Capítulo 1
Mientras Rocío recogía su
equipaje y buscaban la salida, decidió que Zuran tenía el aeropuerto más limpio
del mundo.
Además, Kate tenía razón.
Desde luego, el príncipe Sayid no había reparado en gastos. Habían viajado en
primera y a la pequeña Kiara la habían tratado como si fuera una princesa.
Habían quedado en que las
irían a recoger para llevarlas al Beach Club Resort, donde se iban a alojar en
un lujoso bungalow. Gracias también al príncipe, Kiara ya tenía su pasaporte.
Rocío miró a su alrededor
buscando a alguien con un cartel que llevara su nombre. De repente, notó un
silencio sepulcral a su espalda y se giró.
Un séquito de hombres se
acababa de abrir en dos filas y por el centro avanzaba un hombre muy alto hacia
ella.
Rocío observó que tenía perfil
patricio y arrogante. Solo podía tratarse de un hombre acostumbrado a mandar.
Instintivamente, no le cayó
bien. Aun así tuvo que reconocerse a sí misma que era el epítome de la
masculinidad y que su presencia le había hecho tener ideas eróticas muy a su
pesar.
Kiara eligió aquel momento
para emitir un agudo grito que hizo que el hombre se girara hacia ellas. Al
hacerlo, sus ojos se encontraron y Rocío sintió un escalofrío por la espalda.
La miró intensamente, como si
la estuviera desnudando. No le estaba quitando con los ojos la ropa, sino la
piel, y Rocío sintió una inmensa furia.
El desconocido se quedó mirándola a los ojos con desprecio y Rochi le
devolvió la misma mirada.
Kiara volvió a gritar y el
hombre se fijó en ella. Se quedó mirándola y volvió a mirar a Rocío todavía con
más desprecio.
¿Pero quién se creía aquel tipo para mirarla así? ¿Habría mirado su padre a su madre así antes de abandonarla?
Tan rápidamente como había
llegado, el grupo de hombres desapareció y Rocío encontró al chófer, que la
estaba esperando y que la llevó al bungalow en una limusina con un estupendo
aire acondicionado.
Tal y como pudo comprobar
Rocío, el Beach Club Resort era un hotel de cinco estrellas maravilloso.
Después de deshacer el
equipaje, había paseado por sus
instalaciones durante un par de horas y
había quedado realmente satisfecha.
Su bungalow tenía dos habitaciones, baño, cocina, salón y patio privado. En
el baño, había todo lo necesario no solo para Rochi sino para la niña y,
además, le habían dejado una nota del chef del hotel ofreciéndose a preparar
comida ecológica para Kiara. Una maravilla.
Llamó a Marianela y estuvieron
hablando un rato, pero su hermana tuvo que dejarla de repente, pues empezaba su
espectáculo.
Rocío se sintió culpable
porque no le había dicho lo que pensaba decide al padre de su hija. Marianela
se había acostado con él porque creía que la quería y que tenían un futuro
juntos por delante y
había sido muy injusto cómo se lo había pagado él.
A la mañana siguiente, después
de desayunar estupendamente, llegó un fax en el que el príncipe se disculpaba
porque le había surgido un repentino viaje y tenía que ausentarse y en el que
le pedía que lo esperara unos días disfrutando del hotel.
Mientras le ponía crema a
Kiara, Rocío decidió que aquellos días le irían muy bien para encontrar al
padre de la pequeña. ¡Al fin y al cabo, tenía su dirección! Solo tenía que
pedir un taxi y presentarse allí.
Kate tenía razón. El tiempo en Zuran en febrero era perfecto. Ataviada con
un pantalón de lino blanco y una camisa del mismo color, salió a la calle.
—Tardaremos tres cuartos de
hora —sonrió el taxista cuando le mostró la dirección a la que quería ir—.
¿Tiene usted negocios con el jeque?
—Más o menos —contestó Rocío.
—Es un hombre muy conocido y
respetado por su tribu. Lo admiran por cómo ha defendido su derecho a vivir con
arreglo a sus tradiciones. Aunque es un empresario de mucho éxito, prefiere
seguir viviendo en el desierto de manera sencilla, como siempre ha hecho su
pueblo. Es un buen hombre.
Rocío pensó que la imagen que
le estaba pintando el taxista no tenía nada que ver con la que Rochi tenía del
padre de Kiara.
Marianela lo había conocido en
una discoteca. A Rocío nunca le había hecho gracia que bailara allí, pues la
mayoría de los clientes
eran hombres que veían a las bailarinas como objetos sexuales.
