domingo, 9 de junio de 2013

El dia que que conoci capitulo 11


Capítulo 11
Rochi se sobresaltó. Se contuvo justo antes de cabecear. Había estado escuchando, durante un
rato que le pareció un milenio, a una mujer de cabello muy corto, rubio, que cotorreaba por el
micrófono.
—Sin suda se dirán: “Ah, esto no importa. Seguro que conseguiré un buen trabajo. Todavía
falta mucho. ¿Qué interesa ahora? —La rubia hizo una pausa para dar un tono dramático—.
Bien. Sí importa, y mucho. Así es, gente.
A Rochi se le erizaban los pelos cada vez que alguien la llamaba “gente”, y esa mujer, hasta el
momento, lo había hecho más de una docena de veces. Rochi miró a sus compañeros que estaban
en el auditorio de escuela. Era obligatorio asistir a la asambleas anual estudiantil, que tenía lugar
en primavera, donde se les informaba al respecto de sus perspectivas para el futuro.
“Como si no las tuviera bien claras ya”, pensó Rochi.
La asamblea se prolongaría toda la tarde. Apenas era la una y cuarto y a Rochi le parecía que
hacía horas que la soportaba.
—Por lo menos nos salvamos de todas las clases de la tarde —comentó Lali.
—En realidad creo que estamos sentadas a una distancia decente para poder mirar a pablo
—dijo Lali. Lo observó durante un par de minutos y luego se volvió hacia su
amiga—. Ya has arreglado tú cita con Nicolas, ¿verdad? —murmuró—. ¿Saldrás el sábado?
—Sí. Y Paul llamó por el viernes a la noche. Pero detesto tener tres citas seguidas, de modo
que le dije que prefería dejarlo para la semana que viene.
—Pensé que habías dicho que no consideraban una “cita” la cena con Gaston Dalmau —le
recordó Lali, confundida.
—Ah, cierto. Quise decir que no me gusta hacer planes para tres noches seguidas. —Hizo una
pausa—. Si te digo algo, ¿prometes no reírte? —susurró.
—Por supuesto que lo prometo.
—No vas a creerlo, pero cuando Gaston y yo fuimos al asado el sábado, nos… nos besamos.
—¿Qué? —exclamó Lali, y los alumnos de la fila de adelante se volvieron para mirarla—.
Métanse en sus cosas —les gruñó a todos—. ¿Se besaron? —le susurró a Rochi.
—Sí. Ya sé que es una locura. Y lo más extraño de todo es que creo que me gustó. Todo
empezó como parte de la apuesta, pero… Ah, no lo sé. Cada vez que lo pienso, me estremezco.
—Un beso —dijo Lali, con aire de complicidad—. Es hora de enfrentarte a la realidad,
amiga. Estás enamorándote de Gaston Dalmau.
—¿Pero cómo puedo enamorarme de Gaston? Cuando pienso en lo diferentes que somos, en
que nos movemos en círculos distintos, en que no tenemos amistades en común un nos gustan las
mismas comidas o la misma música…
—¿Y a quién le importa? Si un tipo te besa y no puedes dejar de pensar en ese beso durante
cuatro días, ¿a quién le importa que sean polos opuestos?
Lali suspiró.
—No puedo creerlo. ¡Mi mejor amiga por fin se enamoró!
—Espera un segundo —susurró Rochi—. Yo no hablé de amor.
—¡No hace falta! —contestó Lali—. Es evidente.
—De ninguna manera. No estoy enamorada de Gaston Dalmau. Besa muy bien. Eso es todo.
—Como quieras —respondió Lali—. Pero si yo estuviera en tu lugar, cancelaría todas mis
citas por Gaston. ¿Para qué necesitas a los demás?
Afortunadamente, la presidenta del departamento de asesoramiento anunció un intervalo de
quince minutos antes de dar comienzo a la segunda parte de la asamblea.
—Y no quiero ver asientos vacíos cuando reanudemos nuestras actividades —advirtió—.
Continuaremos a la una y cuarenta y cinco.
