miércoles, 30 de octubre de 2013

Casi capitulo 34

Capítulo 34
::Rochi::
no tengo idea de cómo llego a la minivan de Lali para el
viaje a casa. Sólo puedo flotar por el estacionamiento como
un globo de helio agarrado suavemente a la mano de Gaston.
¡Mis labios y mejillas arden mientras mi mente reproduce y repite a mí
besando a Gaston! ¡Gaston besándome! Cada centímetro de mi piel está en
llamas. Juro que todavía siento sus manos rozando mis mejillas, sus dedos
posados en la parte posterior de mi cuello y pasando por mi cabello.
Besarse es sorprendente… extraño… ¡hermoso! Todo lo que no
esperaba, pero es todo lo que había soñado.
Mis mejillas arden de nuevo. Sé que he estado en un constante
estado de ―sonrojo‖ desde que Peter y Lali nos interrumpieron, pero
parece que no puedo poder detenerme.
No quiero detenerme.
—¿Cansada? —pregunta Gaston mientras esperamos a que Lali
encuentre sus llaves y abra la Van.
Por primera vez, no siento la necesidad de mentir. —Sí. Mucho.
Él sonríe pero sus ojos están oscuros, con problemas. Casi puedo ver
la tensión radiando de su expresión.
—No te preocupes. Estoy segura de que tu abuela está bien —digo,
esperando calmarlo.
Abro la puerta de la Van. Le grito a Lali que está en el otro lado
del auto: —Lali, préstale tú celular a Gaston para que llame a casa. Está
muy estresado.
—Sí… espera —dice ella.
—No es eso —dice Gaston, bajando su voz. Sus ojos brillan y se
nublan más—. Yo… necesito terminar nuestra conversación. En verdad.
Tengo que saber que estamos en la misma página.
Pongo un rápido y atrevido beso en sus labios antes de subirme a la
Van.
—Lo estamos. Estoy dentro. Tú ganas. Te daré una oportunidad.
Confiaré en ti —digo por encima de mi hombro—. Simplemente primero
llama a tu abuela para que puedas hablarme sin expresión extraña y de
total molestia en tu rostro.
Paso los asientos con cinturones dirigiéndome hacia la banca,
agarrando el orangután gigante de color azul que Gaston puso antes en el
auto. Empujo la cosa monstruosa en una especie de bola mientras Gaston
llega a la Van y toma el asiento junto a mí.
—Amo mi nueva almohada. Gracias de nuevo por ganarlo.
Sin una palabra él aprieta el incómodo animal de felpa en su regazo.
—Esta vez, te abrochas en el medio. Yo también soy tu almohada. Si no
puedes aceptar eso, el mono sufrirá una muerte terrible.
Complacida, descanso mi cabeza en el mono e inclino mi peso en
Gaston. Nunca había estado tan consciente de cuan largas son sus piernas.
Huele a limas y cálido como siempre. Pero esta vez tiene un olorcillo a
algodón de azúcar saliendo de su camisa. Suspiro, sintiéndome
completamente a salvo e increíblemente cómoda. Feliz, completamente…
de nuevo. Medio quiero gritar.
OMG. Besé a Gaston Dalmau y fue INCREÍBLE. ¡Y él es mi novio!
Lali enciende el auto y se da vuelta para lanzarle su celular a
Gaston. Él lo atrapa con una mano dejando la otra en mi cabello.
—Probablemente no tenga señal hasta que nos acerquemos a
Denver —dice ella.
—Pensé que dijiste que ella llamó al móvil de Peter. Si no hay
señal… ¿cómo entró la llamada? —pregunta Gaston.
Peter dice con entusiasmo: —Nos estábamos besando en la
atracción del cielo, es el único lugar que tiene señal. Estábamos en el
punto de darse la vuelta. La Abue arruinó mi movida de ―mano-pordebajo-
de-la-camisa‖.
—¡Peter! ¿No puedes decirle que simplemente estábamos
disfrutando la vista? —dice Lali—. Y en cuanto a tú movimiento,
estoy segura de que no lo noté.
—Oh, estaba en pleno auge. Estaba a punto de dejar que mis dedos
disfrutaran de la vista del encaje en la tira de tus hombros y luego, iba a
revisar ese pequeño lugar en el lado de tu cuello que le gusta tanto a mis
labios. Y luego iba a buscar más encaje y probar un poco….
—¡Cállate! O estás a punto de disfrutar este viaje a casa desde el
parachoques.
Peter se ríe, totalmente desvergonzado. —¿Qué? Un chico puede
soñar.
