jueves, 5 de septiembre de 2013

Una noche con el Jeque Capítulo 9



­Capítulo 9

—¿Un friso?
El príncipe frunció el ceño y miró a Rocío.
Habían pasado tres días desde el desayuno y dos desde que había visitado el enclave de las nuevas cuadras.
Después de lo que había pasado con Gastón, había sentido la tentación de hacer el equipaje e irse a su casa, pero se había negado a hacerlo.
No era culpa suya que aquel hombre hubiera malinterpretado todo. Además, el proyecto que el príncipe le había propuesto le interesaba mucho desde el punto de vista artístico.
¡Por no hablar de lo que habría dicho Kate si se hubiera ido!
Así que, en lugar de preocuparse por Gastón, había pasado los dos últimos días trabajando fre­néticamente en la idea que había tenido para las cuadras.
—El pasillo semicircular que conduce a las cuadras sería perfecto para un proyecto así —le aconsejó—. Podría pintar a los caballos de dife­rentes formas, cada uno en su cuadra, o en línea.
—He estado hablando con sus entrenadores y me han dicho que cada uno tiene su carácter, así que si los pintara juntos quedaría muy vistoso. Me han contado que a Salomón le gusta ser siempre el primero, que Saladino nunca sale de su cuadra a menos que hayan sacado también al gato con quien la comparte, que Shazare no aguanta a los caballos con calcetines blancos y que…
El príncipe la interrumpió con su risa.
—Ya veo que se ha documentado usted bien —apuntó—. Sí, me gusta su sugerencia, pero va a ser un proyecto de mucha envergadura.
Rocío se encogió de hombros.
—Sí, pero me permitirá pintar a los animales a tamaño natural.
—Tendrá que terminarlo antes de que se inau­guren oficialmente las cuadras.
—¿Cuándo será eso?
—En unos cinco meses —contestó el príncipe.
Rocío hizo sus cálculos mentalmente y sus­piró aliviada. Sí, tenía tiempo de terminar el tra­bajo en aquel tiempo.
—Yo tardaré un mes o dos en tenerlo todo —se comprometió Rocío—. Siempre y cuando, us­ted me dé el visto bueno, por supuesto.
—Deme dos días para decidirme. No es que no me guste la idea, pero aquí la imagen es muy im­portante y, si por lo que fuera no termináramos a tiempo, quedaría mal ante mis aliados y ante mis rivales. No dudo en absoluto de su trabajo ni de su competencia, eso que quede claro.
Rocío sabía que necesitaba un par de días ­para investigar si solía entregar sus encargos a tiempo y no le molestó que lo hiciera. Tampoco tenía nada que esconder pues era extremadamen­te profesional y siempre acababa a tiempo sus trabajos.
La enfermera que el príncipe había contratado para que cuidara a Kiara mientras Rocío trabajaba le sonrió al entrar.
—Es una niña muy buena —le comentó.
Una vez en su bungalow del Beach Club, Rocío intentó llamar a Marianela para contarle los progresos de su hija y para informarle sobre su proyecto, pero no pudo hablar con Rochi, así que le dejó un mensaje en el contestador.
Si el príncipe decidía concederle el proyecto, iba a ganar suficiente dinero como para que su hermana no tuviera que trabajar lejos de casa.
Sabía que Marianela quería ser independiente, pero había que tener en cuenta las necesidades de Kiara y, además…
Se dio cuenta de que iba a echar enormemente de menos a su sobrina cuando llegara el momen­to de devolvérsela a su madre.
Su decisión de no casarse le iba a costar per­derse la maravilla de la maternidad.
Un poco nerviosa, Rocío se alisó la falda. Había llegado al palacio hacía media hora para ver al príncipe, quien le tenía que comentar su ­decisión de seguir adelante o no con la idea del friso.
Una tímida enfermera se había llevado a Kiara. Rocío miró nerviosa el reloj. La niña no había dormido bien la noche anterior y su tía sos­pechaba que había sido porque le estaba saliendo otro diente.   
—Señorita Igarzabal, Su Alteza la está esperando.
—Ah, Rocío…