—Ah, qué felicidad —Lali estiró los brazos por encima de la cabeza—. Quince minutos de
descanso.
—Creo que iré a beber un poco de agua —dijo Rochi. Ya no quería seguir hablando de Gaston.
¿Enamorada? Sí, claro. Sólo se dejaba llevar por las circunstancias, y Lali se había contagiado.
Rochi se abrió paso entre los demás estudiantes y se dirigió al pasillo. Pasó por lo menos cinco
minutos haciendo cola en la fuente de agua, hablando con algunos conocidos y saludando a otros
que pasaban.
Luego regresó al auditorio. Mientras se aproximaba a su grupo de amigos que se habían
reunido adelante, junto al escenario, vio a Gaston y a los demás a un costado. Se sorprendió al
descubrir que con solo verlo su corazón latía con mayor intensidad. Qué extraño. Últimamente se
alegraba de verlo.
Gaston lucía muy apuesto con una holgada remera a rayas, que parecía de la década de los 50.
Sus ojos parecieron encenderse al verla. La ignoró, pero era una actitud normal entre
ellos: casi no hablaban cuando se encontraban en la escuela.
“Qué estupidez”, pensó Rochi. Después de todo, iría a cenar a su casa. Decidió acercarse y
saludarlo.
—Esa mujer es una maquina de repetir frases gastadas —oyó decir a Gaston, cuando se
acercó—. Gente, les presento a Carol… Escuchen, gente. —Imitaba la voz a la perfección.
—Parece una grabadora —respondió otro del grupo.
—¿Por qué no enfrenta la realidad? —dijo Gaston—. Hablemos con franqueza: la mitad de
nosotros terminará trabajando en McDonald’s y la otra mitad…
—Irá a la universidad —terminó su amigo por él.
—No. La otra mitad trabajará en Burger King —contestó Gaston, y todos los amigos se
echaron a reír.
—Y si no empiezan a venderse las hamburguesas de vegetales, ¿dónde trabajarás tú, Gaston?—interrumpió Rochi, acercándose al grupo.
—Vaya Rochi Igarzabal sin sus súbditos —comentó él—. El año que viene, la corte de
egresados estará allí, en vivo y en directo. ¿No tendrías que estar con ellos?
—Y aquí está el Club Mayor de Cabezas Huecas—replicó Rochi—. Suerte que
hoy han podido abandonar el ocio para reunirse con nosotros.
Touché. —Gaston le sonrió. Se apartaron de los demás y el grupo de amigos de Gaston se
quedó mirándola fijo—. ¿Qué emergencia te ha obligado a despegarte de tus amistades y
rebajarte a venir a hablar conmigo? No vendrás a molestarme para que te haga un trabajo de
chapa en otro cacharro, ¿no?
—No… —respondió Rochi—. Y no será ningún cacharro si vas a hacerme ese importante
descuento que me prometiste. En realidad, la razón por la que he venido hasta aquí es…
—Deshacer la invitación a cenar que me hizo tu padre para el jueves, ¿correcto?
—¡No! Deja de interrumpirme, ¿quieres? Sólo quería preguntarte… bueno… ¿Cuánto dinero
has recaudado en el lavadero de autos? ¿Fue mucha gente? Juro que habría ido, pero, como ya
sabes, todavía no tengo auto propio.
—Bueno, tu padre llevó un auto que definitivamente no era el escarabajo. Supongo que no
nos lo habría confiado —conjeturó Gaston—. Es una persona muy agradable.
—Sí. Tú y él tienen mucho en común —comentó Rochi—. Ambos creen que pertenecen a la
década de los 60; la única diferencia es que él tiene un certificado de nacimiento que lo
demuestra.
—La década de los 60 no fue una época en el tiempo, sino que constituye un estado de ánimo.
Pregúntale a cualquiera.
—A cualquiera de tus amigos, querrás decir. ¿Cómo te ha ido con el lavadero de autos,
entonces?
—De maravillas. Recaudamos algo más de quinientos dólares. Tal vez parezca una fortuna,
pero no lograremos grandes cosas con esa suma.
