Capítulo 12
A medida que fue avanzando la semana, a Rocío cada vez se le hacían más cuesta arriba aquellos intermedios forza¬dos en su trabajo.
—Me preocupa sobremanera que estés tan de¬cidida a no casarte —le estaba diciendo madame Flavel—. ¿Has tomado esa decisión por¬que has tenido un desengaño amoroso?
—Más o menos —contestó Rocío
—Te rompió el corazón, ¿eh? Pero eres joven y los corazones rotos se curan…
—No fue a mí, sino a mi madre —la interrum¬pió Rocío—, y no se le curó el corazón ni si¬quiera cuando se enamoró de mi padrastro, que era un hombre maravilloso, y se casó con él. Mi madre creyó en mi padre, lo creyó cuando le dijo que la quería, pero le estaba mintiendo. Confió en él y él se lo pagó abandonándonos.
—Comprendo. Así que, como tu padre hizo su¬frir horriblemente a tu madre, has decidido no confiar en ningún hombre, ¿verdad? No todos los hombres son como tu padre.
—Puede que no, pero no estoy dispuesta a arriesgarme —le aseguró Rocío—. No quiero verme jamás tan vulnerable como mi madre. Ja¬más.
—Lo dices con la boca pequeña porque me temo que ya te has visto en esa situación —aventuró madame Flavel.
Rocío se alegró de que llegara Ali y aquella conversación que estaba empezando a resultarle incómoda terminara.
Eran las dos de la tarde y madame Flavel es¬taba durmiendo su habitual siesta.
Rocío se paseó nerviosa por el jardín. Tenía ganas de seguir trabajando, así que entró, agarró a Kiara y se fue.
Ali no dijo nada cuando le comunicó que que¬ría volver a las cuadras y se limitó a acompañarla al coche.
Al salir, Rocío sintió el aire tórrido como el de un gran secador.
Menos mal que el coche tenía aire acondicio¬nado y las cuadras también. En cuanto Ali se fue, Rocío comenzó a trabajar.
Estaba subida a un andamio móvil que habían puesto para que pudiera llegar a la parte alta del muro y, de vez en cuando, paraba de trabajar para mirar hacia abajo a ver qué tal estaba Kiara.
Tenía la garganta seca y le dolía la mano, pero no quería parar. Ya veía al animal terminado con las crines al viento y las olas detrás.
Se dio cuenta de que se había abierto una puerta y de que alguien había entrado, pues Kiara emitió una serie de sonidos de júbilo.
Rocío siguió trabajando con presteza. Que¬ría plasmar en la pared la imagen que tenía de aquel caballo en la mente. Era el ejemplar más orgulloso y fuerte, así que había que pintarlo en actitud altiva, no dejar que el mar del que salía le hiciera competencia.
Kiara estaba hablando en su lenguaje de bebé y reía de vez en cuando. Rocío estaba com¬pletamente concentrada en lo que estaba hacien¬do.
Entonces, cuando estaba terminando, algo instintivo le hizo girar la cabeza.
Para su sorpresa, se encontró con Gastón mi¬rándola.
—Gastón…
Dio un paso adelante, pero se dio cuenta de que estaba en el andamio.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó secamente para disimular su reacción hacia él.
—¿Te das cuenta de lo preocupada que está Cecille porque has desaparecido sin decir nada? —contestó él igual de seco.
Rocío desvió la mirada. Apreciaba sincera¬mente a su tía abuela y la idea de haberla moles¬tado le preocupaba de verdad.
—Perdón —se disculpó—. Verás, le prometí al príncipe tener el proyecto terminado cuanto antes y tu tía es muy mayor. Necesita descansar des¬pués de comer, pero yo tengo que seguir traba¬jando porque, si no, no voy a terminar a tiempo. Tienes que entender que yo también tengo que cuidar mi imagen.
—¿Y por qué no me lo has dicho en lugar de comportarte como una niña pequeña esperando a que mi tía se diera la vuelta para salir corriendo?
