Gaston
de acuerdo, es posible que me esté volviendo loco. Es decir, me
acosté pensando en una cosa. Y no en drogarme,
emborracharme, ni siquiera en tener sexo, aunque eso hubiera
sido bueno, si sabes a lo que me refiero.
No. Pensaba en una chica que se las había arreglado para estar tan
plenamente en mi conciencia que observé el techo como por tres
horas sonriendo como un idiota y tocando la guitarra.
Sí, estaba volviéndome loco.
Es decir, ¿qué clase de tipo se sienta y mira el techo por cuatro
horas? De acuerdo, déjenme aclararlo: ¿Qué clase de tipo sobrio
hace eso? Escribí tres canciones. Todas eran sobre ella, y no mentiré.
Probablemente son las mejores cosas que escribí en años.
Nicolas enloqueció y llamó inmediatamente, diciendo que él y Eugenia
harían un viaje improvisado para asegurarse de que no
seguía con las drogas.
¿En serio? Como si no pudieran confiar en mí. Es decir, no la jodí
tanto, ¿o sí? Bueno, está bien. Casi morí, pero aun así.
Un poco de confianza no mataba a nadie.
Pasaron el día conmigo, y finalmente cedí. Tuve que decirles sobre
Rochi. Es decir, algo de acción tenía que pasar si un chico de
dieciocho años perfectamente saludable estaba sonriendo como
loco por horas sin parar.
Inmediatamente quisieron conocerla. Mierda, también quería que la
conocieran. Ella estaba cambiando mi mundo lentamente.
A su alrededor no sentía que tenía que ser alguien más, y odiaba
admitirlo, como que se sentía que me necesitaba tanto como yo a
ella.
Con Eugenia, las cosas siempre parecieron fuera de balance. Era como si
sacara todas sus energías, todo su afecto, todo lo que la hacía ser
Eugenia, y tratara de absorberla hacia mi agujero negro de depresión.
Ella me lo daba voluntariamente, pero yo no le ofrecía nada a
cambio. Con Rochi, bueno, se sentía balanceado.
Finalmente me sentía en equilibrio sin las drogas o alguna clase de
químico, y era lo mejor que había experimentado en mi vida.
Al principio, Rochi pareció molesta de que Nicolas respirara el mismo
aire que ella, lo que estaba totalmente bien para mí. Odiaba
competir con mi hermano, y yo… es decir, sabía que amaba a Eugenia,
pero me mataría si a Rochi también le gustaba él.
Probablemente me metería en otro accidente automovilístico. En
serio. Un tipo solo puede soportar tanto rechazo, ¿cierto?
Pero ella era jodidamente asombrosa. Hombre, hasta maldecía. Me
reí en voz alta, luego me di cuenta de que no era el momento de
soñar despierto cuando Rochi me dio un codazo y levantó sus cejas
totalmente lindas.
—Lo siento. —Aclaré mi garganta—. Entonces, ¿tienen hambre? —
Vaya, buen cambio de tema. Casi me lastimo con esa.
—Me muero de hambre. —Rochi se acercó más a mí. Dios, quería
besarla de nuevo. Y, ¿el hecho de que hiciera mi propio caramelo?
Vamos. Un año atrás me hubiera reído en su cara.
Hoy quería llorar. Estúpidas emociones sobrias asomando sus horribles
cabezas de nuevo.
—Bien. —La acerqué más. Al diablo. La besaría.
La vida es muy corta. Me acerqué y besé su mejilla. Pero fue tan
suave, y cuando mis labios tocaron su piel quise más. Incliné su
cabeza hacia la mía y bebí la suavidad de su boca.
—Te dije que él quería besarla —dijo Eugenia desde el asiento delantero.
Los ignoré mientras seguía besando a Rochi.
Maduro, lo sé.
Ella rio y se alejó, con un rubor ligero en sus mejillas. Suspiré feliz y
tomé su mano. Ella la apretó.
Nicolas condujo por la ciudad hasta que llegamos a la autopista 101.
La mano de Rochi se tensó alrededor de la mía.
Acaricié su piel con mi pulgar.
Sus manos empezaron a sudar. Me giré para mirarla. Sus ojos estaban
cerrados y estaba temblando.
susurré en su oído—. ¿Qué sucede?
