viernes, 10 de octubre de 2014

Mi Nombre es Valery Cap 71

Increible pero cierto, Volví no voy a prometer subir cada tanto ya que es comprobado que no tengo palabra, pero no es mi culpa, les juro que ando a mil, con trabajo, estudio y tras del hecho me inscribí a torneo de fútbol jajaja soy un troco pero bueno es para divertirse, apropósito hoy juega Colombia asique hacerle barra ;)

Naaa enserio lo que les importa, intentare subir más seguido porque como es obvio esta historia esta por termina y por lo visto el final no les va a gustar a muchas, pero como ya había dicho este libro tiene segunda parte, nose si la quieren conocer, es una historia preciosa que nos habla un poco del maltrato a la mujer y en sí, es un Romeo y Julieta más actual, asique aten cabos y me avisan si quieren la segunda parte. 

Sin mas... Nove   



Capitulo 71




Me desperté sola, envuelta en unas sábanas que todavía conservaban el olor a piel y a sexo. Me acurruqué más en ellas y contemplé cómo se filtraban por la ventana los primeros rayos del sol. La noche con Ramiro me había producido una sensación de estabilidad y me sentí capaz de enfrentarme a lo que me esperaba. Había dormido pegada a él, no para esconderme, sino buscando cobijo. Siempre había encontrado la fuerza en mi interior, pero recibirla de otra persona había constituido toda una revelación para mí.
Me levanté de la cama, atravesé el piso vacío hasta la cocina, descolgué el teléfono y marqué el número de la casa de los Ordoñez.

A la segunda llamada, Aleli descolgó el auricular.
—¿Sí?
—Hola, cariño, soy yo. He dormido en casa de Ramiro. Siento no haberte avisado, pero cuando pensé en hacerlo ya era demasiado tarde.
—Oh, no pasa nada —contestó mi hermana—. Tía Julia preparó palomitas y ella, Pedro y yo vimos una película antigua muy tonta con muchas canciones y baile. Nos lo pasamos muy bien.
—¿Te estás preparando para ir al colegio?
—Sí, el chófer me llevará en el Bentley.
Al oír la naturalidad con que lo dijo, sacudí la cabeza compungida.
—Hablas como cualquier otra niña de River Oaks.
—Tengo que acabar de desayunar. Los cereales se están poniendo blandos.
—Está bien. ¿Quieres hacerme un favor? Dile a Pedro que llegaré dentro de una media hora y que tengo que hablar con él sobre algo importante.
—¿Sobre qué?
—Cosas de mayores. Te quiero.
—Yo también te quiero. ¡Adiós!


Pedro me estaba esperando en el salón, cerca de la chimenea. ¡Me resultaba tan familiar y, al mismo tiempo, tan desconocido! De todos los hombres de mi vida, Pedro era con el que había tenido una relación más larga y de quien había dependido más. No había duda de que era lo más cercano a un padre que yo había conocido.

Lo quería. Pero si en aquel momento no me revelaba unos cuantos secretos, acabaría con él.

—Buenos días —saludó él mientras me miraba de una forma inquisitiva.
—Buenos días. ¿Cómo te encuentras?
—Bastante bien. ¿Y tú?
—No estoy segura —declaré con franqueza—. Nerviosa, supongo. Un poco enfadada. Y muy confusa.

Con Pedro no tenías que emplear el tacto para tratar un asunto delicado. Podías soltar prácticamente lo que fuera y él lo manejaría sin problemas. Yo lo sabía, de modo que todavía me resultó más fácil Cruzar la habitación, detenerme delante de él y soltarle lo que tenía que soltarle.

—Conocías a mi madre —declaré.

El fuego de la chimenea sonaba como una bandera que ondea y se sacude en un día de viento.

Pedro contestó con una serenidad increíble.

—Yo amaba a tu madre. —Pedro esperó a que yo asimilara la noticia y, a continuación, me hizo una señal con la cabeza—. Ayúdame a trasladarme al sofá, Valeria. Esta silla se me clava en la parte posterior de los muslos.

Cuando estuvo sentado con comodidad, me senté junto a él y esperé con los brazos Cruzados sobre el pecho.

Pedro sacó un billetero del bolsillo de su camisa, hurgó en el interior y me entregó una fotografía antigua en blanco y negro y de bordes desgastados. Se trataba de una fotografía de mi madre de cuando era joven. Estaba guapa como una diosa y en ella había escrito de su puño y letra: «Para mi querido P. Con amor, Adriana.»