—Tal vez no, pero es mejor que nada —repuso Rochi—. Lo importante es que has participado
y que has hecho algo para una causa en la que crees.
Gaston miró hacia arriba.
—¿Sabes? Suena como el lema del grupo de porristas.
—¿Y si lo es, qué? —lo desafió—. Creo que es auténtico.
—Sí, en eso tienes razón —admitió Gaston—. Aunque la cantidad recaudada sea pequeña,
tiene valor.
—Y si organizas uno de esos encuentros por años, o por temporada, llegarán a sumar un
monto interesante —señaló ella.
—Cierto. Nunca lo miré desde esa óptica.
—Atención —La asesora golpeó el micrófono—. Atención, por favor. Regresen todos a sus
asientos.
—Bueno te veré mañana en la noche, entonces —dijo Rochi, un tanto incomoda.
—Correcto. A las siete en punto. Tal vez me retrase un poco porque los jueves trabajo hasta
las seis y media y tengo que pasar por mi casa a ducharme y cambiarme. Pero no faltaré a la cita.
—Siempre y cuando te bañes antes de venir, no me importa a qué hora aparezcas —bromeó
ella.
—¿Tendré que pasar alguna inspección en especial? —preguntó Gaston. Se cruzó de brazos y
la miró—. ¿Vas a revisarme detrás de las orejas para comprobar si me las he lavado bien?
Rochi sintió que se ruborizaba.
—Yo…
—¡Gente! ¡A sus asientos! —insistió la asesora en voz alta. Rochi miró a su alrededor y notó
que ella y Gaston eran dos de las contadas personas que todavía quedaban en pie.
—Hasta esta noche… perdón, hasta mañana a la noche, quise decir —murmuró. Luego se
apresuró a sentarse junto a Lali. Afortunadamente, su asiento se hallaba en un extremo, de
modo que no tuvo que molestar a toda la fila para ocupar su lugar.
—¿Cómo te fue? —preguntó Lali en un murmullo, mientras la asesora presentaba a un
nuevo orador.
—Sólo estuvimos… charlando, nada más —respondió Rochi.
—¡Ya vi! —contestó Lali—. ¿Pero han hecho planes para el fin de semana? ¿Le contaste lo
que sentías, que no puedes dejar de pensar en…?
—Ah, basta, ¿quieres? Gaston y yo somos nada más que amigos.
—Sí, claro, Rochi —respondió Lali, mirándola con escepticismo.
Gaston se sentía como un tonto. Estaba de pie, frente a la puerta de los Igarzabal, con una
pequeña caja de masitas en la mano; las había llevado por la vehemente insistencia de su madre.
—Hola. —Gaston levantó la vista cuando Rochi le abrió la puerta—. ¿Qué es eso? —le
preguntó cuando lo vio con la caja en la mano.
—Ah, son para ti… para toda la familia. —Le entregó las masitas.
—Gracias. Pasa. —Rochi entró y se hizo a un lado para darle paso. Se dirigieron a la cocina—.
Gaston, ella es mi madre, Adriana Igarzabal.
—Hola, Gaston. Mucho gusto. Sírvete té helado, si quieres —le dijo Adriana.
—Excelente, gracias. —Gaston se sirvió un vaso de la jarra que estaba sobre la mesa.

—No te preocupes, Gaston. Ya he advertido a mi madre sobre tus hábitos alimentarios —dijo
—En realidad, tu visita me ha dado la escusa ideal para poner en práctica una nueva receta de
verduras salteadas —dijo el señor Igarzabal—. ¿Cómo van las cosas, Gaston? —Estaba
cocinando en una sartén profunda y se volvió hacia el muchacho, agitando la espátula en el aire.
—Bien, gracias, señor Igarzabal —respondió Gaston.
—Llámame Curtis. La cena estará lista dentro de diez minutos. De modo que tienen bastante
tiempo para conversar tranquilos.
—Mira, Gaston nos ha traído unas masitas —dijo Rochi—. Qué bueno, ¿no?