—Este… —Su labio inferior tembló de nuevo—. Solo… —Su respiración
se profundizo.
Palmeé el hombre de Nicolas.
—Détente, viejo.
—Acabamos de entrar a la autopista, y…
—Détente antes de que golpee mi puño contra tu cabeza.
—Deteniéndome… —Nicolas silbó y estacionó el auto. Desabroché el
cinturón de seguridad de Rochi. Era como si estuviera congelada,
como si no pudiera moverse. ¿La gente podía entrar en shock así? La
levanté con mis brazos, parándola justo afuera de la camioneta.
—háblame.
Temblando, me abrazó tan fuerte que casi me ahogó.
—El… el accidente. No he conducido tan lejos de la ciudad desde el
accidente.
Demonios.
—¿Ataque de pánico? —Ella asintió contra mi pecho—. Mierda,¡no tenía idea! Puedo ser tan idiota, ni siquiera pregunté.
Ella sollozó contra mi pecho.
—Para ser justos, no es una reacción normal, así que no podrías
saberlo.
—Eh. —La alejé de mi cuerpo amablemente y levanté su barbilla con
mi dedo—. ¿Quién soy yo para decir que es normal y que no? Como
caramelos para frenar mis ansias de drogas. ¿Crees que eso es
normal?
Una débil sonrisa se asomó en su rostro.
—Rochi, mírame. —Lo hizo—. Me aterran los pájaros. No solo de
llamar su atención, si uno aterriza junto a nosotros, te dejaré. En serio.
Me metería en el auto, y es posible que oigas algunos ruidos
afeminados salir de mi boca.
Ella rio y limpió las lágrimas de sus ojos.
—¿Todos los pájaros o solo las gaviotas?
—Todos los pájaros. Es decir, vamos. ¿Has visto uno antes? Hay algo
realmente mal en un pájaro que no puede mirarte directamente a
los ojos. ¿Sabes a lo que me refiero?
Ella rio de nuevo y asintió.
—Gracias.
—¿Por qué? —Tomé su mano de nuevo. Era tan pequeña
comparada conmigo. Me gustaba protegerla, estar junto a ella.
—Por hacerme reír mientras enloquecía. Te prometo que puedo
hacer esto. ¿Qué tan lejos vamos?
—Máximo quince kilómetros más. Lo prometo.
Ella asintió.
—De acuerdo, puedo hacerlo. Solo… no puedo ir más lejos.
Mordí mi labio.
—Uno de estos días podrás, confía en mí. Y cuando estés listas
para enloquecer y conducir dieciséis kilómetros o, Dios lo prohíba,
incluso veinte, estaré allí.
Sus ojos se agrandaron y por un minuto creí que enloquecería de
nuevo. En su lugar, se lanzó a mis brazos y presionó sus labios contra
los míos.
—Realmente me gustas, Gaston Dalmau.
Suspiré contra su caliente boca.
—También me gustas, Rochi… —Demonios. No tenía idea cuál era su
apellido. La dejé sobre sus pies—. ¿Cuál es tu apellido?
—Me heriste, ¿ni siquiera lo sabes? —Me dio un manotazo mientras la
guiaba de regreso a la camioneta.
—Bueno, uno de nosotros es famoso, así que no es mi culpa que tú ya
supieras el mío. —Abrí la puerta para ella y le hice señas para que
entrara. Se cruzó de brazos y negó con la cabeza.
—Supongo que tendrás que investigar, ¿eh?
Sonreí como un tonto y asentí con la cabeza.
—Será mejor.
Entramos al auto donde Nicolas y Eugenia estaban peleando. Por supuesto.
—De acuerdo, chicos, podemos irnos.
—No, no podemos. —Eugenia cruzó sus brazos sobre su pecho.
—¿Por qué? —Si la expresión asesina en el rostro de Nicolas era un
indicador, Eugenia estaba a unos segundos de morir.
Eugenia se giró y se concentró en Rochi.
—¿Eres fan de One Direction?
La expresión de venado a punto de ser atropellado de Rochi no
ayudó.
Miró a Eugenia y luego a mí, luego exhaló.