—Su padre, tu abuelo, trabajaba para mí—me explicó Pedro. Y después de volver a coger la fotografía, la sostuvo en la palma de su mano como si fuera una reliquia—. Cuando conocí a Adriana, en una comida de empresa, yo ya era viudo. Ramiro acababa de dejar los pañales. Él necesitaba una madre, y yo una esposa. Desde el principio resultó obvio que Adriana no era la persona adecuada en ningún sentido. Era demasiado joven, demasiado guapa y demasiado fogosa. Pero nada de eso me importaba. —Pedro sacudió la cabeza mientras recordaba aquellos días. De repente, soltó—: ¡Dios, cómo amaba a esa mujer!

Yo lo observé sin parpadear. No podía creer que Pedro me estuviera revelando el secreto de la vida de mi madre, el pasado del que ella nunca me había hablado.

—Yo la tenté con todo lo que tenía —continuó Pedro—. Con todo lo que creí que podía atraerla. Desde el principio le dije que quería casarme con ella. Adriana se sintió presionada por todos los lados, sobre todo por su familia. Los Gutierrez eran de clase media y sabían que si Adriana se casaba conmigo yo les daría lo que fuera. —Pedro, sin ningún tipo de reparo, añadió—: Y yo me aseguré de que ella también lo supiera.

Intenté imaginarme a Pedro de joven y persiguiendo a una mujer con todas las armas a su alcance.

—¡Dios, menudo espectáculo!
—Yo la acosé e intenté sobornarla y convencerla de que me amara. Incluso le regalé un anillo de compromiso. —Pedro soltó una risita de medio lado que me enterneció—. Si me dan el tiempo suficiente, me hago querer.

—¿Mi madre te quería de verdad o sólo lo simulaba? —le pregunté.

No tenía intención de herirlo, pero necesitaba saberlo y él, por ser como era, no se lo tomó a mal.

—Creo que a veces sí que me quería, pero a la larga no fue suficiente.
—¿Qué ocurrió? ¿Fue a causa de Ramiro? ¿No quería ser madre tan pronto?
—No, no tuvo nada que ver con Ramiro. A ella parecía gustarle mi hijo y yo le prometí que contrataría a criadas y niñeras y que tendría toda la ayuda que necesitara.
—Entonces, ¿qué pasó? No entiendo por qué... ¡Oh!

Se había enamorado de mi padre.

Experimenté una oleada instantánea de simpatía hacia Pedro y, al mismo tiempo, otra de orgullo por el padre que apenas había conocido y que había conseguido conquistar a mi madre a pesar de la insistencia de un hombre mayor, rico y poderoso.

—Exacto —declaró Pedro como si pudiera leer mis pensamientos—. Tu padre era todo lo que yo no era: joven, atractivo y, como diría mi hija Rocio, privado del derecho al voto. Este hecho no atraía mucho a tu abuelo. En aquellos tiempos, el matrimonio entre las personas de piel blanca y las de piel morena no estaba bien visto.
—Por decirlo de una forma suave —declaré con sequedad, pues era consciente de que un matrimonio así debía de constituir una auténtica desgracia—. Sé cómo era mi madre y es probable que aquel marco de Romeo y Julieta hiciera que la relación con mi padre le resultara todavía más atractiva.
Adriana era una romántica —corroboró Pedro mientras volvía a guardar la fotografía de mi madre en el billetero con sumo cuidado—. Y sentía verdadera pasión por tu padre. Tu abuelo le advirtió que si se escapaba con él no intentara regresar. Tu madre sabía que su familia nunca la perdonaría.
—¿Porque se enamoró de un hombre pobre? —pregunté con rabia.
—Tu familia no actuó bien —admitió Pedro—, pero eran tiempos difíciles.
—Eso no es una excusa válida.
Adriana acudió a mí la noche que huyó para casarse con tu padre. Él la esperó en el coche mientras ella entraba a despedirse y a devolverme el anillo. Yo no lo acepté y le sugerí que lo cambiara por un regalo de boda. También le dije que acudiera a mí siempre que necesitara algo.

Yo comprendí cuánto debió de costarle a Pedro pronunciar aquellas palabras, pues era un hombre muy orgulloso.

—Y cuando mi padre murió, tú ya te habías casado con Ava.
—Así es.

Yo guardé silencio mientras repasaba mis recuerdos. Mi pobre madre luchando por salir adelante ella sola, sin ayuda, sin ninguna familia a la que acudir en caso de necesidad. Sin embargo, aquellas ocasiones en las que desaparecía de una forma misteriosa..., cuando estaba fuera un par de días y después había comida en la nevera y los cobradores dejaban de llamar...
—Ella acudió a ti a pesar de que estabas casado —declaré yo—. Venía a verte y tú le dabas dinero. La ayudaste durante años.