—En cuanto te lo guardes para ti. De otra manera, mi papá estará
feliz de ayudarte a ajustar los sueños que respectan a mí y el encaje en mi
ropa interior en cualquier momento.
Uno de ellos enciende la música, ahogando el resto de su discusión-flirteo.
Suspiro. Disfrutando el momento, la calidez del cuerpo de Gaston tan
cerca al mío y la piel de gallina que sube y baja por mis brazos. La mano de
Gaston, con la que había estado jugando con las puntas de mi cabello, ha
viajado a mi mejilla. Se queda ahí por un momento y viaja a mis hombros
para que pueda frotar mi cuello suavemente.
Me relajo completamente. Se siente tan increíble.
* * *
Nada pasó.
Salgamos de aquí.
Eres una chica afortunada… afortunada, afortunada chica.
—Hay alguien aquí.
La voz del hombre está muy lejos. Sofocación blanca es lo único que
veo. Mi estómago da vueltas y se mueve con la náusea. Necesito encontrar
un poco de aire que no esté recalentado. Todo comienza a dar vueltas.
Trato de voltearme, porque creo que puedo vomitar pero parece que no
puedo moverme muy lejos.
Confundida, miro mi brazo. Está atrapado —atado— por encima de
mi cabeza. En el otro lado hay de la cosa blanca que me está sofocando. Mi
mano me duele y no me puedo mover.
Jalo mi brazo tan fuerte como puedo.
Y recuerdo.
Recuerdo.
Ya había tratado de jalar para liberar mi brazo cientos de veces. Mi
último intento finalmente me ha cortado la muñeca. Ahora sangre está
manchando la sábana que hay encima de mí. Mi sangre. En la sábana.
Eso es lo que es lo blanco… una sábana. Una sábana…
Miro al largo chorro de rojo que ha mojado. Está goteando una línea
por mi brazo. Escucho la voz de nuevo.
—Parece estar desmayada. Me pregunto qué demonios sucedió
aquí…
—Ayuda —grazno. La parte posterior de mi garganta se siente
desgarrada… como si hubiera sido golpeada con un soplete—. Por favor
me pueden sacar. Desatarme. Por favor. Quiero salir.
Me miro y me doy cuenta de que sólo estoy usando bragas. Sin
sostén. Mis mejillas están mojadas como si hubiera llorado por mucho
tiempo. Vergüenza, pánico y miedo absoluto solidifican el nudo en mi
garganta hasta que me estoy ahogando.
El miedo me tiene de nuevo tirando frenéticamente de mi brazo. No
me importa que duela.
—Estoy por aquí. ¿Hay alguien ahí? —grito de nuevo. ¿Por qué mis
piernas no se mueven?
—Por favor…
Escucho llaves, el choque de metal y una extraña y ruidosa estática
volviéndose más fuerte. Luz golpea mi rostro como un golpe y me encojo
contra ella mientras la sábana es quitada.
—¡Qué dem…! —La voz del policía es tan fuerte que corta por el aire
como cuchillos afilados.
—Ahora estás a salvo —dice él. Siento la sábana regresando
rápidamente para cubrir mi desnudez, pero mantiene mi rostro libre de la
tela.
Sólo deseo que no lo hubiera hecho.
Deseo que hubiera escondido mi rostro. Que lo hiciera para que no
pudiera respirar de nuevo, porque ahora, creo que quiero morir. No quiero
hablarle. No quiero estar aquí. ¡No quiero estar aquí!
—Jovencita, ¿puede decirme que sucedió? ¿Cuántos años tiene?
¿Sabe su nombre? —La voz es amable, pero los flashes refractivos de la luz
brillando en su chapa, sus esposas, la hebilla de su cinturón e incluso del
pequeño broche que sostiene su pistola en el lugar, haciéndome difícil
para encontrar su rostro cuando abro los ojos de nuevo.
El zumbido de estática incrementa y emite pitidos. Me doy cuenta
de que es el walkie-talkie del oficial, el cual está junto a mi oído. Se
arrodilla junto a mí y brilla la luz justo en mis pupilas, luego en mi brazo
atado.
—Este es O‘Connor. Requiero una oficial femenina tan pronto como
sea posible. Arriba, habitación principal. Tengo lo que parece ser un 261 o
un 261A.
Más zumbido alto, y luego una respuesta metálica: —Estacionando
afuera. —Es la voz de una mujer—. ¿Puede esperar por dos minutos? Fin.
—Esperaremos. Ambulancia requerida en la escena. Código 50.
Transporte básico. Victima consciente y respirando. Esperando por una
actualización de posibles heridas.
—Ambulancia enviada. —Una tercera voz dice por la radio.