—De acuerdo, momento de honestidad, y si alguna vez se lo dicen a
alguien juro que nunca lo diré. Pero solía estar obsesionada con
Justin Bieber al punto de acechar su cuenta de Twitter diariamente, y
aunque no he oído música en un tiempo… si One Direction es esa
nueva banda británica que oigo nombrar, entonces sí. Estoy segura
de que los amaré.
Eugenia sonrió y chocó los cinco con Rochi.
—Seremos amigas por siempre. —Se giró hacia adelante y codeó a
Nicolas.
—Las señoritas han hablado. ¡Danos nuestra banda de chicos!
Nicolas maldijo y subió el volumen donde One Direction estaba
tocando su último éxito.
Quería golpear el asiento frente a mí. Compartía totalmente el
sentimiento de Nicolas. Es decir, esos chicos eran competencia.
Finalmente, después de que Eugenia cantara el coro y Rochi comenzara
a moverse en el asiento junto a mí, grité:
—¡Vendidas! ¡Ambas!
—¿Qué? —gritaron al unísono.
—¡Competencia! —Señalé la radio—. Eso es infidelidad descarada.
De ahora en adelante, digo que no pueden oír música de chicos, a
menos que seamos nosotros.
—Estoy de acuerdo —dijo Nicolas, otra maldición en la dirección de
Eugenia.
Su respuesta fue sacarle la lengua. Claramente, la fase de luna de
miel había acabado.
—Me niego —dijo Rochi junto a mí y chocó los cinco con Eugenia,
empujándome de su camino. Sentí que mis fosas nasales se
dilataban mientras repetía la maldición de Nicolas y observaba a las
traidoras.
Iban a ser unos largos quince kilómetros.
***
Nicolas estacionó afuera del restaurante y apagó el auto.
La primera vez que llegamos en otoño, las cosas se
volvieron tan locas que el único lugar al que podíamos venir a comer
era a este Bed and Breakfast antiguo y destrozado en la playa. Los
dueños eran una antigua pareja que, juro, habían nacido antes de
que se inventara la electricidad.
Sus bisnietos también eran grandes fanáticos, lo que significaba que
no pensaban dos veces cerrar el lugar para nosotros si lo
necesitábamos. Pero considerando que era un Bed and Breakfast, no
había mucha gente a la hora de la cena.
Tomé la mano de Rochi. Era cálida y cabía perfectamente en la
mía. Suspiré con emoción. Todo sobre ella se sentía bien. Ella me
sonrió, y mi corazón se detuvo en mi pecho. No sabía lo que me
provocaba. Era tan hermosa, como mi propia luz personal. No pude
evitar devolverle la sonrisa. Sentí mis mejillas calentarse.
¿Cómo una chica hacia que me ruborizara?
—¡Chicos! —La vieja Sra. Miller nos dio la bienvenida y le pegó a Nicolas
con una toalla mientras entrabamos—. ¡Hace unos días los vi en la
televisión! ¿Volvieron para siempre?
Nicolas sonrió y le dio un abrazo a la Sra. Miller.
—No, solo estamos aquí por hoy, pero Gaston se quedara un tiempo.
¿Sabía que trabaja en Seaside Taffy? Muéstrale la canción, hermano.
Jodido hermano y su inhabilidad de mantener su boca cerrada. La
Sra. Miller miró expectante en mi dirección. Me las arreglé para
cantar la canción en tiempo record. Rochi y Eugenia aplaudieron. Nicolas
frunció sus labios y alejó la mirada. La venganza es una perra, e iba a
vengarme de él de una u otra manera.
La Sra. Miller, que Dios la bendiga, solo suspiró y palmeó mi mano.
—Eso es tan lindo, Gaston. ¡Bien por ti! Es bueno para un chico
trabajar.
¿Por qué todos creían que no trabajaba?
Asentí y le di un abrazo cuando Nicolas la soltó.
—¿Dónde está el Sr. Miller?
—Oh, vio su auto y supo que querrían la cena, así que está
encendiendo la parrilla.
Excelente. Y por eso los amaba.
—Entren. Siéntense, siéntense. —Era una noche cálida, aunque la
brisa de la playa era un poco fría.
