Capítulo 14
Rocío no sabía si se habría dado cuenta de que
estaba llorando, pero él no hizo ningún comentario.
—Me iré en cuanto pueda —le informó tomando aire
una vez dentro.
—¿De qué diablos estás hablando? —le preguntó
Gastón—. La situación no ha cambiado. Sigues siendo soltera y, como miembro de
mi familia, tu lugar está aquí, bajo mi techo y mi protección. Esta será tu
casa mientras estés en Zuran —concluyó.
Rocío abrió la boca para rebatírselo, pero la
cerró.
Se dijo que el sentimiento de alivio que la acababa
de embargar al oír sus palabras era producto de la inmensa pena que había
sentido al separarse de Kiara.
¡No tenía nada que ver con… otras cosas! ¡Claro que
no!
Rocío estaba soñando que estaba una habitación que
no conocía, estaba tumbada en una cama enorme llorando por Kiara y, entonces,
se abría la puerta de repente y entraba Gastón, que se sentaba a su lado y la
tomaba de la mano.
—Estás llorando por la niña —le decía amablemente—,
pero no debes hacerlo. Te voy a dar un niño para ti sola, ya verás. ¡Será
nuestro!
En ese momento, Rochi lo miraba con curiosidad y
él comenzaba a tocarla con maestría por debajo de las sábanas.
La besaba con ternura al principio para pasar a
continuación a hacerlo con verdadera pasión. Rocío sentía que le temblaba el
cuerpo entero de excitación.
¡No solo por el hijo que le había prometido, sino
por él mismo!
Le acariciaba los pechos mirándola a los ojos y,
hablando maravillas de su cuerpo desnudo, le confesaba lo mucho que la deseaba.
Se inclinaba entonces sobre sus pezones y jugueteaba
con ellos hasta que Rocío acababa clavándole las uñas en la espalda.
Lo desnudaba con premura mientras él no dejaba de
acariciarla. Ya estaba en su vientre y seguía bajando. Llegaba a su sexo y
allí se recreaba un buen rato haciéndola gozar y gozar.
Rocío dudaba en aquellos momentos si explorar el
cuerpo de Gastón o invitarlo a entrar ya en el suyo para sembrar la semilla de
su futuro hijo.
Por fin, se decidía por la segunda opción, pero
cuando alargaba los brazos para tocarlo, él se apartaba y se iba, dejándola
temblando de deseo.
De repente, Rocío se despertó.
Se dio cuenta de que había apartado las sábanas dormida y por eso tenía
frío. Sintió lágrimas secas en las mejillas y se dijo que debían de ser por
Kiara y no por haber soñado con Gastón.
¡Había soñado que lo amaba y lo perdía! Sabía que no estaba tan loca como
para arriesgarse tanto emocionalmente, pero no podía negar que físicamente la
atraía sobremanera.
Furiosa consigo misma, intentó apartar de su cabeza las tórridas imágenes
de su supuesto encuentro.
«¡Ya basta!», se dijo con decisión.
¿Por qué estaba pensando aquellas cosas? ¿Dónde la iba a conducir sentir
así? Completamente despierta ya, se levantó y fue hacia la cuna de Kiara. A
medio camino se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
Lo justo era que la niña estuviera con sus padres, pero se moría por
abrazarla. Se moría por tener un hijo, eso era lo cierto.
Cansada, Rocío estiró los agarrotados músculos del cuello y de los hombros
mientras se sentaba en la piscina del jardín de las mujeres.
Llevaba dos semanas trabajando sin parar en el friso y se había dado cuenta
de que iba a terminarlo mucho antes de lo acordado.
El príncipe había ido a ver los trabajos aquel mismo día y había quedado
gratamente impresionado con su obra.
—Es magnífico, colosal —le había dicho entusiasmado—. Realmente, una
visión impactante. —Me alegro de que le guste —había contestado Rocío
encantada.
Encantada, sí, pero tan cansada que no había cenado.
Se estaba masajeando el cuello cuando vio entrar a Gastón y se tensó más
que durante las horas de trabajo.
—Vengo de ver al príncipe —le dijo—. Quería enseñarme tu trabajo. Está muy
impresionado y no me extraña porque es realmente bueno.
Su alabanza la sorprendió tanto que no lo pudo disimular.
—¿Te ha llamado tu hermana para decirte qué tal está Kiara? —añadió.
Rocío negó con la cabeza y, al hacerlo, le dio un tirón en el cuello.
Gastón se dio cuenta de su mueca de dolor y se apresuró a interesarse por
ella.
—¿Qué te pasa? ¿Te duele algo?
—No, tengo los músculos un poco tensos —contestó Rocío.
—¿Ah, sí? ¿Dónde?
A Rocío no le dio tiempo a protestar; en unos instantes, estaba sentado a
su lado y masajeándole los trapecios con manos expertas.
—No te muevas —le indicó al ver que Rocío se quería apartar—. No me extraña
que te duela. ¡Estás trabajando demasiado y, por si eso no fuera poco, te
preocupas por todos los que te rodean y dejas que abusen de tu cariño!
Rocío giró la cabeza para mirarlo.
—¡Mira quién fue a hablar! —lo acusó.
Se quedaron mirando a los ojos y Rocío se dio cuenta de que estaba aprendiendo
tanto de aquel hombre y de cómo era que le parecía que no tenía nada que ver
con el Gastón del desierto.
«No me he podido equivocar más con esta mujer. Qué
mal la he juzgado», pensó Gastón mirándose en los ojos de
Rocío.
