Capitulo 72
Lo más sensato habría
consistido en esperar a que Ramiro regresara a Tejas, pero en vista
de que había tenido que soportar más de unos cuantos reveses a su
orgullo y otro incluso mayor a su negocio, y todo por mi culpa, yo
sabía que no era el momento de actuar con sensatez. Como decía
Pedro, a veces se requieren gestos grandilocuentes.
Camino del aeropuerto, me
detuve en la oficina de Gastón. Como era de esperar, la
recepcionista era una mujer rubia y atractiva, con una voz sensual y
unas piernas impresionantes. En cuanto llegué, me acompañó a la
oficina de Gastón.
Gastón vestía un traje
oscuro. Se lo veía avispado y seguro de sí mismo, un hombre que llegaría
lejos.
Le conté la conversación
que había mantenido con Pedro y lo que había averiguado acerca de
su intento de hacer fracasar el contrato con Medina.
—No entiendo cómo
pudiste hacer algo así —declaré—. Nunca lo habría esperado de
ti.
Él no parecía estar
arrepentido.
—Sólo son
negocios, cariño. A veces tienes que ensuciarte un poco las manos.
Pensé contestarle que
cierto tipo de suciedad no desaparecía jamás, pero yo sabía que
algún día él lo descubriría por sí mismo.
—Me utilizaste
para hacer daño a Ramiro. Creíste que esto nos distanciaría y,
como remate,
Victory Petroleum te debería un favor. Harías
cualquier cosa con tal de tener éxito, ¿no?
—Haré lo que
tenga que hacer —respondió él con expresión calmada—. Sería
tonto si me disculpara por querer salir adelante.
Mi enojo desapareció y lo
observé con compasión.
—No tienes por qué
disculparte, Gastón. Lo comprendo. Recuerdo todas las cosas que
queríamos y necesitábamos y que no podíamos tener. Es sólo
que..., lo nuestro no funcionaría.
—¿Crees que no
soy capaz de amarte, Valeria? —preguntó con voz suave.
Yo me mordí el labio y
negué con la cabeza.
—Creo que me
amaste en cierta ocasión, pero ni siquiera entonces el amor que
sentías por mí fue suficiente. ¿Quieres saber algo? Ramiro no me
contó lo que habías hecho, aunque tuvo la oportunidad. Porque no
pensaba permitir que nos distanciaras. Me perdonó sin que se lo
pidiera, incluso sin contarme que lo había traicionado. Y eso es
amor, Gastón.
—¡Vamos, cariño!
—Gastón me cogió la mano y besó el interior de mi muñeca, la
delicada piel que cubría el pequeño entramado de venas azules—.
La pérdida de un trato no significa nada para él. Ramiro lo tenía
todo nada más nacer. Si hubiera estado en mi lugar, habría hecho lo
mismo que yo.
—No es cierto. —Me
separé de él—. Ramiro no me habría utilizado a ningún precio.
—Todo el mundo
tiene un precio.
Nuestras miradas se
encontraron y con aquella mirada parecimos mantener toda una
conversación. Cada uno de nosotros vio lo que necesitaba saber.
—Ahora tengo que
despedirme, Gastón.
Él me contempló con
comprensión y amargura. Los dos sabíamos que no había cabida para
la amistad. No quedaría nada salvo un recuerdo de la juventud.
—¡Mierda! —Gastón
cogió mi cara entre sus manos. Besó mi frente, besó los párpados
cerrados de mis ojos y se detuvo muy cerca de mi boca. Entonces me
dio uno de aquellos abrazos sólidos y tranquilizadores que yo
recordaba tan bien y, sin soltarme, me susurró al oído—: Sé
feliz, cariño. Nadie se lo merece más que tú, pero recuerda... Me
quedo con un trocito de tu corazón y, si algún día quieres que te
lo devuelva, ya sabes dónde encontrarme.
Yo nunca antes había
volado en un avión y mantuve los puños apretados durante todo el
viaje hasta Raleigh Durham. Iba sentada en primera clase, al lado de
un hombre trajeado y muy amable que me dio conversación durante el
despegue y el aterrizaje y pidió que me sirvieran un whisky durante
el vuelo. Cuando desembarcamos, me pidió mi número de teléfono y
yo negué con la cabeza.
—Lo siento. Estoy
comprometida.
Esperaba que fuera cierto.
Había planeado tomar un
taxi hasta mi siguiente parada, un pequeño aeropuerto situado a unos
diez kilómetros de allí, pero cuando salí de la zona de recogida
de equipajes vi que un chófer sostenía un letrero con la palabra
«Gutierrez» escrita a mano. Yo me acerqué a él con indecisión.
—¿Por casualidad
está esperando a Valeria Gutierrez?
—Sí, señora.
—Pues soy yo.
Supuse que Pedro había
contratado aquel servicio para mí, ya fuera por amabilidad o porque
pensaba que yo no sería capaz de conseguir un taxi por mí misma.
Los Ordoñez son absolutamente sobreprotectores. Los
multimillonarios tienen aviones con ducha, dormitorios privados,
despachos con paredes forradas de madera y complementos lujosos, como
posavasos recubiertos de oro.
Los Ordoñez, sin embargo,
eran conscientes de los costes de mantenimiento y, en relación con
los criterios de Tejas, eran moderados. Esta afirmación podría
considerarse una broma en vista de la Gulfstream, una avioneta de
lujo para vuelos de largo recorrido con el interior de caoba y suelo
de moqueta de lana suave. También disponía de asientos reclinables
de piel, un televisor de plasma y un sofá separado por una cortina
que se desplegaba transformándose en una cama de matrimonio.
