capitulo
Toda la noche había dormido con mi teléfono apretado fuertemente
en la mano.
Sólo por si acaso Gaston dejaba un mensaje o llamaba. Sí, yo dejé
que se marchara,
pero eso no significa que no estuviera preocupada por él. Si sólo
pudiera saber que
él estaba en casa, en su cama.
Hoy anduve por el pasillo sin las preocupaciones de que alguien me
empujara
contra la pared. Las burlas se habían detenido. Era como si todos
tuvieran algo
nuevo en lo que enfocarse. Yo ya no era más el centro de atención.
Gracias a Dios.
Me giré para dirigirme hacia mi casillero y mis pies desaceleraron
a la vez que mis
ojos se posaban en el cuerpo dolorosamente familiar que estaba
delante de mi
casillero. Mi corazón se aceleró cuando le eché un vistazo. Ahora
podía admirar
abiertamente su culo dentro de un par de pantalones vaqueros. Una
risa apareció
en mis labios, pero se desvaneció rápidamente al descubrir lo que
estaba haciendo.
Gaston estaba quitando todas las notas del día anterior que
seguían pegadas a mi
taquilla. Me había cansado de quitarlas y con mi confrontación con
Pablo ayer
me había olvidado completamente de ellas. A pesar de que no podía
ver su cara
reconocí la postura enfadada mientras destrozaba cada nota y la
tiraba al suelo.
¿Acababa de gruñir? Di un paso cauteloso hacia él. La tensión de
sus hombros me
advirtió de que no hiciera ningún movimiento brusco. Estaba tenso
como un arco,
listo para ser soltado.
—Gaston —dije su nombre suavemente antes de llegar y tocar su
brazo.
La última de las notas adhesivas trituradas fue a la deriva hacia
el suelo desde su
mano. No me miró. En lugar de eso, cerró los ojos con fuerza. La
marca de su
mandíbula sólo intensificaba más sus afilados rasgos perfectos.
—Está bien, las notas no me molestan.
Le aseguré, buscando algo que decir. Cualquier cosa para calmar su
temperamento.
—Él les dejó hacer esto. Voy a matarlo.
Sus palabras estaban tan densamente mezcladas con rabia que empecé
a
preocuparme por la seguridad de Pablo, otra vez.
—No, ya les dijo que pararan —le aseguré, cerrando el espacio
entre nosotros.
Gaston finalmente abrió los ojos y giró su cabeza. Sus ojos tan
llenos
de emociones estudiaron mi rostro.
—¿Cuándo? Porque no hay duda de que no se han detenido.
Deslicé mi mano por su brazo y sujeté mis dedos a su alrededor.
—A mi no me molesta. En serio. No me importa.
Gaston gruñó y dio un puñetazo contra la puerta de mi casillero.
—A mí sí. Nadie se dirige a ti de esta manera. Nadie, Rochi. —Se
dio la vuelta y
frunció el ceño al pasillo lleno de estudiantes—. ¡NADIE! —gritó.
Su mano se soltó de la mía y la multitud se apartó mientras él se
alejaba. Iba a
buscar a Pablo.
En silencio, recé para que lo dejara vivir.
Entonces los curiosos ojos que observaban la retirada de Gaston
cambiaron de nuevo
a mí. No habría más notas en mi taquilla. Gaston estaba de vuelta
y estaba segura de
que acababa de aterrorizar a todo el alumnado.
Los pequeños trozos de papel a mis pies eran todo lo que quedaba
de mi semana
como marginada social. Me incliné para recoger los pedazos. Unas
botas
desgastadas se detuvieron frente a mí.
—Te ayudaré. No creo que la intención de Gaston fuera que
limpiaras esto.
Le sonreí por encima. Él había visto todo lo que sucedió esta
semana desde la
barrera, sin decir ni una palabra. Sabía que sólo estaba ayudando
ahora porque
trataba de encontrar algo de gracia redentora en los ojos de Gaston.
—No quiero que el conserje tenga que limpiarlo. No es su culpa.
—Va a asesinar a Pablo si se entera que esto es lo menos que te
han hecho en esta
semana.
Suspiré sabiendo que estaba en lo cierto. Si esto hizo que Gaston
se enojara, entonces
el grafiti con esmalte de uñas y el incidente de la coca lo
volvería ciego de ira.
—Estoy rezando para que nadie se lo cuente.
—¿No quieres venganza?
Lo negué y me puse en pie, con las dos manos llenas de papel.
—No, no quiero venganza. Si esta semana era lo que hacia falta
para ayudar a
Pablo con todo, entonces ha valido la pena. Por supuesto que Gaston
nunca lo verá
de esa manera.
—Terminará culpándose a si mismo por dejarte aquí.
Tiré el papel a la basura y sacudí las manos en mis jeans
—Él tenía sus razones. Tanto Pablo como yo lo sabemos.