Pedro no necesitaba confirmar mi deducción, pues leí la verdad en sus ojos.
Yo me enderecé y, con esfuerzo, le formulé la gran pregunta:

—¿Aleli es hija tuya?

Pedro enrojeció y me lanzó una mirada ofendida.

—¿Crees que no me habría responsabilizado de mi propia hija? ¿Crees que habría permitido que se criara en un maldito campamento? No, es imposible que sea mía, pues Adriana y yo nunca mantuvimos ese tipo de relación.
—¡Vamos, Pedro, que no soy idiota!
—Tu madre y yo nunca nos acostamos juntos. ¿Crees que le habría hecho algo así a Ava?
—Lo siento, pero no me lo creo. No desde el momento en que tú le dabas dinero.
—Mira, querida, no me importa nada si me crees o no —replicó él con calma—. No diré que no me tentara la idea, pero le fui físicamente fiel a Ava. Al menos le debía eso. Si quieres, me someto a la prueba de la paternidad.

Su oferta me convenció.

—Está bien, lo siento. Lo siento. Es sólo que... me resulta difícil aceptar que mi madre acudiera a ti en busca de dinero durante todos aquellos años. Siempre hizo mucho hincapié en que yo no debía aceptar limosna de nadie y que, cuando creciera, debía ser autosuficiente. Eso la convierte en una gran hipócrita.
—Eso la convierte en una madre que quería lo mejor para su hija. Tu madre lo hizo lo mejor que pudo. Yo quería hacer mucho más por ella, pero no me lo permitió. —Pedro suspiró. De repente, parecía cansado—. No la vi durante todo el año anterior a su muerte.
—Estaba absorta en la relación que mantenía con el hombre con el que salía—expliqué yo—. Un auténtico cerdo.
—Juan Cruz.
—¿Mi madre te habló de él?
Pedro negó con un movimiento de la cabeza.
—Lo leí en la crónica del accidente.
Yo lo observé mientras recordaba cuánto le gustaban los gestos grandilocuentes.
—Contemplaste el funeral desde una limusina negra —reflexioné en voz alta—. Siempre me he preguntado quién sería. Y las rosas amarillas... Tú las has enviado todos estos años, ¿no?

Él permaneció en silencio mientras yo encajaba las piezas.

—Me hicieron un descuento en la compra del ataúd —continué con lentitud—. También fuiste tú. Tú pagaste la diferencia. Convenciste al dueño de la funeraria para que te guardara el secreto.
—Es la última cosa que podía hacer por Adriana —declaró él—. Eso y echar un vistazo a sus hijas.
—¿Echarnos un vistazo cómo? —pregunté con recelo.

Pedro no respondió, pero yo lo conocía demasiado bien. Parte de mi trabajo consistía en ayudarle a organizar las oleadas de información que llegaban a sus manos. Pedro se mantenía informado de la evolución de multitud de negocios, cuestiones políticas, personas... De una forma continua, recibía informes en sobres engañosamente inofensivos.

—¿Nos espiabas? —le pregunté mientras pensaba: «¡Cielo santo, estos Ordoñez me van a volver paranoica!»

Él encogió levemente los hombros.

—Yo no lo diría así. Sólo comprobaba, de una forma ocasional, que estuvierais bien.
—Te conozco, Pedro. Tú no compruebas cómo están los demás. Eres un entrometido. Tú... —Di un respingo—. Aquella beca que me dieron en la escuela de estética... También lo amañaste tú, ¿no?
—Quería ayudarte.

Me levanté de un brinco.

—¡Yo no quería que nadie me ayudara! Podría haberlo conseguido sola. ¡Maldito seas, Pedro! Primero fuiste el amigo generoso de mi madre y, después, el mío, sólo que yo ni siquiera tuve la oportunidad de elegir. ¿Sabes lo estúpida que me siento?

Él entornó los ojos.

