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Dios mío, mujer. —Su respiración era tan dificultosa, que su voz
no sonaba más como suya—. Misericordia.
—No creo en la misericordia —le contesté, arrastrando mis
labios por su cuello.
—Está bien, no voy a echar un polvo en el asiento delantero de un
coche, y si sigues haciendo eso —dijo, tratando de arquearse lejos
de mis
labios. Fue un intento fallido—. Tendré que sacar toda mi fuerza
de
voluntad, para cambiar de escenario.
La puerta se abrió de golpe, trayendo una ráfaga de aire fresco y
el
ruido de música cliché de baile de secundaria. Gemí.
Se rió entre dientes mientras me sacó fuera de su regazo y del
coche
empañado. —Y pensé que nosotros, los hombres éramos bastardos en
celo.
Ajustando mi suéter, me pasé los dedos por el pelo. —Así lo creo —
impliqué.
—Tu ramillete —dijo, la sesión completa de media hora archivada en
la parte posterior de su mente así como así. Yo todavía respiraba
como un
perro en celo.
Recuperando la caja de plástico del asiento de atrás, salió del
coche. —Ya que tu vestido es negro, le pondré a la dama alguna
cinta
negra y plateada entre las rosas —dijo, deslizando el ramillete en
mi
muñeca como si fuera uno de los momentos de mayor orgullo de su
vida—
. ¿Te gusta?
—Ahora —le dije, sonriendo. Debe de haber gastado una fortuna.
Rosas rojas corrían hasta la mitad de mi antebrazo—, es un
ramillete muy
bonito, Sr. Dalmau.
Sonrió abiertamente. —Vaya, gracias, señorita Igarzabal. —
Manteniendo su codo para mí, miró hacia el gimnasio—. ¿Vamos?
Suspiré. —Ya que no me dejas otra opción.
Cubriendo mi mano con la suya, besó la parte superior de mi
cabeza. —No es que me preocupe o me queje, pero ¿qué fue eso de
allá
atrás? —Oí la risa tonta en su voz.
—¿Desde cuándo los chicos necesitan una explicación para llegar a
segunda base con una chica?
—Desde que la chica eres tú —dijo, su mirada fija sosteniéndome
como si yo fuera algo que perdería si miraba lejos. Nunca me
habían
mirado de esa manera. Toda mi vida lo había esperado, y aquí
llegó,
ahora, a los diecisiete años, en el estacionamiento de la
secundaria de mi
nueva escuela, con un chico llamado Gaston Dalmau.
Esto, aquí mismo, era algo muy poderoso.
Manteniendo la puerta del gimnasio abierta, me llevó dentro.
Algunas canciones de hip hop eran tocadas sólo para darles a los
chicos
una excusa para frotarse contra una chica como un jodido perro
. El arco iris
entero de rosas se hacía presente: fucsia en los globos, tulipán
en el papel
crepé, pastel en los recortes de cartón de corazón, magenta en las
serpentinas espirales que caían desde el techo.
Este empapado terreno rosa era una imagen robada de mi peor
pesadilla.
—Oh. Mi…
—Rosa —insertó Gaston, haciendo una mueca mientras entrábamos al
gimnasio.
Al otro lado de la habitación, pegada a un tipo como un pedazo de
Velcro, Eugenia agitó los brazos hacia mí. Casi me estremecí de
nuevo
cuando noté su vestido cóctel rosa fluorescente, lleno de
lentejuelas. Que
alguien llame a los admiradores del Club de los años 80 porque
esta perra
sólo arrancó uno de sus vestidos. Mi vestido largo con corpiño
tipo corsé
era insípido en comparación con todos los otros vestidos de ahí.
—Bien, apresúrate y baila conmigo antes de que corra —le dije,
tirando de su chaqueta.
—Con mucho gusto —respondió él, entregando nuestros pases.
Caminando hacia la pista de baile, bajó la mirada a sus pies y
luego
a mí. —Bien, aquí está otro pequeño dato sobre mí ya que dices que
no
soy la próxima especie.
Levanté las cejas y esperé.
—No soy muy buen bailarín —dijo, rascándose la parte posterior de
su cuello.
—¿Como que no puedes bailar o no bailas? —Me encontraba
familiarizada con ambos tipos.
—Más bien como que nunca he bailado.
—¿En serio? —le pregunté.
—En serio.
Era la primera vez que lo había visto inseguro. —Por suerte para
ti,
trajiste a una chica que bailó antes de que empezara a caminar.
