Capítulo 17
Lo miró a los ojos y, muy lentamente, deslizó la mirada hasta sus labios. En silencio, sintió que el deseo lo atenazaba.
Lo besó con delicadeza. Aunque Gastón no respondía a sus estímulos, no pensaba abandonar. Estaba disfrutando muchísimo explorando el contorno de su boca. Inmediatamente, sus sentidos tomaron las riendas y atrás quedaron los mo-vimientos calculados.
¡Gastón no podía aguantar más! Quería que parara, pero Rocío no parecía dispuesta en ab¬soluto a hacerlo. No paraba de besarlo y de mos¬trarle lo mucho que lo deseaba.
No pudo controlarse por más tiempo, la aga¬rró de los brazos y sus bocas se encontraron en un choque brutal.
Rocío se rindió a la embestida de su lengua y se regocijó en su victoria.
—No me puedo creer que hayas hecho esto —murmuró Gastón.
—Tenía que hacerlo —contestó Rochi—. No podía más, Gastón, quería estar contigo… así… como una mujer.
La estaba mirando fijamente a la vez que alar¬gaba la mano para acariciarle la cara. Rocío le tomó la muñeca, le giró la mano y comenzó a la¬merle los dedos.
Lo vio sonrojarse y respirar con dificultad.
—Quiero verte, Gastón —susurró—. Quiero to¬carte… quiero que me lleves a la cama y me des placer —añadió poniéndole la mano sobre su pe¬cho turgente—. Por favor, por favor… Ahora…
—Esto es una locura. Lo sabes, ¿verdad? Tú no eres tu hermana, tú no… No tengo… No estoy preparado —dijo Gastón con voz ronca por el de¬seo mientras le besaba el hombro y la apretaba contra su cuerpo.
—No debes preocuparte por nada —le aseguró Rocío.
Estaba mareada de deseo, pero se dijo que era solo por lo mucho que anhelaba tener un hijo. Ese era su único objetivo si bien era cierto que se moría por tocarlo y porque Gastón la tocara, de¬jar que la acariciara el cuerpo entero y deleitarse en ello.
¿Para qué? ¿Para que su hijo absorbiera el único recuerdo de su padre que iba a tener? Aquel razonamiento la preocupó, pero se apresu¬ró a tranquilizarse convenciéndose de que su hijo no iba a necesitar en ningún momento un padre. Solo para darle vida, pero nunca más.
Gastón sabía que lo que estaba haciendo era peligroso, pero no podía resistirse a los encantos de Rocío. Llevaba demasiado tiempo deseán¬dola y pensando en ella como para negarse el placer de hacerla suya.
También sabía que, una vez se hubiera acosta¬do con Rochi, no querría dejarla partir. ¿Estaría dis¬puesta Rocío a compartir su vida con él?
Lo estaba besando con pasión y Gastón se sentía embriagado con aquella erótica demostra¬ción de sus dotes seductoras.
La tomó en brazos haciéndola suspirar y se besaron con fruición. Rocío ahogó un grito de placer cuando, por fin, sintió la lengua de Gastón en sus pechos. Lo había conseguido. Estaba ju¬gueteando con sus pezones erectos, la estaba vol¬viendo loca…
Incapaz de controlarse, lo agarró del pelo y lo apretó contra sí. Obviamente, Gastón tenía que haberse dado cuenta de la fuerza de su deseo.
Gastón sintió que Rocío se agarraba a su ropa y murmuraba palabras de pasión. Aquello acabó con sus defensas.
La ayudó a desnudarlo rápidamente. Cuando Rocío pudo por fin admirar su desnudez, sintió un tremendo placer.
Estudió su cuerpo vibrante y se estremeció. Estaba tan concentrada mirándolo, que no se ha¬bía dado cuenta de que lo estaba excitando so¬bremanera.