Ella nos guio hacia el porche, para que pudiéramos observar las olas,
y les dio mantas a las chicas. Nuestras sillas rodearon la pequeña
chimenea de exteriores.
—¿Qué puedo traerles de tomar? —La Sra. Miller sacó su pequeño
anotador y empezó una nueva hoja, su lápiz esperando sobre el
papel.
—Café para mí. —Mire a Rochi. Ella inclinó su cabeza por un minuto.
—¿Chocolate caliente?
—Oh, yo también —dijo Eugenia.
Nicolas pidió café. Café negro normal sin azúcar, sin crema. Aburrido y
bruto, pero Nicolas ordenaba la comida de acuerdo a su personalidad
a veces. Yo siempre quise agregarle sabor a las cosas. Él era
perfectamente feliz con el orden natural de todo.
Y a esto me refería con volverme loco. ¿Cómo fui del café a nuestras
diferencias de personalidad? ¿Por qué tenía que ser adicto a las
drogas? Claramente necesitaba que algo me sacara de mi estado
de estrógeno. Me estremecí y casi gruñí o algo para recordarme que
era un chico.
—Entonces, ¿cómo va todo? Es decir, ¿realmente cómo
va? Las cosas son… ¿difíciles? —Podía ver que Nicolas estaba tratando
de preguntarme sobre las drogas y mi depresión de una manera
encubierta, pero no tenía secretos con Rochi. Se movió en su asiento
y suspiro.
—No ha sido fácil. De hecho, ha sido un infierno, pero estoy llegando.
Me siento mejor que nunca y ella… —Codeé a Rochi—. Tiene
poderes mágicos con los caramelos. Me da lo que necesito.
Ella se ruborizó profundamente, y luego me di cuenta lo que
acababa de aludir. Rápidamente me retracté.
—Es decir, cuando se trata de comida, no cosas físicas como…
mierda.
Los hombros de Nicolas se sacudían por la risa.
—Está bien, sé a lo que te refieres.
Eugenia miró a Rochi y sonrió.
—Entonces, ¿poderes mágicos con los caramelos? —Nicolas le guiñó un
ojo a Rochi y se recostó en su silla, con sus brazos cruzados sobre su
cabeza, hacienda que su camiseta se levantara ligeramente. El tipo
le daría un ataque cardiaco a la Sra. Miller si no lo mantenía en sus
pantalones.
Ella se ruborizó.
—No dejes que te engañe. No es ni de cerca tan genial como suena.
—Rochi no pareció ni un poco afectada por los abdominales de
Nicolas, o el hecho de que él le estuviera mostrando una sonrisa de
enorme idiota. Puso su cabeza en mi hombro. La besé en el cabello y
sonreí.
—Sí. En realidad sí —le confirmé a Nicolas, luchando con la urgencia de
decirle que la mía era realmente más grande que la suya. Sabía que
no lo estaba haciendo a propósito, pero a veces odiaba cuantas
chicas iban con él.
¿No podía ser normal por un día, para que la chica me siguiera a mí?
¿Necesitaba sacarme la camiseta? ¿Cantar una canción?
¿Ponerme de rodillas? Oh mierda, acabo de decir rodilla, lo que
significaba compromiso, lo que significaba casamiento. ¿Por qué mis
manos están sudando? Miré a Rochi. De acuerdo, fue más que una
mirada, una mirada acosadora que me tuvo observando cada
respiración que salían de sus perfectos labios con forma de arcos.
Dios, quería saborearla de nuevo. ¿Alguna vez tendría lo suficiente?
Me acomodé en mi asiento y maldije el hecho que fuera un chico.
La Sra. Miller vino con nuestras bebidas. Rochi cerró los ojos y tomó
un sorbo. Demonios, lo que haría para ser ese chocolate caliente. Un
poco de chocolate se escurrió por la taza. Su lengua rosa salió y
lamió el líquido mientras gemía para ella misma. Retiré todo lo que
dije. Solo quería ser una taza barata. Eso quería ser.
—Puedo decir los sabores de los caramelos al oler sus envoltorios —
dijo Rochi, interrumpiendo mis sueños despierto de cerámica.
—¡No me digas! —Eugenia palmeó su propia pierna—. Apuesto que eso
es útil.
