Capitulo 46
Nuestras miradas se
encontraron en el espejo y entonces me di cuenta de lo que él
intentaba decirme. «¡Santo cielo!», pensé. Unas arrugas de
concentración se marcaron en mi frente. Yo me centré en su cabello
buscando su caída natural mientras realizaba cortes precisos con las
tijeras.
—Yo soy peluquera,
no secretaria —declaré sin mirarlo—. Además, si dejara a Poli,
nunca más podría volver a trabajar para él. No podría volver
atrás.
—Yo no te estoy
ofreciendo un trabajo a corto plazo —replicó Pedro de una forma
relajada, lo cual constituyó para mí un indicio de lo buen
negociador que debía de ser—. Hay muchas cosas que hacer aquí,
Valeria, y la mayoría constituirán para ti un incentivo mucho mayor
que arreglarle las cutículas a los demás. No te enfades, no tengo
nada en contra de tu trabajo y tú lo haces muy bien...
—¡Vaya, gracias!
—... pero podrías
aprender un montón de cosas conmigo. Todavía me falta mucho para
retirarme y son innumerables las cosas que quiero hacer, pero
necesito la ayuda de alguien en quien pueda confiar.
Yo me reí con
incredulidad y cogí la maquinilla eléctrica.
—¿Qué le hace
creer que sea digna de confianza?
—No eres una
persona que se rinda con facilidad —contestó él—. Eres
perseverante. Y te enfrentas a la vida con la cabeza alta. Eso cuenta
mucho más que las habilidades mecanográficas.
—Eso lo dice ahora
que todavía no ha visto cómo tecleo.
—Aprenderás a
hacerlo.
Yo sacudí la cabeza con
lentitud.
—¿De modo que
usted es demasiado viejo para aprender pero yo no?
—Exacto.
Yo le .sonreí con
nerviosismo y puse en marcha la maquinilla. Su continuo zumbido
impidió que siguiéramos hablando.
Resultaba obvio que Pedro
necesitaba a alguien mucho más cualificado que yo. Los recados no
constituían un problema, pero realizar llamadas en su nombre,
ayudarle con su libro y relacionarme, aunque sólo fuera
superficialmente, con las personas de su ámbito social... Todo
aquello eran arenas movedizas para mí.
Al mismo tiempo, me
sorprendió experimentar una punzada de ambición. ¡Cuántos
universitarios con sus gorras adornadas con borlas y sus flamantes
diplomas darían cualquier cosa con tal de contar con una oportunidad
como aquélla! Una propuesta como la de Pedro sólo se presentaba una
vez en la vida.
Yo incliné la cabeza de
Pedro hacia delante y le recorté la nuca con cuidado. Al final,
apagué la maquinilla y cepillé los restos de pelo de su nuca.
—¿Y qué pasaría
si no funcionara? —oí que preguntaba mi voz—. ¿Me avisaría con
una antelación de dos semanas?
—Te avisaría con
mucha antelación —respondió él—, y recibirías una suculenta
indemnización. Pero funcionará.
—¿Y tendría un
seguro médico?
—Os incluiría a
Aleli y a ti en la póliza familiar.
«¡Vaya!»
Vacunas aparte, yo había
tenido que pagar todos los gastos médicos y sanitarios de Aleli y
míos. En relación con la salud, habíamos tenido suerte, pero
cualquier tos, resfriado, infección de oído u otro problema leve
que pudiera convertirse en grave me habían causado serias
preocupaciones. Yo quería tener una tarjeta blanca de plástico con
un código de abonado en mi monedero; lo deseaba tanto que, de una
forma inconsciente, apreté los puños.
—Confecciona una
lista con tus peticiones —declaró Pedro—. No voy a escatimar en
los gastos. Ya me conoces y sabes que seré justo. Sólo hay una cosa
que no es negociable.
—¿De qué se
trata?
A mí todavía me costaba
creer que estuviéramos manteniendo aquella conversación.
—Quiero que Aleli
y tú viváis aquí.
Yo me quedé muda e
inmóvil mientras lo miraba con fijeza.