Envolvió sus brazos alrededor de mí y me acercó. —Qué suerte la
mía.
—Está bien, voy a hacer esto sencillo —dije, deslizando mis manos
sobre sus hombros—. Sólo tienes que seguir mi ejemplo y estarás
bien. —
Entonces, como la pro baile que yo era, me paré de puntillas hasta
que
me encontraba a nivel del labio.
—Tal vez tengo esta cosa de bailar en mí después de todo —dijo,
apretándome fuerte contra él.
—Seré yo quien juzgue eso —dije en voz baja, presionando mis
labios
en los suyos y, sin más, éramos las únicas personas en la pista de
baile. Los
únicos en el universo. Gaston era la enfermedad de la que no
quería ser
curada. Era el intoxicante del que nunca quería librarme.
Sus manos acunaron mi cara y me besó más fuerte. Quería
embotellar aquel beso y tomar un trago de ello cada hora de cada
día.
—¿Rochi? —dijo, pasando su dedo por mi mejilla.
—¿Sí? —dije, escondiendo mi cabeza bajo su barbilla.
—Tus tacones de aguja están perforando un infierno en mis pies.
Bajando la mirada, vi que mis pies, de hecho, cubrían los suyos.
Dando un paso atrás, puse mis tacones de aguja de nuevo en tierra
firme.
—Vaya.
Se rió. —Algo de la bailarina que eres.
—Lo siento, no tengo mucha experiencia tratando de enseñar a
alguien a bailar al mismo tiempo que está poniéndome fuera de mí
con sus
besos.
—Poniéndote fuera de ti con mis besos, ¿eh? —dijo, metiendo mi
cabello detrás de mi oreja.
—Al igual que tú, absolutamente, no te regodeas en aquella hazaña.
La canción de los empujones y rozamientos21 terminó y comenzó
otra. Gaston y yo nos estremecimos al mismo tiempo. —Estos golpes
musicales —dijo, agarrando mi mano—. Y te ves como que necesitas
un
poco de ponche.
—No sé nada de ponche, pero necesito algo —le dije, levantando
las cejas.
—Tú —me acercó más, hablándome al oído—, estás haciendo
extremadamente difícil mantener mi mejor comportamiento.
Mirando hacia adelante, traté de fingir que cada toque que me
daba no me desintegraba. —No es mi problema.
Enrollando su brazo alrededor de mí, me tiró cerca. —Está a punto
de serlo.
—Gaston Dalmau. —Las palabras que eran más arrastradas que
habladas se oyeron detrás de nosotros—. Si no estuviese tan
malditamente
caliente aquí, habría pensado que el infierno se había congelado.
Gaston
yo-no-tengo-compromisos-conversaciones–telefónicas -o-desayuno
Dalmau
en un baile de instituto.
Dándose la vuelta, Gaston me mantuvo cerca de él. —Allie —dijo,
sonando como si acabara de emitir un anti-saludo.
—Ah, y por cierto, eso no era lo mejor para mí. Y ya que sé que te
has estado preocupando sin parar sobre ello —dijo ella, apoyando
una
mano sobre su cadera—, encontré un viaje a casa.
Clásicamente encajaba en el molde de lo que los chicos buscan
para una sola noche, casi me sentí mal por ella. "Casi"
terminó cuando
cerró sus dedos alrededor de la solapa de la chaqueta de Gaston.
Mis garras
proverbiales salieron.
—¿Qué es lo que quieres, Allie? —Él perdía la paciencia y yo
estaba
muy familiarizada con cuan rápidamente las pistas se agotaban una
vez
que empezaba por ese camino.
—Ahora hay una pregunta capciosa si alguna vez he oído una —dijo
ella, tirando su pelo rayado rojo y rubio sobre su hombro.
—Bueno, he estado sobre esta montaña rusa de locos antes y me
voy a bajar ahora mismo —dijo él, dirigiéndome lejos.
—Vamos, estoy bromeando. —Se rió ella, agarrando su brazo—. Sólo
quería conocer a tu nueva amiga. —Me sonrió toda inocencia, pero
yo
conocía su juego y no iba a ser su peón para jugar.
—Esta es Rochi —dijo, inclinando mi barbilla hacia arriba con su
dedo
y presionando el beso más dulce que alguna vez le habían dado a
mis
labios.
—Tendría que serlo si estás con ella.
Ese dulce beso fue casi destripado por el comentario desagradable.