El oficial se inclina más. Finalmente puedo registrar su rostro.
Parece preocupado. Es más viejo que mi padre. Sus ojos son amables.
Seguros.
Estoy segura. Segura. Él dijo que estaba segura.
Todo lo que he estado reteniendo, mi miedo y dolor, me sobrecoge y
comienzo a llorar de nuevo.
—Mi brazo —digo—. Voy a vomitar. Mi brazo y mano, duele tanto.
Por favor ayúdeme a bajar mi brazo.
—Permanezca calmada. ¿Sabes dónde estás? ¿Puedes decirme tu
nombre? —Sus manos se mueven para cortar el nudo con mi cuchillo.
—Rochi. Soy Rochi Igarzabal. Estoy en la casa de Peterson. En una fiesta.
—Es un nudo de corbata —murmura, soltando mi muñeca—. Voy a
tener que cortar el nudo con mi cuchillo. ¿Eso está bien? ¿Puedes quedarte
completamente quieta?
Asiento. Él saca un largo cuchillo de bolsillo negro y lo desliza por el
nudo. Mis brazos caen a mi costado como si ya no fueran parte de mí.
Requiere toda mi concentración ponerlos por debajo de la sábana. Está
tan entumecido que sólo puedo registrar el peso de él presionado contra
mi pecho desnudo.
—Eso se vio mal.
Sostiene mi mirada. Sus ojos escaneando mi rostro. Aparto la mirada
y veo mi ropa amontonada en una pila cerca de sus pies y mi cabeza
comienza a dar vueltas de nuevo.
—¿Estás herida en alguna otra parte? ¿Has sido violada?
—Casi, creo. Casi —susurro.
—¿Segura? —Su voz se apaga—. ¿Asumo que no fuiste atada así por
tu propia voluntad?
—No.
Lloro más fuerte. Mi brazo lentamente se está despertando… sus
agujas y alfileres. Miles de ellas, todas al mismo tiempo. Gimo.
Él olfatea el brazo medio vacía junto a la cama. —Esto es vodka
puro. ¿Cuánto has bebido esta noche? ¿Recuerdas si tomaste alguna
píldora? ¿Fumaste algo?
—No. No. Bebí esas limonadas abajo. Y no me sentí bien. Él, un
chico, me dijo que si subía a aquí donde estaba más callado me sentiría
mejor. Me dijo que eso era agua. Me hizo beberlo. Y luego no me pude
mover en absoluto. —Estoy jadeando por aire mientras lloro—. Me hizo
beber tanto. —Me ahogo—. Él… dijo.
Dijo que era hermosa.
—¿Quién era? Necesito un nombre. ¿Quién te trajo a aquí?
—No lo sé. Pensé que él era agradable.
Me incliné y vomité en el tapete. En los zapatos del oficial. En mi
arrugada nueva camisa azul que está al revés que está amontonada en una
pila.
—¡Mierda! —El oficial se mueve hacia atrás—. Está bien. Está bien.
Respire lentamente. Estás bien. Creo que eres una chica muy afortunada.
Vas a estar bien. Nada sucedió. Vas a estar muy bien.
Él camina hacia el baño y regresa con una papelera pequeña y
plateada forrada con una bolsa de color rosa y aromatizada y la pone
debajo de mí. Vomito de nuevo, esta vez por encima del fajo de pañuelos
en el fondo hasta que ya no queda nada más.
—Necesito irme a casa… pero no puedo mover mis piernas.
—Está bien… espera. Vamos a sacarte de aquí en ambulancia. Hay
una posibilidad de que hayas sido drogada.
Miro, y miro y miro a las algas marinas junto a la cama en un
tazón de cristal. Me hago creer que si miro lo suficiente, puedo
despertarme una segunda vez en la playa y nada de esta noche habrá sido
real. Que esto sólo fue un sueño. La habitación gira de nuevo.
Un sueño. Un sueño. Esto es solamente un sueño.
Me digo esto una y otra vez hasta que mi voz coreando estas
palabras es la única cosa que escucho. Las algas de mar son lo único que
veo.
Un segundo oficial, una mujer, entra en la habitación.
Ella se inclina junto a mí, bloqueando mi vista de las algas en el
tazón. Más preguntas.
Hago mi mejor esfuerzo intentando responder: Rochi Igarzabal. Tengo
catorce. No. No fume. Nada de agujas. Nada de píldoras. Vivo en Ridge
Road. Número 55. No lo sé. Él me hizo beber algo. Tenía cabello castaño,
ojos cafés… y era alto. Realmente alto y muy fuerte. Demasiado fuerte. Mi
mamá se encuentra en el 443—8763.
