miércoles, 24 de julio de 2013

Mi Nombre es Valery Cap 32





Capitulo 32

¿Necesitas dinero? —me preguntó mi amiga Mery sin rodeos mientras contemplaba cómo me vestía para el funeral. Ella cuidaría de Aleli hasta que yo regresara de la ceremonia—. Mi familia podría prestártelo. Y dice mi padre que puedes ir a trabajar a la tienda a tiempo parcial.

Durante los días que siguieron al accidente de mi madre, yo no podría haber salido adelante sin Mery. Ella me preguntó si podía hacer algo por mí y, aunque yo le contesté que no, ella lo hizo de todas maneras. Mery insistió en llevarse a Aleli a su casa una tarde a la semana para que yo pudiera realizar llamadas telefónicas y limpiar la casa con tranquilidad.

Otro día, Mery acudió a mi casa con su madre y entre ambas empacaron las cosas de mi madre en unas cajas de cartón. Yo no podría haberlo hecho sola. La chaqueta favorita de mi madre, su vestido blanco estampado con margaritas, la camisa azul, el pañuelo de gasa rosa con el que se cubría el cabello..., estas y otras cosas contenían el recuerdo de mi madre en cada uno de sus pliegues. Por las noches, me acostumbré a dormir con una camiseta de mi madre que aún no había lavado. Todavía conservaba el olor de su piel y de su colonia. Yo no sabía qué hacer para que aquel olor no se desvaneciera. Un día, cuando ya hubiera desaparecido, desearía volver a sentir el olor de mi madre y éste sólo existiría en mi memoria.


Cuando quieras puedes trabajar en la tienda de mis padres —insistió Mery.

Yo negué con la cabeza. Estaba casi segura de que no necesitaban ayuda en la tienda y que me ofrecían aquel trabajo por compasión. Y, aunque yo apreciaba su amabilidad más de lo que ellos pudieran pensar, es un hecho que los amigos duran más cuanto menos recurres a ellos.

Da las gracias a tus padres —respondí yo—, pero lo más probable es que necesite un empleo a tiempo completo. Todavía no he decidido qué voy a hacer.

Yo siempre he pensado que deberías estudiar belleza y peluquería. Serías una peluquera increíble. Yo te veo algún día con tu propio centro de belleza.

Mery me conocía bien, la idea de trabajar en un centro de belleza y todo lo relacionado con ese campo me atraía más que cualquier otro trabajo. Sin embargo...

Tardaría entre nueve meses y un año, con dedicación exclusiva, en conseguir el título —declaré con pesar—. Además no tengo con qué pagar el curso.

Podrías pedirlo prestado...
No. —Yo me puse un top negro acrílico y sin mangas y lo introduje por dentro de mi falda—. No puedo empezar esta etapa de mi vida pidiendo dinero prestado, o seguiré así el resto de mi vida. Si no puedo costeármelo, esperaré hasta que haya ahorrado el dinero suficiente.

Quizá nunca llegues a ahorrar el dinero suficiente. —Mery me contempló con una expresión de exasperación en el rostro—. Amiga mía, si esperas que aparezca un hada madrina con un vestido y una carroza para ti, no creo que llegues a la fiesta.

Yo cogí un cepillo de mi tocador y me recogí el pelo en una cola de caballo baja.

No estoy esperando a nadie. Puedo salir adelante yo sola.
Lo único que digo es que aceptes toda la ayuda que puedas conseguir. No tienes por qué hacerlo todo por la vía difícil.
Ya lo sé. —Yo contuve mi enojo y conseguí esbozar una sonrisa. Mery se preocupaba por mí y esto hacía que su autoritarismo fuera más fácil de sobrellevar—. Y no soy tan tozuda como parece. Después de todo permití que el señor Ferguson me cambiara el ataúd, ¿no?

El día antes del funeral, el señor Ferguson me telefoneó y me dijo que tenía una oferta para mí. Pareció escoger las palabras con cuidado y me contó que el fabricante de ataúdes había rebajado el precio de los modelos artísticos y que el de Monet estaba a un precio muy reducido. Como el precio de venta original era de seis mil quinientos dólares, yo le contesté que dudaba que pudiera pagarlo incluso a un precio rebajado.