—¿Entonces Pablo y tú, ya habéis hecho las paces?
Dejé escapar una pequeña risa. Pablo y yo nunca estaríamos
completamente
reconciliados. Ya había llovido demasiado.
—Tan reconciliados como nunca estaremos.
—¿Y Gaston? —preguntó, viéndose inseguro, como si hubiera tocado
algo muy
personal.
—Gaston y yo somos amigos.
Eso era todo lo que necesitaba saber.
—Lamento lo de esta semana. Debería haber dicho algo. Me quedé
esperando a
que Pablo interviniera.
—No te preocupes. Ahora está acabado.
—El retorno de Gaston. —Estuvo de acuerdo entonces, con una última
sonrisa
compungida se giró y se alejó.
Me quedé fuera de la cafetería observando las puertas dobles. Gaston
había apareció
en clase de literatura hoy, pero se había sentado en el otro lado
de la habitación y
ni una sola vez miró en mi dirección. Lo sé porque lo observé
durante toda la hora
y media. Pablo no se presentó a Física. No había notas en mi
taquilla y había
pasado toda la mañana sin un comentario vil o alguien sacando su
pie para
ponerme la zancadilla en los pasillos entre clases. Sólo unas
pocas personas me
hablaron, en realidad. Era como si no estuvieran seguros de cómo
tratarme
todavía. Gaston me estaba ignorando. Era imposible pasarlo por
alto. En algún
momento todo el mundo iba a relajarse y un alma valiente tantearía
el terreno.
Realmente no quería que ocurriese en el almuerzo. Mi almuerzo
estaba
empaquetado y la biblioteca estaba arriba, vacía.
—¿Vas a entrar?
Me giré para ver a Kayla de pie, a mi lado. Con la mano en la
puerta. Mi ritmo
cardiaco se aceleró y decidí que no. No estaba preparada para
enfrentarme a la
multitud en el interior. Negué con la cabeza.
—Creo que no.
—¿Por qué? Nadie va a tocar un pelo de tu cabeza después de la
actuación de Gaston
esta mañana.
No estaba lista para contar con esto.
—¿Qué ocurre?
La voz de Gaston me sobresaltó y giré en redondo para verlo detrás
de mí, con un
brillo territorial en sus ojos.
—Nada —balbuceé y rápidamente di un paso a su alrededor.
Su mano me alcanzó y me agarró del brazo con suavidad pero con la
suficiente
firmeza como para detenerme.
—¿A dónde vas? La cafetería es por esta dirección.
—A la biblioteca. Desde que Eugenia derramó una coca-cola en su
cabeza durante el
almuerzo ha estado escondiéndose en la biblioteca para comerse la
comida.
El deleite en la voz de Kayla mientras le contaba lo de Eugenia era obvio. Sabía que
no le estaba diciendo esto a Gaston por mi causa. Se lo estaba
diciendo para que
reaccionara. El fuego que se encendió en sus ojos puso una gran
sonrisa en el
rostro de Kayla, antes de que se girara y se dirigiera hacia el
interior de la cafetería.
—No estás escondiéndote en la maldita biblioteca, Rochi. Si
alguien te mira mal, me
encargaré de eso.
Gaston estaba mirándome por primera vez desde esta mañana. Absorbí
el pequeño
fragmento de atención. Era patética.
—Está bien —contesté. Sin decirle que era imposible.
Caminó a mi alrededor y abrió la puerta.
—Vamos.
Entré delante de él y toda la sala se quedó en silencio.
Posiblemente eso podía ser
peor que las carcajadas y las risas por lo bajo.
—¿Necesitas algo de la línea? —preguntó Gaston agarrando mi codo.
Negué con la
cabeza explorando a la multitud ante cualquier señal de Pablo.
—¿Dónde está Pablo? —susurré cuando no lo vi por ninguna parte.
—En casa. Tiene una conmoción cerebral.
—¿Qué? —pregunté horrorizada.
Gaston frunció el ceño.
—No debería haber dejado que te acosaran. Fue su error. Ya lo
sabe… ahora.
—Gaston —susurré, sacudiendo el codo fuera de su alcance.
Esta es la razón por la que no podía tener lo que quería. Por mi
culpa Gaston le había
dado un golpe a su primo. NO. A su hermano. No podía dejar que
esto siguiera
sucediendo.
—¿Por qué hiciste eso? ¿Está bien?
—Él está bien. Puedes ir a ver cómo está después de la escuela.
—Hizo una pausa y
apretó la mandíbula—. No, retiro lo dicho. Es necesario que te
mantengas alejada
de él. No estoy seguro de poder manejar el que te preocupes por él
en este
momento. Necesito tiempo.
—Gaston, yo.
—Ve a sentarte con Kayla. Te está haciendo señas. Estás a salvo, Rochi.
Se dio la vuelta y me dejó allí, de pie, observando como se
retiraba hacia el otro
lado de la cafetería.

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