miércoles, 26 de febrero de 2014

UN AMOR PELIGROSO, capítulo 24

24
los dos últimos días previos a la graduación estuvieron repletos
de desayunos para los del último curso, distribución de togas y
birretes, cruceros por el lago, y firmas de anuario. Había
decidido no participar en nada de eso. A pesar de papá y mi charla
"motivadora" en el cementerio, yo parecía no poder aceptar sus palabras
como ciertas. Los padres se hallaban destinados a fomentar y creer que
sus hijas eran criaturas infalibles. Sabía que papá creía en lo que me había
dicho, pero fue porque, como padre, era incapaz de mirarme con una luz
imparcial.
Era su niña. Su Rochi en el cielo. Eso era todo lo que veía cuando me
miraba, no podía ver en lo que me había convertido. Pero tenía razón en
una cosa—yo no podía salvar al mundo. No cambiaría lo que había
sucedido y no traería John de vuelta. Sin embargo, habiendo aceptado
eso, ya no sabía qué hacer conmigo misma. Mi vida se sentía un poco
vacía y patas arriba, y eso no era una receta para celebrar con un montón
de gente que había conocido hacía menos de un año y con los que no
estaría en contacto en una semana.
Yo había estado en silencio en mi silla plegable de metal asignada,
esperando que esta cosa acabe así podría poner este año de mi vida en
una estantería y olvidarlo. El resto de los 300 más graduados llegaban, todo
el mundo abrazándose y sonriendo y hablando efusivamente acerca de
cómo permanecerían amigos para siempre y nunca, jamás perderían el
contacto.
Todo era demasiado ruido de fondo y chorradas para mí.
Unos minutos más pasaron, y la mayoría de los asientos se llenaron.
Mordí mi borla. Quince minutos más, dos horas para pasar de bla, bla, bla,
nuestro futuro es brillante, bla, bla, bla, puedes ser lo que quieras, bla, bla,
bla.
Bla.
Uno de los últimos rezagados que quedaba se abrió camino a través
de la fila de unos pocos frente a la mía. Nicolas se movía un poco
torpemente, como si algo no funcionaba del todo bien, o algo así como
que su mano se había pegado a su polla. Ni siquiera traté de evitar la risa
que se liberó.
Algunas cabezas se volvieron, incluida la suya, pero tan pronto como
vio que era yo, su cabeza se apartó bruscamente como si acabara de
golpearlo justo en la mandíbula. Había besado a esa porquería.
. Eso fue suficiente para hacer que una chica
renuncie a los hombres para siempre. Sobre todo una chica a punto de
dirigirse a la universidad donde había oído que los chicos que habían sido
unos cretinos en la escuela secundaria se convertían en pendejos de
calidad, y los pocos buenos ya estaban ocupados para cuando llegaba el
otoño. Las perspectivas en el departamento hombre eran desoladoras, por
lo que sólo fingía que no había departamento con ese título. Mejor sola y
marginalmente feliz que en pareja y positivamente miserable.
El Director apareció desde detrás de las cortinas de color
borgoña y se dirigió al podio. Esto iba a ser doloroso. De hecho, me sentí
mal por mis padres, ambos se hallaban en la asistencia, sonriendo y
saludándome cada vez que miraba en su área general.
—Estudiantes, padres, profesores —comenzó, pasando por toda la
cosa ominosa que no funcionaba para él—, este es realmente un
momento para celebrar el pasado, el presente y el futuro.
¿Qué pasaba con estos discursos de graduación? ¿Hay alguna ley
de que todo tenía que ser la misma cosa, vieja, cansada?
—Me gustaría aprovechar esta ocasión para… —El director
se congeló en su lugar, con la boca y ojos muy abiertos. Abriéndose
camino hacia el escenario, Gaston corrió por él, tendiéndole la mano .
Agarró el micrófono más fuerte, sacudiendo la cabeza, por lo que
Gaston se lo arrebató justo fuera del apretón de muerte. No
había visto a Gaston desde el domingo por la mañana, y todo en él era
diferente. Tenía el aspecto de un hombre en paz. Un hombre que había