El primer oficial se acerca de nuevo, su rostro todavía con una
disculpa. Triste. Su voz se ha vuelto amigable, pero lo dice de nuevo: —
Ella es una chica muy afortunada. Eres una muy, muy afortunada chica.
—Lo eres querida —dice la mujer oficial. Cierro mis ojos—. Una
chica muy afortunada.
He terminado de hablar con ellos.
* * *
Afortunada. Afortunada. Afortunada. Chica afortunada.
Simplemente que… no me siento muy afortunada.
Los recuerdos me inundan.
Mi buzo cuando le bajan el cierre y me lo quitan.
—Está bastante caliente aquí arriba para estar usando eso —dice él,
riéndose después de que yo casi me ahogo con la bebida de sabor ácido
que forzó por mi garganta. Sonríe como si pensara que él no pensara que
acaba de ser malvado.
Como si fuéramos amigos.
Mis brazos duelen donde él todavía me tiene agarrada. —Eso está
mejor. Toma un poco más.
Vierte más en mi garganta. Trato de no tragar. El frente de mi
camisa está empapado. Toso y un poco más baja por mi garganta. Lo
empujo y trato de ponerme de pie, para correr, para golpear pero en
cambio, caigo en la alfombra con un estruendo.
Eso lo hace reír. —Guau ahí. Eso es cierto. Dale un minuto para que
se acostumbre.
Extiende su mano hacia mí y jala de la goma que sostiene mi cola de
caballo mientras estoy ahí, tendida en la alfombra verde de los Peterson.
—Lindo —dice él, pasando su mano por mi cabello y retirándolo de
mi rostro.
Trato de detenerlo pero mi mano ahora está hecha de madera. Sólo
se mueve unos centímetros y luego se detiene en mi cadera.
—Casi estás ahí. Te traeré un poco de agua —dice.
Sonríe y me para, depositándome en la cama tan fácilmente como si
fuera una muñeca de trapo. Está silbando mientras camina dentro del
baño. Como si todo estuviera normal. Me las arreglo para arrastrarme y
agarrarme al marco de la cama. Mis ojos están en la puerta pero no puedo
moverme hacia ella. Regresa, pero no con lo que prometió. Él mira en mis
ojos como si estuviera buscando algo; pero ya no puedo registrar su rostro,
o como se ve él. Dónde estoy…
Y posiblemente… quien soy yo se desvanece en el zumbido que está
llenando mi cabeza.
Todo lo que puedo ver es un borrón de ojos negros y una extraña
sonrisa confiada que no me gusta en absoluto. Él sube mi camisa azul por
encima de mi cabeza, luego, mi camisilla. Mi sujetador sigue después.
—No.
Mi voz es sólo un susurro. Mis extremidades no se mueven.
Él me toca… y no soy capaz de detenerlo… y ya no puedo ver su
rostro…
—Voy a hacerte sentir muy bien. Y vas a hacerme sentir muy bien.
Va a ser divertido.
—No. No. No quiero esto. Por favor —gimo, arreglándomelas para
alejar sus manos de mi cuerpo cuando me siento, pero él fácilmente me
empuja hacia abajo de nuevo.
—Shh… shhh.
Eso es todo lo que dice mientras ata mis brazos a la cama. La única
disculpa que me hace es que lamenta que se haya tomado tanto tiempo
eligiendo cuál corbata del Señor Peterson usar.
Azul. Son corbatas azules. Ambas.
Me quita mis jeans.
Dios, cuanto quiero gritar porque sus manos son ásperas, raspando
contra mi piel desnuda. Volteo mi rostro lejos del de él. Mis padres y el
Señor Peterson son amigos. Esta es su cama. Esta es la fiesta de su hijo. Se
supone que debo estar en una pijamada. ¡No aquí! Todo está en este lugar,
pero se supone que no debo estar aquí. Nos escapamos… no se supone que
esté aquí. Y quiero irme a casa.
Madera oscura, chimenea oscura, muebles oscuros, ojos oscuros en
el chico que no deja de tocarme.
Hay una pintura de dunas movidas por el viento colgada en la pared
lejana. Y junto a la cama, la cama del Señor y Sra. Peterson, hay algas de
mar pulidas y con las puntas moradas que brillan, son translúcidas y
frágiles en un tazón de cristal.
Junto a la cama. Junto a la cama donde estoy siendo tocada y no me
puedo mover. Algas marinas.
Sus manos trabajan para bajar mi ropa interior. Se aleja de mí por un
segundo y pienso que va a detenerse. Pero la luz brilla de la hebilla
plateada de su cinturón y sé lo suficiente para comprender que sigue.
