viernes, 19 de julio de 2013

Mi Nombre es Valery Cap 30




Capitulo 30

Dicen que el tiempo cura los corazones rotos y, con frecuencia, es así, pero no respecto a lo que yo sentía por Gastón. Durante meses, a lo largo de las vacaciones invernales e incluso después, yo cumplí con los formalismos de mi vida de una forma ausente y pesarosa, sin estar disponible para nadie, ni siquiera para mí misma.

La otra cuestión que fomentaba mi pesaroso estado de ánimo era la floreciente relación de mi madre con Juan Cruz. El hecho de que salieran juntos provocaba en mí una confusión y un resentimiento infinitos. Por suerte, Juan apenas venía a nuestra casa, pero tanto yo como los demás habitantes de Bluebonnet Ranch sabíamos que mi madre, de vez en cuando, dormía en la casa de ladrillos rojos de la entrada. A veces, mi madre regresaba de allí con los brazos amoratados, el rostro alicaído debido a la falta de sueño y el cuello y las mejillas encarnados por el roce de una mandíbula sin afeitar. ¡Y se suponía que las madres tampoco debían regresar a casa de esa forma!


Cuando no estaba preocupada por Juan y mi madre, yo estaba centrada en Aleli, quien había dejado de ser un bebé y se tambaleaba como un borracho en miniatura. Aleli intentaba introducir los deditos en los enchufes, en los sacapuntas y en la abertura de las latas de Coca-Cola; cogía bichos, colillas de cigarrillo y Cheerios petrificados del suelo y se los llevaba a la boca. Cuando empezó a comer sola, se ensuciaba tanto que a veces tenía que sacarla afuera y lavarla con el agua de la manguera. Los días que hacía bueno, la dejaba jugar y chapotear en un recipiente de plástico de gran tamaño que guardaba en el patio trasero.

Cuando empezó a hablar, en lugar de pronunciar mí nombre, decía: «BeeBee» y así me llamaba siempre que quería algo. Aleli quería mucho a mamá y se iluminaba como una luciérnaga cuando estaba con ella, pero cuando se encontraba mal, estaba de mal humor o tenía miedo, me buscaba a mí y yo la buscaba a ella. Mi madre y yo nunca hablábamos ni pensábamos mucho en esto, simplemente, lo dábamos por sentado: Aleli era mi bebe.

Tina nos animaba a visitarla con frecuencia, si no, sus días eran demasiado tranquilos. 

¿No tienes deberes, Valeria? —me preguntaba ella, y yo siempre negaba con la cabeza.

Pocas veces hacía los deberes y asistía al mínimo de clases para que no me acusaran de absentismo escolar y tampoco tenía planes para cuando terminara el colegio. Pensaba que, si a mi madre ya no le preocupaba mi educación y el desarrollo de mi mente, a mí tampoco.

Durante un tiempo, cada vez que Gabo  regresaba de Baylor, me pedía para salir, pero yo siempre rehusaba y, al final, dejó de telefonearme. Yo sentía que algo dentro de mí se había apagado desde que Gastón se había marchado y no sabía cómo ni cuándo volvería a encenderse. Había experimentado el sexo sin amor y el amor sin sexo, y en aquel momento no me interesaba ninguno de los dos.

Tina me aconsejó que viviera según mis propias luces, pero en aquel momento no entendí qué me quería decir.

Cuando mi madre y Juan llevaban un año saliendo, mi madre rompió con él. Mi madre era muy tolerante con las trifulcas, pero incluso ella tenía límites. Ocurrió en un bar al que acudían a bailar de vez en cuando. Mientras Juan estaba en el lavabo, un vaquero borracho, un vaquero auténtico que trabajaba en un pequeño rancho de unos diez mil acres de terreno situado en las afueras de la ciudad, invitó a mi madre a un chupito de tequila.
Juan se ensañó con él de una forma brutal. Lo golpeó en el aparcamiento hasta convertirlo en un amasijo de carne ensangrentada y lo pateó con los talones de dos centímetros de sus botas. Después fue a su camioneta en busca de su pistola, seguramente para rematarlo, y sólo la intervención de dos amigos de Juan impidió que éste cometiera un asesinato. Después de ver de qué era capaz Juan, mi madre rompió con él. Aquél fue el día más feliz de mi vida, desde que Gastón se había ido.

Aunque no duró mucho. Juan no la dejó, mejor dicho, no nos dejó tranquilas. Empezó a telefonear a mi madre a todas horas, tanto de día como de noche, hasta que los oídos nos zumbaban y Aleli estaba irascible debido al sueño continuamente interrumpido. Juan seguía a mi madre en su coche cuando iba de camino al trabajo, salía a comer o iba de compras. Con frecuencia, aparcaba la camioneta delante de nuestra casa y nos espiaba. En cierta ocasión, entré en el dormitorio para cambiarme y justo antes de quitarme la camiseta lo vi observándome a través de la ventana que daba al terreno de una granja vecina.

Resulta curioso la cantidad de personas que todavía piensan que el acoso es una etapa del cortejo. Lo peor de todo fue que la táctica de Juan funcionó. Agotó tanto a mi madre que a ella le pareció que volver con él era lo más fácil que podía hacer. Incluso intentó convencerse de que en realidad quería estar con él. Para mí su relación no consistía en que salían juntos, sino en la toma de un rehén.
__________

Una noche, cuando acababa de dejar a Aleli en la cuna, oí que alguien llamaba a la puerta. Mi madre había salido con Juan a cenar y asistir a un espectáculo en Houston.
Abrí la puerta y vi a dos agentes de la policía. Aún hoy no puedo recordar sus rostros, sólo sus uniformes: la camisa azul claro, los pantalones azul marino y el escudo bordado con el planeta Tierra Cruzado por dos franjas rojas.

Mi mente se trasladó al último instante en que había visto a mi madre aquella noche. Yo me había mostrado silenciosa e irritable mientras la observaba dirigirse hacia la puerta vestida con unos tejanos y unos zapatos de tacón alto. Efectuamos algunos comentarios irrelevantes. Mi madre me dijo que quizá no volvería hasta la mañana siguiente y yo me encogí de hombros y le contesté: «Como quieras.»

Siempre me ha perseguido la normalidad de aquella conversación. Uno piensa que la última vez que ve a alguien debería decir algo significativo, pero mi madre salió de mi vida con una sonrisa breve y la advertencia de que cerrara la puerta con llave cuando ella saliera.

La policía me contó que el accidente había tenido lugar en la autovía del este. El hecho ocurrió antes de que la I-10 estuviera construida. Juan se saltó el semáforo en rojo de una carretera que desembocaba en la autovía y chocó con un camión. El conductor del camión sufrió lesiones sin importancia, pero tuvieron que cortar la carrocería del coche de Juan con un soplete para sacarlo y llevarlo al hospital, donde murió una hora más tarde a causa de una hemorragia interna.

Mi madre falleció en el acto.


Continuara...

 *Mafe*

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