—Si quieres atormentarme adrede y probar hasta dónde aguanto, te advierto que estoy al lí¬mite —confesó—. ¿Vas a cumplir las seductoras promesas que tus ojos hacen o voy a tener que ir yo y obligarte a hacerlo? Si te tengo que obligar, te advierto que te voy a cobrar intereses.
Rocío no pudo moverse inmediatamente pues Gastón la estaba mirando con la misma in¬tensidad que Rochi a él. Sintió que la excitación explotaba en el interior de su cuerpo y dio un paso hacia él.
—No te puedes imaginar cuánto me apetecía hacer esto —le dijo cuando lo tuvo tan cerca que sentía su aliento en el cuello.
—¿Ah, no? Puede que no, pero sí sé lo que me apetecía hacerlo a mí. Quiero… —se inte¬rrumpió al sentir la mano de Rocío entre las piernas.
En un abrir y cerrar de ojos, Rocío se en¬contró tumbada en la cama con Gastón encima.
—El que juega con fuego, se quema —le dijo—. ¿Te das cuenta de cómo me excita tocarte? —aña¬dió deslizando la mano para acariciarla también entre las piernas.
Rocío no se había dado cuenta de lo húme¬da que estaba hasta entonces. Gritó y jadeó con sus caricias mientras en su interior se libraba una lucha brutal porque sus sentimientos estaban in¬tentando abrirse paso entre tanto sexo.
Lo abrazó con fuerza y lo besó con pasión instándolo a completar lo que habían empezado. Cuando lo sintió dentro, moviéndose y llenándo¬la, creyó morir de placer.
Jamás había sentido nada parecido y quería más, así que lo instó a que se moviera más depri¬sa hasta que supo que ya no había marcha atrás, que aquella vez Gastón no iba a huir sin satisfa¬cerla por completo.
Se movieron al mismo ritmo durante un buen rato hasta que, incapaces de aguantar tanto placer, ambos sucumbieron a la vez gritando y jadeando.
Rocío suspiró agotada y supo que había re¬cibido de él lo que tanto ansiaba. ¿Por eso el or¬gasmo que había tenido había sido tan intenso y satisfactorio?
Entre los brazos de Gastón, supo que lo habían hecho, que habían concebido al niño del desierto.
Rocío abrió los ojos al oír la ducha.
—Veo que estás despierta.
Al ver a Gastón, que iba hacia Rochi con el pelo mojado y una toalla en la cintura, se despertó por completo.
Se inclinó sobre Rochi y la besó. Olía a jabón y a limpio y Rocío no pudo evitar estremecerse de deseo.
—Mmm…
Gastón la volvió a besar y le acarició el brazo para, a continuación, apartar las sábanas. Inmediatamente, Rocío sintió un intenso deseo.
¿Por qué? Ya había tenido lo que buscaba la noche anterior. Aquello no entraba dentro de sus planes.
La toalla acababa de caer al suelo dejando al descubierto una erección que reclamaba a gritos que hicieran algo con ella.
Rocío sonrió excitada decidiendo que ella sabía exactamente qué hacer. Era obvio que la Naturaleza quería asegurarse de que había sido fecundado y, ya que la Naturaleza así lo quería, ella no era nadie para negarse a sus designios, así que se entregó con placer a ellos.
—Cuando volvamos a la ciudad, vamos a tener que hablar de unas cuantas cosas.
—Mmm —dijo Rocío saciada mientras Gastón la besaba.
Qué tentadora estaba tumbada en su cama con aquella cara de satisfacción, recapacitó Gastón. Qué fácil hubiera sido dar rienda suelta de nuevo a su deseo, pero debían considerar ciertos aspec¬tos prácticos primero.