Trato de gritar de nuevo. Moverme. Nada funciona.
Un sonido y un azote de puerta en una pared nos tiene a los dos
mirando hacia la dirección del sonido.
Alguien está en la habitación. —¡Necesitas detenerte, ahora mismo!
—¿Qué demonios? Amigo. ¡Sal!
—La policía se está dirigiendo hacia aquí. Alguien se tropezó con la
alarma o algo así. Hay tres patrullas afuera.
—¿En serio? Demonios. Sal de aquí. Tengo tiempo.
—No. No. —Mi voz sale a la superficie, liberada de las hojas secas
que estaba reteniéndome como rehén—. Por favor, no —susurro mientras
mi mirada busca a la persona conectada a la sombra en la puerta.
Su voz se quiebra cuando él dice: —Detente. Amigo. Detente. Esto
te va a sacar del equipo en todos los sentidos. Pensé que tenías a un
recluta viniendo a verte la próxima semana. Sólo aléjate.
—Mírala. Puede valer la pena. Estoy a punto de explotar. Ella ni
siquiera me está peleando. Está tan jodida.
—Ese es el timbre de la puerta.
—¡Joder! —Camina hacia la ventana y finalmente puedo respirar
porque está lejos de mí.
Siento un poco de locomoción regresando a mis extremidades.
Quiero liberar mis brazos. Para correr. Jalo contra las ataduras, pero el
ejercicio me agota. El otro chico camina más cerca. Mortificada, porque
estoy desnuda, cierro los ojos.
—Amigo. Está cortada en los brazos. ¿Qué quieres decir con que no
está peleándote?
—Bueno… no se estaba quejando. Tal vez le pediré que vaya conmigo
al baile de graduación. Volverlo a hacer. ¿La conoces?
—Sí, la conozco. ¡Y te recomiendo que te quedes jodidamente lejos
de la chica que acabas de intentar violar! Tú idiota.
Un fuerte crujido suena mientras una sábana es desdoblada y flota
por encima de mí. Queda suspendida en el aire por lo que parece por
siempre, finalmente drapeándose encima de mi desnudez.
—Eres valiente, para ser un novato de 45 kilos. Vamos, cálmate.
Nada sucedió.
—Aléjate, bastardo. —El chico nuevo pasea por alrededor de la
cama.
—Nada pasó… además ella no recordará. Un chico que conozco me
dio drogas para su bebida. Ni siquiera será capaz de recordar tu rostro o el
mío. Una lástima desperdiciar todo para nada, sin embargo.
—¡Mierda! ¿Qué has hecho?
Manos. Manos diferentes. Temblando. Temblando de igual manera
como tiemblan las mías. Jalan la corbata que sostiene mi brazo que duele
más, pero cuando no se mueve, él se mueve alrededor de la cama para tirar
de la otra.
—¡Mierda! Estas ataduras no están aflojando.
—No tenemos tiempo. Simplemente salgamos de aquí.
—Espera. Vas a estar bien —me susurra. Un nudo sale y mi mano
cae en la cama.
No puedo hacer nada más que llorar mientras tira de mi otro brazo.
No estoy bien. NO. BIEN. El chico nuevo se está poniendo molesto. Ahora
grita. No a mí. Tal vez por mí. No lo sé.
—Ella está prácticamente comatosa, no podemos simplemente
dejarla aquí, no así. Puedes apostar tu trasero que si ella no recuerda, voy a
llenar los vacíos. ¡Vas a caer! Si crees que no voy a contar, estás loco.
—Lo que sea. Será tu palabra contra la mía. No hice nada. Tal vez
puedo decir que tú le hiciste todo esto. Trata de delatarme y aplastaré tu
trasero de perdedor, estúpido y de primer año en todas las formas
posibles.
—Hazlo lo peor que puedas y yo haré mi intento. Drogaste a una
chica e intentaste violarla. ¿Eso ya ha sido registrado o has hecho esto
antes maldito-idiota-loco?
—¿El Entrenador Williams sabe que eres un llorón? Vámonos.
Vamos. Ya déjala. No voy a ser atrapado en esta habitación. Ella estará
bien. Perdí la cabeza. Y tal vez esto fue una mala idea. De cualquier
manera, nada sucedió, ¿verdad? No sé qué estaba pensando y no seguí el
plan. Simplemente, vamos.
—Ayúdame a desatar su otro brazo primero.
—Si no te vas ahora conmigo, todo el equipo tendrá que sentarse en
los próximos tres juegos. Y en las estatales. ¿Es por eso que viniste, a
advertirme? ¿Uno por el equipo?