Rochi puso los ojos en blanco y tomó otro sorbo de su chocolate.
Necesitaba terminar con su bebida antes de que yo tire la
precaución al viento y la destroce.
—No realmente. Es decir, pude saber qué clase de caramelo estaba
comiendo Gaston, pero eso fue todo.
—Déjame adivinar. —Nicolas se inclinó hacia adelante—. ¿Él te hace
oler todas las envolturas después de comerlas para ver si tienes
razón?
—Siempre. —Rochi guiñó en mi dirección. Mi excitación saltó a toda
marcha. La miré haciendo bromas con Eugenia y Nicolas, las dos personas
más importantes en mi vida y hacerlo con tanta naturalidad. La
deseaba demasiado. Quería tirar el chocolate caliente al piso, saltar
a su regazo y besarla.
Ella suspiró y puso detrás de su oreja unos cabellos fuera de lugar,
dándome una gran vista de sus labios y una pequeña gota de
chocolate que había en la esquina de su boca.
Necesitaba una ducha fría. Desesperado, miré alrededor buscando
algo para distraerme. Cualquier cosa. Mis ojos cayeron en la Sra.
Miller besando a su esposo. Él golpeó su trasero. Ella rio entre sus
brazos y luego hizo un baile que solo puede ser descripto como ilegal
en todos los estados. Y mi excitación desapareció. Bien. Eso fue fácil.
Aclaré mi garganta y traté de relajarme. Esto debería ser divertido. Se
suponía que estaría hacienda lazos; en su lugar, había recurrido a ver
a gente anciana para seguir con mis pantalones.
—Entonces, ¿qué más? ¿Mi mama dice que estas liderando un grupo
terapéutico? —preguntó Eugenia, cambiando de tema, lo que agradecí,
considerando que acababa de pensar en por lo menos siete
maneras diferentes de besar el cuello de Rochi. Aparentemente,
observar a ancianos no era tan buena distracción como pensé.
—Sí. —Me recosté en la silla. El olor a filete llenaba el aire salado—.
Solo lo hice una vez. De hecho, nuestra próxima reunión es en unos
días. Es decir, al principio decía que no. Odio admitir, que finalmente
dije que si porque quería ver a Rochi de nuevo, pero entonces… no
lo sé. Me siento como una chica por decir esto, pero me gustó. Es
decir, me gustaba sentir que estaba ayudando a alguien.
Eugenia se encogió de hombros.
—Gaston, siempre has sido así, solo que nunca te viste así.
—Probablemente, porque la mayoría del tiempo estabas drogado —
intervino Nicolas.
—Gracias, hombre. —Siempre era bueno saber que tenía su apoyo.
Él me sonrió mientras le mostraba el dedo del medio. Volví a mirar a
Eugenia y bebí otro sorbo de café—. De todas formas, ha sido muy
bueno.
Rochi estaba en silencio junto a mí. Mierda, la había marginado
completamente frente a Eugenia y Nicolas. Tomé su mano. Ella la apretó y
luego me guiñó un ojo. No me había dado cuenta que había
aguantado la respiración hasta que hizo eso. Relajándome, me volví
a recostar y oí las olas.
—Me gusta este lugar. —Rochi suspiró—. Es tranquilo.
—Sin autógrafos —dijo Nicolas.
Eugenia rio.
—O bragas volando.
—O canciones de caramelos. —Levanté mi taza en el aire—.
Brindemos.
Todos reímos y chocamos nuestras tazas. Después de unos minutos
de silencio, donde estoy feliz de anunciar que Justin Bieber y One
Direction no dieron un espectáculo musical, el Sr. Miller vino con un
gran plato de comida.
Mi estómago gruñó.
—De acuerdo, chicos, tengo unos filetes para ustedes. Jugosos, justo
como les gustan. La señora cocinó algunas papas, zanahorias, y por
supuesto, pollo, solo en caso de que las chicas no coman carne roja.
Él dejó el plato mientras la Sra. Miller vino y puso platos en la mesa
junto a cada uno de nuestro asiento.
—Oh. —El Sr. Miller levantó un dedo—. Casi olvido el puré de
manzana, ya regreso.
