lunes, 10 de marzo de 2014

Corazones latiendo, capitulo once

11
Rochi
llamé a la puerta y me maldije por estar tan nerviosa. Era Gaston.
Molesto, irritante, magnífico Gaston. Quería que me besara, pero
después del beso me sentí desnuda. Como si hubiera derribado
las paredes que había trabajado tan duro en construir. La parte que
me asustaba más era que por un momento me olvidé de Pablo, todo
acerca de todo.
Perdí mi dolor, y me asusté más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Quería mantener viva la memoria de Pablo. Era mi trabajo, después
de todo. No era capaz de hacerlo en el sentido físico, por lo que el
sentido emocional era todo lo que tenía.
Y luego Gaston dijo algo acerca de la muerte y me asusté. Estaba
totalmente en pánico. Una visión pasó por mi mente de Gaston y yo
conduciendo y él muriendo. Sabía que era imprudente, sabía que
solía ser adicto a las drogas. Las probabilidades eran mayores con
Gaston que con cualquier otro chico que fuera a romper mi corazón
o morir por causa de una estúpida elección. Sin embargo, no me
atrevía a permanecer lejos de él.
Incluso saqué algunas de mis ropas más bonitas. Realmente no había
puesto un esfuerzo en vestirme desde que Pablo se fue, sobre todo
porque la mayoría de mi ropa tenía recuerdos de él. Se sentía como
si estuviera engañándolo cuando las llevaba sin él allí. Bueno,
excepto la sudadera.
Mi madre finalmente me hizo lavarla después de seis meses.
Suspiré y bajé la mirada. Llevaba jeans rasgados, una gran blusa
negra de una banda y sandalias. Sabía que me veía al menos más a
la moda en comparación con el suéter extra grande y las botas que
había estado usando.
Levanté la mano para llamar, cuando la puerta se abrió.
—Justo a tiempo. —Gaston abrió la mosquitera y me dio un cálido
abrazo. Olía como a espaguetis. Me sonrió, incapaz de evitar la
forma en la que era capaz de desarmarme totalmente.
—Puntualidad. Es lo mío. —Tragué saliva y me dirigí a la casa. Sus
manos se posaron sobre mis hombros.
—¿Quieres saber cuál es mi cosa?
Tragué saliva.
—¿Cocinar? ¿Drogas? ¿Música? ¿Peces?
Sus manos se deslizaron por mis brazos, enviando escalofríos por todo
el camino hasta mis pies.
—Guau. Soné muy defectuoso. ¿Es eso todo a lo que puedo llegar?
—Se rio entre dientes.
¿Por qué no había movido las manos? ¿Por qué iba a dejar que él
me tire hacia atrás contra su firme pecho?
—Las chicas con el cabello rubio —murmuró en mi cabello—.
No supe que contestar.
—De todos modos. —Me soltó y dio la vuelta y me llevó por el
pasillo—. Aquí está la cocina. La cena está casi lista. Se habría hecho
antes, pero alguien quemó los fideos.
—Se te quemaron los fideos, ¿puedo? —Agarré un taburete y me
senté.
—No el Señor Concentración, por ahí. —Asintió hacia el sofá donde
un hombre grande estaba sentado con una mueca en su rostro.
Mierda. Solo había visto al tipo desde muy lejos. De cerca parecía un
asesino a sueldo, al igual que el tipo de persona que se le paga para
alejar a los distribuidores de drogas.
Espera, ¿tal vez era un traficante de drogas?
Empujé mi cabello detrás de mí oreja y tragué saliva con nerviosismo.
—Camilo —gritó Gaston su nombre como una maldición—. No creíste
que sería importante que me dijeras que nunca habías cocinado
tallarines antes.
—¿Cómo se pueden quemar los fideos? —Dirigí mi atención a Camilo,
quien se puso de pie y se dirigió a la cocina. Su rostro delataba su
falta de diversión mientras sus cejas se juntaron.
