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los dos últimos días previos a la graduación estuvieron repletos
de desayunos para los del último curso, distribución de togas y
birretes, cruceros por el lago, y firmas de anuario. Había
decidido no participar en nada de eso. A pesar de papá y mi charla
"motivadora" en el cementerio, yo parecía no poder
aceptar sus palabras
como ciertas. Los padres se hallaban destinados a fomentar y creer
que
sus hijas eran criaturas infalibles. Sabía que papá creía en lo
que me había
dicho, pero fue porque, como padre, era incapaz de mirarme con una
luz
imparcial.
Era su niña. Su Rochi en el cielo. Eso era todo lo que veía cuando
me
miraba, no podía ver en lo que me había convertido. Pero tenía
razón en
una cosa—yo no podía salvar al mundo. No cambiaría lo que había
sucedido y no traería John de vuelta. Sin embargo, habiendo
aceptado
eso, ya no sabía qué hacer conmigo misma. Mi vida se sentía un
poco
vacía y patas arriba, y eso no era una receta para celebrar con un
montón
de gente que había conocido hacía menos de un año y con los que no
estaría en contacto en una semana.
Yo había estado en silencio en mi silla plegable de metal
asignada,
esperando que esta cosa acabe así podría poner este año de mi vida
en
una estantería y olvidarlo. El resto de los 300 más graduados
llegaban, todo
el mundo abrazándose y sonriendo y hablando efusivamente acerca de
cómo permanecerían amigos para siempre y nunca, jamás perderían el
contacto.
Todo era demasiado ruido de fondo y chorradas para mí.
Unos minutos más pasaron, y la mayoría de los asientos se
llenaron.
Mordí mi borla. Quince minutos más, dos horas para pasar de bla,
bla, bla,
nuestro futuro es brillante, bla, bla, bla, puedes ser lo que quieras,
bla, bla,
bla.
Bla.
Uno de los últimos rezagados que quedaba se abrió camino a través
de la fila de unos pocos frente a la mía. Nicolas se movía un poco
torpemente, como si algo no funcionaba del todo bien, o algo así
como
que su mano se había pegado a su polla. Ni siquiera traté de
evitar la risa
que se liberó.
Algunas cabezas se volvieron, incluida la suya, pero tan pronto
como
vio que era yo, su cabeza se apartó bruscamente como si acabara de
golpearlo justo en la mandíbula. Había besado a esa porquería.
. Eso fue suficiente para hacer que una chica
renuncie a los hombres para siempre. Sobre todo una chica a punto
de
dirigirse a la universidad donde había oído que los chicos que
habían sido
unos cretinos en la escuela secundaria se convertían en pendejos
de
calidad, y los pocos buenos ya estaban ocupados para cuando
llegaba el
otoño. Las perspectivas en el departamento hombre eran
desoladoras, por
lo que sólo fingía que no había departamento con ese título. Mejor
sola y
marginalmente feliz que en pareja y positivamente miserable.
El Director apareció desde detrás de las cortinas de color
borgoña y se dirigió al podio. Esto iba a ser doloroso. De hecho,
me sentí
mal por mis padres, ambos se hallaban en la asistencia, sonriendo
y
saludándome cada vez que miraba en su área general.
—Estudiantes, padres, profesores —comenzó, pasando por toda la
cosa ominosa que no funcionaba para él—, este es realmente un
momento para celebrar el pasado, el presente y el futuro.
¿Qué pasaba con estos discursos de graduación? ¿Hay alguna ley
de que todo tenía que ser la misma cosa, vieja, cansada?
—Me gustaría aprovechar esta ocasión para… —El director
se congeló en su lugar, con la boca y ojos muy abiertos.
Abriéndose
camino hacia el escenario, Gaston corrió por él, tendiéndole la
mano .
Agarró el micrófono más fuerte, sacudiendo la cabeza, por lo que
Gaston se lo arrebató justo fuera del apretón de muerte. No
había visto a Gaston desde el domingo por la mañana, y todo en él
era
diferente. Tenía el aspecto de un hombre en paz. Un hombre que
había
descubierto todos los misterios de la vida. Un hombre que todavía,
a pesar
de todas las revelaciones y las palabras, hacía que mi corazón
palpite.