Subí a la avioneta y me
presenté al piloto y al copiloto. Mientras ellos permanecían en la
cabina de mando, yo me serví un refresco y esperé con nerviosismo a
Ramiro.
Ensayé un discurso con
cientos de variaciones mientras buscaba las palabras adecuadas para
hacer comprender a Ramiro cómo me sentía.
Oí que alguien subía a
la avioneta, mi pulso se volvió loco y el discurso se desvaneció de
mi mente.
Al principio, Ramiro no me
vio. Su aspecto era sombrío y cansado. Dejó caer un maletín negro
en el asiento más cercano y se frotó la nuca, como si la tuviera en
tensión.
—¡Hola! —saludé
con voz suave.-Él volvió la cabeza y,
al verme, empalideció.
—¡Valeria ¿Qué
haces aquí?
Sentí una oleada
sobrecogedora de amor hacia él, más amor del que podía contener y
que irradiaba de mí como el calor de una hoguera. ¡Dios, qué guapo
era! Yo busqué las palabras adecuadas.
—Me he... decidido
por París.-Se produjo un largo
silencio.
—París.
—Sí, ¿recuerdas
que me preguntaste si...? En fin, que ayer me puse en contacto con el
piloto y le dije que quería darte una sorpresa.
—Pues lo has
conseguido.
—Lo ha organizado
todo para que podamos ir desde aquí. Ahora mismo. Si quieres.
—Esbocé una sonrisa esperanzada—. Tengo tu pasaporte.
Ramiro se quitó la
chaqueta y se tomó su tiempo. Me tranquilizó ver que le temblaban
un poco las manos mientras dejaba la chaqueta en el respaldo de uno
de los asientos.
—¿Así que ya
estás preparada para viajar a algún lugar conmigo?
—Estoy preparada
para viajar a cualquier lugar contigo —declaré con voz grave a
causa de la emoción.
Él me miró con sus ojos
grises y brillantes, y yo contuve el aliento mientras una lenta
sonrisa curvaba sus labios. Ramiro se aflojó la corbata y avanzó
hacia mí.
—Espera —balbuceé
yo—. Tengo que contarte algo.
Él se detuvo.
—¿Sí?
—Pedro me ha
contado lo del trato con Medina. Fue culpa mía. Yo se lo conté a
Gastón, pero no tenía ni idea de que él... Lo siento. —Mi voz se
quebró—. Lo siento mucho.
Ramiro llegó a mi lado en
dos zancadas.
—Está bien. ¡No,
maldita sea, no llores!
—Yo nunca haría
nada que pudiera perjudicarte...
—Ya lo sé.
Tranquila, tranquila...
Ramiro me acercó a él y
secó mis lágrimas con sus dedos.
—Fui tan
estúpida... No me di cuenta. ¿Por qué no me dijiste nada?
—No quería que te
preocuparas. Y sabía que no era culpa tuya. Debí haberme asegurado
de que eras consciente de que se trataba de algo confidencial.
Yo me quedé atónita al
percibir la confianza que sentía hacia mí.
—¿Cómo puedes
estar tan seguro de que no lo hice a propósito?
Él cogió mi cara entre
sus manos y sonrió mientras contemplaba mis ojos llorosos.
—Porque te
conozco, Valeria Gutierrez. No llores, cariño, me matas.
—Te compensaré
por esto, te prometo que...
—Calla —declaró
Ramiro con ternura y me besó con tanta pasión que las rodillas me
temblaron.
Yo le rodeé el cuello con
los brazos y me olvidé de la razón de mis lágrimas. Me olvidé de
todo salvo de él. Ramiro me besó una y otra vez, con más y más
profundidad, hasta que los dos nos tambaleamos en el pasillo y él
tuvo que apoyar una mano en uno de los asientos para evitar que
cayéramos al suelo. ¡Y la avioneta ni siquiera se movía! Sentí su
aliento caliente y acelerado en mí mejilla cuando separó de mí su
cabeza y murmuró:
—¿Y qué hay del
otro tío?
Mis ojos se entrecerraron
cuando noté que la base de su mano rozaba mi pecho.
—Él es el pasado
y tú el futuro —conseguí afirmar.
—Te aseguro que
sí.
Me dio otro beso profundo
e incivilizado, lleno de fuego y ternura, con el que me prometía más
de lo que yo podía asimilar. En lo único que yo podía pensar era
en que una vida no sería suficiente para pasarla con aquel hombre.
Ramiro separó su boca de la mía, se rió y declaró:
—Nunca más podrás
escaparte de mí, Valeria.
«Lo sé», quería
responder yo, pero antes de que pudiera hablar, Ramiro volvió a
besarme y no se detuvo hasta pasado un buen rato.
—Te quiero.
No recuerdo quién lo dijo
primero, sólo que ambos lo dijimos muchas veces durante el vuelo de
siete horas y veinticinco minutos a través del Atlántico. Y por lo
que vi, Ramiro tenía unas cuantas ideas interesantes acerca de cómo
pasar el tiempo a mil quinientos metros de altitud.
Tan solo diré que volar
resulta mucho más soportable cuando uno dispone de distracciones.
Continuara...
*Mafe*
@fernanda_O_G
Amo la nove! Menos mal que se quedo con ramiro!!!
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