—Las pondré en una bandeja —dijo la señora Igarzabal—. Gracias, Gaston.
—Ah, no hay cuidado. Las hizo mi madre —explicó el muchacho incomodo. Se había puesto
una camisa blanca y sus mejores pantalones de jeans negro. ¡Hasta se había puesto calcetines! Y
las infaltables zapatillas, claro.
—De modo que… ésta es tu casa —le dijo a Rochi mientras miraba todas las chucherías y
cuadros que colgaban de las paredes. Cuando llegaron al living, sonrió al ver las fotografías de la
familia dispuestas sobre la repisa de la chimenea, junto a unos cuantos trofeos de porrista.
—Ya estuviste aquí —le dijo ella—. ¿Recuerdas? Cuando me trajiste el auto —murmuró.
—Sí, lo recuerdo —contestó él. Pero le parecía algo muy remoto. También recordaba que
Rochi casi lo había llevado por delante para ir a ver cómo había quedado su Poroto, y que no
habían hablado de nada. Ahora las cosas habían cambiado mucho. Se sentía tranquilo en su
presencia.
—Aquí hay algo por lo que tú morirías. Algo de lo que mi padre no se desprendería jamás. —
Señaló un póster colgado detrás del sillón, que promocionaba un recital de Grateful Dead, de la
década de los 70.
Gaston se acercó para mirarlo mejor. Era asombroso.
—Dime una cosa: ¿qué pensaría tu padre si me lo llevara?
—Bueno, creo que le caes simpático, pero si yo estuviera en tu lugar, no abusaría de mi buena
suerte. Digamos que siente tanto apego por este póster como por su auto.
Gaston asintió.
—Muy bien, entonces. Sigamos adelante. ¿Por qué no me muestras tu cuarto? —Miró
alrededor, buscando las escaleras.
—De acuerdo. Pero primero tendrás que prometerme que no te burlarás de cada cosa que
encuentre allí.
—Lo juro —prometió Gaston con un aire solemne—. Y no porque tú no te hayas burlado de
todo lo que me gusta y de lo que creo.
—Sí, pero hay una diferencia: yo siempre tengo razón.
—¿Ah, si? ¿De verdad lo crees? —Gaston sonrió y se le acercó.
—Sí, lo creo de verdad. —Rochi lo miró y asintió con la cabeza—. Por supuesto que es muy
difícil tener siempre razón y ser perfecta.
—Vaya si lo sabré —bromeó él mientras apoyaba la mano sobre la pared, junto a ella.
Analizó su rostro, tratando de estudiar su expresión. Parecía auténticamente feliz de verlo, casi
tan feliz como él de haber tenido una nueva oportunidad para pasar más tiempo a su lado. Un
tiempo que no tenía ninguna relación con la apuesta. Claro que también podía ser que ella
estuviera fingiendo por lo de Poroto, frente a su padre.
“Pregúntaselo directamente —se dijo—. Averigua si le gustas tanto como ella a ti.”
—¡La cena está servida!
—Supongo que nos llaman —dijo Gaston, nervioso, mientras retrocedía un paso.
Rochi tenía el rostro levemente ruborizado.
—Creo que sí.
Gaston la siguió hasta el comedor, donde todos tomaron asiento: el señor y la señora
Igarzabal ocuparon cada una de las cabeceras y ellos se sentaron a los costados de la mesa, uno
frente al otro. Curtis sirvió generosas porciones de verduras salteadas sobre una guarnición de
arroz y comenzó a pasar los platos.
—Gaston, durante horas he estado presionando a Rochi para que me responda, sin éxito. Tal
vez tú puedas ayudarme —dijo Adriana, al tiempo que tomaba sus palitos chinos para comer—.
¿Cómo se conocieron?
—Ah, eh… en la escuela, mamá —respondió ella—. ¿Dónde más? —Sazonó su comida con
salsa de soja y dirigió a Gaston una mirada cómplice.