Prácticamente, los está regalando —insistió el señor Ferguson—. De hecho, el modelo de Monet cuesta ahora exactamente lo mismo que el de pino que usted eligió. Puedo ofrecérselo sin ningún coste adicional.

Yo estaba tan sorprendida que casi me quedé sin palabras.

¿Está seguro?
Sí, señorita.

Yo sospeché que la generosidad del señor Ferguson tenía algo que ver con el hecho de que hubiera salido a cenar con Tina dos días antes, de modo que fui a preguntarle a Tina qué había sucedido en su cita.

Valeria Gutierrez—respondió ella con indignación—, ¿estás sugiriendo que me acosté con él para que te rebajara el precio del ataúd?

Avergonzada, le respondí que no pretendía ofenderla y que, evidentemente, no pensaba una cosa así.
Todavía indignada, Tina me explicó que, si se hubiera acostado con Arthur Ferguson, sin duda él me habría regalado el ataúd.


El funeral fue muy bonito, aunque un poco escandaloso para las normas imperantes en Welcome. El señor Ferguson dirigió la ceremonia y habló un poco acerca de mi madre, de su vida y de cuánto la echarían de menos sus amigos y sus dos hijas. No mencionó para nada a Juan. Sus parientes habían trasladado su cuerpo a Mesquite, el condado donde nació y donde vivía la mayoría de sus familiares, y contrataron a un gerente para Bluebonnet Ranch, un joven holgazán llamado MikcMendeke.

Una de las mejores amigas de mi madre, una mujer regordeta y de cabello oscuro que trabajaba con ella, leyó un poema:
No vayas a llorar junto a mi tumba,
no estoy allí, no estoy durmiendo.
Soy miles de vientos que soplan,
soy los reflejos diamantinos en la nieve,
soy el sol en los cereales maduros,
soy la suave lluvia otoñal.
Cuando te despiertes en el silencio matutino,
soy la corriente veloz que eleva el espíritu
de los pájaros silenciosos que vuelan en círculo.
Soy las tenues estrellas que brillan en la noche.
No vayas a llorar junto a mi tumba,
no estoy allí; no he muerto.
Quizá no se tratara de un poema religioso, pero cuando Deb acabó de leerlo, había lágrimas en muchos ojos.

Yo dejé dos rosas amarillas sobre el ataúd, una por Aleli y otra por mí. Es posible que las rosas rojas sean las preferidas en el resto del mundo, pero en Tejas son las amarillas. El señor Ferguson me prometió que enterrarían las flores con el ataúd.

Al final de la ceremonia, pusimos la canción Imagine, de John Lennon, lo cual provocó más de una sonrisa y bastantes más ceños fruncidos, y después soltamos cuarenta y dos globos blancos, uno por cada año de edad de mi madre, los cuales se elevaron hacia el cálido cielo azul.

Aquél fue el funeral perfecto para Adriana Gutierrez. Creo que a mi madre le habría encantado. Cuando la ceremonia terminó, sentí la urgente y repentina necesidad de volver junto a Aleli. Quería abrazarla durante largo tiempo y acariciar los castaños tirabuzones que tanto me recordaban a los de mi madre. Aleli nunca me había parecido tan frágil, tan vulnerable a cualquier tipo de daño.

Me volví hacia la hilera de coches que había junto a la puerta y vi una limusina negra con los cristales ahumados aparcada a cierta distancia. No se puede decir que Welcome sea una ciudad de limusinas, de modo que me sorprendió ver aquélla allí aparcada. El diseño de la carrocería era moderno, las puertas y las ventanas estaban cerradas herméticamente y su contorno era aerodinámico y tan perfecto como el de un tiburón.

Aquel día no se celebraba ningún otro funeral, de modo que la persona que estaba sentada en la limusina conocía a mi madre y había querido presenciar el funeral a cierta distancia. Yo permanecí inmóvil mientras contemplaba con fijeza el vehículo. Mis piernas se movieron, supongo que me dirigía a preguntarle si él o ella quería venir al cementerio, pero cuando avancé hacia la limusina, ésta se puso en marcha y se alejó con lentitud.

Me inquietó pensar que nunca averiguaría de quién se trataba.



Continuara...

 *Mafe*

1 comentario:

  1. me encanta esa novee! ya leei el libro y me encantooo! muy buenoo!:))

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