—Todo el mundo, disculpen tan sólo un minuto —dijo Gaston,
rodeando el podio. Las cabezas giraban, mirando a sus vecinos para
ver si
lucían igual de confundidos—. No es una sorpresa que no estoy hoy
aquí
hablando como un valedictorian 35 , pero creo que todos están
sorprendidos de que me estoy graduando del todo, así que estoy
interrumpiendo este pequeño festival de aburrimiento. Desde que
comenzamos el año conmigo arrancándole el micrófono de las manos
al
director, también podríamos terminarlo de la misma manera. —
Una ronda silenciosa de risas recorrió los graduados—. Y en
realidad tengo
algo importante que decir, al contrario que el resto de estos
genios
bastardos aquí abajo, en la primera fila.
Todo el mundo susurraba a su vecino, o trataba de retirar su boca
del suelo, o miraba al escenario como que esto era inexcusable.
Sin
embargo, Rochi Igarzabal sonreía. Viendo a Gaston allí arriba en
su toga y
birrete, a punto de graduarse, continuando con algún futuro que
involucraba al fútbol, justifica una sonrisa. Me sentía feliz por
su éxito.
—Este año no fue como cualquier otro anterior —empezó a decir,
mirando hacia la multitud—. Aprendí más sobre mí mismo y la vida e
incluso el amor que lo tuve antes de mis diecisiete años.
Una docena de cabezas se dieron vuelta y me miraron cuando Gaston
dijo la palabra con "A". Me revolví en mi asiento. No
tenía idea a dónde iba
Gaston con este discurso de graduación de desnudar el alma, pero
sabía
que iba a significar vergüenza, en el mejor de los casos, para mí.
—Aprendí que no soy la mierda que a todos les gusta creer que soy.
El pedazo de mierda que yo creía que era —dijo mientras el
director
pasaba una mano por el brillo de sudor formándose en su frente—
. Alguien me dijo eso una y otra y otra vez, y me tomó la mayor
parte del
año, pero creo que finalmente le creo. —Sus ojos se posaron en mi
dirección por el segundo más corto—. Porque no necesito creer que
donde he estado es donde me dirijo. Y no necesito creer que una
tragedia
puede dar forma al futuro. —Hizo una pausa, aclarándose la
garganta—.
Sólo yo puedo hacer eso. Ahora lo veo.
Otra pausa, y ahora en la habitación no volaba ni una mosca.
—También sé que en el proceso de mí, aprendiendo esto, la persona
que me lo enseñó perdió su fe en mí, y tal vez incluso en sí
misma, y en
todo el maldito mundo. —Sus dedos se apretaron alrededor del
micrófono,
ya no mirando alrededor de la multitud, me miraba directamente a
mí—.
Yo podría ir a la cárcel un millón de veces y nada sería peor que
lo que le
hice a ella. Me enseñó a amar, incluso me dio oportunidad tras
oportunidad para demostrarle que yo era capaz de hacerlo. Y le
fallé
cada vez. —Su rostro se arrugó en una mueca de dolor parcial, pero
no
apartó la mirada de mí—. Te amo, Rochi Igarzabal. Y siento que
tuve que
arruinar todo lo que teníamos para reconocer eso. Y entiendo por
qué te
perdí y nunca voy a tenerte de vuelta.
Mis ojos se cerraron, era demasiado. La confesión, la emoción
detrás
de las palabras, todos en el auditorio mirándome, todo lo que
sentía.
—Tú me salvaste, Rochi, y no te devolví el favor. Y lo siento
—dijo, su
voz baja—. Sólo quería que lo supieras.
Al abrir los ojos, me obligué a mirarlo mientras se alejaba del
escenario, dándole el micrófono de regreso al director con la
cara roja. Me sonreía, el Gaston que estaba reservado para
ocasiones
especiales, y devolví esa sonrisa.
En medio de todo estando muy mal, algo bien fue abriéndose paso
a través. Algo se levantaba de las cenizas.
Levantando la mano, saludó antes de volverse y caminar fuera del
escenario, dejando a su pasado atrás y yendo en pos de ese
brillante
futuro.

Awwww que es lindoooo *-*. Yo que Rochi me paro y voy por él
ResponderEliminarahiiii nooo loo ameee lo ame loo ameee!!
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