descubierto todos los misterios de la vida. Un hombre que todavía, a pesar
de todas las revelaciones y las palabras, hacía que mi corazón palpite.
—Todo el mundo, disculpen tan sólo un minuto —dijo Gaston,
rodeando el podio. Las cabezas giraban, mirando a sus vecinos para ver si
lucían igual de confundidos—. No es una sorpresa que no estoy hoy aquí
hablando como un valedictorian 35 , pero creo que todos están
sorprendidos de que me estoy graduando del todo, así que estoy
interrumpiendo este pequeño festival de aburrimiento. Desde que
comenzamos el año conmigo arrancándole el micrófono de las manos al
director, también podríamos terminarlo de la misma manera. —
Una ronda silenciosa de risas recorrió los graduados—. Y en realidad tengo
algo importante que decir, al contrario que el resto de estos genios
bastardos aquí abajo, en la primera fila.
Todo el mundo susurraba a su vecino, o trataba de retirar su boca
del suelo, o miraba al escenario como que esto era inexcusable. Sin
embargo, Rochi Igarzabal sonreía. Viendo a Gaston allí arriba en su toga y
birrete, a punto de graduarse, continuando con algún futuro que
involucraba al fútbol, justifica una sonrisa. Me sentía feliz por su éxito.
—Este año no fue como cualquier otro anterior —empezó a decir,
mirando hacia la multitud—. Aprendí más sobre mí mismo y la vida e
incluso el amor que lo tuve antes de mis diecisiete años.
Una docena de cabezas se dieron vuelta y me miraron cuando Gaston
dijo la palabra con "A". Me revolví en mi asiento. No tenía idea a dónde iba
Gaston con este discurso de graduación de desnudar el alma, pero sabía
que iba a significar vergüenza, en el mejor de los casos, para mí.
—Aprendí que no soy la mierda que a todos les gusta creer que soy.
El pedazo de mierda que yo creía que era —dijo mientras el director
pasaba una mano por el brillo de sudor formándose en su frente—
. Alguien me dijo eso una y otra y otra vez, y me tomó la mayor parte del
año, pero creo que finalmente le creo. —Sus ojos se posaron en mi
dirección por el segundo más corto—. Porque no necesito creer que
donde he estado es donde me dirijo. Y no necesito creer que una tragedia
puede dar forma al futuro. —Hizo una pausa, aclarándose la garganta—.
Sólo yo puedo hacer eso. Ahora lo veo.
Otra pausa, y ahora en la habitación no volaba ni una mosca.
—También sé que en el proceso de mí, aprendiendo esto, la persona
que me lo enseñó perdió su fe en mí, y tal vez incluso en sí misma, y en
todo el maldito mundo. —Sus dedos se apretaron alrededor del micrófono,
ya no mirando alrededor de la multitud, me miraba directamente a mí—.
Yo podría ir a la cárcel un millón de veces y nada sería peor que lo que le
hice a ella. Me enseñó a amar, incluso me dio oportunidad tras
oportunidad para demostrarle que yo era capaz de hacerlo. Y le fallé
cada vez. —Su rostro se arrugó en una mueca de dolor parcial, pero no
apartó la mirada de mí—. Te amo, Rochi Igarzabal. Y siento que tuve que
arruinar todo lo que teníamos para reconocer eso. Y entiendo por qué te
perdí y nunca voy a tenerte de vuelta.
Mis ojos se cerraron, era demasiado. La confesión, la emoción detrás
de las palabras, todos en el auditorio mirándome, todo lo que sentía.
—Tú me salvaste, Rochi, y no te devolví el favor. Y lo siento —dijo, su
voz baja—. Sólo quería que lo supieras.
Al abrir los ojos, me obligué a mirarlo mientras se alejaba del
escenario, dándole el micrófono de regreso al director con la
cara roja. Me sonreía, el Gaston que estaba reservado para ocasiones
especiales, y devolví esa sonrisa.
En medio de todo estando muy mal, algo bien fue abriéndose paso
a través. Algo se levantaba de las cenizas.
Levantando la mano, saludó antes de volverse y caminar fuera del
escenario, dejando a su pasado atrás y yendo en pos de ese brillante

futuro.

2 comentarios: