaba los enfrentamientos, pero tampoco estaba dispuesto a
disculparse. Pedirle que volviera a salir con él entraba perfectamente en los límites de lo
razonable. Pero por la reacción de Rochi era evidente que prefería lanzarse de un avión sin
paracaídas antes que pasar un segundo más a su lado.
Lo que lo incomodaba aún más era el hecho de que la pelea se originó por el beso. Se había
alegrado de que tía Justina los hubiera interrumpido. ¿Besar a Rochi Igarzabal? Casi no había
besado a ninguna otra chica; la última vez había sido en ese campamento de verano, cuando tenía
doce años. Y estaba tan nervioso, tan temeroso de besar mal a Rochi, que se echó atrás la primera
oportunidad que se le presentó. Rochi se habría mofado hasta el cansancio si hubiera resultado un
fiasco para besar.
Ella se acercó y Gaston fingió estar acomodando una caja de herramientas. De repente se
apoderó de él una abrumadora timidez.
—¿Gaston? —dijo Rochi con voz suave.
Él se volvió, se apoyó contra el mostrador y, muy nervioso, se limpió las manos en un trapo.
—Hola —la saludó.
—Hola. —Sonrió y miró alrededor. —De modo que aquí pasas gran parte del tiempo, ¿eh?
Gaston se encogió de hombros.
—No mucho. Sólo los lunes y miércoles por la tarde. —Rochi le hablaba con amabilidad y
simpatía, pero Gaston desconfiaba de esa actitud. Volver a verla no le resultaba tan nefasto como
había pensado; por el contrario, era como salir a campo abierto, a la intemperie, luego de una
fuerte tormenta, cuando el viento amaina y las aves empiezan a trinar otra vez.
—Gaston, debo volver a elogiarte —comenzó Rochi—. Mi padre lavó el auto, lo enceró y no
se ha dado cuenta de nada.
—Bien —respondió él—. Me alegro.
—Yo también. No sabes cuánto. Además, mis padres van a ayudarme para que pueda comprar
un auto de segunda mano dentro de un par de meses. Gracias a ti, tengo mi prontuario
completamente limpio. Por lo tanto he decidido que te debo otra salida. —Se encogió de
hombros. —Siempre y cuando sea lo que tú deseas, claro.
Gaston sonrió.
—¡Por supuesto! Justamente recién estaba imaginándome a bordo de ese barco, jugando tejo
de cubierta con un grupo de viejas.
—Bien. ¿Pasarás a buscarme el sábado para ir al asado de tía Justina, entonces? —preguntó
Rochi.
—¿Qué me dices de tu auto nuevo? —preguntó Gaston.
—Oh, pasará un tiempo hasta que lo compre —respondió ella—. Tal vez recién a comienzos
del verano. He pensado que a lo mejor podría comprárselo a tu padre. ¿Crees que me haría un
descuento?
—No hay problema. Tenemos precios especiales para las chicas que aceptan ser damas de
compañía en las fiestas de casamiento. Ojala yo pudiera comprarme uno.
—¿No tienes auto? —preguntó ella.
—No. ¿Por qué te sorprendes?
—No lo sé. Creí que, como tu padre arregla autos, tal vez tendrías acceso a los que están en el
taller.
—Bueno, para ser franco, nuestra política es devolverlos a sus respectivos dueños una vez
reparados —comentó Gaston.
Rochi se echó a reír.
—¡Ya lo sé! Pero pensé que si alguien se demoraba en pasar a retirarlo, tal vez tú tendría
permiso para usarlo.
—Nunca se tiene tanta suerte —dijo Gaston—. ¿Sabes lo que me gustaría de verdad? Un auto
como el de tu padre. Es un vehículo genial. Me encantó conducirlo, aunque sólo haya sido por
tres o cuatro kilómetros, para llevarlo a tu casa.
—Cambiando de tema, estaba buscándote por dos razones —prosiguió Rochi—. Primero,
porque quería comunicarte que podré ir contigo el sábado, y segundo porque trabajo para el
Herald y estamos haciendo una nota para el lavadero de autos, que saldrá este fin de semana. Me
dijeron que debía hablar contigo.
—¿Trabajas para el Herald?
—Sí. ¿Por qué te sorprende tanto? —preguntó Rochi—. Sé que no me destaco en la clase de
castellano, pero…
—No, no lo dije por eso —explicó Gaston—. Es sólo que… ¿En qué no participas en la
escuela? Administras el consejo estudiantil, eres porrista, escribes en el periódico, conoces a la
mitad del alumnado…
—A dos tercios, en realidad —corrigió ella con una sonrisa.