—No estoy aquí por ti. —Él me habla entonces, su voz baja…
asustada… enojada—. Vas a estar bien. Estás bien. Rochi, lo siento tanto. No
puedo quitar este nudo. No sé qué hacer.
Miro a sus ojos verdes-dorados que están angustiados. —No lo hice.
Él me hizo…
—Rochi… lo sé. Lo sé. Lo siento. Lo siento tanto.
—Dalmau. Si no sales de aquí conmigo, entonces voy a meterte la
culpa de la escena a ti.
—No me dejes aquí. Por favor. No me dejes aquí sola —susurro.
Él suelta mi brazo y da un paso hacia atrás. —Lo siento, pero yo…
yo… vas a estar bien. La policía está fuera. Lo siento tanto…
Sus pasos se desvanecen. La puerta se cierra. Y estoy sola.
Le ordeno a mi mano libre a liberarse. Después de que un largo
tiempo pasa, soy capaz de subirme mi ropa interior. Luego, tiro del brazo
que sigue atado a la cama. Cuando no se afloja, miro y miro a las algas.
Me digo a mi misma, una y otra vez, y otra vez de nuevo que todo
esto es un mal sueño.
Un sueño. Un sueño muy malo.
* * *
Me despierto jadeando por aire dentro de la mini van. Gritos
silenciosos llenan mi cabeza.
Es todo lo que puedo hacer para mantenerlos dentro.
Por ahora. Espera. Espera.
Náusea inunda mi cuerpo; pero me quedo muy quieta, luchando por
contenerme. La Van está en silencio y mi piel está cubierta por una
delgada capa de sudor frío. Gaston y Peter deben estar dormidos. Luces de
la calle pasan por la ventana. El movimiento de detenerse-arrancardetenerse
me dice que salimos de la avenida.
Recuerdo. Recuerdo.
Me doy cuenta de que estamos en mi vecindario.
Casi en casa.
Casi violada.
Casi. Casi.
Me desabrocho el cinturón y me meto en uno de los asientos.
Necesito estar tan lejos de Gaston Dalmau como pueda. Mi cabeza gira doble
velocidad. Agarro la manija y tiro fuerte, pero los seguros de seguridad la
mantienen cerrada.
—Lali. Detén la Van. Necesito salir.
Escucho a Gaston despertarse y moverse en el asiento junto a mí. —
¿Qué pasa, hermosa?
Esa estúpida palabra desata el pánico. Me golpea como una bomba.
—No me digas así. Nunca me digas así —grito—. Dije que
detuvieras el auto. Necesito salir.
Lali me mira por el retrovisor. —Pero, ya casi estamos en tu
casa… sólo espera…
—DETÉN LA VAN. AHORA. NECESITO SALIR. ¡AHORA!
¡AHORA!
Gaston se sienta hacia adelante. —Rochi. ¿Qué está mal? ¡Rochi! —Él pone
una mano en mi espalda justo cuando Lali se mueve para
estacionarse.
Golpeo el botón que abre la puerta. —NO ME TOQUES. NO ME
TOQUES. JAMÁS. JAMÁS. Oh, Dios mío. OH, DIOS MIO.
Salgo disparada de la van. Él me está siguiendo. Corro unos cuantos
metros por la acerca antes de que la náusea me gane. Me doblo y vomito
en la calle.
Gaston, Lali y Peter se encuentran conmigo. Gaston ya está
agachado junto a mí y tratando de ponerme en sus brazos mientras otra
ronda de náusea me ataca. Grito, lo golpeo y lo empujo lejos.
—No. No. ¡No me toques! No dejen que me toque. Lali, por
favor. No dejen que me toque. Por favor. ¡Nunca me vuelvas a tocar! Me
acuerdo. ¡Te recuerdo a TI!
Gaston aleja sus manos.
Vomito de nuevo. Puedo escuchar la voz de Peter en un lugar
cercano.
—¿Qué está mal? ¿Demasiado dulce?
—Díselos. Díselos —dijo ahogada.
Cuando Gaston no responde, Peter susurra: —Amigo. Gaston. ¿Qué está
pasando? ¿De qué está hablando?
Lali se sienta junto a mí y pone su brazo suavemente alrededor
de mí. Pongo mis manos encima de mi ojos, tratando de que deje de llorar
y que reúna un poco de fuerza de Lali. Ella me ayuda a ponerme de
pie.
—¿Fue uno de esos sueños que dices que tienes?
—No fue un sueño. Un recuerdo. Me acuerdo.
Subo mi mentón tanto como puedo y me hago mirar hacia Gaston.
Quiero observar su expresión mientras digo esto.
