miércoles, 25 de septiembre de 2013

Mi Nombre Es Liberty Cap 45



Capitulo 45


Yo conduje mi destartalado Honda por calles flanqueadas por mansiones de dos plantas y transitadas por Mercedes y BMW. detuve el coche frente a la sólida verja de hierro de la entrada e introduje el código en el dispositivo de control. La verja, con una lentitud majestuosa, por suerte se abrió sin problemas. Un camino ancho y pavimentado conducía hasta la casa y, una vez allí, se bifurcaba. Uno de los ramales rodeaba la casa y el otro conducía a un garaje independiente en el que cabían hasta diez coches.

Yo aparqué junto al garaje, en la zona más apartada que pude encontrar.  Había más coches, pero yo me sentía aturdida y estaba ansiosa por ver a Pedro y ni siquiera los miré.

El día era fresco y otoñal y agradecí la tímida brisa que refrescó mi sudorosa frente. Me dirigí a la casa con mi bolsa llena de útiles y productos.Alargué el brazo hacia el timbre, que estaba situado debajo de una cámara de vídeo encastrada en la pared, como las que hay en los cajeros automáticos.

Cuando pulse el timbre, la cámara emitió un zumbido y me enfocó, y yo casi retrocedí unos pasos. Entonces me acordé de que, antes de salir de la peluquería, no me había cepillado el pelo ni había retocado mi maquillaje. Pero ya era demasiado tarde, pensé mientras miraba el timbre de una casa rica que me devolvía la mirada.

En cuestión de segundos, la puerta se abrió. Una mujer madura, delgada y vestida de una forma elegante, se conservaba tan bien que lo más probable era que tuviera cerca de setenta. Ella me recibió con una sonrisa sincera y sus ojos se entornaron hasta convertirse en unas rendijas oscuras que me resultaron familiares. Enseguida supe que se trataba de Julia, la hermana mayor de Pedro, quien había estado prometida en tres ocasiones, aunque no se había casado nunca. Pedro me había contado que todos sus prometidos fallecieron en circunstancias trágicas.  Julia declaró que resultaba obvio que su destino no era casarse y había permanecido soltera.

Su historia me conmovió tanto que casi lloré, y me imaginé a la hermana de Pedro como una solterona vestida de negro.

¿No se siente sola al no haber tenido...? —le pregunté a Pedro con cautela. Me interrumpí mientras buscaba la mejor forma de expresarlo: ¿relaciones carnales?, ¿intimidad física?—. ¿A un hombre en su vida?
¡Cielos, no! Julia no se siente sola —me respondió Pedro con un respingo—. Ella se suelta el pelo siempre que tiene la oportunidad. Ha tenido más hombres de los que se podría esperar, sólo que no se casa con ellos.

Mientras contemplaba a aquella mujer de facciones dulces y ojos chispeantes, pensé: «¡Señora Ordoñez, es usted una mujer de su tiempo!»

Hola Valeria, soy Julia Ordoñez. —Ella me miró como si fuéramos viejas amigas y alargó los brazos para coger mis manos en las suyas. Yo dejé la bolsa en el suelo y le devolví el apretón de manos con timidez. Sus dedos eran cálidos y delgados y sus múltiples anillos entrechocaron—. Pedro me ha hablado de ti, pero no me había contado lo guapa que eres. ¿Tienes sed? ¿La bolsa pesa mucho? Déjala aquí y ordenaré que nos la suban. ¿Sabes a quién me recuerdas?

Como Pedro, formulaba preguntas en grupos de varias a la vez. Yo me apresuré a responderlas.

Gracias, señora, pero no tengo sed. Y no pesa mucho, puedo llevarla yo sola
.
Levanté la bolsa del suelo.
Julia me condujo al interior de la casa mientras retenía una de mis manos, como si fuera demasiado joven para dejarme caminar sola por la casa. A mí me resultó extraño pero agradable caminar de la mano de una mujer adulta. Entramos en el vestíbulo y nos dirigíamos a un ascensor que estaba empotrado a un lado de la escalinata en forma de herradura de la entrada, la voz de Julia sonó en la habitación con un leve eco.

Señorita Ordoñez —declaré—, por favor, explíqueme cómo...
Llámame Julia—replicó ella—. Sólo Julia.
Julia, ¿cómo está el? No me he enterado de su accidente hasta hoy, si no habría enviado unas flores o una tarjeta...
Oh, querida, no necesitamos más llores. Nos han enviado tantas que no sabemos qué hacer con ellas. Además hemos intentado no dar publicidad al accidente. Pedro no quiere que le demos mucha importancia. Creo que le avergüenza todo el asunto de la escayola y la silla de ruedas...
¿Le han enyesado la pierna?
De momento le han colocado una venda escayolada, pero dentro de dos semanas le colocarán el yeso de verdad. Según el doctor, se ha producido una... —Julia entornó los ojos mientras se concentraba— una fractura conminuta de la tibia, una fractura abierta de peroné y también se ha roto los huesos de un tobillo. Le han colocado ocho clavos en la pierna, una varilla metálica en el exterior, que le quitarán más adelante, y una placa metálica para siempre. —Julia soltó una risita—. No podrá volver a pasar por el control de seguridad del aeropuerto. Suerte que tiene un avión propio.

Pedro es más fuerte que un roble —declaró Julia al ver la expresión de mi rostro—. No tienes por qué preocuparte por él, cariño, sino por el resto de nosotros. Estará en cama durante, al menos, cinco meses y, para cuando se levante, nos habrá vuelto a todos locos.