—Alteza —contestó Rochi mientras el príncipe le hacía un ademán para que se sentara en uno de los preciosos divanes de la sala de audiencias.
Casi inmediatamente, apareció un criado que le ofreció café y unos deliciosos pastelillos de al­mendra, miel y pasas.
—Es para mí un gran placer decirle que he de­cidido contratarla para que haga el friso —anun­ció el príncipe—. Cuanto antes pueda tenerlo ter­minado, mejor, porque tenemos que hacer un montón de cosas más antes de la inauguración.
Tras tomarse el café Rocío se apresuró a ta­par la taza pues el criado se acercó, dispuesto a volverle a servir.
—Sin embargo —dijo el príncipe con el ceño fruncido—, hay un asunto que me preocupa.
Rocío supuso que todavía no estaba com­pletamente seguro de que fuera capaz de tener el trabajo terminado a tiempo, pero en lugar de confirmar sus sospechas el príncipe se levantó y tomó un periódico.
—Este es el periódico más famoso de aquí —le dijo—. Su columna de cotilleo es muy conocida y todo el mundo la lee —añadió abriéndolo—. Hoy hablan del desayuno benéfico del otro día y, como verá, hay una foto bastante íntima de usted con el jeque Gastón Algir.
Rocío sintió que el corazón le latía acelera­damente mientras estudiaba con manos temblo­rosas la fotografía que el príncipe le mostraba.
No tardó mucho en darse cuenta de que la ha­bían hecho cuando Gastón y Rochi estaban discu­tiendo, pero parecía que estaban a punto de besarse, pues estaban muy cerca y con los labios abiertos.
A pesar de que no se había tomado ningún pastelillo, Rocío sintió náuseas.
Para colmo, el artículo que acompañaba a la imagen decía así:
¿Quién era la joven con la que el jeque Gastón estaba hablando tan íntimamente? El jeque, conocido por sus férreos principios morales y su entrega a su tribu Dalmau, fue sorprendido en el desayuno benéfico del príncipe hablando en dos ocasiones diferentes con la misma mujer. ¿Será que el jeque ha elegido, por fin, a alguien con quien compartir su vida? ¿Y qué me dicen del bebé que acompañaba a la mujer? ¿Qué cone­xión tendrá con el jeque?
—En este país, una mujer sola con un niño causa revuelo y escándalo. Es obvio que la persona que ha escrito el artículo cree que Gastón y usted son los padres de Kiara —le informó el prín­cipe muy serio.
—Pero eso no es cierto, Alteza. Kiara es mi so­brina —protestó Rocío.
—Y yo, por supuesto, la creo, pero va a tener usted que hacer un anuncio oficial sobre este asunto. Por eso, ya he indicado a mi secretario que se ponga en contacto con el periódico para dejar­les claro que Kiara es hija de su hermana y que us­ted ha venido a Zuran para trabajar para mí. Espe­ro que, así, el tema quede claro y zanjado.
Rocío frunció el ceño cuando por tercera vez en varias horas su hermana no contestó el móvil y saltó el contestador.
¿Por qué Marianela no le devolvía las llamadas? Dado el tiempo que iba a tardar en terminar el friso, en lugar de regresar a Inglaterra como esta­ba previsto, Kiara y Rochi se iban a quedar en Zu­ran para que pudiera empezar el trabajo inmedia­tamente.
El príncipe le había dicho que iba a contar con un apartamento y un coche y Rocío había decidido salir de compras para adquirir todo lo que su sobrina y Rochi iban a necesitar para la es­tancia.
A Kiara le había terminado de salir el diente, ya no le dolía nada y estaba tan contenta como de costumbre.
Llamaron a la puerta y Rocío fue a abrir es­perando que fueran un miembro del personal de Beach Club, pero para su consternación se en­contró con Gastón.
Sin esperar a que le invitara a pasar entró y cerró la puerta de un portazo.
—A ver si me puedes explicar esto —le dijo con sarcasmo arrojando el periódico que el príncipe le había mostrado a Rochi.
—No te tengo que explicar nada —contestó Rocío con toda la calma de la que fue capaz.
—Aquí dice que no eres la madre de Kiara.

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