Los ojos de Gaston flamearon mientras se volvía hacia ella. —Si no
fueras una mujer, una triste excusa como lo eres tú, te enseñaría
un poco
de respeto, Allie. —Su voz temblaba por la ira, que se hallaba tan
cerca de
desbordarse.
—Gaston, detente —ordené, dando un paso por delante y
empujándolo hacia atrás—. No sabe lo que dice, está borracha.
—Mira a quién estás llamando borracha, puta —se burló Allie.
Quería darme la vuelta y golpear su cara maquillada, tanto que mi
mano hormigueaba, pero por una vez en mi vida, no era la única
exaltada. Intenté contenerlo cuando él se lanzó de nuevo hacia
delante.
—No, no está borracha —dijo Gaston, paseándose en su lugar—. Por
una vez. ¿Cómo funciona esta cosa de completa sobriedad para ti,
Al?
Ella resopló. —Como si te preocupara. A ti no te importa si estoy
borracha o drogada o sobria. Mientras esté horizontal y servicial.
Había sido suficientemente malo para ella insinuar que yo era una
chica fácil, pero ahora saber que había tenido relaciones íntimas
con Gaston
de un modo que yo aún no, me hizo querer golpear algo con fuerza.
Lo
más cercano, salvo Gaston, era su huesuda y burlona cara.
Tomando un respiro, aparté la mirada de ella y miré a Gaston. —
Vamos, vamos a salir de aquí. No vale la pena.
—Y tú tampoco lo valdrás mañana, cariño.
Negué con la cabeza hacia él, pero no tomó mi no tan sutil
advertencia. Pasando alrededor de mí, le dio una sonrisa torcida a
Allie. —
Hay dos tipos de chicas en el mundo, Al —dijo, hablando en voz tan
alta
que la mitad del gimnasio podía oírlo—. El tipo de chicas con las
que follas
y el tipo de chicas con las que te casas. Esta es la manera en la
que el
mundo fue hecho, así que no lo tomes contra Rochi porque tú eres
de una
clase y ella es de la otra. —La cara de Allie tomó el color de su
corto
vestido de calle, y no era del tipo rojo de vergüenza, sino el
tipo de rojo
lívido "te mataría ahora mismo si no fuera ilegal"—.
Ahora vete y búscate
algún otro tipo para follar así puedes perseguirlo a cada paso en
vez de a
mí.
—Gaston —dije en voz baja, mirándolo. Esa sonrisa todavía seguía
inclinada sobre su rostro, pero sus ojos estaban oscuro. No sabía
que
era capaz de decir palabras tan crueles, y si Allie no hubiera
arrojado el
bocado de mierda que tenía, me habría sentido mal por ella—. Vamos
—le
dije, llevándolo lejos de una molesta ex-amante y algunas docenas
de
curiosos—. Vamos a un lugar tranquilo.
No dejé ir su muñeca hasta que estuvimos fuera de la puerta del
gimnasio y a mitad de un pasillo oscuro, no confiando en que él no
regresaría de nuevo a otras cincuenta rondas con Allie. Cuando
estuvimos
lo suficientemente lejos en el pasillo como para poder oírnos
hablar sobre
la música, me detuve. No logré decir mi primer palabra antes que
él.
—Rochi, sé que dije algunas cosas allí que probablemente no
debería
haber dicho, y no traté a una mujer como un hombre debería, pero
no
puedo y no voy a tolerar que alguien, hombre o mujer, hable de mi
chica
así. —Me miró, con sus ojos pidiéndome perdón tanto como no lo hacían.
Sólo escuché dos palabras. —¿Tu chica? —repetí porque necesitaba
confirmación.
Agarró mi cara, descansó su frente contra la mía. —Mi chica.
—¿Y la fecha de caducidad indicada en el título sería? —pregunté
porque tenía que hacerlo. Era Gaston Dalmau. La leche dejada sobre
el
mostrador no expiraba tan rápidamente como las chicas de Gaston lo
hacían.
—¿Qué tal si lo tomamos un día a la vez? —respondió, aquel aliento
cálido nublando mi mente otra vez.
Quería tanto besarlo que tuve que luchar contra cada impulso y el
instinto primitivo para impedirme no entregarme al deseo porque
necesitaba aclaraciones. Necesitaba respuestas. —Pensé que una
chica
como yo, del tipo que se casa —comencé, dándole una mirada—, tenía
derecho a más de un día a la vez.
—Lo tienes —dijo, dejando ir mi cara y dando un paso atrás hasta
que se encontraba apoyado contra la pared opuesta—. Pero yo no.