Enseguida vi a Pedro, quien estaba sentado en una silla de ruedas y con la pierna levantada. Él, que siempre iba tan bien vestido, llevaba puestos unos pantalones de chándal con una pernera cortada y un jersey amarillo de algodón. Parecía un león herido. Yo me acerqué a el con pasos rápidos, lo abracé y besé su coronilla mientras sentía la dura curvatura de su cabeza debajo de su mullido cabello gris. Inhalé su familiar olor a piel curtida con un leve toque a colonia cara. Él deslizó una de sus manos hasta mi hombro y me dio unas palmaditas firmes.
No, no —declaró con su áspera voz—. No es necesario. Me pondré bien. Para ya.
Yo me sequé las húmedas mejillas, me enderecé y carraspeé para liberar el nudo de mi garganta.
¿Qué ha ocurrido? ¿Intentaba hacer de doble cinematográfico de un Ranger?
Él frunció el ceño.
Estaba montando a caballo con un amigo en su finca cuando, de repente, una liebre saltó de detrás de unos arbustos y el caballo se encabritó. Antes de que me diera cuenta, estaba volando por los aires.
¿Su espalda está bien? ¿Y su cuello?
Sí, todo está bien, sólo me he roto la pierna. —Pedro suspiró y refunfuñó—. Estaré clavado en esta silla durante meses. Lo único que puedo hacer es ver la porquería de la televisión. Tengo que ducharme sentado en una silla de plástico y me lo tienen que traer todo. No puedo hacer ni una maldita cosa yo solo. Estoy hasta las narices de que me traten como a un inválido.
Ahora es un inválido —contesté yo—. ¿No puede relajarse y disfrutar de los mimos?
¿Los mimos? —repitió Pedro con indignación—. Me ignoran, estoy desatendido y deshidratado. Nadie me trae la comida a su hora. Nadie viene cuando llamo. Nadie me llena la jarra de agua. Una rata de laboratorio vive mejor que yo.
¡Vamos, Pedro, lo hacemos lo mejor que podemos! Es una rutina nueva para todos. Ya nos acostumbraremos —lo tranquilizó Julia.
Él la ignoró, pues estaba ansioso por contar sus desgracias a un oído comprensivo. Ya era la hora de Tomar Vicodin y alguien lo había puesto tan al fondo sobre el mueble del lavabo que no alcanzaba a cogerlo, siguió explicándome Pedro.
Yo se lo traeré —contesté de inmediato mientras me dirigía al lavabo.Era una suerte que el lavabo fuera tan grande ahora que Pedro tenía que moverse en una silla de ruedas, pensé. Encontré un montón de frascos de medicamentos en el mueble de la pila, junto con un dispensador de vasos de plástico que parecía fuera de lugar en aquel entorno perfecto de revista.
¿Una o dos? —grité mientras abría el frasco de Vicodin.
¡Dos!

Llené uno de los vasos con agua y le llevé las pastillas a Pedro. Él las cogió mientras realizaba una mueca y sus labios empalidecían a causa del dolor. Yo ni siquiera podía imaginarme cuánto le debía de doler la pierna, cómo debían de protestar sus huesos por la implantación de placas y clavos metálicos. Su organismo debía de sentirse abrumado ante la perspectiva de tener que curar tanto daño. Le pregunté si quería descansar y le expliqué que yo podía esperar o regresar otro día. Pedro contestó con énfasis que ya había descansado bastante y que ahora quería buena compañía, la cual había resultado escasa las últimas semanas. Mientras hablaba, lanzó una mirada significativa a Julia, quien contestó con serenidad que, si una persona quería atraer buena compañía, tenía que ofrecerla.

Después de un minuto de riña cariñosa, Julia le recordó a Pedro que presionara el botón del intercomunicador si necesitaba alguna cosa y salió de la habitación. Yo empujé la silla de ruedas de Pedro hasta el lavabo y la coloqué junto a la pila.

Nadie contesta cuando llamo por el intercomunicador—me explicó Pedro con enojo mientras contemplaba cómo sacaba los utensilios de la bolsa.

Yo desdoblé una capa negra de una sacudida y se la coloqué alrededor del cuello junto a una toalla.
Quizá le iría bien un equipo de walkie-talkies. Entonces podría hablar directamente con quien quisiera cuando necesitara algo.
Julia siempre se olvida de dónde ha dejado el móvil —contestó él—, de modo que sería inútil pretender que llevara un walkie-talkie encima.
¿No tiene un asistente personal o un secretario?
Lo tenía —afirmó él—, pero lo despedí la semana pasada.
¿Porqué?
No soportaba que le gritara. Y nunca tenía la cabeza por encima del culo.
Yo sonreí.
Tendría que haber esperado a encontrar a otra persona antes de despedirlo.
Yo llené un pulverizador con agua del grifo.
Ya he pensado en alguien.
¿De quién se trata?

Pedro hizo un leve gesto para indicar que no tenía importancia y se arrellanó en la silla. Yo le humedecí el cabello y se lo peiné con cuidado. Mientras se lo cortaba,nuestras miradas se encontraron en el espejo y entonces me di cuenta de lo que él intentaba decirme. «¡Santo cielo!», pensé. Unas arrugas de concentración se marcaron en mi frente. Yo me centré en su cabello buscando su caída natural mientras realizaba cortes precisos con las tijeras.


Continuara...

 *Mafe*



No hay comentarios:

Publicar un comentario