En el año que habían estado
juntos, Marianela nunca le había comentado que al jeque le gustara descansar en
el desierto. De hecho, la impresión que a Rochi le había dado era que era un
playboy.
Al cabo de cuarenta minutos,
llegaron a una imponente mansión blanca. Había unas verjas enormes que no les
permitían entrar, pero un guarda salió a recibirlos y Rocío le dijo que quería
ver al jeque.
—Lo siento, está en el oasis —le informó el guarda.
Rocío no había contado con aquella posibilidad.
—¿Quiere dejarle un mensaje?
¡Rocío contestó que no porque el mensaje que tenía para el jeque quería
dárselo cara a cara!
Dio las gracias al guarda y le indicó al taxista que la volviera a llevar
al hotel.
—Si quiere, le puedo buscar a alguien que la lleve al oasis —contestó el
hombre.
—¿Sabe llegar?
—Claro, pero va a necesitar un
todoterreno.
—¿Podría ir conduciendo yo?
—Sí, por supuesto. Es un
trayecto de unas dos o tres horas. ¿Quiere que le indique cómo llegar?
—Sí, por favor —contestó Rocío encantada.
Rocío comprobó metódicamente
lo que había separado para llevarse al oasis.
El personal del hotel le había
asegurado que adentrarse en el desierto era seguro y le había proporcionado una
silla para Kiara, además de comida por si no quería parar por el camino.
Como todo en el Beach Club, el
todoterreno que le proporcionaron estaba inmaculado e incluso tenía teléfono
móvil.
La carretera que llevaba al
desierto estaba perfectamente indicada y resultó ser una ruta bien asfaltada,
así que Rocío se sintió pronto segura y confiada.
El oasis en el que vivía el
jeque estaba en la cordillera Agir y allí estaba llegando cuando se dio cuenta
de que la ligera brisa que hacía cuando había salido del hotel se había
convertido en viento.
Había abandonado ya la
carretera principal y había tomado un camino más estrecho. La arena del desierto era tan fina que, a
pesar de llevar todo bien cerrado, se le colaba en el interior del vehículo.
Se alegró de llegar al poblado
de beduinos marcado en el mapa y decidió que pararía a comer al cabo de media
hora en el local que le habían indicado en el hotel. A las dos, empezó a
preguntarse por qué estaba tardando tanto en llegar. Se suponía que tenía que
haber llegado a la una, pero no había encontrado rastro del lugar.
Al subir una inmensa duna y ver que al otro lado no había más que más
arena, sintió pánico.
Decidió llamar por teléfono,
pero cuál no sería su sorpresa al comprobar que ni el móvil del coche ni el
suyo funcionaban.
El cielo se había oscurecido
por efecto de la arena y el viento golpeaba con fuerza el coche.
Para colmo, Kiara
empezó a llorar. Debía de tener hambre y había que cambiarla. Mientras se
preguntaba qué había hecho mal, le dio el biberón y se dio cuenta de que Rochi
no tenía hambre en absoluto.
Era imposible que se hubiera
perdido porque el coche tenía brújula y había seguido a pies juntillas las
direcciones que le habían dado.
Justo cuando estaba empezando
a ponerse nerviosa de verdad, vio una caravana de camellos. El conductor le
explicó que se había pasado el desvío del oasis porque, con el viento, no lo
había visto.
Para su sorpresa, le informó
de que habían dado orden a los turistas de que abandonaran el desierto y
volvieran a la ciudad porque se esperaba que las condiciones climatológicas
empeoraran.
Como estaba tan cerca, sin embargo, le indicó que lo mejor que podía hacer
era correr a refugiarse en el oasis. Le dijo cómo tenía que llegar y la dejó a
su suerte.
Rocío condujo entre las dunas
durante horas hasta que consiguió vislumbrar su destino en el horizonte.
El oasis estaba ubicado en un
lugar escarpado en el que se le hacía imposible imaginar al padre de Kiara.
¿Sería su residencia de allí tan palaciega como la de Zuran?
Al llegar, se dio cuenta de
que era un lugar solitario. Tan solitario que… ¡No había una casa por ninguna
parte!
Solo había una jaima. ¿Se habría
vuelto a perder?
Kiara estaba llorando de
nuevo, así que decidió parar. Había otro vehículo y paró junto a él. Mientras
paraba el motor, vio que salía un hombre de la jaima.
Avanzó hacia Rochi; debido al
viento, su túnica se ciñó a su cuerpo, fuerte y musculoso. Rocío no pudo evitar
desearlo.
Al reconocerlo, sin embargo,
sintió náuseas. ¡Era el hombre del aeropuerto!

me encanto massssss!
ResponderEliminarQuiero otro capppp
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