Procesar pensamientos lógicos era más fácil con él a un metro de
distancia. —¿Es esta una de tus líneas para romper cuándo una
chica te
pide algo más que un permiso de veinticuatro horas, Gaston?
Tocando la parte posterior de la pared con sus talones, miró por
el
pasillo. —No, esto es lo que contesto cuando la chica de la que me
estoy
enamorando fuertemente, la única chica de la que me he enamorado
duramente, quiere estar en una relación con alguien como yo.
Y estábamos de vuelta en la línea de salida. El conjunto
Gaston-nomerezco-
nada-sino-pila-tras-pila-de-mierda lo llevaba sobre mi último
nervio. —Sabes, Gaston, eres la mitad de lo difícil que crees que
eres —dije—,
y dos veces más bueno de lo que esperas ser. Así que no trates de
venderme lo de soy-una-cosa-cancerígena otra vez porque no lo
compro.
Los ojos le brillaban cuando me miró. —No lo haces, ¿eh?
—Nop. Te conozco, Gaston Dalmau, y espero que alguien como tú
pueda darle a alguien como yo, algo más que un día a la vez.
—Y luego ¿qué? ¿Quieres que haga algún comentario de
que estaremos juntos siempre? ¿Que tomaremos nuestros último
aliento
juntos uno al lado del otro en la cama? —dijo, su voz suave.
—Soy realista —le dije—. Mentir y hacer promesas acerca de para
siempre es casi tan malo como un día a la vez.
—¿Y entonces, mi dulce, hermosa y complicada Rochi, qué quieres
de mí?
Me quedé mirándolo, pero no me sentía segura de si podría tenerlo.
No estaba segura de si una persona como Gaston podría ser
reclamado. —
Eso es algo que yo sé y tú averiguarás.
—Oh, Rochi —dijo, haciendo una mueca—, justo cuando pensaba
que mejorabas, me ofreces una línea como esa.
—Dalmau —advertí—, buen intento de intentar desviar el tren, pero
estoy al volante y tengo el derecho de permanecer en las vías
hasta que
respondas a mi pregunta.
Golpeó la parte trasera de su cabeza contra la pared varias veces.
—Está bien, así que algo entre un día a la vez y para siempre
—dijo,
buscando en el techo una respuesta que me tranquilice—. Pero
quieres
una respuesta sincera, ¿no?
—Sólo tendrías que aclararlo —gemí.
Asintió con la cabeza una vez, mirándome a los ojos. —¿Qué tal… —
dijo, haciéndome tonta con la mirada en sus ojos—… estaré aquí,
otro día
y cada día, mientras tú lo quieras?
Finalmente conseguí aquel todo, sin embargo, mi corazón latía
acelerado. —¿Y esa es la respuesta honesta?
Gaston cruzó los dedos sobre el pecho. —Honestamente.
—Esa es una respuesta malditamente buena, Dalmau —le dije,
caminando hacia él. Era un momento de intimidad y vulnerabilidad,
y la
pasión sin duda se encontraba allí también, pero todo lo que
quería era
estar en sus brazos. Las bocas se unieron, las manos explorando,
ninguna
otra cosa podría haber hecho el momento más devorante de lo que ya
era.
Acercándome más, sus brazos me abrazaban como si fueran
incapaces de dejarme ir. —Esta es una respuesta malditamente buena
también, Rochi.
Me reí en su camisa, preguntándome cómo un chico con su
reputación podía oler a jabón y a sol y podía decir las cosas más
dulces
que había oído. Entonces fue cuando, como se convertía en un
patrón
, tuve una revelación.
Nuestras reputaciones no dicen quién somos realmente, sólo lo que
la gente dice que somos. Algunos de nosotros cayeron en aquella
trampa,
mientras otros lucharon su vida entera para liberarse de ella.
Gaston no era el
chico malo con un futuro sin salida, más de lo que yo era la puta
desagradable que todo el mundo decía. La diferencia entre nuestras
reputaciones asignadas fue que Gaston la aceptó como si fuera su
penitencia por alguna fechoría.
—¿Así que crees que me conoces completamente? —preguntó
después de unos minutos de silencio.
—Más o menos.
Gaston asintió con la cabeza encima de la mía. —Está bien.
Entonces,
¿cuándo es mi cumpleaños?
No tengo ni idea.