Su hermana, por el contrario, sí era lo que esperaba,
la típica mujer que le gustaba a su primo. No solo eran exactamente iguales,
sino que se merecían el uno al otro, pues eran egoístas y superficiales.
Rocío no era así en absoluto.
Nunca había visto a una mujer que se tomara más en
serio sus responsabilidades o que protegiera tanto a sus seres queridos.
Estaba seguro de que, cuando se comprometiera con
un hombre, debía de comprometerse en cuerpo y alma, de que, cuando amaba, debía
de ser profunda y apasionadamente y para siempre.
—Tu hermana tendría que haberte llamado. ¿No se da
cuenta de lo mucho que echas de menos a la niña?
Rocío estaba de acuerdo, pero salió inmediatamente
en defensa de Marianela.
—Es su madre. No tiene que consultarme a mí nada
relacionado con Kiara. Estas vacaciones son la ocasión perfecta para los tres
de unirse como familia. Marianela y Peter son sus padres y…
—Yo también la echo de menos —la interrumpió
Gastón sorprendiéndola—. En mi opinión, habría estado mejor aquí, con gente
que la quiere y se preocupa por ella, que en un hotel maravilloso donde
probablemente se va a pasar la mayor parte del tiempo en la guardería mientras
sus padres se lo pasan bien.
—Estás siendo injusto —le advirtió Rocío. Gastón
seguía masajeándole los trapecios.
—No, estoy siendo sincero —la corrigió—. ¡Te
aseguro que, en cuanto vuelvan, voy a hablar con Peter para dejarle muy claro
que Kiara necesita un entorno familiar estable!
«Qué buen padre serías», pensó apresurándose a
rechazar los mensajes que su mente le estaba enviando al respecto.
Gastón, como Rochi, no tenía intención de casarse.
—Tienes los músculos fatal —le comentó pasándole
los pulgares por las contracturas.
Era una sensación maravillosa que le estaba
ayudando a quitarle el dolor y, sin duda, le sería todavía mucho más útil si no
estuviera tan tensa.
Cada vez le estaba costando más controlar la
respuesta sexual de su cuerpo ante sus caricias. Le masajeó la columna
vertebral haciéndola estremecerse.
—Rocío —dijo con voz grave y ronca. Rocío sintió su
aliento en la piel y se giró. En ese momento, Gastón se inclinó sobre ella y la
besó con fruición. Inmediatamente, Rocío sintió que se derretía de pies a
cabeza y que todas las barreras que había intentado poner se desvanecían.
¡Las manos que tan maravillosamente le habían
relajado el cuello pasaron a acariciarle por debajo de la bata y allí no había
músculos doloridos!
Sintió un intenso deseo que la
estaba atormentando.
El suave perfume de la noche quedó reemplazado por
el masculino olor de Gastón. Rocío reaccionó y hundió la cara en su cuello para
embriagarse de él. Extasiada, le besó el cuello y suspiró de placer.
Sintió su piel firme y caliente, los músculos de su
garganta, la curva de sus hombros. Lo oyó gemir al acariciarle un pecho y
comprobar que tenía los pezones erectos.
Rocío sintió el frescor de la brisa nocturna cuando
Gastón le quitó la bata, que era lo único que llevaba, y se dedicó a torturarla
dibujando círculos con la lengua alrededor de sus pezones.
El placer era tan intenso que el cuerpo entero se
le tensó. Lo deseaba tanto, que se asustó, pero era tan natural que parecían
destinados a estar juntos.
Alargó la mano y le acarició el rostro. Se miraron
a los ojos en silencio y la pasión que Rocío vio en los de Gastón la hicieron
jadear de anticipación.
Cientos de imágenes eróticas se agolparon en su
cabeza al imaginarse cómo iba a ser sentir sus caricias en zonas mucho más
íntimas.
Cuando Gastón la apretó contra sí para que sintiera
su potente erección, se dio cuenta de que estaba temblando intensamente.
Se moría por sentirlo dentro, pero de momento
estaba concentrado en sus pechos y lo estaba haciendo tan bien que la hizo
gritar de placer.
A la luz de la luna, Gastón se fijó en su boca y
sus pechos y se quedó sin aliento al bajar la mirada y fijarse en las
braguitas de algodón.
Al pensar en deslizar la mano bajo la cinturilla e
introducirse en su húmedo interior, sintió un escalofrío.
Aquel jardín era el lugar perfecto para compartir
con Rochi una noche de placer, pero estaban en su casa y Rocío era miembro de
su familia; no debía
tocarla.
Ya tenía la mano sobre su sexo y el pulgar había
encontrado el punto que sabía que más placer daba a una mujer.
Rocío no podía más. Quería sentirlo dentro de sí
cuando antes y protestó al sentir que dejaba de acariciarla.
—Te debo una disculpa —dijo Gastón— por cómo me he
comportado contigo. No sé cómo ha podido volver a ocurrir. Te prometo que no
volverá a suceder.
Mientras se ponía en pie y se apartaba de ella,
Rocío se preguntó si se lo decía para advertirla y no pudo evitar sonrojarse de
pies a cabeza.
No podía pronunciar palabra.
Gastón se estaba yendo por el oscuro jardín hacia
la pequeña puerta que lo comunicaba con el suyo y de la que solo él tenía la
llave.
¿Acaso estaba destinada a ser ella también un
jardín secreto del que solo él tenía la llave?
Se resistió a aquel pensamiento peligroso e
incómodo. Solo había sido sexo, algo físico. No había nada emocional en lo que
había sentido. Nada.

a la pucha!!! gbubggbihb9o son lindos ♥♥ los quiero juntos!
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