viernes, 27 de septiembre de 2013

Mi Nombre Es Liberty Cap 46



Capitulo 46

Nuestras miradas se encontraron en el espejo y entonces me di cuenta de lo que él intentaba decirme. «¡Santo cielo!», pensé. Unas arrugas de concentración se marcaron en mi frente. Yo me centré en su cabello buscando su caída natural mientras realizaba cortes precisos con las tijeras.

Yo soy peluquera, no secretaria —declaré sin mirarlo—. Además, si dejara a Poli, nunca más podría volver a trabajar para él. No podría volver atrás.
Yo no te estoy ofreciendo un trabajo a corto plazo —replicó Pedro de una forma relajada, lo cual constituyó para mí un indicio de lo buen negociador que debía de ser—. Hay muchas cosas que hacer aquí, Valeria, y la mayoría constituirán para ti un incentivo mucho mayor que arreglarle las cutículas a los demás. No te enfades, no tengo nada en contra de tu trabajo y tú lo haces muy bien...
¡Vaya, gracias!
... pero podrías aprender un montón de cosas conmigo. Todavía me falta mucho para retirarme y son innumerables las cosas que quiero hacer, pero necesito la ayuda de alguien en quien pueda confiar.

Yo me reí con incredulidad y cogí la maquinilla eléctrica.

¿Qué le hace creer que sea digna de confianza?
No eres una persona que se rinda con facilidad —contestó él—. Eres perseverante. Y te enfrentas a la vida con la cabeza alta. Eso cuenta mucho más que las habilidades mecanográficas.
Eso lo dice ahora que todavía no ha visto cómo tecleo.
Aprenderás a hacerlo.

Yo sacudí la cabeza con lentitud.

¿De modo que usted es demasiado viejo para aprender pero yo no?
Exacto.

Yo le .sonreí con nerviosismo y puse en marcha la maquinilla. Su continuo zumbido impidió que siguiéramos hablando.
Resultaba obvio que Pedro necesitaba a alguien mucho más cualificado que yo. Los recados no constituían un problema, pero realizar llamadas en su nombre, ayudarle con su libro y relacionarme, aunque sólo fuera superficialmente, con las personas de su ámbito social... Todo aquello eran arenas movedizas para mí.
Al mismo tiempo, me sorprendió experimentar una punzada de ambición. ¡Cuántos universitarios con sus gorras adornadas con borlas y sus flamantes diplomas darían cualquier cosa con tal de contar con una oportunidad como aquélla! Una propuesta como la de Pedro sólo se presentaba una vez en la vida.

Yo incliné la cabeza de Pedro hacia delante y le recorté la nuca con cuidado. Al final, apagué la maquinilla y cepillé los restos de pelo de su nuca.

¿Y qué pasaría si no funcionara? —oí que preguntaba mi voz—. ¿Me avisaría con una antelación de dos semanas?
Te avisaría con mucha antelación —respondió él—, y recibirías una suculenta indemnización. Pero funcionará.
¿Y tendría un seguro médico?
Os incluiría a Aleli y a ti en la póliza familiar.
«¡Vaya!»

Vacunas aparte, yo había tenido que pagar todos los gastos médicos y sanitarios de Aleli y míos. En relación con la salud, habíamos tenido suerte, pero cualquier tos, resfriado, infección de oído u otro problema leve que pudiera convertirse en grave me habían causado serias preocupaciones. Yo quería tener una tarjeta blanca de plástico con un código de abonado en mi monedero; lo deseaba tanto que, de una forma inconsciente, apreté los puños.

Confecciona una lista con tus peticiones —declaró Pedro—. No voy a escatimar en los gastos. Ya me conoces y sabes que seré justo. Sólo hay una cosa que no es negociable.
¿De qué se trata?

A mí todavía me costaba creer que estuviéramos manteniendo aquella conversación.

Quiero que Aleli y tú viváis aquí.
Yo me quedé muda e inmóvil mientras lo miraba con fijeza.

Tanto Julia como yo necesitamos a alguien aquí, en la casa —me explicó Pedro—. Yo estoy postrado en esta silla de ruedas e, incluso cuando pueda levantarme, me moveré con dificultad. Y Julia ha padecido problemas últimamente, entre ellos la pérdida de memoria. Según ella, volverá a su casa algún día, pero lo cierto es que se quedará aquí para siempre y quiero que alguien se haga cargo de sus citas además de las mías y esa persona no puede ser un desconocido. —Su mirada era astuta y sus palabras fluidas—. Podrás entrar y salir cuando quieras, te encargarás de la organización de la casa y podrás considerarla tu propio hogar. Aleli podría asistir al colegio de River Oaks y en la casa hay ocho habitaciones libres. Podríais escoger las que quisierais.
Pero..., no puedo sacar a Aleli de su ambiente así, de repente...; no puedo cambiarla de casa y de colegio sin saber si funcionará o no...
Si me estás pidiendo una garantía, no puedo ofrecértela, lo único que puedo prometerte es que haremos lo posible para que funcione.
Aleli todavía no ha cumplido diez años. ¿Comprende lo que implicaría para ustedes tenerla aquí, en su casa? Los niños pequeños son ruidosos, desordenados, se meten en...
Yo he tenido cuatro hijos —replicó él—. Entre ellos una niña y sé cómo son los niños cuando tienen ocho años. —Pedro realizó una pausa y reflexionó—. Te diré lo que haremos, contrataremos a un profesor de lengua para que venga dos días a la semana. Y a lo mejor a Aleli le gustaría aprender a tocar el piano. En la planta de abajo hay un Steinway y nunca lo toca nadie. ¿Le gusta nadar? Haré que coloquen un tobogán en la piscina y el día de su cumpleaños celebraremos una fiesta acuática para ella y sus amigas.
Pedro —susurré yo—, ¿qué demonios está haciendo?
Estoy intentando presentarte una oferta que no puedas rechazar. —Yo me temía que había hecho exactamente lo que pretendía—. Dime que sí y todos saldremos ganando.
¿Y qué ocurre si respondo que no?
Seguiremos siendo amigos y la oferta seguirá en pie. —Pedro se encogió levemente de hombros y señaló la silla de ruedas con un gesto de la mano—. Resulta obvio que no voy a ir a ninguna parte.
Yo... —me pasé los dedos por el pelo— necesito pensarlo.
Tómate el tiempo que necesites. —Pedro me sonrió con amabilidad—. Antes de decidirte, ¿por qué no traes a Aleli para que le de una ojeada a la casa?
¿Cuándo? —pregunté aturdida.—Esta noche, a cenar. Cuando termine las actividades extraescolares puedes recogerla y traerla directamente aquí. Ramiro y Jack también vienen a cenar y supongo que querrás conocerlos.

Yo nunca había sentido ningún interés por conocer a los hijos de Pedro. Su vida y la mía siempre habían estado separadas y el hecho de que las mezcláramos me inquietaba. De algún modo, a lo largo de la vida había adquirido la idea de que algunas personas pertenecían a los campamentos de casas prefabricadas y que otras pertenecían a las mansiones y mi concepto sobre la escalada de clases tenía sus límites.

Sin embargo, ¿quería imponer aquellos límites a Aleli? ¿Y qué ocurriría si la introducía en un estilo de vida tan distinto al que ella había conocido hasta entonces? Si la propuesta de Pedro no funcionaba sería como llevar a Cenicienta al baile en un carruaje y devolverla a su lugar de origen en una calabaza. Cenicienta se lo había tomado bastante bien, pero yo no estaba segura de que Aleli se lo tomara con la misma serenidad. En realidad, tampoco quería que lo hiciera.
Continuara...

 *Mafe*

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