—¿Cuál es mi segundo nombre? —preguntó—. ¿Cuál fue el nombre
de mi primera mascota? ¿Cuál es mi promedio? ¿Cuántos puntos he
tenido? ¿Qué talla de zapato llevo? —continuó, lanzando un torrente
interminable de preguntas, ninguna de las cuales sabía y todas
eran
impersonales y respuestas de una sola palabra.
—Así que tal vez lo que necesitamos es tener un día de Preguntas y
Respuestas o algo
para sacar todos los detalles fuera del camino —le contesté,
preguntándome cómo podía saber tan poco de él, y sentir aún que
nunca
había conocido a alguien mejor—, pero sé lo suficiente como para
saber
que nada de lo que puedas decirme sobre ti, me podría hacer
cambiar
esto.
—No sabes cuánto me gustaría que fuera verdad —dijo sobre mi
cabeza, pasando sus dedos hacia arriba y abajo de la longitud de
mi
espalda.
Mientras me debatía sobre si responder o simplemente dejar que
cuelgue en el aire, algunas parejas llegaron corriendo por el
pasillo.
—Dalmau, hombre —llamó el tipo de delante, moviendo sus cejas a
los
dos presionados contra la pared—. Pensé que el vestuario era más
tu
dominio.
—Sigue corriendo, idiota —gruñó Gaston, golpeando el aire detrás
de
su cabeza—. Morrison —dijo Gaston, agarrando al segundo hombre
corriendo—. ¿Cuál es el asunto? ¿Sus citas los persiguen con una
alianza o
algo así?
—Hay una carga de mierda de policía que acaba de llegar. Están
buscando por todo el gimnasio y tenemos un problema de
parafernalia
sobre nosotros —dijo, dando golpecitos en el bolsillo de la
chaqueta—.
Podrías querer tomar la salida trasera si tienes el mismo
problema.
Los brazos de Gaston se tensaron a mí alrededor. —Mierda —maldijo
por lo bajo. Empujándonos de la pared, agarró mi mano y empezó a
correr
por el pasillo—. Vamos, Rochi. Tenemos que salir de aquí.
Mi estómago cayó. Ningún hombre inocente correría de la policía
del modo que lo hizo. No podía creer que tenía drogas, porque
había visto
bastantes drogadictos en el patio, entre las clases de mi última
escuela
para reconocer los síntomas y Gaston no presentaba ninguno, pero
yo no
tenía el coraje para creer que corría debido a algo peor.
Solamente le
dejé halarme por el camino porque huir de los policías con él era
mejor
que quedarse atrás.
Gaston dobló a otro pasillo justo cuando, al final del primero, la
banda
de chicos corría hacia la puerta abierta de golpe con un flujo de
linternas y
gritos.
—Maldita sea —susurró Gaston, empujándome más rápido por el
pasillo. Me merecía algún tipo de medalla o premio por la velocidad
en la
que corría a pesar de la altura de los tacones que llevaba
puestos.
—¿Te importaría decirme qué está pasando? —grité mientras
empujaba una puerta de metal. Nos encontrábamos afuera, cerca del
estacionamiento.
Dándose la vuelta, la cara de Gaston lucía torturada. Nunca lo
había
visto tan deshecho. —Me tengo que ir, Rochi. Y no puedo llevarte
conmigo.
Tantas palabras querían salir, pero ninguna lo hizo.
La mejor respuesta que pude decir fue—: Ellos están aquí por ti.
Asintió con la cabeza, mirando entre yo y la puerta a través de mi
hombro. —Y si estás conmigo, te van a llevar también.
Me mordí el labio, dándome cuenta de que me hallaba a punto de
ser abandonada en la acera. —Está bien.
—Maldita sea, Rochi, lo siento. Hice algo realmente estúpido
—dijo,
agarrando mis brazos.
Me hice una promesa a mí misma que no iba a llorar. Me obligué a
mirarlo, mirándolo airadamente a la cara, lo que era una hazaña
imposible. —Será mejor que te vayas entonces.
—Rochi —dijo, rogándome por algo que no me disponía a dar.
—Sólo tienes que irte, Gaston —dije en voz baja, mirando al
estacionamiento.
Se inclinó, queriendo besarme o abrazarme, pero no me sentía lista
para ser consolada.
—No —dije, dando un paso atrás—. Vete.
Su rostro se rompió, sombreando sus ojos casi al instante.
Retrocediendo, mantuvo los ojos fijos en mí por un momento antes
de
girarse y correr como si el diablo acabara de llegar.

Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarseguiii!! cada vez se pone mejor :)
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