—Rocío, como jefe de mi tribu, siempre he creído que no tenía las… libertades de otros hombres. Nunca podría comprometerme con una mujer que no entendiera y aceptara mis respon¬sabilidades y deberes para con mi pueblo. No po¬dría cambiar nunca mi forma de vida ni…
—Gastón, no hace falta que digas nada más —lo interrumpió Rochi sintiendo una pequeña punzada de dolor en el corazón—. ¡Jamás te pediría ni a ti ni a nadie que hiciera algo así por mí! No te apu¬res, no hay riesgo de que malinterprete lo que ha ocurrido entre nosotros. Te aseguro que no busco ningún tipo de compromiso ni relación por tu parte.
«Solo quiero un hijo», pensó para convencer¬se de que así era.
—De hecho, lo último que quiero en la vida es un compromiso —dijo encogiéndose de hom¬bros—. Los dos somos adultos, ¿no? Queríamos acostarnos y lo hemos hecho. Queríamos satisfa¬cer una necesidad… física. Una vez saciados, no veo la necesidad de seguir juntos y mucho menos de justificar por qué ninguno de nosotros quiere una relación. De verdad, Gastón, no tengo ningu¬na intención de casarme contigo, exactamente igual que te pasará a ti conmigo. De hecho, no tengo intención de casarme nunca con nadie —concluyó.
—¿Cómo?
¿Por qué la estaba mirando así? ¿Por qué no parecía aliviado, como Rochi había esperado? La estaba observando con furia y amargura.
—¿Qué estás diciendo? —le espetó secamente—. ¡Tú no eres como tu hermana, Rocío! Tú no eres una de esas mujeres vacías y superficiales que solo piensan en sí mismas, que solo quieren hacer lo que les dé la gana cuando les dé la gana, que van de hombre en hombre y de cama en cama… que se pasan la vida… —se interrumpió y sacudió la cabeza—. ¡No, tú no eres como ella! ¡No sabes lo que dices! El sexo no…
Rocío se dio cuenta de que su enfado iba en aumento y que ella misma sentía pánico y pena, pero no estaba dispuesta a dejarse intimidar.
—No voy a discutir contigo, Gastón. Sé lo que quiero hacer con mi vida y punto.
Era cierto, ¿no? Tenía muy claro que quería un hijo, eso era lo que quería hacer con su vida.
—¿Esperas que me crea que has venido hasta aquí buscando, única y exclusivamente, sexo?
—¿Por qué no? —contestó Rocío—. En tu casa, no podía meterme en tu habitación —añadió intentando sonar como la mujer que quería ha¬cerle creer que era, una mujer que se entregaba al sexo sin reservas ni prejuicios—. ¡Venir al oasis era perfecto!
Rocío se dio cuenta de que Gastón la estaba mirando como si quisiera que retirara aquellas palabras y se sintió incómoda.
Decidió que estaba reaccionando así por su ego masculino. Los hombres estaban muy acos¬tumbrados a acostarse con mujeres a las que no amaban, pero no concebían que una mujer pudie¬ra hacer lo mismo.
¡Y menos con ellos!
Le temblaron las piernas al imaginarse qué di¬ría o haría si supiera que había ido hasta allí no por deseo sexual, sino por su necesidad de ser madre.
¡Instintivamente, supo que la reacción que es¬taba presenciando no sería nada comparada con lo que po¬dría ocurrir si se enterara algún día de la verdad!
El repentino sonido del móvil de Gastón inte¬rrumpió el horrible silencio que se había instala¬do entre ellos.
—Hay un problema —le dijo cortante tras col¬gar—. Dos jóvenes de la tribu han discutido y ten¬go que ir inmediatamente a solucionarlo.
—No pasa nada —contestó Rocío—. Yo me vuelvo a la ciudad.
—Este asunto no está cerrado —le advirtió—. Cuando vuelva a casa, seguiremos hablando. – Rocío no contestó. No había necesidad por¬que lo único que iba a conseguir era provocar una discusión.
Ya había terminado el friso, no había nada ya que la atara a Zuran, así que decidió volver a In¬glaterra inmediatamente.

No hay comentarios:
Publicar un comentario