Rocío frunció el ceño. Lo que estaba di¬ciendo Gastón tenía sentido. Tanto sentido que, de hecho, si alguien los estuviera escuchando, le habría preguntado lo mismo.
—Tu comportamiento hacia mí me lo ha impe¬dido —contestó sinceramente—. No creía que fue¬ras a querer… cooperar —reconoció bajando del andamio.
—Aunque ella no quiera reconocerlo, mi tía es mayor, sí —dijo Gastón, añadiendo algo en voz baja que Rocío no captó—. Ten cuidado… no te vayas a…
Como si sus palabras hubieran sido una pre¬monición, el andamio eligió ese momento para moverse y Rocío estuvo a punto de caerse.
Se habría caído si no hubiera sido porque Gastón la agarró y lo impidió.
Rocío sabía que el incidente había sido cul¬pa suya por haber pasado demasiadas horas en la misma postura sin estirar los músculos doloridos.
Creyó que Gastón iba a aprovechar la oportu¬nidad para echarle en cara que necesitaba que siempre hubiera alguien con Rochi, pero no fue así.
Se limitó a seguir sujetándola de la cintura, lo que hizo que Rocío sintiera un increíble calor por todo el cuerpo.
Mareada, cerró los ojos para intentar bloquear el efecto que su proximidad estaba teniendo so¬bre ella, pero, para su consternación, no lo consi¬guió.
Fue aún peor porque lo único que ocurrió fue que recordó lo que había pasado entre ellos y se puso a temblar.
—Rocío, ¿qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
—No, estoy bien —contestó abriendo los ojos. Al hacerlo, no pudo evitar fijarse en su boca. No podía apartar la mirada de sus labios.
Se dio cuenta por su repentino silencio de que Gastón se había dado cuenta de lo que estaba ha¬ciendo, pero las campanas que debían de haber sonado estrepitosamente para alertarla del peli¬gro quedaron acalladas por el deseo que rugía en el interior de su cuerpo.
Nada en el mundo habría conseguido apartar¬la en aquellos momentos de él, sobre todo por¬que Gastón había pasado de agarrarla de forma simplemente protectora a hacerlo de manera más que sensual.
Vio el deseo en sus ojos, que se dirigieron también hacia su boca. Sin pensarlo, como llevada por el instinto, se encontró mojándose los la¬bios con la punta de la lengua.
Estaba temblando de pies a cabeza y sentía oleadas de escalofríos por la espalda que la hicie¬ron acercarse a él.
Vio que a Gastón le temblaba un músculo en la mandíbula y alargó la mano para acariciarle la cara.
—¡Rocío!
Lo vio estremecerse y tomar aire con dificul¬tad. Su cuerpo se apretó instintivamente contra el de él.
Sus labios se tocaron, pero no como Rochi lo re¬cordaba.
Nunca había pensado que pudiera haber tanta dulzura en un beso, tanta ternura y pasión. Rocío sintió deseos de dejarse llevar, de sumergir¬se en aquellas sensaciones, pero Gastón oyó que alguien se acercaba y la apartó.
Mientras él hablaba con Ali, el conductor, Rocío se tocó los labios con la mano como si no pudiera creer lo que acababa de ocurrir.
Había querido que Gastón la besara. De he¬cho, seguía queriéndolo, pero eran enemigos, ¿no?
Se dio cuenta de que le estaba hablando y de que tenía que recobrar la compostura, pero sentía que se ahogaba de pánico.
—Tenemos que volver a casa inmediatamente —anunció Gastón.
El pánico dio paso a la preocupación.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Le ha pasado algo a tu tía?
Rocío comenzó a recoger sus cosas, pero Gastón se lo impidió.
—Déjalo —le aconsejó tomando a Kiara en bra¬zos.
Era obvio que estaba ocurriendo algo grave, así que Rocío no discutió y lo siguió. ¿Y si le había pasado algo a madame Flavel por su cul¬pa? ¡Jamás se lo perdonaría!

y una nueva vida subis cuando?
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