—Tanto Julia como
yo necesitamos a alguien aquí, en la casa —me explicó Pedro—.
Yo estoy postrado en esta silla de ruedas e, incluso cuando pueda
levantarme, me moveré con dificultad. Y Julia ha padecido problemas
últimamente, entre ellos la pérdida de memoria. Según ella,
volverá a su casa algún día, pero lo cierto es que se quedará
aquí para siempre y quiero que alguien se haga cargo de sus citas
además de las mías y esa persona no puede ser un desconocido. —Su
mirada era astuta y sus palabras fluidas—. Podrás entrar y salir
cuando quieras, te encargarás de la organización de la casa y
podrás considerarla tu propio hogar. Aleli podría asistir al
colegio de River Oaks y en la casa hay ocho habitaciones libres.
Podríais escoger las que quisierais.
—Pero..., no puedo
sacar a Aleli de su ambiente así, de repente...; no puedo cambiarla
de casa y de colegio sin saber si funcionará o no...
—Si me estás
pidiendo una garantía, no puedo ofrecértela, lo único que puedo
prometerte es que haremos lo posible para que funcione.
—Aleli todavía no
ha cumplido diez años. ¿Comprende lo que implicaría para ustedes
tenerla aquí, en su casa? Los niños pequeños son ruidosos,
desordenados, se meten en...
—Yo he tenido
cuatro hijos —replicó él—. Entre ellos una niña y sé cómo
son los niños cuando tienen ocho años. —Pedro realizó una pausa
y reflexionó—. Te diré lo que haremos, contrataremos a un
profesor de lengua para que venga dos días a la semana. Y a lo mejor
a Aleli le gustaría aprender a tocar el piano. En la planta de abajo
hay un Steinway y nunca lo toca nadie. ¿Le gusta nadar? Haré que
coloquen un tobogán en la piscina y el día de su cumpleaños
celebraremos una fiesta acuática para ella y sus amigas.
—Pedro —susurré
yo—, ¿qué demonios está haciendo?
—Estoy intentando
presentarte una oferta que no puedas rechazar. —Yo me temía que
había hecho exactamente lo que pretendía—. Dime que sí y todos
saldremos ganando.
—¿Y qué ocurre
si respondo que no?
—Seguiremos siendo
amigos y la oferta seguirá en pie. —Pedro se encogió levemente de
hombros y señaló la silla de ruedas con un gesto de la mano—.
Resulta obvio que no voy a ir a ninguna parte.
—Yo... —me pasé
los dedos por el pelo— necesito pensarlo.
—Tómate el tiempo
que necesites. —Pedro me sonrió con amabilidad—. Antes de
decidirte, ¿por qué no traes a Aleli para que le de una ojeada a la
casa?
—¿Cuándo?
—pregunté aturdida.—Esta noche, a cenar. Cuando termine las
actividades extraescolares puedes recogerla y traerla directamente
aquí. Ramiro y Jack también vienen a cenar y supongo que querrás
conocerlos.
Yo nunca había sentido
ningún interés por conocer a los hijos de Pedro. Su vida y la mía
siempre habían estado separadas y el hecho de que las mezcláramos
me inquietaba. De algún modo, a lo largo de la vida había adquirido
la idea de que algunas personas pertenecían a los campamentos de
casas prefabricadas y que otras pertenecían a las mansiones y mi
concepto sobre la escalada de clases tenía sus límites.
Sin embargo, ¿quería
imponer aquellos límites a Aleli? ¿Y qué ocurriría si la
introducía en un estilo de vida tan distinto al que ella había
conocido hasta entonces? Si la propuesta de Pedro no funcionaba sería
como llevar a Cenicienta al baile en un carruaje y devolverla a su
lugar de origen en una calabaza. Cenicienta se lo había tomado
bastante bien, pero yo no estaba segura de que Aleli se lo tomara con
la misma serenidad. En realidad, tampoco quería que lo hiciera.
Continuara...
*Mafe*

Que acepte Rochi así vive con rama
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