—Mmm. —Tomó un refresco de la nevera y le dio a Gaston otra
mirada antes de detenerse frente a mí—. Soy Camilo, guardia de
seguridad del Sr. Dalmau.
—Oh. —Me reí—. Pensé que era un traficante de drogas o algún tipo
de loco agente de libertad condicional.
Su boca se quebró en una pequeña sonrisa antes de que se diera la
vuelta e hiciera una especie de sonido de animal mientras se
acomodaba en el sofá.
—Tendrás que disculpar a Camilo —dijo Gaston, dándome la espalda
mientras cocinaba un poco de salsa en la estufa—. Desde que estoy
limpio, lo he estado volviendo loco. Tiene que ir a la tienda de
caramelos conmigo todos los días. Creo que ha ganado unos cinco
kilos.
—Lo que nos lleva a la pregunta. —Me volví hacia Camilo y sonreí—.
¿Cuántos caramelos hay que comer para ganar cinco kilos?
—Ooo, un problema con historia. —Gaston eleva la mano libre en el
aire—. ¡Me encantan esas! Aquí, vamos a averiguarlo. Camilo, ¿cuánto
pesas? —-Silencio—. Camilo, deja de ignorarme. —Silencio de nuevo—.
Camilo —gritó esta vez Gaston su nombre tan fuerte, que casi cubrí mis
oídos—. Dejaré que veas televisión solo esta noche.
—Sesenta —contestó rápidamente Camilo.
Gaston giró hacia mí y sacudió la cabeza.
—Es casi demasiado fácil, pobre hombre. —Se limpió las manos con
una toalla y se inclinó contra el mostrador, haciendo contacto visual
conmigo. Mi estómago hizo una voltereta.
—Sí, Camilo come cinco caramelos al día, y cada pedazo de caramelo
pesa aproximadamente dos gramos y... —Sus ojos eran vidriosos, y su
cabeza se movió, casi tocando mis labios—. ¿Estás usando
maquillaje?
—¿Yo? Uf. —Me escondí detrás de mis manos y me cubrí la cara.
—No, no, no. —Gaston corrió por el lado de la barra de desayuno y
me dio un abrazo. Todavía traté de cubrirme la cara—, déjame
verte.
Negué con la cabeza. ¿Por qué había tratado de quedar bien hoy?
Me sentí tan estúpida. ¿Estaba realmente maquillada y peinada para
él ahora?
—rochi. —Retumbó la voz de Gaston—. Aleja tus manos antes que te
bese en frente de Camilo y comience a quitarte la ropa.
Grité y alejé mis manos de mi cara. Se inclinó y me dio un beso de
todos modos.
—Lo siento, no podía evitarlo. —Él sonrió y pasó el pulgar por el lado
de mi mandíbula—. Dios, eres hermosa.
¿Qué puede decir una chica a eso?
Gaston parecía hipnotizado mientras inclinaba la cabeza y
examinaba mi cara, girando la barbilla de un lado a otro, y luego
pasó los dedos por mi cabello.
—¿Siempre se siente de esta manera?
—¿Cómo qué? —Estaba sin aliento.
—Seda —suspiró y se lo pasó entre los dedos antes de cerrar los ojos y
olerlo—. Creo que estás tratando de matarme.
—¿Por lavarme el cabello? —dije con voz ronca.
—Por ser demasiado jodidamente perfecta. —Con una maldición me
soltó, y una sonrisa feliz estaba plasmada cómodamente de nuevo
en su rostro. —Gaston agarró unos platos—. Es hora de comer.
Abrupto cambio de tema, pero estaba bien. Estaba incómoda con
la atención, de todos modos. Nadie me había llamado linda desde el
día que Pablo murió.
Se estaba haciendo más y más difícil recordar la manera en que se
veía su cara cuando él paró el camión y me besó con fuerza en la
boca.
—Tú eres perfecta, pequeña foca, tan perfecta. —Su lengua se
arrastró por mi cuello. Riendo, le aparté.