—¿Puré de manzana? —preguntó Rochi.
—Sí, para el filete y las papas. —Duh, ¡era un elemento básico! Como
el kétchup o la mostaza.
—No lo entiendo. —Rochi rio y miró a Eugenia—. ¿Está hablando en
serio?
Eugenia sacudió su cabeza.
—No lo juzgues antes de probarlo. Recuerdo la primera vez que Nicolas
me presento el puré de manzana durante la cena. Pensé que estaba
loco, pero es muy bueno.
El Sr. Miller regresó con un gran tazón de puré de manzana. Lo tiré en
mi plato y le guiñé un ojo a Rochi.
Ella arrugó su nariz.
—¿Realmente comerás eso con el filete y las papas?
—Es una tradición. —Actué ofendido, pero sabía que no era tan
normal para la gente usar puré de manzana en la cena—. De hecho,
culpo a nuestros amigos holandeses de Canadá. Siempre solían
comer así cuando éramos niños, y se nos pegó.
—Hmm. —Rochi tomo una cucharada del puré de manzanas y lo
dejo en su plato—. Si lo odio, los culparé a ustedes.
—Bien. —Reí y corté mi carne.
—¡De ninguna manera! —gritó Rochi. Dejé caer mi tenedor.
—¿Qué? ¿Qué sucede?
Sus ojos se encendieron con asombro.
—¡Es asombroso!
Tomé un gran bocado y me encogí de hombros.
—Así que de ahora en más debes creerme. Gaston siempre tiene la
razón.
—Y Gaston no debería referirse a sí mismo en tercera persona. Es raro
—intervino Nicolas.
—También es verdad. —Lancé mi tenedor al aire—. Entonces, ¿qué
película veremos?
—Romántica —respondió Eugenia—. Y antes de que alguno de ustedes
discuta conmigo, sepan que no tuve que ir no a uno, ni dos, sino a
tres estrenos de películas cuando estaba con Nicolas, y eran todas
películas de acción sangrientas que hicieron que quisiera golpear mi
cabeza con mi propia mano.
—Fueron bastante rudas —acordó Nicolas—. Pero él es un tipo genial,
así que quise apoyarlo.
—¿Él? —pregunto Rochi tentativamente.
Nicolas sonrió.
—Jamie Jaymeson. Es de Inglaterra. Las chicas lo aman, pero tiene
acento estadounidense en todas las películas de acción. De todas
formas, es alguien bueno.
Rochi asintió. Esta era la parte que me ponía nervioso.
Todos sabían quién era Jaymeson. Es decir, junto a Robert Pattison
era la cosa más grande que cruzó el atlántico desde Crepúsculo. ¿Le
asustaba saber que éramos todos amigos? ¿Que era parte de
nuestro mundo y que pronto seria parte del de ella? Me asustó
terriblemente cuando pensé en fusionar mi vida.
No encajaba. Quería que fuera así, pero era como unir dos piezas de
un rompecabezas que no iban juntas, y no sabía cómo arreglarlo.
Miré mi comida y suspiré.
Comimos el resto de nuestra comida en silencio. Estaba demasiado
hambriento como para hablar, y cuando terminé no pude evitar
mirar a Rochi. Todo en ella era sensual. La forma en la que comía
pan era jodidamente sensual. Realmente necesitaba controlarme si
iba a estar en la misma habitación que ella sin morir.
Estoy bastante seguro que en algún lugar leí que eso podía sucederle
a un hombre.
En serio se sentía así. Aclaré mi garganta y alejé la mirada, incluso
aunque todo lo que quería hacer era ser el tipo raro que la
observaba cortar la carne.
Sí. Quería observarla cortar su carne. Así de bajo había caído. Saqué
un pedazo de caramelo de mi bolsillo y lo metí en mi boca.
El caramelo de Dalmau seguro quitó el borde. Lo que no haría
por un porro.
—¿Película? —preguntó Rochi cuando los platos estuvieron limpios.
—Hagámoslo —dije, esta vez observándola mientras se levantaba y
estiraba sus pequeños brazos sobre su cabeza, dándome una
asombrosa vista de su pequeño estómago. Dios, iba a morir así.

seguilaaa que se pongan de novioss!!
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