—Primer año, estaba en una fiesta y un chico de último año, jugador
de hockey de último año casi me violó. Me llevó arriba después de decirme
hermosa. Forzó un montón de vodka en mi garganta. Luego trató de
violarme. Y Gaston estuvo allí.
Gaston da un paso hacia atrás.
—Y tú lo viste. Y tú sabías —gimoteo, deshaciéndome de nuevo—.
Por qué. ¿Por qué no me dijiste? ¿Por qué has sabido cada segundo de la
peor noche de mi vida, y sólo me entero hoy? ¿POR QUÉ? Dios. Sabías
esto hace años.
Miro salvajemente a Peter y Lali. —¿Ustedes también sabían?
Lali, cuando te conté sobre esto el otro día, ¿ya sabías?
—No. No sabía. Lo juro —dice Lali, dirigiendo una mirada de
cuestionamiento a Gaston y siento un poco de alivio en que Lali no esté
mintiendo.
Peter me está mirando como si estuviera a punto de tener que usar
una chaqueta de locos. Es bastante obvio que esta es la primera vez que
también ha oído esto.
—Rochi… —Su voz está temblando—. Les prometí a tus padres que
no diría. Y luego, estaba asustado de que fuera a perder. Por favor, déjame
explicarlo. Lo intenté.
El mundo de debajo de mis pies se cae mientras registro sus
palabras.
—¿Mis padres? ¿Mis padres sabían esto, A TI? ¡¡¿MIS PADRES TE
CONOCEN?!!
—El Entrenador Williams también —responde él.
—De ninguna manera —murmura Peter.
—¿También sabes el nombre del chico que me hizo todo esto? —
Gaston asiente.
—No hay duda de por qué no querías conocer a mis padres.
¿Estabas tratando de volverme loca? ¿Todo esto fue una clase de broma
enfermiza?
—No. ¡Dios no! Rochi, no pienses eso. Dijiste que ibas a contratar a
otro chico que fuera tu novio si yo no aceptaba. No podía dejar que
hicieras eso. Si hubieras salido en público con esa ridícula lista, pensé que,
porque sabía sobre ti podría mantenerte a salvo de más chismes. Y quería
remediar lo que te pasó.
—¿Querías remediar por lo que sucedió? ¡Tú imbécil! Nunca puedes
remediar eso.
Peter ladra una risa y cruza sus brazos. —Sabía que algo pasaba. ¿Ni
siquiera eres su novio real? ¿Ella te contrató? Amigo… esto es jodidamente
épico.
—¡Cállate, Peter! —grita Gaston, caminando cerca de mí—. Rochi,
pensé que podía ayudarte. Y, al principio quería el trabajo y el dinero. Pero
entonces, resultaste ser increíble. Era divertido… y… nunca supe que me
había enamorado. Pero quería mucho ser tu amigo. Todavía quiero.
Deseo que tuviera una clase de píldora de inmunidad que pudiera
tomar contra su persuasión, ahora una voz malvada y rostro perfecto.
Malditos sus ojos verdes.
Temblores del sueño comienzan a tomar posesión de mí. Saco el
sobre que contiene su cheque y se lo lanzo a sus pies.
—¿Pensaste que podrías ayudarme? —pregunto, lentamente, en
absoluto tratando de ocultar los desesperados temblores y lágrimas en mi
voz. Dejemos que todos los escuchen. No es como si pudiera caer más bajo
de lo que ya han visto—. Oh, me ayudaste muy bien. He estado
escuchando tu voz en mis pesadillos todo el verano. ¡Y gritando en mi
cama en la noche por eso! ¿No lo entiendes? Pensé que me estaba
volviendo loca. Realmente loca.
—No lo sé. ¿Por qué no me dijiste? ¿Dijiste algo?
—¡Porque no es tu jodida incumbencia! O al menos pensé que no lo
era. Pero tal vez lo ES. ¡Apestas! Y no te amo. Lo retiro todo. ¡Ni siquiera te
conozco!
—Rochi… si hubiera sabido…
—¿Qué? ¿Hubieras inventado mejores mentiras?
Miré a las ramas con sombras por encima de mí y me tragué un grito
de angustia. Reúno mis pensamientos y cuerpo tembloroso y tomo fuerza
de la absoluta furia. —¿Cómo pudiste escribir esa hermosa carta? —
Lágrimas están cayendo libremente por mis mejillas—. ¿Cómo pudiste
besarme así? Cuando lo sabías todo el tiempo. —Mi voz se quiebra—.
Sabías que nunca podíamos estar juntos. Todo el tiempo has estado
mintiendo.