—¡Pablo! ¡Vamos a llegar tarde para el juego! Vamos, tenemos que
ir.
—Lo siento —sonrió sin pedir disculpas—. Bueno, está bien, no lo
siento, pero todo el mundo va a llegar tarde, chica. Mira este tiempo.
La lluvia caía como una cortina, lo que era típico.
Habíamos estado en camino para el partido de fútbol
americano del fin de semana, en el que, por supuesto, Pablo era el
quarterback.
Apreté su mano y suspiré. La vida era perfecta. Tenía el novio
perfecto. Iba a tener un viaje completo el próximo
otoño, donde empezaría como su quarterback. Nadie podía
entender por qué él elegiría una pequeña universidad pública. Pero
amaba a Pablo por ello. Quería estar cerca de la familia y sabía que
la importancia de ser parte de un equipo de fútbol era
estar en el equipo y jugar, no ser una estrella. Y era ese
equipo. Yo lo admiraba mucho.
—Te amo. —Había dicho sin pensar.
Pablo puso el auto para arrancar, pero antes de hacerlo giró hacia
mí.
—Bien, porque nos vamos a casar.
—Este, Tengo dieciséis años —señalé riendo.
Él sonrió y luego se inclinó para otro beso.
—Esperaré.
Me mordí el labio y miré hacia otro lado, totalmente luchando contra
el impulso de aplaudir y gritar por la ventana que amaba al hombre
más increíble del mundo.
—Deberíamos irnos. —Me guiñó un ojo y giró hacia el tráfico.
Entonces todo se volvió negro.
—rochi? ¿Estás bien?
Negué con la cabeza. Odiaba cuando soñaba despierta así.
Bueno, técnicamente no era un sueño, era una pesadilla. Pero aún
así.
Traté de sonreír a pesar que mi garganta se sentía como si se
estuviera cerrando.
—Lo siento, ¿qué dijiste? —Me tembló el labio inferior.
Un plato de comida caliente estaba frente a mí. Gaston estaba a mi
izquierda.
—¿Sabes qué? —Empujó su comida—. No tengo hambre aún, ¿por
qué no tomamos un paseo por la playa?
Asentí. No sé cómo lo sabía, pero tenía que salir de esa casa.
Necesitaba respirar más aire. Necesitaba sentir la brisa del mar en mi
cara.
Gaston me agarró la mano y me llevó a través de la casa.
Todo nuestro paseo por la playa fue silencioso.
Una vez que llegamos al agua, Gaston habló.
—¿Quieres hablar de ello?
Negué con la cabeza.
—¿Así de mal? —Puso su brazo alrededor de mí. Metí mi cabeza en
su hombro y asentí. No podía confiar en mí para hablar—. Me
gustaría poder hacer algo más que decir que lo siento. Pero sé
que lo estoy. No sé lo que pasó allí, pero parecía que habías visto un
fantasma. Si yo fuera inteligente como la Dra. Murray, diría que
necesitas sacar tus sentimientos por todo el lugar, pero mierda... —Su
brazo me apretó—. No soy médico, y sé que duele como el infierno
cuando estás pasando por algo que nadie más entiende.
Solté un bufido, la respuesta típica.
—¿En serio, Gaston? —Me aparté de él y me quedé tiesa. ¡Él tenía el
mundo a sus pies! Era hermoso, magnífico, todo lo que una chica
podría desear. Tenía dinero, tenía fama, tenía todo. Yo no, y ¿él iba a
sentarse aquí y decirme que lo entendía?—. Tú no sabes nada. —
Escupí—. No eres más que una estrella de rock malcriado que no
puede soportar la presión de la vida. Puedes escapar a través del
alcohol y las drogas, y si lo que todos dicen es cierto, que trataste de
suicidarte. Sí, tienes razón. Tú sabes exactamente lo que es sentir una
pérdida.
Gaston dio un paso atrás, el dolor grabado en su rostro.
—¿Así que eso es todo? ¿Vas a ponerme en esa categoría?
¿Descartarme como todos los demás en la ciudad?
Suspiré.
—Mira, Gaston, no estoy tratando de decir que tu dolor no es real,
pero es auto infligido. Todo.
Los ojos de Gaston se cerraron. Pasó sus manos por su cabello y
maldijo. Odiaba hacerle daño, pero tal vez era mejor así. Veníamos
de mundos diferentes. No conocía el dolor como yo lo conocía.
No había manera.
—Está bien. —Su voz era hueca—. Solo vamos a comer. —Me hizo
señas para que lo siguiera a la casa y comenzó a caminar en esa
dirección, pero retrocedió y sacudió mi cabeza—. ¿ rochi?
Sería demasiado fácil, tan fácil caminar a sus brazos y llorar.
Dejarle besar mis lágrimas para alejarlas y que me prometiera que
será la única cosa sólida en mi vida.
Pero sabía el final de esa historia.
El chico no termina montando en un caballo blanco. No, deja el
mundo en un agujero oscuro, nunca rescata a la damisela de nuevo.
No me permitiría acercarme lo suficiente para sentir ese dolor otra
vez. Mi corazón ya estaba en pedazos, y si Gaston lo volvía a
reparar, siempre estaría temerosa de que lo rompiera en mil pedazos
diferentes.
—vamos. Te prometo que ni siquiera hablaremos. Solo
comamos. —Sus ojos suplicaban. Negué con la cabeza.
—Es mejor de esta manera. —Me mordí el labio—. Ya lo verás.
—¿Lo haré? —Se metió las manos en los bolsillos—. Piensa lo que
quieras de mí. Pero sabes, cuando dije que era tu amigo, lo dije
en serio. Si alguna vez me necesitas... para cualquier cosa, ya sabes
dónde estoy.
Casi corrí hacia él, pero le dije a mis pies que se quedaran plantados.
Caminó unos pasos y luego se detuvo y giró.
—No dejaré de intentarlo.
—Deberías.
Se encogió de hombros y ofreció una pequeña sonrisa.
—¿Qué puedo decir? Soy un masoquista, y tú eres la primera amiga
de verdad que he tenido.
Mi corazón estaba latiendo fuera de mi pecho. ¿Por qué estaba
siendo tan amable? ¿Y por qué, después de salir una vez, estaba de
repente ofreciendo su hombro para que yo llorara allí? No lo
necesitaba, no ahora, ni nunca. Compartir mi dolor estaba mal, y
prefería morir y unirme a Pablo en el frío y duro suelo antes de abrirme
a alguien que tenía el potencial para hacerme tanto daño como
Gaston.
Él apretó los labios y suspiró.
—Mira. Puedo decirte que he cambiado. Puedo soltar tonterías
acerca de cómo me siento tan diferente contigo de cómo me he
sentido antes con otra chica. Carajo, he dado ese discurso más
veces de las que estoy orgulloso. Pero estoy siendo honesto. No sé
qué tipo de mierda está pasándote, y tal vez tienes razón, tal vez no
lo entendería. Pero tómalo de alguien que sabe. Esa mierda te
destruirá. —Traga saliva y mira las olas antes de asentir con la
cabeza—. No voy a presionarte. No voy a rogar. Solo sé que he
cambiado. No soy el hombre que solía ser, no quiero ser ese hombre
nuevo. Me gustas. Quiero besarte. Carajo, quiero verte comer
espaguetis. ¿Eso me hace un loco? Probablemente. Cuando estés
lista, si alguna vez pasa... ya sabes dónde encontrarme. Buenas
noches.
Con eso, se alejó.
Y en ese momento me di cuenta que estaba equivocada sobre
muchas cosas. Porque mientras la olas rompían contra la arena,
mientras enterraba mis uñas en mis manos, una verdad seguía
gritándome desde algún lugar que pensé que tenía mucho tiempo
muerto.
Él ya tenía un pedazo de mi corazón.

Y yo era impotente para detenerlo.

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