—Lo que hice por ti no resta mérito a lo que tú conseguiste. En absoluto.
—Debiste haberme dejado sola. Te juro que te devolveré hasta el último centavo que te gastaste en mí. A menos que quieras que no te vuelva a dirigir la palabra.
—Está bien, de acuerdo. Descontaré el importe de la beca de tu sueldo, pero no aceptaré ni un centavo por el coste del ataúd. Aquello lo hice por tu madre, no por ti. Siéntate, no hemos acabado de hablar. Hay más cosas de las que quiero hablarte.
—Estupendo. —Me senté. Mi mente parecía un hervidero—. ¿Ramiro lo sabe?
Pedro asintió con la cabeza.
—Me siguió un día que había quedado para comer con Adriana en St. Regis.
—¿Te encontrabas con ella en un hotel y nunca...? —Me interrumpí al ver su ceño fruncido—. Está bien. Está bien. Te creo.
—Ramiro nos vio comiendo juntos y, más tarde, fue a hablar conmigo. Se puso furioso, aunque le jure que no había engañado a Ava. Al final, accedió a guardar mi secreto, pues no quería herirla.
Yo recordé el día que nos trasladamos a River Oaks.
—Ramiro reconoció a mi madre en la fotografía que conservo de ella en mi dormitorio —declaré.
—Sí, tuvimos unas palabras sobre ese hecho.
—Apostaría que sí. —Miré con fijeza el fuego de la chimenea—. ¿Por qué empezaste a ir a la peluquería?
—Quería conocerte. Me sentía muy orgulloso por cómo habías cuidado de Aleli, por haberla criado tú sola y por todo lo que habías trabajado. Yo ya os quería, porque erais lo único que quedaba de Adriana, pero después de conoceros, os quise por vosotras mismas.

Apenas podía verlo debido a las lágrimas que empañaban mis ojos.

—Yo también te quiero, pedazo de prepotente metomentodo.

Pedro alargó el brazo indicándome que me acercara a él. Y yo lo hice. Me eché sobre él mientras me envolvía el reconfortante olor paternal de loción para el afeitado, cuero y algodón almidonado.

—Mi madre nunca dejó de querer a mi padre y tú nunca dejaste de quererla a ella —declaré en tono ausente. Volví a reclinarme en el sofá y lo miré—. Siempre creí que el amor consistía en encontrar a la persona adecuada, pero, en realidad, de lo que se trata es de escoger a la persona adecuada, ¿no crees? Se trata de realizar una buena elección y entregarse de corazón.

—Resulta más fácil decirlo que hacerlo.

«No para mí. Ya no.»

—Tengo que ver a Ramiro —declaré—. Entre todas las ocasiones que podía haber elegido para irse, ésta es la peor.
—Cariño... —empezó Pedro mientras fruncía el ceño—. ¿Ramiro te ha mencionado la razón de que haya tenido que marcharse de una forma repentina?

A mí no me gustó cómo sonaba aquello.

—Me contó que iba a Dallas y después a Research Triangle, pero no, no me explicó la razón.
—Seguramente, no querría que te lo contara, pero creo que tienes que saberlo —continuó Pedro—. Han surgido unos problemas de última hora en el trato con Medina.
—¡Oh, no! —exclamé preocupada, pues sabía lo importante que aquel acuerdo era para la compañía de Ramiro—. ¿Qué ha ocurrido?
—Se. ha producido una filtración durante el proceso de las negociaciones. Se suponía que nadie sabía que se estaba gestionando aquel acuerdo. De hecho, todos los participantes firmaron un contrato de confidencialidad. Pero, de algún modo, tu amigo Gastón Dalmau lo averiguó y reveló la información a Victory Petroleum, el principal proveedor de Medina, quien ahora está presionando para que se cancele el proyecto.

Yo me quedé sin aire de una forma repentina. No podía creerlo.

—¡Dios mío, fui yo! —exclamé aturdida—. Yo le mencioné las negociaciones a Gastón. No sabía que se trataba de un secreto y no tenía ni idea de que Gastón fuera a hacer algo así. Tengo que telefonear a Ramiro y contarle lo que hice, explicarle que yo no pretendía...
—Él ya lo ha supuesto, cariño.
—¿Ramiro sabe que yo provoqué la filtración? Pero... —Me interrumpí y me quedé helada a causa del pánico que experimenté. Ramiro ya debía de saberlo la noche anterior y, aun así, no me había dicho nada. Sentí náuseas y me tapé la cara con las manos. Mi voz se filtró entre mis tensos dedos—: ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo arreglarlo?
—Ramiro se está encargando de reparar los daños —me explicó Pedro—. Esta mañana iba a tranquilizar a los de Medina y después se reunirá con su equipo en Research Triangle para resolver las cuestiones que han surgido respecto al biofuel. No te preocupes, todo se solucionará.
—Tengo que hacer una cosa. Yo... Pedro, ¿me ayudarás?
—Siempre—contestó él sin titubear—. Dime lo que necesitas.

Continuara...
*Mafe*

@fernanda_O_G

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