—De acuerdo, a dos tercios. En cambio, yo creo que no conozco ni a más de diez personas, en
total. Lo único que te falta decirme es que practicas deportes en las tres temporadas y que eres
presidenta del club de backgammon. No es cierto, ¿verdad? —preguntó Gaston.
—No. En realidad, es el club de francés. Y sólo soy la secretaria —aclaró Rochi.
C’est dommage —comentó Gaston.
—¿Hablas francés? Vaya. ¡Eso sí que me sorprende! ¿Cómo es que nunca te he visto en la
clase?
—Porque existe más de un turno, Rochi —señaló Gaston meneando la cabeza.
“El Mega-Ego ha regresado.”
No le sorprendía que la chica pensara que el único turno que existía era el de ella.
—Cierto. Bien, vayamos a lo nuestro. —Limpió un banco de metal, tomó asiento y extrajo un
anotador rosado de su bolso.
A Gaston le resultaba muy difícil tomar en serio a una persona que usara un anotador rosado.
La observó garabatear algunas notas en la parte superior de la hoja. Notó que el esmalte de sus
uñas combinaban con el tono del anotador. Nunca había conocido a una persona tan armoniosa
en su vida. Miró sus zapatillas, con los cordones desatados, y el dobladillo deshilachado de su
overol desteñido. No. Decididamente no tenían nada en común.
—Háblame sobre el lavadero de autos —le pidió—. ¿El dinero que recaudan va destinado a la
investigación sobre EM?
Gaston asintió.
—Correcto. —Dio a Rochi todos los detalles, que ella anotó. —¿Podrías hacer un artículo
importante sobre esto? Quiero que venga mucha gente.
—Lo intentaré —respondió ella—, pero no tengo tanta influencia. Si me das más detalles, tal
vez pueda estirarlo al máximo. Por eJemplo, ¿de quién fue la idea?
—Mía —contestó Gaston.
—¿Y por qué se eligió la fundación de EM en particular? ¿Por qué no otra causa?
Gaston no estaba muy seguro de poder confiar en ella. Sin embargo, algo le decía que sí.
—Mi madre tiene EM. Desde que se la diagnosticaron, he tomado conciencia de lo horrible
que se esa enfermedad y de que hay muchas personas que la padecen.
Rochi no pudo responder enseguida. Tampoco anotó nada.
—Oh, Gaston. No tenía idea.
—Sí. En realidad ésa fue la razón por la que me retrasé cuando pasé a buscarte para ir a la
boda —explicó él—. Mi madre tiene muchos problemas de equilibrio y ese día en particular la
situación se presentaba peor que nunca. Estaba caminando por el pasillo, ya vestida para ir al
casamiento, y de repente se cayó. Parece una tontería, pero mamá sabe que irá de mal en peor. A
veces se deprime mucho. Bueno, por esa razón no asistió al casamiento.
—No me imagino cómo se vive en un entorno así —dijo Rochi—. Debe de ser muy difícil para
tu padre… y para ti. Dificilísimo.
Gaston no esperaba una respuesta tan comprensiva. Carraspeó.
—Entonces, ¿crees que tienes los datos suficientes para la nota? —preguntó—. Si quieres,
puedo ayudarte a redactar el artículo. No me demoraré más de dos minutos en armarlo.
Rochi se puso de pie, cerró el anotador y lo guardó en su bolso.
—Me creo capaz de escribir mis artículos. Muchas gracias. Claro que, en lugar de dos
minutos, tal vez demore dos horas, porque no soy un genio como tú. Mis calificaciones en los
ensayos no pasan de una “B”, a diferencia de los tuyos, que se convierten en el eJemplo para que
todos los lean. Sin embargo, creo que puedo arreglarme con esto.
—Rochi, no quise insinuar que no pudieras —se disculpó Gaston—. Sólo pensé que tal vez
yo…
—Escuché lo que dijiste y comprendo tus intenciones. Presumes que no haré un buen trabajo
—lo acusó—. Bueno, te demostraré lo contrario. Y las multitudes se agolparán en este garaje
para que les laves el auto. Hasta pediré a mis padres que vengan, porque me parece importante.
Pero ni se te ocurra darme instrucciones respecto de cómo debo escribir mi artículo.
—Hoy estamos un poco susceptibles, ¿no? —comentó Gaston. Lo único que quería era
ayudarla… ¿Qué había de malo en eso?
—No es ésa la palabra. Yo diría ofensivos y groseros. —Rochi dio media vuelta y se marchó
del garaje.
—Te veré el sábado, ¿verdad? —gritó Gaston a sus espaldas—. ¿Rochi?

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