—Sí, estamos juntos en la clase de castellano —agregó él—. Pero recién empezamos a
conocernos a fondo de un tiempo a esta parte… —Hizo una pausa y Rochi le dirigió otra mirada,
aunque de pánico esta vez—. Cuando Rochi escribió ese artículo sobre el lavadero de autos de la
semana pasada. Ah, a propósito, gracias por haber venido.
—Nos alegra ayudar —Curtis bebió un sorbo de té helado—. ¿A que te dedicas en tu tiempo
libre? Como de costumbre, Rochi no nos ha contado nada sobre ti.
“¿Cómo de costumbre?”, pensó Gaston. ¿Acaso Rochi solía llevar a cenar con sus padres a los
chicos con quienes salía? ¿Se trataría de una rutina familiar para ella? Él jamás había ido a cenar
a la casa de ninguna chica… de una chica que fuera algo más que una amiga.
—Bueno, invierto gran parte de mi tiempo en mi trabajo. Últimamente no he hecho otra cosa
—respondió Gaston.
—¿De verdad? ¿Dónde trabajas? —preguntó la señora Igarzabal.
—Papá, las zanahorias están deliciosas —exclamó Rochi—. Bien crocantes y con un exquisito
sabor a jengibre. ¿Le pusiste jengibre?
—Sí. Gracias por el cumplido. —Miró a Gaston, expectante—. ¿Dónde trabajas, entonces?
—En el Centro del Automotor Dalmau —respondió Gaston—. Mi padre y mi tío son los
dueños.
—He visto ese taller —comentó Curtis—. Por suerte, todavía no he necesitado ir a reparar mi
auto.
“Mejor dicho, no te has enterado de que lo necesitaste imperiosamente”, corrigió Gaston para
sí, mientras Rochi le pasaba la jarra con el té helado.
—Entonces entiendes mucho de trabajos de chapa, ¿verdad?
—Hum… algo. —Asintió con la cabeza—. Estoy aprendiendo. No quiero trabajar toda la vida
en esto, pero me agrada.
—¿Qué preferirías hacer? —preguntó la señora Igarzabal.
—Bueno, me interesan mucho los combustibles alternativos, Me gustaría trabajar en el
desarrollo de algunos, o en la promoción, para poder ofrecerlos a las grandes empresas
proveedoras. Por eJemplo autos eléctricos y esas cosas.
—Ah —El señor Igarzabal lo miró y asintió—. Me parece una excelente ambición. Creo que
todos debemos ayudar a la naturaleza, en lugar de dañarla como lo hemos hecho hasta ahora.
“Ojalá mi padre fuera tan comprensivo como el señor Igarzabal”, pensó Gaston. Él deseaba
que su hijo se hiciera cargo de la empresa cuando cumpliera los treinta. Gaston le había
contestado que sólo lo haría si se dedicaban a reparar autos impulsados a electricidad o turbinas.
—De hecho, he pensado en comprarme uno. Pero tenemos dos y de uno no puedo
deshacerme. Tengo un escarabajo Volkswagen 1968 —dijo Curtis.
—¿De verdad? —Gaston trató de mostrarse sorprendido—. Qué auto estupendo —Rochi le
pateó la canilla por debajo de la mesa—. Siempre he querido comprarme uno. Son muy buenos.
Claro que jamás he tenido la oportunidad de conducir ninguno —Extendió la mano y apretó con
suavidad la rodilla de la chica. Rochi respondió con una tibia sonrisa.
—Tal vez algún día podamos salir a dar una vuelta —dijo el señor Igarzabal—. Aunque
últimamente no ha andado del todo bien. Creo que tendré que llevarlo al mecánico para hacerle
una buena afinación.
Rochi dejó caer el tenedor sobre el plato. Cuando Gaston la vio fruncir el entrecejo, deseó
poder consolarla, pedirle que no se preocupara. Un mecánico no encontraría ningún defecto.
—Tal vez no sea nada —le dijo Gaston a Curtis—. Yo no me preocuparía. —Le sonrió a
Rochi. Con él, su secreto siempre estaría seguro.

2 comentarios: