Capitulo 30
Dicen que el tiempo cura
los corazones rotos y, con frecuencia, es así, pero no respecto a lo
que yo sentía por Gastón. Durante meses, a lo largo de las
vacaciones invernales e incluso después, yo cumplí con los
formalismos de mi vida de una forma ausente y pesarosa, sin estar
disponible para nadie, ni siquiera para mí misma.
La otra cuestión que
fomentaba mi pesaroso estado de ánimo era la floreciente relación
de mi madre con Juan Cruz. El hecho de que salieran juntos provocaba
en mí una confusión y un resentimiento infinitos. Por suerte, Juan apenas venía a nuestra casa,
pero tanto yo como los demás habitantes de Bluebonnet Ranch sabíamos
que mi madre, de vez en cuando, dormía en la casa de ladrillos rojos
de la entrada. A veces, mi madre regresaba de allí con los brazos
amoratados, el rostro alicaído debido a la falta de sueño y el
cuello y las mejillas encarnados por el roce de una mandíbula sin
afeitar. ¡Y se suponía que las madres tampoco debían regresar a
casa de esa forma!
Cuando no estaba
preocupada por Juan y mi madre, yo estaba centrada en Aleli, quien
había dejado de ser un bebé y se tambaleaba como un borracho en
miniatura. Aleli intentaba introducir los deditos en los enchufes, en
los sacapuntas y en la abertura de las latas de Coca-Cola; cogía
bichos, colillas de cigarrillo y Cheerios petrificados del suelo y se
los llevaba a la boca. Cuando empezó a comer sola, se ensuciaba
tanto que a veces tenía que sacarla afuera y lavarla con el agua de
la manguera. Los días que hacía bueno, la dejaba jugar y chapotear
en un recipiente de plástico de gran tamaño que guardaba en el
patio trasero.
Cuando empezó a hablar,
en lugar de pronunciar mí nombre, decía: «BeeBee» y así me
llamaba siempre que quería algo. Aleli quería mucho a mamá y se
iluminaba como una luciérnaga cuando estaba con ella, pero cuando se
encontraba mal, estaba de mal humor o tenía miedo, me buscaba a mí
y yo la buscaba a ella. Mi madre y yo nunca hablábamos ni pensábamos
mucho en esto, simplemente, lo dábamos por sentado: Aleli era mi
bebe.
Tina nos animaba a
visitarla con frecuencia, si no, sus días eran demasiado tranquilos.
—¿No tienes
deberes, Valeria? —me preguntaba ella, y yo siempre negaba con la
cabeza.
Pocas veces hacía los
deberes y asistía al mínimo de clases para que no me acusaran de
absentismo escolar y tampoco tenía planes para cuando terminara el
colegio. Pensaba que, si a mi madre ya no le preocupaba mi
educación y el desarrollo de mi mente, a mí
tampoco.
Durante un tiempo, cada
vez que Gabo regresaba de Baylor, me pedía para salir, pero
yo siempre rehusaba y, al final, dejó de telefonearme. Yo sentía
que algo dentro de mí se había apagado desde que Gastón se había
marchado y no sabía cómo ni cuándo volvería a encenderse. Había
experimentado el sexo sin amor y el amor sin sexo, y en aquel momento
no me interesaba ninguno de los dos.
Tina me aconsejó que
viviera según mis propias luces, pero en aquel momento no entendí
qué me quería decir.
Cuando mi madre y
Juan llevaban un año saliendo, mi madre rompió con él. Mi madre era
muy tolerante con las trifulcas, pero incluso ella tenía límites.
Ocurrió en un bar al que acudían a bailar de vez en cuando.
Mientras Juan estaba en el lavabo, un vaquero borracho, un vaquero
auténtico que trabajaba en un pequeño rancho de unos diez mil acres
de terreno situado en las afueras de la ciudad, invitó a mi madre a
un chupito de tequila.
Juan se ensañó
con él de una forma brutal. Lo golpeó en el aparcamiento hasta
convertirlo en un amasijo de carne ensangrentada y lo pateó con los
talones de dos centímetros de sus botas. Después fue a su camioneta
en busca de su pistola, seguramente para rematarlo, y sólo la
intervención de dos amigos de Juan impidió que éste cometiera un
asesinato. Después de ver de qué era capaz Juan, mi
madre rompió con él. Aquél fue el día más feliz de mi vida,
desde que Gastón se había ido.
Aunque no duró
mucho. Juan no la dejó, mejor dicho, no nos dejó tranquilas. Empezó
a telefonear a mi madre a todas horas, tanto de día como de noche,
hasta que los oídos nos zumbaban y Aleli estaba
irascible debido al sueño continuamente interrumpido. Juan seguía a
mi madre en su coche cuando iba de camino al trabajo, salía a comer
o iba de compras. Con frecuencia, aparcaba la camioneta delante de
nuestra casa y nos espiaba. En cierta ocasión, entré en el
dormitorio para cambiarme y justo antes de quitarme la camiseta lo vi
observándome a través de la ventana que daba al terreno de una
granja vecina.
Resulta curioso la
cantidad de personas que todavía piensan que el acoso es una etapa
del cortejo. Lo peor de todo fue que la
táctica de Juan funcionó. Agotó tanto a mi madre que a ella le
pareció que volver con él era lo más fácil que podía hacer.
Incluso intentó convencerse de que en realidad quería estar con él.
Para mí su relación no consistía en que salían juntos, sino en la
toma de un rehén.
__________
Una noche, cuando acababa
de dejar a Aleli en la cuna, oí que alguien llamaba a la puerta. Mi
madre había salido con Juan a cenar y asistir a un espectáculo en
Houston.
Abrí la puerta y vi a dos agentes de la policía. Aún hoy no puedo
recordar sus rostros, sólo sus uniformes: la camisa azul claro, los
pantalones azul marino y el escudo bordado con el planeta Tierra
Cruzado por dos franjas rojas.
Mi mente se trasladó al
último instante en que había visto a mi madre aquella noche. Yo me
había mostrado silenciosa e irritable mientras la observaba
dirigirse hacia la puerta vestida con unos tejanos y unos zapatos de
tacón alto. Efectuamos algunos comentarios irrelevantes. Mi madre me
dijo que quizá no volvería hasta la mañana siguiente y yo me
encogí de hombros y le contesté: «Como quieras.»
Siempre me ha perseguido
la normalidad de aquella conversación. Uno piensa que la última vez
que ve a alguien debería decir algo significativo, pero mi madre
salió de mi vida con una sonrisa breve y la advertencia de que
cerrara la puerta con llave cuando ella saliera.
La policía me contó que
el accidente había tenido lugar en la autovía del este. El hecho
ocurrió antes de que la I-10 estuviera construida. Juan se saltó el semáforo
en rojo de una carretera que desembocaba en la autovía y chocó con
un camión. El conductor del camión sufrió lesiones sin
importancia, pero tuvieron que cortar la carrocería del coche de
Juan con un soplete para sacarlo y llevarlo al hospital, donde murió
una hora más tarde a causa de una hemorragia interna.
Mi madre falleció en el
acto.
Continuara...
*Mafe*

NO... pobre rocio!! que va a hacer ahora?.. espero el proximo!!
ResponderEliminarD: Pobre rochi !!!
ResponderEliminar