—Nunca mentí. Simplemente no supe cómo decirte la verdad sin
perderte. Sin herirte. No podía soportar cualquiera de esas dos opciones.
—¡No tenías derecho a hacer lo que hiciste! No tenías derecho —
grito, difícilmente reconociendo mi voz.
Una luz en un porche cerca adonde aparcamos se enciende. Mi
corazón se encoge al tamaño de una canica.
—Dios. Me acabaste de perder. Y me heriste. Más allá de lo que
crees.
—Yo… —Deja escapar una profunda respiración.
—Déjame ayudarte a ir a la Van. Todos iremos a tu casa y lo
hablaremos —ofrece Lali.
—Rochi, por favor, Lali tiene razón —comienza Peter—.
Nosotros… ustedes chicos pueden arreglar esto.
—No. No. Esto está tan terminado. Todo este verano. La pasantía,
todo, TERMINADO. Le enviaré mis disculpas al Señor Foley. No regresaré
al trabajo. Tampoco necesito sus cartas de recomendación. ¿Imagina que
pensaría de mí un monitor de habitaciones? Gritando en los pasillos cada
noche no es un buen plan para el éxito académico.
Me las arreglo para reírme un poco entonces, ya no queriendo
parecer en una completa devastación. Me enfoco en lo que espero que
parezca como una burla sin importancia.
—Lali, Peter, los dos deberían estar de igual manera enojados
con Gaston, y yo. Hemos estado jugando con ustedes todo el verano, más de
lo que saben.
—¿Qué? —Frunce el ceño Peter.
—En caso de que Gaston decida retenerles información a ustedes
como lo hizo conmigo, creo que deberían saber que añadimos a los dos a
nuestro contrato. Eran el paquete añadido. Como un paquete de amigos.
Probablemente él les deba dinero por su tiempo. Háganlo que les pague.
Ambos hicieron un magnífico trabajo.
Les sonrío, y forzó a mi tono a bajarse. —Oh, y antes de que me
tachen de completa lunática y se crean el acto de corazón roto de Dalmau,
deberían saber algo más sobre su mejor amigo.
Camino directamente hacia Gaston. Esta vez mi mirada en sus ojos no
vacila. —Diles. Diles lo que hiciste en tu fiesta.
—Por favor. No hagas esto. No después de lo que nos dijimos la otra
noche. Vamos, Rochi. No conoces toda la historia.
—Oh, creo que sí. Y, si nos apegamos a la verdad, entonces puedes
corregirme si me equivoco —digo.
Mi voz, quebrándose.
Me paro aún más cerca para que pueda ver su rostro bajo la luz antes
de que continúe: —Dime que no eras tú en la pesadilla que acabo de tener.
Di que no estuviste allí —susurro, dejando que mi memoria memorice
cada línea del rostro de Gaston. su
mentón dividido y esos terribles labios mentirosos.
Presiono. —Dime que no te rogué que te quedas conmigo en esa
habitación. Que no me cubriste con una sábana blanca como si fuera una
especie de cadáver. Si puedes decir que esa persona no fuiste TÚ, entonces
podemos continuar esta conversación —jadeo, trabajando en controlar mi
voz y la siguiente oleada de lágrimas se acumula en todo mi cuerpo.
Nunca alejo la mirada de la mirada de Gaston, deseando con todo mi
corazón que negara lo que he acusado. Pero sé la verdad. Conozco esos
ojos verdes-dorados y cada maldita pinta dorada dentro de cada uno. Las
he visto por tanto tiempo en mis pesadillas.
El Doctor Brodie dijo que sabría cuando mis recuerdos fuera verdad.
Y lo sé.
Ahogo un sollozo.
Un tornado de emociones cruza su rostro. —Es lo que sucedió. Era
yo. Y lo siento.
Lali jadea. Gaston parece estar temblando tan fuertemente como
yo. Extiende sus manos como si quisiera que yo las tomara
—Rochi… por favor. Tenemos tanto...
Pongo mis manos en mis oídos. —Detente. ¡Simplemente detente!
¿No lo ves? ¡Te he odiado por tres años! Cada vez que he tenido una
pesadilla, tú has estado ahí. ¡En mi cabeza! Te he odiado por tanto, y por
años. Y ahora, ¿después de este verano?
Mis pies casi fallan mientras la inmensidad de todo el verano con él
se vuelve claro. —Oh Dios mío. Esa carta. Totalmente sabías que te
odiaría. ¿Cómo pensaste que posiblemente no lo haría?
—Tenía esperanza. —Él deja caer sus manos y aparta la mirada.
Les doy la espalda a todos para que no vean cuán fuertemente estoy
llorando.

Y corro.

1 comentario: